Jersey Boys
Vi la producción teatral de Jersey Boys en Chicago en 2007 y quedé deslumbrado por la puesta en escena, la coreografía y las voces de los actores, que me transportaron a los sesenta del siglo pasado. La agilidad y los distintos puntos de vista de la narración hicieron de la comedia musical una experiencia distinta a la que se acostumbra ver en el género. Además de comedia musical esta obra básicamente es la “biografía” de cuatro muchachos de Nueva Jersey que se convirtieron en el cuarteto “The Four Seasons”, uno de los grupos más exitosos en la historia de la música popular norteamericana. Ese nuevo enfoque narrativo (cada uno de los miembros del grupo narra una de las “estaciones”) y la singularidad de la música le ganaron a la obra el Tony como mejor musical del año en que debutó en Broadway (2006) y el Lawrence Olivier Award como el mejor musical de la temporada (2008) en el West End en Londres. Aquellos que la han visto en el teatro saben que es un musical espectacular, de una agilidad dramática excepcional, que su música se destaca por las voces que imitan los tonos del cuarteto original, que la puesta en escena es un logro especial (hay varios niveles físicos por los que los actores y bailarines tienen que fluir), y que la coreografía del bailarín colombiano Sergio Trujillo es original y excitante.
Hay en el género biográfico musical fílmico bastantes aciertos cuando se basan en una sola estrella cuyos logros y desbarajustes dominan la narración. Se puede pensar en “Ray” (2004) que trazó la vida de Ray Charles (Jaimie Foxx) y “What’s Love Got To Do With it?” (1993) que creó la vida de Tina Turner (la gran Anglea Bassett) y nos restregó en la cara el problema del abuso doméstico. Escojo estas dos porque para mí son lo mejor del género. Ambas películas ejemplifican las dificultades de dos personas de color en el mundo hostil y racista norteamericano y eso agudiza el patetismo de las situaciones de los personajes.
Lo difícil de convertir la vida de los cuatro principales de “Jersey Boys” en algo interesante y coherente es que ninguno de ellos individualmente tenía suficientes tribulaciones o historia en su vida para formar un drama o una película que girara alrededor de sus problemas. No se puede descartar el prejuicio tenue que aún existía contra los italianos, pero no comparaba con el que había y todavía perdura contra las personas de color. Para la obra teatral Marshall Brickman (antiguo colaborador de Woody Allen) y Rick Elice escribieron un libreto superlativo con el poco drama que podían extraerle a las vidas individuales de los miembros de “The Four Seasons”. Sabiamente, los productores, entre los que está Clint Eastwood, quien dirigió el filme, retuvieron nuevamente al duo Brickman-Elice y el resultado es feliz, hasta cierto punto.
El grupo, que se inspiró en el letrero de una bolera y no en Vivaldi para escoger su nombre, comienza su vida musical alternando sus noches con acciones vandálicas y una serie de hurtos menores y no tan menores. En la película vemos como esas actividades ilícitas llevaron a dos de sus miembros a tener expedientes policiales (y cumplir tiempo de cárcel) y a dejar su huella turbia en sus familias. No es sorpresa que los muchachos se involucraran con Gyp de Carlo (Christopher Walken) un jefe mafioso que le tomó cariño al adolescente Frankie Castelluccio. El muchacho se cambia el nombre a Valli, y con sus dos mejores amigos, Tommy DeVito (Vincent Piazza) y Nick Massi (Michael Lomenda), va tocando su música de un lugar de poca monta a otro sin mucho éxito.
Aparece Joe Pesci (sí, ese Joey Pesci; el que se ganó un Oscar como mejor actor de reparto en “Goodfellas” en 1990), representado por el actor Joey Russo, quien les presenta a Bob Gaudio (Bob Bergen) un músico y compositor que entiende es la persona perfecta para completar el cuarteto. El resto es la historia de los éxitos y los fracasos de los cuatro componentes de este grupo inolvidable.
Como insinué un par de párrafos arriba, la primera parte de la película no tiene la fluidez de la obra de teatro. Parece al principio que estamos viendo un melodrama de los Dead-End Kids de la vieja Warner Brothers. Uno espera que en cualquier momento aparezca Jimmy Cagney y le de un par de bofetadas a estos mozalbetes, particularmente a Tommy, para que deje de ser un idiota. La lentitud del comienzo se acentúa por la ausencia de la coreografía que mueve los actos y las “temporadas” en la obra teatral. Como uno lo anticipa, la obra está dividida en dos actos. El primero es primavera y verano; el segundo otoño e invierno. Las estaciones son una metáfora de lo que les sucede a los personajes.
En esta primera parte de la película sobresale la participación del hombre más extraño de la tierra, Christopher Walken, quien en esta cinta no nos decepciona con sus peculiares inflexiones al hablar y sus ritmos excéntricos al decir sus líneas con actores que están preocupados por sus acentos de Jersey. Es imposible ignorar a este actor excitante y siempre notable en cualquier papel que interpreta. Gracias a él soportamos los lentos y predecibles pasos iniciales de nuestros héroes hasta que damos con la otra sorpresa de la primera mitad: el actor Mike Doyle representando al productor musical y promotor innovador, Bob Crewe. Crewe, un personaje de múltiples talentos en la vida real, fue quien impulsó a los Four Seasons y compuso para ellos varios de sus éxitos más resonantes. Doyle representa al flamante, extrovertido, amistoso y rimbombante productor con el gusto que permite el no tener inhibiciones ante las cámaras. También hay que destacar la actuación cómica y dramáticamente efectiva de Michael Lomenda como Nick Massi. El más práctico de los cuatro (Gaudio era práctico e introvertido), su visión de lo que significó el torbellino de fama que vivieron es certera y deprimente, pero deja claro que puede ser una posición peor que el anonimato.
Desde el punto de vista cinemático, las cosas mejoran cuando el grupo ya acoplado comienza a cantar sus canciones exitosas y nosotros a apreciar la música y los sonidos que aliviaron un poco la época de los misiles de Cuba y la guerra en Vietnam. El drama se agiliza, se cantan bellas canciones, y reconocemos cómo los primeros años de la vida determinan lo que le ocurre a muchas personas más tarde. El final, que recuerda el de “Slumdog Millionaire”, es un número que está más cercano a lo que es la obra de teatro… casi todo el tiempo.
Clint Eastwood tiene un lado débil para la música, particularmente para el jazz, y es compositor (ha escrito las partituras de algunas de sus películas) y cantante, pero eso no lo rescató del desastre de “Bird” (1988), un bio-pic del saxofonista Charlie Parker. Por alguna razón, como está a plena vista en “Jersey Boys”, si se desvía de los temas de acción, su mano no es tan segura como cuando está en su elemento. Haber escogido este proyecto es ser casi tan excéntrico como Chris Walken. Es como si “Dirty” Harry Callahan quisiera bailar un tango cuando lo que conoce es el bee-bop. Pero, si lo quiere hacer, ¿quién le dice que no?