Trastocar la memoria de las cosas: indagaciones sobre la instalación “Levedad y susurros” de Víctor Vázquez
Así, -en nuestros cuerpos presentes- nos hallamos aquí, -en este lugar- convidados, convocados, conjurados por la obra de Víctor Vásquez a un ejercicio de olvidar. Olvidar los nombres de las cosas, de los artefactos, de los objetos animados e inanimados, de los cuerpos semánticos que nos rodean.
Olvidar, veremos más adelante (o ya lo sabíamos y lo olvidamos) es una forma de recordar distinto. Recordaremos, entonces, los nombres propios que nos precedieron en cuerpos -presentes y dolorosamente ausentes- y en palabras en este mismo lugar. Antes que yo, han escrito sobre la obra de Víctor figuras de la talla de Julio Ramos, Rubén Ríos y Mara Negrón. El primero, admirado y amado amigo mío. Los otros dos, conscientes o inconscientes amados amigos y mentores míos, fueron mis profesores en este recinto que como veremos, adquiere por momentos el aura de lo sagrado. Hoy recordaremos sus palabras, repetiremos sus palabras o me serviré de sus palabras escritas para adelantar las mías.
Junto a sus palabras, convidaré, convocaré y conjuraré también las palabras escritas de otros que antes que yo han pensado y escritos sobre las cosas de las que estaremos hablando hoy, remedando a mi manera el “método” o “proceso” de Víctor. Operaré también un poco como Walter Benjamin, aquél otro pensador de las ruinas y coleccionista de citas que el querido Rubén Ríos invoca para pensar la belleza ruinosa de la obra fotográfica de Víctor. Como intentó Benjamin en su proyecto de Las arcadas, yo intentaré reunir las palabras de aquellas y aquellos que me precedieron para que encaucen un estilo particular de pensar y de escribir sobre la obra este artista que también recoge, coleciona, manipula y despliega objetos resignificándolos.
Comenzaré entonces evocando (recordando y repitiendo, que acaso son lo mismo) las palabras que antes escribió -y acaso pronunció como yo aquí, ahora- la muy querida y ausente de cuerpo Mara Negrón en un texto sobre la obra de Víctor hermosamente titulado “El vientre de la memoria”:
“Miren bien todos esos pedazos de obra, meticulosamente colocados, en espera de que nosotros los volvamos a deformar ya reformar…”
Aventuraré una hipótesis arriesgada: mirar siempre significa recordar de alguna manera aquello que se mira, y toda mirada es a la vez una manera de olvidar. Con esto en mente, acatemos esa invitación que casi toma la forma de una orden o una demanda que nos viene de allá, de una región sagrada e invisible. La región de los susurros.
Miremos, pues.
Mirada y memoria
La exigencia amorosa de Mara se nos presenta cualificada: miren bien. ¿Qué significa en este contexto ese “mirar bien”? El texto de Mara es enigmático. Esto es: es hospitalario. Recibe amorosamente significaciones especulativas. “Mirar bien”, no parece significar aquí “mirar de la manera correcta”, sino más bien “detenerse en lo mirado, prestar atención en el acto la mirada”. Contemplar. A la mirada casual y aleatoria, instrumental, convencional si se quiere, se contrapone una mirada premeditada. Este sondar la profundidad más allá de la superficie de los “cuerpos semánticos” implica una exploración arqueológica. Si miramos “bien”, percibiremos que la obra de Víctor se presta a la mirada como un ejercicio “pseudo-arqueológico” donde la manipulación y la disposición de los objetos en el espacio revelan al observador unas capas, uns estratas de sentido que antes eran invisibles.
Mientras que la arqueología puede considerarse como una “ciencia de la memoria material”, o “memoria objetiva del mundo” que halla y clasifica los objetos subterráneos taxonómicamente con voluntad de alcanzar una verdad histórica (historia de la vida, historia de la cultura), la práctica efectiva de Víctor se nos presenta como un “arte de la memoria” que interviene con los objetos construidos del mundo simbólico liberando sus “sentidos invisibles”.
