Arquitectura y moralidad
1. Sucio heterogéneo. Las primeras muestras de arquitectura efímera a las que me referiré fueron construidas en uno de los espacios más emblemáticos de la capital española: la Puerta del Sol. De entre todas las construcciones que conforman su perímetro, el célebre edificio con el reloj es un lugar cargado de memoria temporal (sus campanadas de fin de año son seguidas por miles de personas desde la plaza y por millones desde sus casas), espacial (de ese kilómetro cero parten precisamente todas las carreteras que surcan la península) y simbólica (durante décadas fue el destino provisional de muchos opositores a la dictadura; tras la democracia, se convirtió en la sede del gobierno autonómico madrileño).
Aquel espacio transitado por turistas y por locales fue el campo de intervención de millares de personas indignadas por la crisis y por la precaria situación política, social y económica. Y lo hicieron espontáneamente, utilizando la arquitectura como símbolo de empoderamiento espacial. El movimiento asambleario (bautizado como “15-M”) construyó un campamento heredero de los tradicionales pulgueros, aunque en este caso se tratara de puestos para reuniones, logística, ocio, información o refugio.
Además de las tiendas de campaña prefabricadas, los acampados levantaron estructuras efímeras con materiales reciclados de diversa naturaleza, desde papel y sus derivados (carteles, revistas, cartón ondulado, cartón estándar y cartulinas decorados con letras o graffiti), plásticos (de envolver, drones y botes) y metales (tubos de acero, planchas de chapa, aluminio y latón), sin olvidar objetos variopintos (muebles viejos, sobre todo). Sobre las superficies de estos espacios multifuncionales se fue formando a lo largo de las semanas una pátina de monóxido de carbono, lluvia y polvo.
No creo equivocarme al creer que este patchwork de materiales pobres, humildad y espíritu contestatario emparentan estas construcciones precarias con ciertos experimentos radicales de la vanguardia del siglo XX, como los ensamblajes cubistas y constructivistas (un contra-relieves de Tatlin, en la foto) o las instalaciones del arte povera. Intuyo que a los surrealistas, ávidos buscadores de espacios alternativos en la ciudad y enamorados de los pulgueros, les habrían encandilado. La vida imita al arte y el arte, a la vida.
Podríamos emplear un principio propio de la magia imitativa, “lo semejante produce lo semejante”, para definir esta arquitectura de lo heterogéneo, de lo mestizo, de lo híbrido. Su razón de ser explica incluso la identidad del movimiento asambleario (sin líder, por tanto), apoyado por una geografía humana ajena al discurso de los partidos: adolescentes y retirados, empleados y desempleados, concienciados y apolíticos. A ellos se unió después un grupo periférico denominado habitualmente por los sectores críticos como antisistema (la palabra encierra un sesgo amenazador en sí misma). Su aparición, manipulada o no por intereses ajenos, coincidió con el inicio de episodios violentos y con el recrudecimiento de la denuncia por parte de ciertos medios de comunicación, que pusieron en su contra a una parte de la población y precipitaron la destrucción del primer campamento. Si bien a partir de entonces las acciones se realizaron sin símbolos “constructivos”, una de sus principales líneas de actuación sigue teniendo a la arquitectura como telón de fondo: su apoyo a la infinidad de personas amenazadas de desahucio por el impago de los préstamos bancarios.
2. Blanco homogéneo. Semanas después del segundo desmantelamiento en Sol, otra actividad de distinto sesgo ha vuelto a motivar el empoderamiento del espacio público por un grupo de seres humanos en lo que se conoce como las Jornadas Mundiales de la Juventud. La arquitectura vinculada a dichas jornadas, que han puesto de nuevo a Madrid en el centro de la información, resulta tan interesante como en el caso del Movimiento 15-M. Ahora bien, estas edificaciones efímeras se caracterizan por lo homogéneo en lugar de lo heterogéneo.La construcción y los materiales empleados en las enormes plataformas de la Plaza de Cibeles y Cuatro Vientos, para las misas multitudinarias oficiadas por el Papa, y en los doscientos confesionarios alineados en el Parque del Retiro, son completamente distintos al campamento del 15-M. Por una parte, no son fruto de la espontaneidad, pues su diseño fue encargado a un estudio especializado en arquitecturas efímeras –Vicens&Ramos–; por otra, su amplio presupuesto se ha obtenido principalmente a partir del patrocinio de empresas multinacionales.
