No hay que tener un Mandela
Ya no vale hablar de un proyecto de país. Los políticos de carrera han viciado el concepto con su demagogia populista y con el electoralismo que nos ha traído a vivir al garete y ha degenerado hasta la sublime idea de salvarnos. Me inclino más por el concepto del gobierno paralelo, la gestión al margen del gobierno que vienen desarrollando con incipiente éxito muchos sectores pequeños en el país. El resto del país me sigue doliendo y por ello no abandono completamente la idea de contribuir a cambios y transformaciones profundas para todos.
Ivor Jenkins me revolcó la consciencia de que podemos hacer algo desde el vacío de liderato tradicional que obviamente tenemos. Cambiar el discurso que nos han pervertido. Todavía no sé cómo, pero estoy aprendiendo.
“Los líderes emergen del proceso mismo”, sostiene este hombre que se ha sentado a la mesa con terroristas y sultanes. “Hay que aprender a distinguir los líderes, por pequeños que parezcan, de los políticos a los que un proceso electoral les confiere autoridad”.
Procesos manipulados, añado yo. Electos por una masa ignorante que sostiene la alternancia de un liderato insustancial que siempre se queda corto a propósito. Los mejores de ellos nos dan un chispito de cambio y nos dicen que algo es algo. No se arriesgan nunca demasiado. Nos seducen con la idea de algo distinto y caen pronto en la autocomplacencia de que están haciendo más que ningún otro. Su visión se vuelve corta y solo alcanzan a mirar hasta los próximos cuatro años, las próximas elecciones. Se acomodan y acomodan principios para permanecer. Es que necesitan más tiempo, se dicen y nos dicen. Se refieren a ser reelectos.
Que razón tiene Jenkins al insinuar –porque Jenkins no adoctrina, sugiere- que no seamos tan pródigos en llamarle líder a todo el que saca votos. Primera lección.
Hay que entender que al decidirse a dialogar con iguales y dispares se entra en un proceso largo y muchas veces frustrante. Lo importante es no levantarse de la mesa una vez te sientas. Firmar un acuerdo inicial -memorando de entendimiento- del compromiso de hablar y no parar de hablar. Los que se sienten tienen que ser personas de palabra aunque no hablen el mismo idioma. No pueden llegar con la actitud de si no me gusta me levanto y me voy.
“Tiene que haber un compromiso de hablar y seguir hablando aunque no lleguemos a ningún acuerdo. No partir de la premisa de que tiene que darse el acuerdo o hemos fracasado. El compromiso es de hablar”.
Madurez para llegar a la mesa con el talante adecuado. Segunda lección.
Hay que acordar las reglas de juego entre todos. No puedes invitar a tus opositores a sentarse a la mesa con tus reglas.
“Por lo regular las conversaciones se dan entre unos que han ganado y otros que han perdido. Lo primero que hay que hacer es tratar de sacar del medio la actitud de victoriosos y humillados porque ambas dañan el proceso”.
Tanto los victoriosos como los humillados exhiben la misma suspicacia, el mismo prejuicio y la misma desconfianza. Las primeras sesiones son de confraternidad, de mirarse como iguales. De reconocer que íntimamente comparten los mismos miedos. De determinar el lenguaje común que van a usar, las líneas que no van a cruzar, la solidaridad que van a procurar. Las reglas del juego que van a jugar juntos. Tercera lección.
Hay que sentar aguafiestas y saboteadores en la mesa desde el principio. “Siempre es mejor tenerlos de frente y adentro que afuera a tus espaldas”. Cuarta lección. No hay que excluir a los cabrones.
“Mi experiencia es que muchos líderes defectuosos se reparan en el proceso, crecen, se transforman”. Quinta lección.
Entonces, ¿se puede? Ivor Jenkins, a quien le cogí hasta cariño de golpe y porrazo, me dice que sí.
***
Lo conocí el martes pasado. Me lo presentó Alfredo Carrasquillo que es su amigo hace años. Ivor Jenkins es un tipo curioso. Tiene pinta de cualquier jincho de Aibonito, llenito y de sonrisa perenne. No pega con su fama de negociador sutil y tenaz.