Para Víctor, la historia tanto individual como colectiva de los objetos guarda una especie de “memoria” que, aunque se presenta como “natural”, es en realidad un constructo colectivo.
Si mi hipótesis es correcta y “mirar” es siempre “recordar de alguna manera”, entonces la mirada que exige la obra de Víctor es también una manera de recordar distinta a la forma convencional de recordar. Para Víctor, la forma convencional o consensual en que recordamos las cosas está determinada ideológicamente y ejerce una violencia sobre ellas y sobre nosotros, cuerpos contempladores de otros cuerpos. Es lo que él llama el “colonialismo de la memoria”. Para Victor, esta memoria tiránica se halla imbricada en los nombres de las cosas.
La insoportable levedad del nombre
Los nombres son la manera en la que nos relacionamos con las cosas. Para Victor, la habitancia conceptual de las cosas en el mundo de lo simbólico está determinada por sus nombres. Es en este sentido que Víctor se refiere a sus objetos intervenidos como “cuerpos semánticos”. En los nombres de las cosas es que está contenida su memoria impuesta. En un ensayo titulado “El idioma analítico de John Witkins”, Jorge Luis Borges declara lo siguiente: “Teóricamente, no es inconcebible un idioma donde el nombre de cada ser indicara todos los pormenores de su destino, pasado y venidero.” Valga mencionar, como dato significativo, que este ensayo se halla contenido en un libro que se titula “Otras inquisiciones”. Esta voluntad nominalista totalizante, que pretende comprender y “recordar” minuciosamente la historia pasada, presente y futura de lo nombrado se presenta entonces como verdad absoluta de las cosas en su entramado simbólico. Pero esta verdad, lejos de ser natural o absoluta, es una construcción social en la historia que oculta su naturaleza social e histórica.
Esta violencia simbólica que ejercen los nombres sobre las cosas oculta, bajo una capa superficial de “naturalidad”, una turbulencia y una opacidad constitutivas de la relación entre lenguaje y mundo. Es, de cierta manera, un olvido del carácter arbitrario y convencional de aquella relación. Sobre el efecto “mágico” que tiene este colonialismo de la memoria en su manifestación nominal, escribe el filósofo Jacques Derrida en un ensayo titulado “Autoimmunity: Real and Symbolic Suicides”:
We repeat this, we must repeat it, and it is all the more necessary to repeat it insofar as we do not really know what is being named in this way, as if to exorcise two times at one go: on the one hand, to conjure away, as if by magic, the “thing” itself, the fear or the terror it inspires (for repetition always protects by neautralizing, deadening, distancaing a traumatism […]), and on the other hand, to deny, as close as possible to this act of language and this enunciation, our powerlessness to name in an appropiate fashion, to characterize, to think the thing in question.
El nombre (como repositorio de la memoria) ejerce un “hechizo” que hace “desaparecer” a la cosa misma y sus sentidos. En el mismo movimiento “niega” (esto es: oculta u “olvida”) la imposibilidad de nombrar “de manera propia” la cosa. Obstruye u obnibula, a fin de cuentas, el pensamiento de la cosa misma. Impide aquél “mirar bien” al que nos conminaba Mara al principio.
Ante este “colonialismo de la memoria” que es en el fondo el olvido del hecho de que la memoria y el sentido son constructos, el arte de Víctor Vázquez propone y practica otro tipo de memoria, una manera distinta de “recordar” las cosas que permite liberar sus potenciales simbólicos. En otras palabras, permite la posibilidad de practicar aquél “mirar bien”. Acceder a esos sentidos invisibles de los objetos requiere de una intervención estética, un método deconstructivo que podríamos llamar con Sylvia Rexach un “proceso de olvidar”. Olvidar las maneras impuestas en que “recordamos los nombres” y aventurarnos a pensarlos novedosamente, recordándolos de otra manera inédita. A este acto de olvido revelatorio es a lo que Víctor le llama hacer visible “lo que está ahí y no se vé”.
