Los puertorriqueños queer y el peso de la violencia
Raro porque muchas personas no entienden quiénes somos y no les interesa, y vivimos vidas marcadas por la invisibilidad, según demostró la manera en que muchos periodistas minimizan la especificidad de nuestra experiencia, exceptuando casos poco comunes como los de Anderson Cooper de CNN (ver aquí) y Lizette Álvarez y Nick Madigan del New York Times (ver aquí). Peligroso, porque estamos en riesgo de múltiples prejuicios y agresiones, tales como el racismo, la homofobia, la lesbofobia, la transfobia, o una combinación de estas. Aún peor, a estos retos se les suman los múltiples peligros de vivir en Estados Unidos, dada la alta incidencia de armas, las profundas desigualdades sociales, la carencia de servicios de salud mental comprensivos (y en algunos casos, de cuidado médico básico), y el aumento dramático de discursos xenofóbicos, ultranacionalistas y extremistas que enfrentamos.
Muchxs puertorriqueñxs en el archipiélago de Puerto Rico y muchxs americanxs en Estados Unidos han tardado en reconocer y aceptar a las personas queer, o más específicamente, en permitirnos vivir abiertamente y ejercer nuestras identidades de manera pública, como acto político, exigiendo reconocimiento social, político y cultural pleno. Un ejemplo: solo fue este año que el Desfile Nacional Puertorriqueño de la Ciudad de Nueva York reconoció a lxs líderes L.G.B.T., a pesar de décadas de activismo. Otro ejemplo: cuando comencé la investigación para mi disertación doctoral sobre cultura y migración puertorriqueña queer, muchas personas quedaban confundidas y me preguntaban que si de verdad había bastante material para llevar a cabo tal proyecto.
La voz popular mantiene que es preferible hacer las cosas en silencio o en secreto, mientras que se les permite a lxs comediantes, a lxs políticos, al clero y a otros burlarse, ridiculizar, o condenar nuestras experiencias. Muchxs quieren que hagamos como si fuéramos iguales a ellxs. En sus mentes, todo está bien con tal de que sigamos las convenciones sociales que requieren la heterosexualidad, el matrimonio y el cumplimiento de las normas de género, las cuales incluyen comportamiento masculino para los hombres y femenino para las mujeres.
Sin embargo, más de cuarenta años de activismo lesbiano, gay y trans, y de producciones culturales radicales en Puerto Rico y Estados Unidos y en otros países en Latinoamérica, han tenido un profundo impacto y ahora las cosas han mejorado notablemente. Pero mejor no quiere decir ideal, particularmente en Puerto Rico, una colonia que ha estado bajo el control de Estados Unidos desde 1898, donde la economía ha estado en recesión por más de una década y a cuyo gobierno la Legislatura y Corte Suprema de Estados Unidos le ha prohibido declarar la bancarrota. La colonia también ha sufrido severamente la epidemia del VIH/sida, la violencia de las drogas y el colapso del contrato social. Las constantes crisis sociales, políticas y económicas en Puerto Rico durante el siglo veinte y ahora el veintiuno han generado la migración masiva a Estados Unidos, facilitada por el hecho de que todxs lxs puertorriqueñxs tienen la ciudadanía americana desde 1917. Millones se han ido de la isla, muchxs de ellxs L.G.B.T. Miles han ido a Orlando, Florida, por causa de la pobreza, violencia, falta de oportunidades y en algunos casos, por la homofobia que experimentan en el archipiélago.
Puede que Orlando tenga 600,000 puertorriqueñxs, pero como señala Steven Thrasher (ver aquí) muchas fuentes noticiosas en Estados Unidos ignoran o minimizan la especificidad de las víctimas en la discoteca Pulse de Orlando: el hecho de que 23 de las 49 personas asesinadas por Omar Mateen eran puertorriqueñas; que 90% de lxs que murieron eran latinxs, la mayor parte L.G.B.T. y sus amigxs y familiares; que sus rostros eran negros, blancos y trigueños, lxs hijxs de la diáspora africana; que la mayor parte era de clase trabajadora y sumamente jóvenes; y que, como ha señalado Juana María Rodríguez (ver aquí), estaban en Pulse en la Noche Latina, celebrando la música y el baile y la cultura compartida entre amigxs como una afirmación de vida.
¿Qué nos puede ofrecer la liberación L.G.B.T. cuando nuestros líderes, lsx periodistas y la gente común ignora la multiplicidad de nuestras opresiones y no las ven en un marco interseccional? ¿O cuando las personas blancas L.G.B.T., a pesar de sus buenas intensiones, sistemáticamente excluyen las voces de personas queer de color, manteniendo los espacios de la hegemonía blanca?
Pensadorxs radicales tales como Gloria Anzaldúa, Cherríe Moraga, Sylvia Rivera, James Baldwin y Audre Lorde exigen que reflexionemos críticamente sobre estas exclusiones. Tristemente, Orlando no es el único caso de violencia homofóbica reciente: hirieron y mataron a un gran número de personas el 22 de mayo en la discoteca Madame de Xalapa, Veracruz, México, como observó Javier Laureano en 80grados (ver aquí). Mientras que el amor, la comprensión y el perdón son herramientas poderosas que nos pueden ayudar a sanar y a honrar a nuestras víctimas y a nuestrxs muertxs, la rabia, la furia y el coraje también tienen su valor y a veces son emociones absolutamente necesarias a las que tenemos que acceder para responder a la profunda violencia que sufrimos a manos de personas prejuiciadas, gobiernos antidemocráticos y estados represivos. Acceder a estas emociones implica canalizar nuestras energías para exigir cambios sociales: hablar en contra del racismo, la homofobia, la lesbofobia y la transfobia; exigir leyes más estrictas que regulen el uso de armas; atender la crisis social y económica en Puerto Rico enfocándose en las necesidades de su pueblo y no en las de los fondos buitres de Wall Street. Tal vez, para sobrevivir como personas radicales feministas, queer de color, necesitamos abrazar la paradoja del amor y la rabia, y usar estas de una manera transformadora.