Abrázame muy fuerte
A mis dieciséis
anhelaba tanto
un amor que no llegó
siempre lo esperé
todos mis amigos
se encontraban
en la misma situación
y después yo vi
cómo iban cambiando
su manera de vivir
todos con su amor
cada uno de ellos
muy sonrientes, muy felices
menos yo
y la soledad
cada vez más triste
y más oscura yo viví
y a esa edad
todos preguntaban los motivos
yo solía siempre decir
yo no nací para amar
nadie nació para mí
tan solo fui
un loco soñador nomás
(Juan Gabriel, “Yo no nací para amar”)
No puedo recurrir a lugares comunes como la generación o la nación para racionalizar mi intimidad con su figura, su persona, su performance, su voz. La cosa es rara, intangible, submarina.
Juan Gabriel era una belleza over (the top), excesiva, siempre más allá de lo cauto. El melodrama de buena parte de su música supera toda sensatez. Es desgarrado. Pero, como el precipitado de las milenarias voces ahogadas en sangre en toda la región nativoamericana, ¿acaso no puede comprenderse la persistencia del melodrama en la música “popular” de nuestra geografía (boleros, sobre todo en boleros pienso siento)? No es una idea mía. Se ha dicho por igual del blues. Lo ha dicho también Glissant sobre la invención de los lenguajes creole, con sus ritmos y sus escurridizas cadencias. ¿Acaso otra estética podría captar mejor la sucesión de asaltos de nuestra vida cotidiana, poblada de violencias fundacionales repetidas y refractadas por todas partes? ¿Acaso no hay sobradas razones hoy para llorar (y para amar) con desafuero?
Mas el exceso de Juan Gabriel es otro. “El divo” irrumpió con una voz en grano –se me hace que en la garganta siempre tuvo tierra, tierra de pobres, de explotadas, de violadas, de asesinadas–, frágil, “femenina,” encuerpada con cadencias, con estructuras gestuales, con vestuarios, con colores radicalmente transgresores de su género, pun intended. Si se las escucha con atención, muchas de sus canciones son indeterminadas genéricamente, logro nada desdeñable en el castellano. Es, ¡otra vez!, el amor que no puede decir su nombre, pero que lo dice en lo que no dice. La extrema anti masculinidad Fálica de su persona, de su performance en escena, de verlo en vídeos de paparazzi con un abanico de mano, láiner en los ojos, una cartera cruzada por el pecho y una bartolina, de su voz, de letras que, en su mayoría, son odas al miedo, al no saber, al perdón a pesar de todo, a la vulnerabilidad (porque, a ver, ¿cuándo han encontrado un rey que sigue siendo el rey en la música de Juan Gabriel?), transformó para siempre géneros (boleros, rancheras) canónicamente Fálicos.
¿Cómo demonios logró imponer, a escala masiva, tanta fragilidad? ¿Cómo logró ser tan amado en países atragantados de violencia macharrana? ¿En una música y unos medios tan híper-codificados en la heteronorma, en la masculinidad patriarcal? ¿Cómo? “Yo solo quiero cantar,” lo he escuchado decir en alguna entrevista, mientras esconde los ojos. Nuestro cantora. (Sí, claro, progresivamente capturado en el aparato celebrity del capital, pero nuestro cantora, muy nuestro.)
Se dirá que el (cl)amor público pudo ser posible a costa de su closet (está muy bien que seas tan pato siempre y cuando no lo digas). Que se le preguntó y se le preguntó y nunca “aceptó” (verbo de buena parte de la prensa mexicana) “ser gay.” Que eso, lejos de transformar a su público, entendido en pleno como irremisiblemente conservador, selló aún más los pactos de silencio y secreto. Que debió usar su poder de convocatoria para cambiarlos. Quizá. Pero no.