Actos de presdigitación: estrategias para hacer visible lo invisible
Existe entonces toda una “memoria de las cosas” alterna, todo un entramado de sentidos ocultos bajo aquél “colonialismo de la memoria” que requiere de un trabajo estético para ser revelado. Hay unos “sentidos invisibles”, que “está ahí, pero no se ven”. Según Henri Bergson, “El ojo vé solo lo que la mente está preparada para comprender”. En otro texto de Borges que vale la pena recordar, un cuento titulado “There Are More Things”, el protagonista razona lo siguiente:
“Para ver una cosa hay que comprenderla. El sillón presupone el cuerpo humano, sus articulaciones y partes; las tijeras, el acto de cortar. ¿Qué decir de una lámpara o de un vehículo? El salvaje no puede percibir la biblia del misionero; el pasajero no ve el mismo cordaje que los hombres de a bordo. Si viéramos realmente el universo, tal vez lo entenderíamos.”
Vale la pena señalar el dato de que el título del cuento proviene de aquella advertencia que le hace Hamlet a su amigo Horacio: “There are more things Horatio than are dreamt of in your philosophy”. La cita categoriza la inteligibilidad desde perspectivas utilitarias o instrumentales, simbólicas y científicas. El desconocimiento de estas dimensiones invisibiliza las cosas y sus relaciones. De la misma manera, el “colonialismo de la memoria” domestica las cosas, los objetos y sus relaciones, impidiendo que sean perceptibles otras formas y otras relaciones. “Recordar mal”, o “mirar mal”, entonces también son una forma de la ignorancia.
En su manipulación de los objetos o cuerpos simbólicos y su despliegue de estos en el espacio, Víctor desestabiliza aquellas formas consensuales en las que precibimos las cosas. En su texto dedicado a la instalación de Víctor tituada “Ciudad sobre ruinas”, Julio Ramos comenta lo siguiente:
“Cuando las cosas pierden sentido, expulsadas del reino instrumental del uso y el consumo, cuando quedan desalojadas del régimen del régimen del valor, el orden ya fuera económico o simbólico que les aseguraba un lugar transferible en el intercambio humano, la materia arruinada, de ontología maleable, vuelve a quedar expuesta a intervenciones y a re/animaciones inesperadas.”
Esta pérdida del sentido es precisamente aquél “olvido de los nombres de las cosas” del que hablaba anteriormente. Víctor practica distintas estrategias para efectuarlo. Pintar, raspar, quemar, marcar y hendir las superficies son algunas de ellas. Estas intervenciones sirven para desmontar, descontextualizar y deconstruir los objetos distanciándolos de sus usos y sus significaciones originales, abriendo una brecha para mirarlos y pensarlos de maneras novedosas.
Estas operaciones, sin embargo, no significan una borradura u “olvido” absoluto de la historia de las cosas. Como un atleta-luchador-bailarín de jiujitsu, Víctor les da licencia a sus artificios para que arrastren consigo aquellos “vestigios de memoria” (la carga semántica y simbólica contenida en los nombres dados a los objetos) en un movimiento de enriquecimiento y resignificación. En su “olvido” del nombre, ellos preservan indicadores que encausan la memoria asociativa.
Hay también en la instalación “Levedad y Susurros” una voluntad de “recordar” la obra pretérita de Víctor de una manera distinta. Por ejemplo, su trabajo fotográfico aparece representado aquí como “fotos expandidas” que devienen artefactos manipulados e intervenidos sin abandonar su función figurativa y alusivas a temas que se repiten en su obra. Sobre su obra fotográfica anterior, específicamente su exposición “El cuerpo y el autorretrato extendido” ha escrito Rubén Ríos lo siguiente: “Aunque hay en sus piezas el residuo de la fuerza antigua del retablo, del sacrificio y sobretodo del cuerpo dolido y traspasado, estos referentes adquieren una refuncionalización por obra y gracia del montaje, que los coloca en un espacio nuevo, inaugural”. Aunque en esta instalación la fotografía de Víctor explora otros territorios sin abandonar los ya visitados, sigue vigente el gesto de “refuncionalización” de la fotografía mediante el montaje.
