Fiesta de pueblo
—¡¿Quién es ese que se escucha?!
La respuesta vino enseguida.
—¡Es el pueblo en pie de lucha!
Ella, sonriente, no aguantó la tentación y volvió a preguntar:
—¡¿Quién es ese que se escucha?!
Las sesenta mil almas congregadas en el estadio de béisbol Carlos Delgado, según cifras oficiales, repitieron su contestación:
—¡Es el pueblo en pie de lucha!
Fue una sola voz. Frenética, maravillosa, electrizante. Un aplastante bloque de sonido. Las palomas, reposando en el techo de las gradas, huyeron despavoridas.
La animadora levantó los brazos y los agitó eufórica. Le resultaba deleitoso manejar un público hambriento de emociones, dispuesto a todo. La fiesta estaba buenísima. Un momento de verdadero gozo colectivo. Los organizadores se habían botado.
Pidió un fuerte aplauso para la orquesta de salsa que acababa de finalizar su presentación. Era la quinta del espectáculo que había comenzado poco antes del mediodía. Todo un banquete para el público que, a pesar del sol quemante, abarrotó el estadio desde temprano.
Y faltaba lo mejor, el plato fuerte del evento.
Con un tono de voz más solemne, la animadora recabó la atención de los asistentes. La algarabía fue amainando y finalmente reinó el silencio.
Detrás de la mujer, los técnicos de montaje instalaban la guillotina. Una enorme pieza de ébano negro y acero damasquino construida expresamente para la ocasión. Preciosa, imponente, sublime. Una obra de arte de cálida belleza e indiscutible funcionalidad.
Cuando todo estuvo listo y se le dio la señal, la animadora presentó a los diversos funcionarios del gobierno e invitados especiales. Cada uno fue ocupando su debida posición en la tarima. El mayor aplauso se lo llevó la presidenta y ella, reciprocando el gesto muy a su manera, se acercó al borde de la tarima y agitó sus brazos efusivamente. También gritó algunos de sus lemas más populares. La masa se enardeció y más cuando ella se agarró la camiseta para resaltar lo que llevaba inscrita a la altura del pecho. ¡Picota/Just Do It!
Entre risas, la animadora tuvo que pedir silencio a la multitud nuevamente. No era fácil lograr que la presidenta se sujetara al protocolo. Le encantaba ese tipo de interacción con el pueblo.
Luego vino la presentación del verdugo. Una de las sorpresas de la tarde.
Cierto que el gobierno tiene verdugos muy experimentados —adscritos a la Secretaría de Seguridad e Integridad Nacional o SSIN como se le conoce públicamente— pero esta vez se contrató uno del extranjero. Pura extravagancia, y así lo comunicó la presidenta para calmar ansiedades en el seno de sus organismos de seguridad.
Y es que tiempo atrás, en una reunión de jefes de Estado del Caribe, le hablaron de un verdugo saudí llamado Ahmad. Según informado, un showman capaz de trocar un acto cruel y gris en uno festivo y muy ameno. Vista la oportunidad, la presidenta ordenó que se le contactara y, tras las conversaciones de rigor, se pactó un contrato de servicio. Por petición del propio saudí la cuantía acordada se mantuvo bajo confidencialidad.
Cumplidas las presentaciones y saludos protocolares, procedió el momento más esperado.
En fila india los miembros del equipo nacional de baloncesto, incluido su cuerpo técnico, subieron a la tarima escoltados por oficiales de seguridad. Los veintitrés hombres fueron condenados a muerte por el máximo tribunal de la república al no lograr la clasificación al mundial de la FIBA, en un torneo celebrado seis meses antes en España. El fracaso fue un golpe nefasto para las expectativas del país. Imperdonable. Las promesas empeñadas, las ilusiones, los sacrificios y tantos recursos invertidos se fueron por la borda en un santiamén. Fue mucho más que un fracaso. Fue una vergüenza, una humillación, una afrenta que vengar.
Ni siquiera el director de la federación de baloncesto, casado con una prima de la presidenta, se salvó. El pueblo ama los castigos ejemplarizantes.
