Before Midnight
El tiempo es el gran destructor. Va removiendo a su paso los recuerdos y sepultando en lugares ignotos del cerebro asuntos que han residido en la memoria por años. El tiempo es lo único que no altera su comportamiento en la vida: se marcha sin dejar otro rastro que aquello que quisimos apresar y se nos ha escurrido entre los dedos. Y no vuelve. Es un concepto que al mismo tiempo palpamos porque no podemos detenerlo ni convencerlo de que no sea despiadado. Nos complica el presente porque enmaraña el futuro y nos hace prisioneros del momento.
El tiempo es uno de los temas de la trilogía del cineasta Richard Linklater que comenzó con “Before Sunrise” (1995) continuó con “Before Sunset” (2004) y termina con “Before Midnight” (2013). Si las otras dos fueron joyas, esta es el diamante de la corona (o diadema). No solo la cinta es visualmente hermosa sino que el guión es deslumbrante, y las actuaciones superlativas.
El romance entre Jessie (Ethan Hawke) y Celine (Julie Delpy) comenzó en un tren camino a Viena desde Budapest. Jessie va a Viena para al otro día tomar un avión temprano por la mañana que lo llevará de vuelta a los Estados Unidos, y convence a Celine que se apee con él. En Viena, porque no tienen dinero para pagar una habitación de hotel, los dos caminan toda la noche por las calles viendo la ciudad, hablando de sus vidas y conociéndose. Son dos románticos y, después de compartir un beso, sienten un vínculo que los hace dudar del estado de sus circunstancias personales. Poco sucede en las horas que pasan juntos, aunque hay una sugerencia de que han compartido sexualmente. Lo que sí sucede es que la conversación entre los dos hace que nos demos cuenta que, de alguna forma, las cosas que se relatan los dos personajes son parecidas a muchas experiencias en nuestras vidas. Antes de salir el sol la pareja ha compartido muchas de sus ideas y sus sentimientos, se dan cuenta de lo mucho que tienen en común, y prometen verse de nuevo en seis meses.
Como en la estupenda “An Affair to Remember” (1957) una serie de vicisitudes evita que se dé el encuentro de los amantes. El tiempo los mantiene distanciados. Pasan nueve años y Jessie, ahora casado y con un hijo, es un reconocido escritor. Está en Paris en una gira promocionando su nuevo libro que se ha convertido en un bestseller. El título del libro, “This Time”, es premonitorio de lo que ha de suceder y de que el tiempo es el que ha interferido en la vida de los personajes. En el libro, Jessie cuenta la historia del encuentro en Viena con la idea en mente de que Celine, a quién le ha perdido la pista, lo lea y lo contacte. La presentación del libro toma lugar en “Shakespeare & Co.” posiblemente la librería más romántica del mundo. Según va hablando vemos en retrospección las escenas de la aventura en Viena y, al terminar, Jessie mira a un lado y lo que estaba en su imaginación está ahora ante él: Celine. Comienzan a hablar y su agente le recuerda que tiene que tomar un avión en poco más de una hora. El tiempo reaparece como un obstáculo en sus vidas. Del lazo que se forma entre los dos, el tiempo sostiene uno de los extremos y puede tirar de él y desatarlo en cualquier momento. Sabiéndolo, se cuentan lo que ha transcurrido en sus vidas. Según reanudan el intercambio que comenzó hace casi una década se dan cuenta de que se quieren. Casi al final, él juega con su aro de matrimonio, mientras Celine, bailando y cantado a la música de Nina Simone, le dice que perderá el avión.
