Béisbol, Oscar y otro presente para Puerto Rico
En la pelota de allá encontré a mi isla. Nadie tenía tantos jugadores estrellas como nosotros. Per cápita ni hablar.
Pronto se convirtió en un tema de conversación con mis compañeros anglosajones. Así aprendí algo de su idioma y cultura pero, aún más, podía ganar la discusión en mi inglés goleta al recurrir a las estadísticas del juego de la noche anterior o a la jugada destacada del día donde comúnmente un puertorriqueño era su protagonista.
Además de alegría y orgullo, el béisbol me llenaba de autoestima para salir adelante en un territorio empinado y hostil. Y es que el deporte también es cultura y más cuando sus protagonistas hablan tu mismo idioma, cargan la misma bandera, disfrutan del mismo mofongo en la Buruquena de la Calle ‘Division’ en Chicago y se identifican con tu misma gente. No importa su ideología o religión, aunque acepto que, más adelante, cuando Carlos Delgado hacía sus actos de protesta frente a lucha sociales, se hacía mucho más grande en mi ‘sport card’.
Así disfruté a Roberto Alomar en Toronto o sacándola del parque en la segunda entrada para los Indios de Cleveland derrotando a los White Sox en Chicago el día de la ‘boda de él’ (no de Alomar sino de mi hermano). A Edgar Martínez jugando con Seattle en el viejo Tiger Stadium de Detroit o a Igor, el Indio Sierra con Iván en Texas, entre muchos otros.
En este año que recién comienza y que pinta cuesta arriba para la mayoría, pudimos en apenas 24 horas vivir grandes emociones como pueblo. Desde la victoria por la excarcelación de Oscar López Rivera tras un esfuerzo colectivo largo, arduo e impresionante hasta el logro individual de Iván Rodríguez entrando al Salón de la Fama en su primer turno al bate. Profundas alegrías como nación de orígenes y circunstancias disímiles. Pero está probado que somos un pueblo con identidad cultural propia que merece alcanzar una identidad política plena que rija su presente.
De esas alegrías profundas nos toca aterrizar en lo cotidiano cuando, con agenda externa, una Junta dicta desde lejos por carta lo que hay que hacer aquí, impulsando un país que no queremos ni se merecen nuestros hijos e hijas. En ese instante, las emociones de la felicidad se transforman en indignación. Tocará buscar y potenciar lo mejor de cada uno para colectivamente darle un tono distinto a nuestra realidad. Pienso, y vuelvo a sentir con ella al frente. Las alegrías resisten, y permanecerán para saber que otro destino es posible cuando se lucha.
* Esta columna se publica mediante un acuerdo de colaboración entre la La Perla del Sur, Claridad y 80grados.