Lo de solidario no debe quitar lo de crítico
Las palabras y preguntas del ya amigo mediático Ignacio Rivera de Fuego Cruzado (programa de comentario y análisis que diariamente transmite Radio Isla 1320 am en Puerto Rico) parecen ser las más adecuadas para expresar lo que sentimos la mayoría ante la inexplicable tragedia que poco a poco van desenredando los medios de comunicación.
¿Cómo es posible que un hombre abra fuego sobre niños de escuela elemental y sus maestros? ¿Qué lleva a un ser humano a cometer tan despreciable acción? ¿Qué está pasando por la mente de un individuo que comete una acción tan vil?
Siendo la mente de la mayoría de las personas como es, de inmediato comenzamos a buscar respuestas a estas preguntas, mientras intentamos “resolver” el problema aún cuando en realidad no lo entendamos del todo.
En casos como el que ocupa este escrito, de inmediato surgen dos “chivos expiatorios” o dos sospechosos habituales que fungen como plataforma para disparar el “pánico moral” y como llamado a la acción rápida.
De esta manera y a solo minutos de la tragedia, escucho voces muy respetadas por mí llamando al control y limitación de derechos constitucionales como respuesta ante la incomprensible tragedia.
Incluso portavoces de la campaña en contra de la restricción al derecho absoluto a la fianza como forma de combatir la criminalidad, ahora señalan al derecho de los pueblos a portar armas y a la libertad de expresión de los productores de video juegos como los promotores, si no los causantes, de estas tragedias.
Soy solidario con el dolor ante la tragedia, pero lo solidario no puede quitar lo crítico y al igual que en el caso de la fianza, dejo claro que “mis derechos” no son la causa de la violencia o la criminalidad.
En mi caso, no soy amante de las armas de fuego. Por más de veinte años cubrí como reportero gráfico y luego radial la escena policiaca. Documenté el arresto y los procesos legales de cientos de asesinos, muchos de ellos vinculados a legendarias familias u organizaciones de narcotraficantes en el sur de la isla y nunca tuve la necesidad de cargar y mucho menos usar un arma de fuego. A mis 54 años edad admito que nunca he empuñado un arma, no sé lo que se siente hacerlo.
No obstante, a pesar de mi aversión por estos aparatos de muerte y con mucho respeto, como observador social tengo que señalar que el atribuir estas tragedias al derecho que como ciudadanos tenemos a cargar las mismas es una solución acrítica o como poco simplista.
Otras sociedades donde las reglamentaciones de las armas de fuego son igualmente liberales, aún cuando no estén a nivel constitucional, tienen índices de violencia más bajos que Estados Unidos y nunca experimentan este tipo de agresión masiva e irracional.
Así también se debe señalar que millones de estadounidenses jamás han agredido a nadie a pesar de poseer, portar y cotidianamente utilizar para entretenimiento armas de fuego de alto calibre.
De igual forma y a pesar de que tampoco soy fanático de los mismos, tengo que apuntar a que esta lógica utilizada con las armas también aplica a los videos juegos.
Al igual que en Estados Unidos, millones de niños se divierten con estos juegos en todo el mundo industrializado sin que los niveles de violencia sean necesariamente comparables a los estadounidenses.
Más lejos aún, en su publicación Registros Criminológicos Contemporáneos, Sonia Serrano incluye un maravilloso ensayo donde Alexis Rodríguez Ramos desmitifica este entretenimiento como espacios que sirven de válvula de escape canalizando de forma aceptada la transgresión de lo cotidiano.
El negarme a utilizar los propuestos “chivos expiatorios” me obliga entonces a regresar a las pregunta del Don Ignacio, el de Fuego Cruzado.
Al mirar estos incidentes los mismos revelan patrones similares.
Comenzando con el hecho de que los mismos son un evento casi exclusivamente estadounidense. Los incidentes similares en otros países regularmente tienen motivaciones económicas, raciales, religiosas, políticas o mezclas de las antes detalladas.
En su inmensa mayoría los victimarios, a pesar de ser encarnaciones de los que ilusoriamente se creen dueños de la sociedad estadounidense, sufren de algún tipo de exclusión. Es decir, casi todos son varones, blancos, hijos de clase media, pero son excluidos socialmente por faltas de habilidades o aptitudes físicas, sociales o mentales.
Para los que apuntamos a la exclusión social como detonante de violencia, esto nos abre una puerta para el cuestionamiento y el análisis.
Por generaciones, las minorías raciales en Estados Unidos aprendieron a manejar y resistir la exclusión sistémica lo mismo por vías legales -organización social, comunitaria, sindical o política- como por vías ilegales -mercado negro o el crimen organizado.
En otros escritos apunto a fuentes teóricas que explican cómo el excluido o el colonizado -para utilizar los términos de Frantz Fanon-, utilizará la violencia como respuesta y resistencia ante el que lo excluye o lo coloniza.
Al parecer, es cierto lo que dice el Dr. Cornell West, quien apunta a que sobre todo después del 2001, alguno de esos nuevos pobres o excluidos blancos, es decir algunos de esos hijos de la blanca clase media estadounidense que por una u otra razón se sienten rechazados o excluidos, explotan en violencia ante la aparente falta de las destrezas que las minorías desarrollaron para manjar el miedo que genera su exclusión.
Es decir, un proceso desde el cual ilusoria y temporeramente se “empoderan” y reclaman el respeto social que creen merecer y que les es negado y que sociólogos como Mike Presdee llaman la “carnavalización del crimen”.
En fin, que buscando las respuestas a las preguntas de Don Ignacio, probablemente terminemos generando más interrogantes que respuestas.
Si es así, me parece que vamos por buen camino. Pues si algo aprendí como reportero policiaco, fue a desconfiar de las primeras versiones que sobre un crimen me daba la Policía.
Me parece que lo mismo aplica en este caso y que debemos aprender a desconfiar de las primeras respuestas que surgen ante interrogantes tan complejas como las preguntadas por el amigo Ignacio, quien como buen jíbaro de Adjuntas, se hace pero no es, y por eso solo pregunta.