Uno no decide al pájaro
Uno no decide al pájaro
que inaugura la mañana.
Uno apenas se despierta a su canto
aunque ignore el color del plumaje
la extensión precisa de las alas
el largo de las garras
el sudor del pico
el meridiano del Ecuador al que pertenecen sus antepasados.
Uno sabe al pájaro por la voz.
Uno lo siente cantar adentro.
Uno lo adivina burlando la jaula.
El pájaro es una partitura cargada de milagros
que se deja caer sobre un verso.
Un pájaro es una turba necesaria.
Yo Guardo la piel
para cuando tus dedos dejen de mirarme con hartura,
para cuando la jaula entre índice y pulgar
se concrete en tu cuerpo y tus dedos no sean tuyos
y tus huesos tomen la forma de niños
que se encorvan del frío que acude a su cita en tus falanges.
Y digo pájaro como quien pronuncia un sueño
y escribo falanges, jaulas viciosas y traviesas
como si pronunciara tu nombre
como si el recuerdo del arpegio de un deseo
me devolviera intacta a la palabras.
Me devolviera a las notas del ave
a las branquias del pez
a la feliz astucia del tornillo
como si pensar en los pájaros me alejara de la muerte
como si pudiera salir de mis centros
para abandonarme en el andén de otra vida
que se parece tanto a tus manos.