Fíjense que se sentó a negociar con los esbirros del gobierno que le tirotearon su casa en Pretoria. Porque ni hablar que en las postrimerías del apartheid el gobierno que se resistía lo declaró su enemigo e intentó asesinarlo. Acabó protegiendo a sus atacantes y acompañándolos para salir del país bajo un trato de protección de testigos. Hay que tener ganas de conciliar para eso, corazón de oro y vocación de apóstol.
Vino a Puerto Rico invitado por la organización que dejó en su sitio Willie Miranda Marín para conciliar los intereses de la región centro oriental del país. Y, claro, porque se lo pidió su amigo Alfredo Carrasquillo.
Carrasquillo ofreció a Jenkins para que lo conociéramos un grupo de los que cacareamos la unidad y las alianzas en este país. Parece no haber muchos. Me vi en una mesa de veintidós ocupada por siete.
Egoista yo, me di gusto con la intimidad del encuentro.
Jenkins habla en parábolas. Te responde todas tus preguntas con ejemplos de sus experiencias en Sudáfrica, Bolivia, Sri Lanka, Palestina, Cuba. No te da respuestas tajantes. Te cuenta cosas. Evoca, propone, insinúa, sugiere. Te relata anécdotas que pueden servirte de punto de referencia. Te jamaquea con conclusiones de su práctica que te hacen respirar hondo. No te alecciona. Te lleva despacito. Hasta con lo que algunos podrían interpretar como condescendencia, lo que los llevaría a rechazar de inmediato su rol de maestro en el tema.
Yo acepté de inmediato el papel de estudiante aplicadita y les cuento lo que aprendí.
“¿Y tu no sabías nada de eso?”, me dirán algunos. Puede que sí, pero en boca de Ivor Jenkins me supo a nuevo. Fue un refreshment course en more ways than one. Confieso que lo que me va a dar mucho trabajo es desarrollar vocación de apóstol.
***
¿Se necesita un diálogo? ¿Cuál es el propósito? ¿Reforma política, reforma económica, reconciliación nacional? De inmediato expuse nuestro primer problema. Nuestra agenda es demasiado grande. Queremos poner las agendas individuales de todos en una sola grandota. Queremos resolverlo todo a la vez. Y no se puede.
O pretendemos zumbarlo todo en la misma canasta: el status. Si resolvemos ese problema los resolvemos todos. Y no es así.
Hasta ahí llegan muchos de nuestros diálogos. En formular la agenda. Si no incluimos Vieques, la excarcelación de Oscar López y los matrimonios del mismo género se nos levanta un montón de gente y se nos va, nos acusan de irrelevantes. Si no incluimos la ciudadanía americana que “atesoran” los puertorriqueños como derecho adquirido y el ela como está se nos van otros. Si no incluimos la educación especial no solo se van sino nos acusan de insensibles. Si no incluimos definir soberanía como independencia pura y dura ni siquiera se sientan otros. Y así por el estilo. Cualquier agenda para comenzar un diálogo tiene que partir de incluir todas las agendas. Joder.
A eso no es que se refiere Jenkins al hablar de que el diálogo tiene que ser inclusivo. La inclusividad se refiere a los personajes en la mesa. Que vengan de todos los caminos y con todas las ideas de cómo pelar un gato. Muchos que son capaces de grandes convocatorias y se consideran líderes. Otros de pequeñas, pero representan las ideas que comparten sus pares. Los que eluden que se les llame líderes por modestia aunque en el fondo saben que lo son y no lo ejercen. Otros que se han hecho líderes a machetazos, en procesos que no prueban su liderato sino su capacidad para trepar.
Hay que incluir de todo.
“Yo he visto transformaciones increíbles en personajes que nunca pensaron en modificar sus posturas. No solamente lo hacen sino que trabajan para conciliar a otros. He visto a los que consideramos malos exhibir mayor tolerancia que los que consideramos buenos. Una mesa de diálogo y transformación es una mesa de sorpresas”.