El estrado, o mejor escenario, de Cibeles era una monumental estructura de acero sobre la cual se desplegaba un volumen “escultórico” (de unos 100 pies de longitud por 50 pies de profundidad), cubierto sin fisuras por placas blancas prefabricadas. Creada como espacio performativo, la monumentalidad de esta arquitectura se manifiesta en toda su potencia cuando es filmada por los medios de comunicación de masas; las imágenes estáticas o dinámicas subrayaban principalmente el gigantesco y elegante perfil aerodinámico, y por ello me recordaba continuamente tanto a la visión de la arquitectura moderna diseñada por Le Corbusier como a las desbalanceadas estructuras del desconstructivismo.
La pasarela para acceder a la plataforma y la marquesina curvilínea, ambas de color blanco, podrían parecer una puesta al día de la poética de Le Corbusier, ya que sus viviendas blancas, con espacios compartimentados sorprendentemente a los que se accedía a lo largo de pasarelas escoradas, creaban asimismo una experiencia envolvente (en la foto, la Casa Curutchet en La Plata). No en vano, las vinculaciones ocultas entre ambas fueron señaladas por el teórico Siegfried Giedion cuando comparó el estilo de Le Corbusier con la arquitectura barroca (con el consiguiente escepticismo del arquitecto) en sus escritos coétaneos. Y si hay algo que caracterizaba al Barroco era, justamente, la exaltación de la fe católica empleando el arte como medio de persuasión. La construcción de Cibeles vuelve a asignar a esa poética el componente religioso que la arquitectura moderna había secularizado. De este modo se antoja como una metáfora del devenir del mismo siglo XX.
No estamos, sin embargo, ante una revisión ingenua de los preceptos modernos. Entre Le Corbusier y la plataforma de Cibeles se han desarrollado otras tendencias que vienen a allanar el camino. Debe aún más, si cabe, a las superficies de equilibrio precario del deconstructivismo. Porque de alguna manera el deconstructivismo es la tendencia más proclive a la arquitectura como espectáculo en la época del tardocapitalismo postindustrial. Su falta de contenido le hace propicio tanto para una metáfora del entretenimiento, del arte o de la salvación: el Museo Guggenheim de Bilbao (de Frank Gehry), el Grand Canal Theater de Dublín (de Daniel Libeskind) o el MAXXI de Roma (de Zaha Hadid, en la foto) están ahí para demostrarlo.Los doscientos confesionarios de melamina blanca desplegados en el Retiro siguen el mismo patrón aerodinámico. Su disposición en fila, a la manera de las antiguas avenidas de esfinges egipcias, parecen más una procesión de los nazarenos en Semana Santa que las “velas de un barco”, según trataba de persuadirnos su diseñador. La perspectiva alineada de esos carapachos de melamina y la uniformidad del blanco impoluto sirven como contrapunto a la suciedad de la arquitectura construida con materiales reciclados. Aunque a primera vista el color de tales edificaciones las separa de la materialidad, este efecto enseguida se desvanece ante la rotundidad de su repetición, deslizándolas simbólicamente hacia la imagen de una factoría que comodifica el perdón mediante su producción en masa.Aparte de la seriación y del talante deconstructivo de la plataforma y de los confesionarios, lo que más llamaba mi atención era la metafísica de su blancura cegadora bajo el sol de agosto. Ya había tenido esa sensación en la secuencia final de 2001: el blanco deslumbrante durante la revelación de una verdad categórica, como le ocurrió a Saulo antes de convertirse en San Pablo. Un blanco sin posibilidad de matices. Si bien el blanco es blanco porque acoge en su seno todos los colores del espectro, aquel blanco puro parecía negarlos todos en un no-color. Por ello venían a mi mente las palabras de David Batchelor cuando se refería a la estereotipada blancura minimalista de los interiores modernos: “There is a kind of white that is not created by bleach but that itself is bleach”.