El mundo no es otra cosa
El mundo no es otra cosa que la palabra. Quiero decir, el mundo no es otra cosa que lo que logra componerse y articularse en la medida en que se apalabra. Ya lo figuraban los griegos antiguos cuando insistían en que el elemento distintivo de los seres humanos era el logos, la palabra o discurso. El logos, la palabra,era, es, la condición necesaria, ineludible, que constituye tanto mi propia subjetividad así como la articulación de los ‘nosotros’ en las diversas instancias: el nosotros del vecindario, el nosotros del país, el nosotros de la sociedad, el nosotros de la amistad, o el nosotros del amor.
No hay mundo humano, pues, sin palabras. La palabra, las palabras, dichas así o leídas así sin más, suenan huecas, artificiosas, y acaso hasta frías. Y en efecto, hay habla y hay habla. Constataba Heidegger –lo que parecería hoy por hoy una obviedad por demás—que una cosa es el habla y otra el decir. Todos hablamos todo el tiempo, no obstante no siempre se dice algo que capte o que evoque sentido.
Contra esa aparente –y solo aparente—frialdad de las palabras arremete con fuerza, con algo de candor y con mucho calor el mundo no es otra cosa de Yara Liceaga. Y digo con mucho calor con toda la intención del mundo, porque en estas páginas recorre un gran ardimiento, en sus dos sentidos, así sea cuando los textos evocan placer, gozo, inseguridades, sufrimiento, nostalgia, melancolía, miedos, temores, ansiedades o incluso cuando hace referencia a prácticas cotidianas que componen a veces los mejores momentos de la vida. Las palabras de Yara en este libro son incandescentes, logran evocar sentido activando los sentidos y apostando a la rica polisemia:
“todo siempre termina en olor.
y en fantasma (44)”
Yara lleva razón, hay relaciones humanas a las que uno remite de manera más inmediata a través de todos los distintos sentidos. Una hija, un padre o una madre, un amante, un pana, un despreciado, a veces son evocados por uno a partir de olores, sabores, sonidos, ruidos, sin que tenga que mediar necesariamente la imagen visual (que a veces es la más engañosa de las imágenes). Y digo ruido y sonido muy adrede porque también el poemario le da gran presencia al sonido, particularmente a la música, a la música como sonido, a la música como ritmo, a la música como acompañamiento, y a la música como artefacto material. Aquí hay hidden tracks, bonus tracks, caras B, feedback, Straight No Chaser, grabaciones en sistema Súper 8, y por supuesto la presencia del silencio que es siempre la cara B, a su vez, del sonido.
Nosotros somos nosotros y a veces, como dice el título de uno de los textos, “somos los otros” (66). De hecho, gran parte del poemario parecería articular un parafraseo de la notoria expresión de Ortega y Gasset para que dijera entonces ‘yo soy yo y mis fantasmas’. Entiéndase, que se evocan imágenes que expresan continuamente la presencia de las ausencias y de los ausentes. Lo peor de todo es que estos fantasmas a veces atormentan y sabemos que no hay posibilidad alguna de contar con ghost busters que nos libren de ellos: “lo que quiero decir/ es/ que algo me atraviesa” (41). ¿Qué hacer entonces? Supongo que lo que hace Yara, apalabrarlos, muy hermosamente; hermosura que además se enriquece con las bellas ilustraciones de Nieves Pumarejo. Otra expresión muy conocida de Heidegger es: “el lenguaje [Sprache; habla] es la morada del ser”. Entonces, en el lenguaje moramos, el lenguaje nos habita. El habla, también decía el filósofo que pasó por el nazismo, tiene como función principal la alétheia, develar, desocultar. El mundo no es otra cosa porque aquí queda develado, desocultado, expuesto.
Muchas gracias Yara.