Se llega con una o muchas ideas, y se van depurando y estableciendo las prioridades que puede atender la mesa. Una agenda rigurosa de antemano y una selección de líderes afines no va para ningún lado.
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¿Por dónde empezamos?
“La primera pregunta no puede ser qué vamos a hacer. Tiene que ser: ¿dónde queremos estar de aquí a cincuenta años?
Ahí entra la prisa. Queremos resolverlo todo para ayer y creemos saber cómo hacerlo. Imponerle a los demás nuestra manera de verlo.
“No puedes invitar a tus opositores a sentarse a la mesa con tus reglas”.
Me pregunté de inmediato cuántos se quedarían en babia al tener que pensar en de aquí a cincuenta años cuando están acostumbrados a contar solo hasta cuatro. Ahí está lo genial de esa pregunta inicial.
Supongamos que todos aspiren a una sociedad mas democrática y equitativa de aquí a cincuenta años. Pues a definir eso. A lo primero creo que llegaríamos en un día. A lo segundo puede que en un año de diálogo continuo. Pero llegamos. Cómo es una sociedad más democrática y equitativa en la que podemos coincidir y convivir.
Entonces viene qué parte del animal vamos a cocinar primero. ¿Reforma política? ¿Plan económico? ¿Reconciliación nacional?
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“No hay que tener un Mandela”.
Esa lección fue la que más gracia me dio. Porque me le quedé mirando a ver por donde venía. Nos lee de corrido, pensé. Sabe que nos lamentamos todos los días del vacío de liderato.
Mandela inspiró a Sudáfrica, pero el trabajo lo hicieron muchos otros. De hecho, él no estaba envuelto en los procesos directamente la mayoría de las veces. Siempre ha tenido la sabiduría de reconocer que aunque no estuviera, el proceso seguiría.
Eso es un líder en mi libro. Pero no precisamente el que dirige el proceso. Está claro.
Entonces, ¿quién convoca?¿a quienes convocamos?
“Muchas pequeñas conversaciones. Preparación discreta. Relaciones con todo el mundo”.
En otras palabras, convoca quien puede no quien quiere.
A quiénes es el problema. Si fuésemos a convocar a todos los que consideran que deben estar sentados en la misma mesa, tendríamos que sentarlos en el Coliseo. Y se enojan si no los convocas. Salta de inmediato el “ahí no hay nadie que me represente” porque sabido es que aquí nos preciamos de nuestra exclusividad de pensamiento. Y buscarse un sucedáneo que diga públicamente que el junte no sirve si no está fulano. El eterno concurso de egos.
¿Entonces?
“Ese es un riesgo permanente”.
O sea, convocas o no convocas. Te arriesgas o no te arriesgas. El precio de no hacerlo es neutralizar la posibilidad de cambio per secula seculorum.
¿Cuándo convocar? ¿Cuándo estamos listos?
Aquí más o menos nos espetó el viejo adagio de “la necesidad obliga” pero no se por qué tuve la impresión de que me dijo que se nos había hecho tarde hace rato.
¿Cuánto debe durar un proceso tan complicado?
Años, por supuesto. El ha visto procesos de cinco, siete y muchos más años. Pero aquí está la joya de la corona de esa conversación con Ivor Jenkins.
“Los procesos no siempre se acaban. A veces siempre empiezan”.
El doctor Ivor Jenkins es un especialista en procesos de diálogo y conciliación política. Líder y activista que trabajó de lleno en el proceso para poner fin al Apartheid en su país y ha seguido la ruta de intervenir para soluciones pragmáticas de conflictos por vías participativas en el resto del mundo.
Es uno de los directores de In Transformation Initiative, a través de la cual facilita procesos de diálogo y reconciliación en provincias sudafricanas y en países hermanos tales como Angola, Zambia, Zimbabue, Swazilandia, Kenia, Nigeria, País Vasco, Bolivia, Sri Lanka, Portugal, Estados Unidos, Cuba y El Congo.