Clamo otra cosa: ¿por qué nos volvemos también nosotrxs el paparazzi acosador, requiriendo desde nuestro púlpito “activista,” la confesión? Ya se sabe que la confesión no es nunca inocente y que se nos exige solo a alguna gente, pero hay aquí dos cosas aún más perturbadoras:
- La confesión se exige porque nos devuelve, a lxs rarxs, al redil de la estructura en dos. Okei, puedo bregar con tu patería siempre y cuando me dejes bien clarito si eres gay o lesbiana. Y te acomodo, los nenes con los nenes y las nenas con las nenas. Y listo. Me queda todo clarísimo. Por el chorro se va el tan diverso espectro del deseo, pero también de las misteriosas –para bien, para mal o para todo– relaciones humanas, que son, con toda franqueza, de lo poquísimo redimible de la especie. En otras palabras, por el chorro se va lo cuir de Juan Gabriel, lo fundamentalmente en fuga, inapresable, contra nuestra muy imperialista obsesión por saber, a toda costa, aún la de violentar a la otra, a lo que puede o quiere articular, en un contexto biográfico siempre desconocido para lxs demás, pero seguramente traumático. (No hago recuento de lo que se sabe de la biografía de Juan Gabriel porque no estoy faranduleando, sino tratando, tratando lo mejor que puedo, de decir algo que libere, al menos para mí, su memoria del jodido régimen.)
- Juan Gabriel contesta: “la gente no es tonta” (y casi nos guiña). ¿Por qué damos siempre por hecho que el amor de su público es cautivo al closet y no a sus transgresiones, a sus rarezas?
Junto con su defensa de la inteligencia de la gente, Juan Gabriel reivindica formas diversas de eterna amistad, de familia, de compadrazgo, de confianza a toda prueba, de solo creer en dios a través de la gente. Y declara, “el arte es femenino” (¡!). Estoy contándoles respuestas que nuestra cantor ofreció, huidizo, frágil, mirando a otra parte, quebrándose más y más la voz, con risa nerviosa, en la misma entrevista de la cita citable que todo el mundo cita sin citar nada más: “dicen que lo que se ve no se pregunta.” Se trata de una entrevista para Primer impacto (¡!) hecha por nada más y nada menos que Fernando del Rincón (¡!) (a la declaración el arte es femenino, del Rincón responde, sin entender nada, ¿de veras? ¿usted cree que no hay un arte masculino?). El periodista inquisidor hurga y remueve. Cuando no lo hurga por si es o no gay, por si está o no en una relación, por cómo recuerda sus relaciones pasadas, por si los hijos son o no “de sangre,” lo hurga por temas de chavos, por demandas de evasión de impuestos.
Me ha conmovido hasta las lágrimas que el estatus de celebridad mainstream no logró nunca sacarle a Juan Gabriel la tierra de la garganta. Se vulnera en cámara, públicamente. “Yo confié.” “Yo confié en la gente que fue a la escuela.” “Yo estaba canteycante y otra gente cuenteycuente.” “Para qué es el dinero sino para gastarlo.” “Lo que se paga con dinero sale barato; es solo lo que se paga con salud y vida lo que sale caro.” Se nos vuelve evidente que Juan Gabriel no es pez en agua en el intríngulis del capital (“yo solo quiero cantar;” “cuando yo empecé, ni siquiera sabía que podía vivir de esto”), como tampoco el de “la tecnología que me ha agarrado,” “todo el tiempo me ven,” “la televisión solo quiere ráting.” En público, en fin, Juan Gabriel es un no-hombre. Su compromiso con la vida pasa por otras pasiones, por otros deseos, por otras miradas.
Al parecer, la prensa se ha quejado mucho de la reticencia de nuestro cantora para conceder entrevistas. En mi excesivo delirio tras su muerte, vi también un reportaje sobre unos imeils de Juan Gabriel a una periodista de Univisión que quería entrevistarlo. En ellos, escribió algo a los efectos de que las entrevistas son como estar en un juzgado, y que los periodistas no sabían hacer preguntas (¡si sabremos esto en nuestro país!), pues lo que hacían era agredirlo. ¿Cómo entonces no abocarse a la puesta en escena donde era amado, donde rogaba, casi llorando, solo unos breves años antes de morir, que lo abrazaran, que nos abrazáramos? ¿Cómo no rehusarse a la confesión, a ser apresado, a ser violentado, a ser incomprendido en todas sus rarezas?
Cada vez que, desgarradas, cantamos un bolero de Juan Gabriel, cantamos no al amor de régimen, sino a trazos, huellas, resonancias no categorizables del amor cuir, de un cuerpo que, “sin ir a la escuela,” le compuso a otro cuerpo, quizá reconociéndose a sí mismos como cuerpos de “hombre,” o, en la utopía, como cuerpos que se aman con desmesura, over the top de la genitalia, armando diversos y raros tinglados emocionales, entonando un amor quizá capaz, por un fugaz relámpago, de curar nuestros milenios compartidos de sangre, fuego y dolor.
Nuestro cantora. Abrázame muy fuerte, amor. Abrázame.