En “Before Midnight” nos enteramos de que Jessie dejó a su esposa y ahora tiene con Celine hijas gemelas, que ha continuado siendo un escritor exitoso y que Celine piensa tomar un trabajo en el gobierno. Por primera vez en la trilogía se experimenta la conversación de otros personajes que también hablan del amor, del matrimonio, de la vida y, casi inevitablemente, del tiempo. Y, en una escena mágica, de la trama para una futura novela. Las vacaciones los han traído a una isla romántica en Grecia, a la casa de un escritor famoso que ha invitado a Jessie a participar en un encuentro de distinguidos escritores. Esta vez, surge un nuevo factor que atenta contra la felicidad de la pareja: Jessie echa de menos a su hijo, quien vive con su mamá en Chicago, y de quien se acaba de despedir en el aeropuerto. Se levanta la posibilidad de mudarse a Chicago. A Celine no le atrae la idea. El conflicto es el fulcro de una batalla empedernida de ideas, de la vocalización de pequeñas y grandes frustraciones que entorpecen una felicidad que parece perfecta. ¿Pero quién puede decir que ha alcanzado la felicidad absoluta?
Como en las anteriores, en esta cinta el viajar es un tema alusivo a que el tiempo no se detiene. En las tres películas un tren o un avión se alejan y llevan dentro a una persona privándola de la presencia de otra. Antes eran los amantes, ahora es un ser querido: el hijo de Jessie. Los viajes, además, cruzan zonas de tiempo: de Europa a América, o viceversa.
El tiempo también ha cambiado a los protagonistas, quienes son más maduros que cuando se conocieron, aunque también han madurado y se han complicado sus conflictos. Las dudas que causaba antes la distancia las ha magnificado la proximidad. Particularmente cuando ambos saben (él lo comenta en un instante) que se terminó el romanticismo de los encuentros fortuitos. Que ahora lo que los acerca es el verdadero amor que sienten el uno por el otro.
El guión de esta película maravillosa fue escrito, como ha sido el caso anteriormente por Linklater. La primera vez lo hizo con Kim Krizan, buscando la contribución del pensamiento femenino en el intercambio entre los dos personajes. En esta, como en la previa, comparte el trabajo con Hawke y Delpy, quienes han ido afinando los personajes hasta hacerlos viola y violín de la más precisa armonía. Sus intercambios fluyen como una melodía pura, desprovista de falsas notas. Es una polifonía que no pierde su cadencia a pesar de las puyas verbales y emocionales que intercambian los personajes principales.
Como actores, Hawke y Delpy son igualmente perfectos. Una pareja que uno no concibe de otra forma que no sea juntos. Están unidos por sus ideas semejantes y por sus desigualdades, ya bien sean de peso o emotivas y triviales. Cada uno ha perfeccionado su personaje a través del tiempo y uno piensa en ellos como si fueran viejos amigos que conocemos un poco más de la cuenta. No abundan los personajes en la historia del cinema que nos hayan dicho tanto de sí sin aburrirnos.
El director Linklater contribuye con unos toques sutiles en sus movimientos de cámara que evitan la claustrofobia de las tomas de primer plano de Ingmar Bergman en su “Scenes From a Marriage” (1973). Jamás pensé que se pudieran filmar dos versos de Neruda: Como todas las cosas están llenas de mi alma/emerges de las cosas, llena del alma mía. Sin embargo, en una escena en un cuarto de hotel donde se produce el intercambio más álgido entre Celine y Jessie, éste mira lo que ella ha dejado en la habitación y vemos en sus ojos esos versos, sin el egocentrismo del poeta, y percibimos el amor que siente por ella.
Linklater ha logrado con su trilogía tomar un lugar cerca de Bergman en el Parnaso cinemático. Contrario al sueco, su visión de las relaciones humanas no es tan oscura ni tan peligrosa. En vez de la ruptura de un matrimonio (como es el caso con la obra “Scenes…” de Bergman, que fue miniserie de televisión antes de ser película) Linklater nos cuenta cómo el amor puede triunfar aunque tenga la distancia y el tiempo en su contra. Impresiona que la influencia cinemática de Bergman sobre Linklater es mínima. La trilogía funciona como si se hubiera recalentado el amor que existió una vez entre América y Francia, y no se asemeja en nada al naturalismo minimalista escandinavo que vive bajo noches blancas o días tan oscuros como la desesperación. De todos modos, ahí está Linklater, al lado de Bergman, con una gran e inigualable contribución al cinema.