Diplomas calle
Un día soy la Harvard del trópico, al siguiente, Pollo Tropical con refresco y yuca extra-grande. Bienvenido al esquizofrénico mundo del mercadeo universitario.
La desesperación es aliada del ridículo. Abundan las razones: menos estudiantes, mayor competencia de institutos de carreras cortas y el clásico canibalismo boricua que pone a todos a competir por un mismo hueso roído sin capacidad para organizarse en nichos.
En medio del ataque de pánico, erosionan la oferta, pues al bajar los matriculados, también bajan los estándares, y acuñan que “el estudiante es cliente”, incapaz de cometer error si paga regularmente.
Conformar la educación universitaria al determinismo del mercado es una cuestión ideológica, que nadie hable de pragmatismos aquí. Un verdadero pragmático admitiría que ese mercado le falló a Puerto Rico y que la universidad, si acaso, debe ser la alternativa, no el centro ratificador del propio orden colapsado. No veo enrevesamiento posmoderno alguno en aceptar ese hecho.
En la medida en que la educación universitaria se maneje como cualquier otro asunto empresarial, la cosa pintará mal, pues escasea el gestor inteligente. Lo que abunda es el intermediario vago, traficante de marcas creadas por otros, con mínima capacidad para la innovación. Su pasividad deja pasar oportunidades, posibles alianzas, coyunturas para nuevos modelos de negocio.
Eso sí, insiste en que la cosa está mala, con rostro preocupado y todo, pero no quiere cambios. Ni para “echar pa’ lante”.
Con ese liderato agotado y cerrado a la diferencia, al debate abierto, franco y desinhibido, no habrá esperanza de transformación en Puerto Rico. Las universidades, que debían estar rescatando al país de esta élite monga y desgastada, se han vuelto sucursales del conservadurismo inmovilista, por más que un publicista buscón las tenga hablando de “innovación en el siglo 21”.
El público, mientras siga enfocado en la obtención de un diploma fácil, cada vez más devaluado e irrelevante, seguirá siendo co-gestor y cómplice de su propia desgracia.
Si aún no se ha ido para Orlando, no se queje, haga algo importante hoy.
Mañana es tarde.
* Publicado originalmente en El Nuevo Día.