El son de Julieta Victoria
Era una noche lluviosa en el Viejo San Juan, el auditorio del Centro de Estudios Avanzados se fue llenando de gente, de mucha gente, muchos jóvenes y también setenteros. Los jóvenes, a quienes se le veía comprando el libro y leyendo con desesperación, eran en su mayoría estudiantes fieles y admiradores de su profesora, que era ahora la autora de un libro de memorias. Y los setenteros, eran algunos coprotagonistas de la década de los setenta, marcada en Puerto Rico por un particular entusiasmo que nos hizo creer y sentir que podíamos volcar el mundo de abajo arriba, como bien sugería aquella consiga política del independentismo: “arriba los de abajo”. Y al frente del auditorio, Julieta Victoria Muñoz Alvarado, la autora de Tarareando en clave el son de los 70 y Héctor Feliciano destacado escritor y conspirador del proyecto que culminó en este libro de memorias que, según consta la autora en su dedicatoria, se propone como parte de la “ascesis del acto creador”.
Confieso que tuve que buscar la palabra en el diccionario…y eso inmediatamente me sedujo más con la lectura del texto… Luego, al descubrir el significado de la palabra -conjunto de reglas y prácticas encaminadas a la liberación del espíritu y al logro de la virtud- me dije: “¡Qué diferente! ¿Qué será lo que nos quiere contar Julieta?” Pero la seducción no se detuvo y antes de comenzar a caminar con Julieta por esos enramados de la ascesis, dos textos hermosos nos facilitan la entrada a esa caminata: el primero La Clave de Luis Hernández Mergal y el segundo el Prólogo de Luce López Baralt.
Muy pertinente y elocuente el primer texto de Hernández Mergal, en el que sabia y muy claramente, como suele hacer en sus ensayos de crítica musical, nos da una breve clase magistral sobre la música, el ritmo, la clave, y además aporta explicaciones fundamentales para poder entender el tarareo de Julieta: “…la clave es la llave que abre las puertas al mundo mágico de la polirítmica afrocaribeña. Pero la clave no se analiza. La clave se intuye, se siente, – y no solo en el alma o en el corazón, sino en el vientre, en las caderas…” La música en estas memorias no sólo es un melodioso y familiar hilo conductor a través de sus 18 viñetas con canciones muy populares de la década del 1970. La música, el tarareo, es lo que nos va abriendo el alma, para entender intuiciones, sensaciones del corazón y del cuerpo.
El Prólogo de Luce López Baralt es, como todo lo que escribe esta renombrada crítica literaria, elegante, preciso, al grano, y que, en mi opinión, se constituye en el primer son que nos da claves de qué son y cómo abordar estas memorias, esta ascesis. De las muchas claves que identifica Luce, hay varias que me entonaron para el recorrido que estaba próxima a iniciar con el tarareo de Julieta. Primero, según destaca Luce, “la ambigüedad silenciosamente buscada del texto”, donde hay ritmo, porque hay pausas y silencios, no porque se pare la música, si no por lo que se quiere sugerir y por lo que se guarda, porque lo que importa es el aprendizaje, la reflexión, para poder seguir con el ritmo de la vida a pesar de, en palabras de Luce, “la magnitud del dolor que se insinúa”, pero todo arropado por una “aureola de piedad” que es capaz de seguir el tarareo en clave, con el son, a pesar de todo, “porque ha buscado el perdón y solidaridad humana” y más importante, según se destaca al final del prólogo, porque “Julieta Victoria todo lo ha perdonado porque parecería que también se ha sabido perdonar a sí misma”.Y entonces, comenzamos, la lectura de estas memorias en una “forma no personal” primeras cuatro palabras claves, también para entender cómo esa reflexión tan personal como son unas memorias, se proponen como un instrumento que nos puede ayudar a tararear también otras vidas y así se busca desde el comienzo la implicación de ese lector amable, que también ayudará a sonar la clave, por la experiencia y en el entendimiento compartido. Y mucho antes de lo que imaginé, ya en la segunda viñeta- Génesis– escuché el son compartido de vivencias que nuestra generación setentera tuvo a raíz de la militancia en partidos y grupos de izquierda donde nuestro entusiasmo, candidez y prisa por cambiar el mundo, impuso un ritmo en el que, a veces, perdimos el son. Y Julieta, nos ofrece su historia, para que nos sea útil y animarnos a entender trozos de nuestra historia colectiva, que es la de ella también, y que el proceso sea como dice ella misma “de cocción lenta, con calma,…una lectura de mi vida que procede a hacerse cuando queremos entenderla”. Encontré muy pertinente su testimonio sobre la militancia en grupos de izquierda, que me hizo recordar también las famosas sesiones de “crítica y autocrítica” la metodología de obligarnos a hablar- y confesar los errores, “nos quitaban la alegría”…y salté eufórica al enterarme de su genial respuesta, cuando al renunciar a la colectividad en la que militaba, le advirtieron que “nadie renuncia a un partido revolucionario” a lo que contestó desenfadadamente ella: “pues seré la primera”.
Estas memorias son diferentes y valientes. Julieta Victoria tiene la generosidad de compartir un trozo de su vida, para darnos una lección magistral de cómo hacer con algunas piezas dolorosas que a veces queremos enterrar y olvidar, pero que es también bueno arriesgarnos y buscarlas y entenderlas, para poder entonces liberarnos de ellas. Entonces el texto se va construyendo como un instrumento útil, así como ella habla de su cuerpo, cuando a raíz de un terrible accidente de automóvil: “me despegué de mi cuerpo, en una traslación astral, vi mi cuerpo desde arriba… y entré a él…y desde ese momento supe que lo que soy no es mi cuerpo, habito en él, es útil, es lo que me permite hacerme y moverme, mas no soy ello”. De modo similar, para el lector las memorias, no SON ella, la autora, son estas memorias un instrumento, para poder entender mejor, para poder tararear mejor este paso por una vida y por nuestras vidas y poder saborear con todos los matices, dulces y amargos, nuestra existencia.
Hay que destacar la escritura transparente y bien articulada del texto. Da gusto leerlo y por lo bien escrito es muy ágil de leer y debería leerse más de una vez para captar todos sus sones. Y también destacar, su momento de publicación. Qué casualidad que en estos meses se publican también otros dos libros de memorias relacionados con un ex gobernador (una de sus hijas, su ex viuda), pero qué sones tan diferentes al Tarareo de Julieta. Diferentes y casi estridentes, esas otras memorias porque, suenan a voces /sones solitarios, sin claves que los mantengan, que no logran liberar sus cuerpos y almas, porque se amarran demasiado a la historia pequeña y personalista.
Por último, pero no menos importante, felicitar la iniciativa de Javier Ortiz y la Librería La Tertulia de hacer posible que se divulguen textos como el de Tarareando en clave el son de los 70 y así han hecho posible que nos llegue esta “música callada”, música que celebra la vida. Así como Julieta atesora de su accidente la oportunidad que le dio de recibir la generosidad de tanta gente, este libro nos ha permitido recibir la generosidad de Julieta para con su gente y su profundo agradecimiento por la vida que, según ella ha aprendido, es la memoria del corazón.
La Sala de Actos del Centro de Estudios Avanzados se mantuvo repleta hasta el final. La lluvia se disipó, todos los libros llevados por los tertulianos Javier y Pablo se vendieron, y una vez concluida la presentación, quedaba la autora en el escenario, dedicando su libro y quizá tarareando nuevos sones.
*Lea una de las viñetas de Tarareando en clave el son de los 70