Ghost Story: alma en pena, créanlo o no
No puedo contar la trama de la película, si es así que se puede llamar lo que sucede, pero les advierto que, como he dicho muchas veces, está cinta muestra que la trama a veces no importa, y es cómo está contada lo que nos conmueve. En este filme, ese es el caso. Hay que entender, antes de ir al teatro, que el filme se trata, entre otras cosas, de la pérdida de un ser amado y de ese periodo que sigue que llamamos luto y que, si recurrimos a conceptos psicológicos, podríamos llamar depresión. Es una reacción normal que solo se considera patológica si se prolonga y no deja que quien la sufre funcione como un ser normal. Pero, ¿cómo se llama si quien sufre es un fantasma?
El filme plantea que el “fantasma” del ser desaparecido acompaña al que sufre, pero que, inevitablemente, lo hace en silencio, tal vez porque él también sufre. Podríamos decir que el propósito de la cinta es explicarnos lo que es “un alma en pena”. En un ser que vive en un silencio que a veces rompe ante el desespero de no poder controlar el mundo que ahora existe sin su presencia y que, por lo tanto, no puede controlar porque lo excluye. El mundo real no quiere instrumentos desmaterializados, la vida gira alrededor de lo material, de lo tangible, de aquellas cosas que certifican que estamos vivos y somos parte de los sentidos que viven en el ser humano.
El guión escrito por David Lowery, quien también es el director del filme, enfoca el concepto de qué es lo que representa nuestro legado. Qué nos conduce a mantener viva en la memoria la cadena que resultan ser nuestros antepasados y nuestros sucesores. Lo hace de una forma sorprendente pues ocurre en el equivalente de un soliloquio shakesperiano de quien uno menos se lo espera. Más importante, es que ocurre con una espontaneidad asombrosa en una circunstancia que nos adentra al tema de una forma sutil y convincente. En un filme en que el silencio predomina, el pronunciamiento tiene los elementos de un largo poema que nos hace flotar entre lo imaginario y lo palpable, que parece anclado en la densa realidad de una fiesta cuya naturaleza niega que pueda haber entre los asistentes un filósofo del calibre de este vidente de la relación entre el universo y nuestro psiquis. Nos hace pensar en una reunión que se conduce entre gente de escaso discurrimiento en la que se esconde un Nietzsche, que es uno de los filósofos que la protagonista lee (vemos uno de sus libros cuando son lanzados al piso). La propuesta es un gran comentario en contra del prejuicio de clase y la arrogancia del educado, que cree reconocer el que no lo es basado en su apariencia.
El fantasma en el filme no depende de efectos especiales ni de dibujos animados. Es “algo” que ocupa espacio, debajo de una sábana blanca que cambia de coloración por múltiples razones y cuyo tono de blanco depende de dónde está, qué hace, y qué espera. Además, el fantasma que habita la casa donde viven los protagonistas “C” (Casey Affleck) y “M” (Rooney Mara) tiene una “fantasma” vecina que espera, como le dice desde lejos, “por alguien”. Es un fantasma que “mira” a través de redondas aperturas en la sábana que lo cubre sin que haya evidencia de que tiene “ojos”. Tiene la apariencia que se imaginan los niños cuando quieren simular un fantasma.
Según el guión (y no tenemos pruebas a favor o en contra) estos fantasmas tienen sus videntes; en el caso del que habita la casa de los protagonistas, un niño que es evidente que no le teme, es el único que lo ve, tal vez porque se comportan de forma parecida. Es un postulado de peso ya que los niños de hoy día saben muy bien qué es real y qué está en su imaginación. De hecho, la reacción del niño, cuando se le aparece con intención de asustarlo, es genial.
Esta película no es para aquellos que quieren acción, movimiento y urgencia. Es una en que la imaginación y la capacidad interpretativa del que la ve tienen que trabajar a tiempo extendido y sin distracciones. Pero el círculo (tal vez elipsis) que resulta entre el fantasma “principal”, los protagonistas y el espectador, es de una cohesión que puede convencer, a pesar de la falta de evidencia, de que existe una conexión entre lo desconocido y lo tangible; que, por lo menos en la ficción, la conexión con el más allá es hermosa, posible y misteriosa. Créalo o no, aun el más positivista.