Desmesuras de la acción humana
La desmesura al madurar grana en la espiga del error,
y la cosecha que se recoge solo consiste en lágrimas.
–Esquilo de Eleusis
Cada vez que ocurre un evento trágico en el que se pone al descubierto la capacidad enorme de destrucción de la que los humanos somos capaces, surgen rápidamente artículos, entrevistas, reflexiones desde lo social, lo académico, lo psicológico y lo político que buscan explicar y descifrar lo allí ocurrido en un intento de darle sentido y pacificar a la comunidad. Se intenta clasificar prontamente ese evento como un acto aislado de “locura”, como un acto de “excepción”, de fanatismo o de terrorismo subsumido generalmente a una ideología ajena y lejana a nuestro cotidiano y a nuestra racionalidad. Pero aunque esas “excepciones” ocurren a través de todo el planeta, no en todos lados se perfilan con la misma recurrencia ni bajo formas de una estremecedora e incomprensible intensidad.
Convendría entonces poner en perspectiva el contexto en el que ocurren y analizar las condiciones sociales, económicas, políticas y afectivas que las hacen posible o que incluso las provocan: ¿cómo se entraman esas “excepciones” con los modos dominantes de vinculación de cada lugar y cada época? ¿Cuánto tienen que ver esas desmesuras con los propios excesos de los sistemas en los cuales se inscriben, con los modos de hacer o no jugar la ley y los límites, con los modos en que se convocan ciertos modos de satisfacción y ciertos modos de hacer o no lazo social?
Habría mucho que pensar y decir sobre las desmesuras de la acción humana. Podríamos hacer referencia a las formas más viejas e insistentes pero también a las formas mas recientes y extremas de violencia para ilustrar la desmesura: la violencia contra sí, la violencia contra los otros (los más cercanos y los que no lo son), la violencia contra la cultura, las violencias desde la cultura son asuntos que atraviesan la historia de la humanidad. La desmesura se encuentra a través de los múltiples pliegues y despliegues del acontecer humano. Vale preguntar: ¿Cuál es su fuente y su sostén? ¿Es acaso el deseo, la pulsión, la insatisfacción estructural que nos habita y nos corroe? ¿Cómo abordar este complejo enjambre? ¿Habría que censurar, de domeñarla, de normalizarla? ¿Habría que pensarlo desde lo colectivo, desde sus entrañas sociales, culturales, económicas y políticas? ¿Habría acaso que ponerlo en la perspectiva del uno por uno, desde las desmesuras de cada cual? ¿Consiste acaso la desmesura en la acción que ella pone en juego? ¿Es solo en la acción que se juega la desmesura? ¿Se trata de atenderla desde una óptica moral o desde la perspectiva legal? ¿Desde qué otras perspectivas es posible pensarla y entenderla?
La propensión a la desmesura nos enfrenta con una de las grandes paradojas de lo humano. La historia misma del pensamiento intenta dar respuestas a esa condición del viviente hablante. A la desmesura se le define generalmente como oposición a la mesura y a la moderación, y se le asocia con el desafuero, el exceso, el excedente, la sobra y el desborde. Los griegos la vinculaban con la hybris, sello de la pérdida del sentido de las proporciones y del traspaso imprudente de los límites de nuestra condición, olvidando con ello su ineludible finitud. Muchos han escrito sobre esas paradojas de la acción y del deseo humanos, haciendo resaltar sus múltiples facetas, sus múltiples interpretaciones, sus múltiples derivas, en un intento de aprehender su esencia que siempre se escapa. ¿Qué es lo que define la acción humana? ¿Cuáles son sus fines y sus finalidades? Ese trayecto se inicia mucho tiempo atrás en tierras orientales, atravesando la Antigua Grecia en donde se destacan las elaboraciones de Platón sobre las contradicciones y paradojas del deseo humano, y las reflexiones de Aristóteles sobre la ética, que irán poniendo al descubierto la forma como se trenzan el deseo, el intelecto, la acción humana y el horizonte que la debería guiar. Los giros históricos descubren mas adelante textos atravesados por la prohibición de los excesos, el riesgo de la carne y la amenaza de la perdición. El pecado, forma que acomoda y nombra a múltiples formas de la desmesura humana, pone al descubierto la inconformidad, la insatisfacción, la insaciabilidad del humano pero bajo una lupa muy particular, la de la tensa y paradójica relación entre la ley y la prohibición divina y las dulces tentaciones de lo prohibido y su transgresión.