De su instalación anterior, “Ciudad sobre ruinas”, regresan vestigios a manera de ladrillos, fragmentos inscritos con textos, carbones y libros quemados, que también se “refuncionalizan” y hallan nueva efectividad significativa en el nuevo contexto de esta instalación. En su conjunto, los objetos desplegados funcionan como una “máquina de pensar” de Raymundo Lulio, o aquella “caja de herramientas” conceptuales de Deleuze y Guattari. Catalizan formas nuevas de pensarlos a ellos mismos, al espacio y al mundo. Formas que dialogan a veces acompasada, a veces polémicamente con sus manifestaciones anteriores.
El espacio del susurro
Al igual que los “actos de habla” transforman el estado de cosas del mundo simbólico en el acto de su enunciación, la ubicación de los cuerpos semánticos trastocados de Víctor en su despliegue tridimensional transforman el espacio que habitan. Al manipular los objetos, descontextualizarlos y colocarlos en relaciones nuevas e inusitadas con otros cuerpos semánticos, Víctor trastoca y reconfigura el espacio mismo. El espacio, si se quiere, deviene lugar. En su convergencia y concurrencia, los objetos conforman un espacio nuevo donde ocurren cosas nuevas. Nosotros, nuestros propios cuerpos se dan cita, hacen acto de presencia en conversación con los cuerpos semánticos de los objetos trastocados y dispuestos a la contemplación, a aquél “bien mirar” al que nos conminó Mara al principio. Las cosas que veo aquí las he visto antes, pero presentadas distintas. No las veo “como antes”, no las “reconozco” como antes, no las “recuerdo” como antes. Estas transformaciones de la percepción y del pensamiento son solo posibles aquí. En este lugar. En este lugar que no existía antes de hallarse habitado por estos objetos, por estos cuerpos semánticos trastocados y dispuestos de esta manera.
En este espacio se piensa y se habla distinto. Hay un estilo de pensamiento propicio para este espacio, y este espacio propicia cierto tipo de pensamiento, cierto estilo. Porque esa es la cosa: estas cosas que nos rodean han abandonado sus nombres anteriores y aún no tienen nombres nuevos, no han sido nombradas aún. No hay nombres, palabras aún para nombrarlas. Al trastocarlas, Víctor atenta contra la tiranía de los nombres y el colonialismo de la memoria. Mediante estos actos de presdigitación, este espacio deviene otro. Es aquél “espacio nuevo, inaugural” al que hacía referencia Rubén Ríos en la cita de arriba. El estilo de pensamiento que este espacio propicia podría denominarse como “poético”.
¿No es acaso la poesía la suspensión (el “olvido”) de los régimenes lingüísticos que se imponen a las palabras en convergencia y concurrencia, para permitirles “significar” de maneras nuevas y distintas en un movimiento emancipador? ¿No “olvidan” las palabras sus nombres “propios” en la poesía para “recordar” significaciones novedosas? De manera similar, mediante las manipulaciones e intervenciones que practica sobre los cuerpos de los objetos, Víctor libera los potenciales semánticos de las cosas transformando el espacio en un “lugar donde se piensa distinto” o un “lugar para recordar distinto”. Ante el colonialismo de la memoria, Víctor nos convida a olvidar los nombres impuestos a los objetos de la cultura, permitiéndonos la posibilidad de pensarlas, y pensarnos, de otra manera. Aquí radica el potencial político y liberador de la instalación “Levedad y susurro” de Víctor Vázquez.
Conferencia leída en el contexto de la instalación “Levedad y Susurros”, expuesta en la Sala Francisco Oller de la Universidad de Puerto Rico hasta finales de enero de 2024