Pichy, Yun y Yoni
A Jennie Rabell, por campechana
El poeta y cantautor Alberto Cortez escribió y cantó una canción-poema muy bonita dedicada a sus «tres sobrinos»: Eric, Peter y Jan.
«Eric, Peter y Jan son tres cretinos
«que juegan sin cesar con mi paciencia.
«Adorables los tres, mis tres sobrinos
«Graciosos chantajistas con licencia».
Tal es el comienzo del poema-canción de Cortez, tan estelarmente interpretada por Luz Esther Benítez (Lucesita), Nuestra Voz Nacional, al decir de Don Juan Mari Brás.
La canción sigue con una alegre descripción de los tres traviesos sobrinos, quienes en la real realidad, son tres chicos de inocentes motivaciones que «jugarían muy lejos del abismo» el día que los hombres –y mujeres– del Planeta cerremos «la puerta al egoísmo».
El pueblo de Puerto Rico, concebido para y dispuesto a dar lecciones de paciencia al mismo Job y toda su parentela, también tiene tres sobrinos que no serán «bulliciosos, alegres y traviesos», como Eric, Peter y Jan, pero definitivamente cretinos sí parecen ser, aunque no en el bonachón sentido que Cortez adscribe a ese adjetivo. Los sobrinos, cretinos, vecinos de estos contornos se empozan en las aguas usadas del «penepé» y se apodan Pichy, June y Johnny.
Vamos uno por uno.
Pichy se llama en su vida irreal José Torres Zamora y ha sido designado para el muy respetable cargo de subsecretario del «penepé». Ha dicho que sus energías y esfuerzos más consagrados los enfocará en la reorganización de esa cofradía, seguramente que para ahuyentar truhanes y granujas. ¡Bien!
Pero si él es subsecretario a lo más que puede aspirar es a lograr una sub-reorganización. Lo que pasa es que tiene otros grandes atributos, ya que es «un miembro comprometido con el ideal de la estadidad». Así lo distinguió el tío de este sobrino, Tío Tricky Rosselló, al hacer el nombramiento.
¡¡Ay señor de los ejércitos, apiádate de Pichy!! Tamaño compromiso tiene: adelantar «el ideal de la estadidad» en tiempos de Donald Trump y del festín racista y xenofóbico que arrasa en Gringoland.
También resultará cuesta arriba para Pichy cargar la etiqueta de «miembro comprometido» que le ha endilgado el Tío Tricky. Una brevísima lección de fisonomía nos dirá a cómo nos toca. Mejor dicho, a cómo le toca a Pichy.
Un miembro es parte de un cuerpo animal o vegetal que ejerce una función, nos alecciona el aleccionador diccionario en sus lecciones. Hasta ahí Pichy no tendría problemas grandes. Pero el cuerpo a cuya sub-reorganización él promete dedicar sus «subesfuerzos», ¿es un cuerpo animal o vegetal? Ahí es donde quizá comiencen los problemas del comprometido miembro Pichy. ¡Pobrecito!
La vaina es que Pichy está muy acostumbrado a los segundos puestos: es vicepresidente de la camarilla de representantes que pugnan por dar la impresión de que representan algo, lo que sea, por lo cual cobran y cobran los cobres que les deja la junta colonial impuesta para cobrar y esquilmar. Así que a Pichy siempre le toca el número dos. Es vice y es sub. ¡Caramba, qué suerte para las desgracias, le consolaría Machuchal!
El número uno le tocó en este episodio sainetesco a otro de los sobrinos: June, en cuya acta de nacimiento o fe de bautismo, como decían enantes, se afirma sin pruebas de ninguna índole que su nombre es Rafael Rivera Ortega. Allí no lo dice, pero andando el tiempo desde aquella ocasión sacramental hasta que este sobrino comenzó a criar molleja, le cayó sobre sus respetables hombros el no menos sacramental cargo de secretario de «la palma». O sea, que está encima del comprometido Pichy. De nuevo, ¡pobre hombre!
¿Cómo será que termina por llamarse June alguien que fue bautizado Rafael en la única, y verdadera fe del anexionismo, cuyo templo mayor preside la efigie del beato olvidado Eliseo Mauricio Combas Guerra? No se sabe cómo ocurren algunos desastres. Los designios divinos son insondables en Matalapuerca y más allá. Bástenos por ahora con saber que June es el segundo de los sobrinos «chantajistas con licencia».
June (¿se pronuncia Yun?), quizás por gusto de costumbre tergiversa la pueril canción «ambos a tres, matarile, rile, rile» lleno de contento porque no anda solo en este asunto de nombres mal acomodados. Ahí tiene a su lado al tercer sobrino del Tío Tricky: Carlos Johnny Méndez. ¿Por qué no Charli y sí Yoni? Designios insondables. «Alguien pierde, alguien gana, ¡Ave María!», susurra Rubén Blades como si estuviera viendo a Yoni Méndez multiplicarse «en los espejos de Cristobalón» igualito que el Conde de la Limonada, pero con casaca azul.
June o Yun sabrá pocas cosas, pero sabe que con el arresto de Abel Nazario, el locuaz ex-alcalde de «Yauco pueblo perfumado», vaca una de las vicepresidencias del «penepé». Y sabe que ocupar ese vacuo sitial a Johnny le caería como soga al ahorcado, puesto que se dice le gusta todo lo vacado. Y sin encomendarse mucho a nada, lo postula para que tape el boquete que dejó Abel, a quien los caínes del FBI le asestaron con una sacrílega quijada de burro que les prestó la santurrona Rosa Emilia Rodríguez, una quijada muy desviada de los versículos bíblicos, pero muy cercana a la martingala del «hoy no puedo pagarte, pero trabaja que mañana te pagaré», un mañana invisible e inasible como los espíritus chocarreros.
Yoni sonríe cuando Yun lo proclama candidato y le da toquecitos de espalda, que es una espalda acomodaticia a los toquecitos. En otras circunstancias terrenales se iría cerrando el círculo, pero éstas no son circunstancias del montón. De modo que se va cerrando el triángulo. Pichy, Yun y Yoni se erigen en trípode sobre el cual se sostendrá la salvación del «penepé» y con ella la obtención de-una-vez-y-para-siem-pre de la estadidad, ahora que tan cerca nos la pone Trump con su amor por todo lo latino. La estadidad, esa piedra de Sísifo que ellos arrastran cuesta arriba y cuesta abajo mientras les sirva a su trepador instinto como patente de corso para seguir en la función de «chantajistas con licencia», ciertamente poco graciosos y menos adorables.
Los tres sobrinos de Alberto Cortez «son millonarios» que llevan en su bolsillo un tesoro de «lagartijas, ranas y canicas». Pichy, Yun y Yoni, si ya no se han hecho millonarios, seguramente aspirarán a serlo. Ahora bien, no se le ocurra a nadie ofrecerles «lagartijas, ranas y canicas». Nacarile. Ellos conocen a Tecla y saben muy bien que ella «no ve porque tiene cataratas», pero que si se le presentan un billete en plata, «verán que Tecla ve». Por eso están donde están: en la cúpula dirigente del «penepé» que no se cansa de jugar con la tolerancia del aquiescente pueblo puertorriqueño.