El Siglo XIX trajo una nueva mirada sobre los excesos y las desmesuras, no solo con el incremento de la industrialización y los inéditos escenarios urbanos, sino con el despliegue de un nuevo ordenamiento económico, social y político, el auge capitalista apoyado por el galopante desarrollo de la ciencia. Sin duda el pensamiento de Marx, de Nietzsche y de Freud serían cruciales para aprehender el alcance de los descubrimientos de la época pero también para denunciar e incluso anticipar los estragos que se desplegarían entre finales de dicho siglo y la primera parte del Siglo XX. Allí surgieron las grandes guerras y genocidios sin precedentes, que podríamos llamar quizás las grandes desmesuras de la humanidad, por el alcance de sus estragos a nivel mundial. El intercambio epistolar entre Freud y Einstein ocurrido en 1932 al alba de la Segunda Guerra Mundial titulado “¿El por qué de la guerra?”, permite atisbar algunas de las razones de las desmesuras humanas: la relación entre derecho y poder, derecho y violencia, el trenzado de Eros y de destrucción, la satisfacción y sus paradojas, la pulsión de dominio, pulsión de muerte tornada pulsión de destrucción cuando se despliega contra el exterior, contra otros seres vivos, contra las instituciones mismas, contra la naturaleza.
Como muy bien dice Marie-Jean Sauret, “la violencia no es un accidente de la humanidad. Esa violencia que amenaza la humanidad habita en lo más intimo de esa misma humanidad”.1 Por ello, los intentos de desarraigar las inclinaciones hacia la desmesura, la agresividad y la destrucción en los humanos han llevado siempre al fracaso o a su exacerbación, pues la desmesura está inscrita en la estructura del psiquismo humano.No hay posibilidad para una justa medida; hay excesos o déficits pero no hay equilibrio posible (a nivel de los afectos, de las acciones, de las satisfacciones, de los modos de relacionarse con los otros).Cuando uno observa la vida de otros seres vivos, lo que puede constatar es que en el comportamiento animal no cabe la desmesura. ¿Qué es lo que eso quiere decir? Que aún en las más extremas demostraciones del comportamiento animal, lo que está en juego no es un desequilibrio o un desborde de fuerzas sino el despliegue de la impecable e implacable lógica de lo viviente, es decir, un saber que implica su supervivencia, un saber cuyo horizonte no es otro que el de los llamados instintos biológicos. Los animales no son desmesurados, más bien padecen la desmesura de los humanos. ¿No son acaso los animales los que están en vías de extinción?
Pero recordemos también que las desmesuras no se declinan solo en su vertiente de destrucción; la locura y la desmesura están en la base de grandes obras de la cultura, en la llamada base de la genialidad y de desbordes maravillosos para el legado de la cultura: ¿qué sería de la humanidad sin Van Gogh, Dalí, Picasso, Mozart, Wagner, sin Edgar Alain Poe o James Joyce, sin Newton o Einstein? La desmesura es necesaria y vital para romper con la monotonía, con el hastío y con la atrofiante normalidad que todo lo domina en nuestros tiempos. Bien recuerda Jacques Lacan que “el hombre hace siempre la experiencia de su deseo por algún franqueamiento del límite, benéfico”.2 Si queremos posicionarnos en el promedio, esto es, sin espacio alguno para la sorpresa, el desorden y la desmesura y quedar con ello amparados por los cálidos abrazos de la campana estadística de Gauss, entonces veremos siempre desde el desvío, la patología y el desorden toda acción que intente romper y cuestionar esos asfixiantes referentes de la normalidad. Allí también habría mucho que poner en perspectiva.