Los hombres fueron colocados de frente al público. Se les prohibió, entre otras cosas, bajar la mirada al suelo. Debían encarar al pueblo hasta el último minuto. Cualquier exabrupto en la tarima acarrearía lamentables consecuencias. No fue necesario explicarles qué significaba la advertencia.
Con ustedes la secretaria de Seguridad e Integridad Nacional y directora de la Comisión de la Vergüenza Patria, anunció la animadora.
La mujer, una coronela de las fuerzas armadas de la república, se paró en el podio, colocado a la izquierda de la tarima, y profirió lo siguiente:
“Por deshonrar el honor patrio y menoscabar las esperanzas de nuestra noble y valerosa Nación, declaramos públicamente que estos atletas serán ejecutados como una muestra irrefutable de la verticalidad de nuestro gobierno. Esta guillotina simboliza nuestra férrea voluntad en defensa de nuestra dignidad. Sepan, todos y todas, que nadie juega con las esperanzas de nuestro pueblo. Sepan, todos y todas, que nadie juega con el honor de nuestra Nación, que es el honor tuyo, mío y el de todos y todas y cada uno de nosotros y nosotras, hijos e hijas de esta bendita tierra. Quien lo hace se convierte en nuestro enemigo y a nuestro enemigo le damos un mensaje inequívoco: Esta Nación se respeta.
Hoy, 22 de marzo del año 2015, ante todos y todas ustedes aquí citados y los miles de ciudadanos que ahora nos ven por televisión, ejercemos con determinación y orgullo la aplicación de la ley. Es nuestra voluntad porque es la voluntad de ustedes, el Pueblo de Puerto Rico.”
La coronela y la presidenta se fundieron en un abrazo.
Tras ello, la jefa de Estado dio un paso al frente, levantó su puño derecho y, mirando al verdugo, bajó el pulgar.
La multitud volvió a gritar.
El primer decapitado fue el capitán del equipo. Algunos jugadores se orinaron encima y otros lloraron, aunque por lo bajo.
Al poner la cabeza del jugador en la guillotina, Ahmad sacó su larga espada, efectuó unos lindos movimientos y pinchó al condenado en las nalgas. Por reacción automática este último levantó la cabeza y entonces bajó la hoja.
Fue uno de los muchos trucos que el verdugo empleó para deleitar a la concurrencia.
Veintitrés veces bajó la guillotina. Las cabezas se amontonaron en una cesta grande y los cuerpos retirados de la tarima dentro de bolsas negras. Por orden de la presidenta se dejó para último al dirigente del equipo. Lucía catatónico cuando llegó su turno.
Como si se tratara de un golpe de efecto, su cabeza cayó fuera de la cesta y rodó casi hasta el borde de la tarima. El verdugo, un maestro del espectáculo, no desaprovechó la oportunidad. Caminó lentamente, la cogió por el pelo y la mostró al público. Se paseó de esquina a esquina de la tarima haciendo aguaje de lanzarla. No importa el lugar, a la gente siempre le gusta ese tipo de travesuras. Después miró a la presidenta y pidió que se acercara. Ella, sonriente y haciéndose la sorprendida, aceptó. Le pidió que la agarrara por el pelo y ella lo hizo sin pensarlo un segundo. Luego sacó su teléfono para hacerse un selfie con la cabeza sangrante.
La foto fue subida inmediatamente a la cuenta de Instagram de la presidenta.
Amante del fútbol, el saudí cogió la cabeza y la pateó con tanta fuerza que cayó en las primeras filas del público. En menos nada, la gente comenzó a pasarse la cabeza del otrora dirigente como si se tratara de una de esas bolas de plástico que animan los eventos deportivos.
Entre vítores, la animadora despidió al verdugo. Nos gustaría tenerle pronto por acá, dijo. El público, complacido, le brindó un aplauso a la altura de su entusiasmo.
No se vaya nadie, expresó ella, ahora viene el gran cierre musical de esta fiesta de pueblo.
Al otro día, la SSIN publicó un comunicado de prensa solicitando la cooperación de la ciudadanía para encontrar la cabeza del dirigente ejecutado. La misma debía colocarse en el Museo de la Deshonra Patria. De lo contrario, tendrían que conformarse con una simple foto.
No privemos al pueblo de un pedazo de su historia, decía el comunicado.
Las autoridades confiaban plenamente en que pronto darían con ella.