Arbitrage: poderoso don el dinero
El mundo de los súper ricos que han hecho fortunas con el dinero de otros es un tema apropiado para estos días post elecciones que vivimos. Mejor aún es exponer, como lo hace el guión de esta película tensa y satisfactoria, las pillerías y las arbitrariedades de los influyentes que no solo se creen sobre la ley sino que la manipulan.
El magnate de fondos de cobertura (hedge funds) Robert Miller (Richard Gere) está metido en problemas financieros hasta su cabello plateado que solo recibe recortes de $500. Sus tejemenejes lo han puesto en una situación en la que solo la venta de su compañía puede evitar una catástrofe de proporciones gigantescas que lo llevarían no solo a la ruina sino a la cárcel.
Llega en su avión privado a Nueva York y es conducido en su Bentley a su mansión donde le espera una celebración sorpresiva: cumple sesenta años. Su mujer (Susan Sarandon) y su hija Brooke (Brit Marling) y el resto de su familia se desbordan en atenciones. No sabemos si ellas saben de los problemas que lo asedian.
Preocupado y siempre en busca de una nueva transacción o una aventura que lo distraiga y lo excite, Miller va a ver a su amante francesa Julie (Laetitia Casta) a quien ha instalado en una apartamento lujoso y le ha montado una galería de arte para que se distraiga (él no solo es el inversor sino el mejor cliente) cuando él no está.
Según se van complicando sus problemas con las trampas que ha hecho con los libros de su compañía, Miller decide irse a pasar un fin de semana con Julie y ocurre un accidente. La policía comienza a investigar y esto le complica la vida a Miller de formas inesperadas.
La arrogancia de Miller y su amor excesivo por el dinero están plasmadas de forma experta en la gran actuación de Richard Gere, de quien he sido admirador moderado a través de su carrera. Esta vez, su interpretación es tan acertada que casi aceptamos con compasión la adicción que es para este tipo de persona el dinero. En una escena clave en que su hija le hace reclamos sobre los problemas con que ha plagado su compañía, Miller tiene un orgasmo emocional (tal vez físico) contándole cuánto dinero se producía de una de sus inversiones más arriesgadas que, finalmente, fracasó. Gere domina la escena, pero la magnífica decisión del director (y guionista) Nickolas Jareski de mantenerlo sentado en un banco de Central Park, mientras su hija (que representa una nueva generación de personas honradas aunque ricas: uno la puede ver votando por Obama) está de pie y lo mira con desdén, añade a que apreciemos la inmoralidad del personaje. Cuando le pide a la hija que se siente a su lado para tratar de apaciguarla y justificarse, lo hace con la misma arrogancia que usaría para uno de sus empleados, y no tarda en así hacérselo saber a quien más supuestamente quiere. Tan soberbio es que ni siquiera le pide perdón por lo que ha sucedido.
Todo el elenco logra actuaciones de gran impacto. Marling, como la hija que supuestamente es la socia de su padre, y Sarandon, merecen ser señaladas por sus intervenciones eficaces y convincentes. También hay que destacar la del siempre interesante Tim Roth como el detective Michael Bryer, y la de Nate Parker como Jimmy Grant, alguien que queda apresado en los turbios asuntos de Miller y experimenta los desaciertos de una policía que, a veces impotente, recurre a las mismas trampas de los tramposos.
El filme tiene unos aspectos interesantes que son tratados con gran sutileza. Sin dar el detalle que arruinaría la sorpresa cinemática, el guión nos dice que los excesivamente ricos no solo sufren de avaricia superlativa sino que se protegen unos a los otros de sus pillerías. No es nada que no supiéramos, pero aquí está presentado de forma tan siniestra que da horror.
Por eso pienso que haber superado la influencia de los ricos que quisieron en los Estados Unidos y aquí comparar las elecciones es una de las razones por las cuales el 2012 pasará a la historia como un año especial. Esta película oportuna y excelente nos hace ver sin aspavientos que la influencia de los demasiado ricos nunca o casi nunca es sincera o verdaderamente desprendida.