Recién terminada la primera década del siglo XXI podemos constatar nuevas y aún más evidentes consecuencias del despliegue de la desmesura humana, sostenida por el discurso capitalista que cual tsunami arropa y devasta todo lo que encuentra a su paso, ya sea de orden cultural o natural: los extremismos –nadie lo duda–, la violencia sin tregua, el calentamiento global, la creciente desigualdad, el capitalismo salvaje, el individualismo, la ignorancia, la impudicia y la impunidad trenzadas en tantas partes del mundo. Se trata de una vorágine de acciones y de reacciones cuyo límite no hemos aún acabado de atisbar pero que han llevado a la bancarrota de múltiples naciones y al quebranto de las condiciones mismas de poder habitar en el planeta.
Este escenario ha dado paso al debilitamiento de los lazos o vínculos sociales, socavando peligrosamente el recurso de la palabra y el lenguaje para mediar las intensidades de los intercambios con los otros. Prevalece entonces una dimensión imaginaria de culto al cuerpo y a la imagen, de la reivindicación de los derechos a la satisfacción de cada cual que se trenza con la falaz oferta de opciones para lograrlo. Lo inédito de este escenario actual es la dimensión de impostura que lo sostiene y lo hace funcionar. No hay ninguna aspiración a colmatar la insatisfacción estructural, mas bien se trata de exacerbarla y convocar con ello el despliegue de las desmesuras de cada cual. Los slogans son gritos de guerra en un campo de batalla globalizado, ordenado por voraces mandamientos hacia el “esmandamiento” que poco tienen que ver con el despliegue de la vertiente creativa de la desmesura humana. Consumo desmedido, acumulación sin límites, exhibicionismo o voyeurismo de morbosa y grotesca intensidad, confusión de lo privado y de lo público, múltiples exclusiones, explosiones de violencia son las marcas de una época que pareciera rechazar el sentido y función crucial de los límites y de la responsabilidad que cada cual tiene en cuanto al alcance de sus propias acciones.
No sorprende constatar entonces, que las formas más oscuras de la desmesura sean las que se dejen ver más y se privilegien en estos tiempos. En las escuelas por ejemplo, casi no vemos el despliegue del juego colectivo, de la creatividad y de la potencia del deseo de descubrir y aprender de los niños, quienes en contraste están cada vez más apagados, medicados e insertos en lógicas virtuales de juegos repetitivos, o atrapados en dinámicas de creciente abuso, maltrato y acoso entre supuestos pares escolares.
En estos tiempos de ceguera voluntaria, de fascinación por el encierro y por las cadenas del capital, habría, como recuerda el poeta Jaime Sabines, que abrir las ventanas para que entre la luz y el aire. Ese soplo, fiel testigo de la vida, permitiría quizás restituir el lugar de las memorias y las palabras como recurso y sostén del bien decir y condición para una convivencia más digna. Quizás así pueda haber una alternativa para el porvenir, una manera más creativa e inteligente de lidiar mejor con las desmesuras de la acción humana.
* Nota de la autora: Esta columna recoge algunas de las reflexiones del texto “El lugar del sujeto en los nuevos ordenamientos del Siglo XXI”, presentado durante el Encuentro de la Zona América Latina Norte de la Escuela de Psicoanálisis de la Internacional de los Foros del Campo Lacaniano, llevada a cabo en abril de 2013 en San Juan, Puerto Rico.
- Sauret, MJ (2000) Psychanalyse et politique. Presse Universitaire du Mirail, France, p. 153 [↩]
- Lacan J., Seminario 7, La Ética del Psicoanálisis, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1988, p. 368 [↩]