Denial: Borrando la historia
Uno de los pasatiempos modernos es la revisión de la historia. Por supuesto que si el revisionismo se basa en nuevos datos, en nueva evidencia, no tiene nada de malo, pero cuando se hace basándose en pruebas truncas o inventadas, resulta ser una mancha que distorsiona la realidad, recordando que la historia solo se acerca a ella. Lo peor del revisionismo errado es que muchas veces se hace por motivos ideológicos y políticos y, hoy día, termina en la red. La gente entonces comienza a leerlo en Google, a creerlo y a ponerlo en su pared; solo leen el pie de la lámina y llegamos a cosas como ‘la película trata: que el Holocausto no existió’. No son pocas las personas que piensan así.
El Holocausto o el Shoá, el genocidio de judíos y de muchas otras personas por los Nazis durante la Segunda Guerra Mundial, no solo está documentado sino que junto a los exterminios de Stalin, las matanzas de armenios por los turcos, y los asesinatos de camboyanos por el Khmer Rouge, es una de las manchas más grandes que pesa sobre la humanidad en siglo XX. Un pseudo historiador, llamado David Irving (Timothy Spall), comenzó a desmentir el Holocausto diciendo que era una patraña concebida por los judíos para ganarse la simpatía mundial y hacerse más ricos. Irving logró tener seguidores de extrema derecha porque escribió varios libros exitosos sobre la época nazi que presentaron nueva información sobre el Tercer Reich. Sus diatribas extremistas a favor del nazismo le facilitaron conseguir entrevistas con allegados a Hitler después de terminada la guerra, pero ya en su época de estudiante en la Universidad de Londres, había mostrado sus inclinaciones nazis. En un periódico que editaba escribió que Hitler había sido “la fuerza unificadora más grande que Europa había conocido desde Carlomagno.» Sí, usó la muerte para su gran hazaña.
Pero la movida más peligrosa de Irving fue cuando atacó “Denying the Holocaust” un libro de la profesora de la Universidad de Emory en Atlanta, Deborah Lipstadt (Rachel Weisz), que lo criticaba por negar el Shoá. Irving demandó por libelo a la escritora y a sus editores en Penguin Books. Basándose en el libro sobre el juicio (“History on Trial: My Day in Court with a Holocaust Denier”), David Hare, el excelente dramaturgo, guionista y cineasta inglés, ha escrito un guión del género de “casos judiciales” (“court room drama”) que bajo la dirección de Mick Jackson a veces va a pasos de tortuga.
Lleno de caras familiares de los nuevos dramas televisivos ingleses, como Andrew Scott, el Moriarty del nuevo Sherlock , que hace el papel de Anthony Julius, el abogado de Lipstadt (en Inglaterra es un “solicitor”; los que hablan en corte se llaman “barrister” y se ponen una peluca blanca), el filme nos va trayendo cara a cara con las creencias del extraño hombre que es Irving. Sin embargo, nunca nos acerca más allá al personaje de que este tiene una hija a quien mima, y de sus abominables discursos antisemitas y racistas. La distancia que quiere mantener Lipstadt del negador, la mantiene la cinta también. Por supuesto que entendemos que no merece la más mínima simpatía, pero hubiera sido de interés enterarnos de sus actividades pro-nazis previas.
Me imagino lo difícil que debe de haber sido para la profesora Lipstadt, como le dice a su “barrister” (el magnífico Tom Wilkinson), “entregarle su consciencia a otra persona”. En otras palabras, a él. Dado el comportamiento de ella, lo que asombra es que no la pusieron en su sitio. Weisz presenta tan bien su personaje que nos desespera cuando no quiere seguir las instrucciones y las tácticas legales desarrolladas por el equipo defensor de cómo abordar el caso.
Los dramas de corte (“court room drama”) tienen que tener fluidez y sorpresas para mantener el suspenso, en particular de un juicio cuyo veredicto se sabe antes de ver el filme. Aunque a veces los hay y, hasta cierto punto, el guión nos sorprende en ocasiones, los mejores momentos son fuera de la corte. Una escena en Auschwitz, filmada con gran atino por Haris Zamabarloukos en colores grises y tonos levemente violeta, nos da una idea de la desolación y la maldad que vivía en el campo. Tomas en primer plano de los alambres de púas que hemos visto antes, adquieren nuevo pathos según gotas de nieve derretida caen de las puntas, como si fueran las de sangre que sabemos que se derramó allí.
La actuación de Spall, quien brilló como el gran pintor J. M. W. Turner en Mr. Turner (2014), es una para recordar. Sinuoso como un reptil, su personaje es siniestro, narcisista, prejuiciado, autoritario, mentiroso y ególatra, como un personaje de carne y hueso que vemos hoy día en TV demasiadas veces. La filmación de la película terminó en enero de 2016, mucho antes de las primarias republicanas, de modo que no creo que Hare lo usara como ejemplo, pero de que se parecen, no hay duda.
Este es un filme importante por su tema. La carga moral del Holocausto aún pesa sobre los residentes de los pueblos de Europa occidental y oriental ocupados por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. En todos, hubo colaboradores antisemitas que directa o indirectamente causaron muertes de seres inocentes. Eso eximiría a Inglaterra, pero los admiradores del nazismo y de Hitler antes y durante la guerra eran numerosos en Britania. A pesar de la limpieza de nazis que tuvo lugar después de la guerra, todavía alza la cabeza el monstruo del prejuicio que se manifiesta en grupos como “los raspacoco” del neonazismo en muchas partes, incluyendo en los Estados Unidos, y ahí están los Le Pen del Frente Nacional en Francia, que parecen haberse engendrado no solo de las ideas derechista extremas que vienen desde la Revolución Francesa, sino de las ideas del nazismo. Respetar al prójimo, no importa su raza, su religión y su estado social, es un deber de todo ser humano. Este filme nos recuerda que no se puede bajar la guardia. Jamás. ¡Nunca!