Ben-Hur
Las primeras dos versiones de este clásico de ficción popular sobre la época de Jesús de Nazaret fueron grandes atracciones fílmicas en su momento. La de 1925 generó casi tres veces su presupuesto de $4 millones, lo que para la época era una fortuna; la de 1959 recaudó $75 millones o casi cinco veces lo que costó hacerla. Fue por mucho tiempo la segunda película más taquillera en la historia, detrás de “Gone With the Wind”, y ganó once Oscar, estableciendo un récord igualado por “Titanic” (1997) y “Lord of the Rings” (2003). Hablo de esto primero porque la propiedad ha estado en manos de MGM desde el principio y, junto a Paramount, es responsable por esta nueva versión que ha costado $100 millones, lo que indica el estatus de la historia de Judah Ben-Hur como espectáculo.
No cabe duda que esa clasificación le aplica a la nueva versión que ha sido modificada, y por largos momentos momificada, por los reinterpretes de la novela original y de las dos versiones anteriores. Keith Clarke y John Ridley han acortado la historia y han eliminado partes que fueron excitantes en la versión de 1959. También han tratado de presentar sentimientos modernamente fofos de lo que es el coloniaje, la invasión y la convivencia entre razas y etnias que no parecen auténticas tal y como se confeccionan para el filme.
Porque la novela tiene de subtítulo “una historia de Cristo” sabemos el supuesto periodo en que está enmarcada la trama y presenciamos las bendiciones de Jesús, su benevolencia y su mensaje de amor por el prójimo. Por supuesto que en estos días de guerras continuas y violencia dispersa las enseñanzas de control y de aceptación son más que bienvenidas. Por suerte, en las escenas en que Jesús (Rodrigo Santoro) aparece esos sentimientos de respeto por los hermanos se perciben como sinceros.
La historia, para los que no saben nada sobre ella, tiene que ver con Ben-Hur (Jack Houston) un príncipe judío, que ha crecido como hermano del huérfano romano Messala (Toby Kebble), criado por su familia. Eventualmente sus vidas se ven afectadas por sus herencias y a sus sentimientos se interponen los problemas políticos y militares. Lo que una vez fue amor se convierte en un odio que los lleva a combatir a muerte en la carrera de carruajes más famosa de la literatura y el cine.
Por motivos que no mencionaré, Ben-Hur se convierte en prisionero de los romanos y es condenado a servir como remero en una galera de guerra. Pronto están confrontando un ataque griego y contemplamos los detalles de una de las dos secuelas más impresionantes y espectaculares de la cinta. La batalla en el mar Jónico es de un terror difícil de igualar. Ayudada por los efectos digitales que son hoy día de rutina, es un despliegue de ritmo cinético y suspenso que convierte la batalla ante nuestros ojos en algo verdaderamente aterrorizante. Vemos todo lo que sucede desde el punto de vista de Ben-Hur que está encadenado junto a los otros esclavos condenados a sufrir las injusticias del imperio. Es un logro del director presentar la escena de esa forma porque enfatiza la crueldad de la esclavitud y el horror de la guerra visto por un humano indefenso.
Pero es la carrera de carruajes lo que constituye el pináculo de un filme que al principio es bastante agobiante por su falta de impacto dramático y su lentitud en desarrollar el conflicto que conducirá a la acción que requiere la épica. El director Timur Bekmambetov, junto a sus directores de trucos acrobáticos, ha producido unas tomas que nos sobresaltan y nos cortan la respiración. No falta lo que evidentemente son efectos especiales y digitales. Como manejan los caballos es algo espeluznante y sobrecogedor. Pero es imposible evitar la emoción que nos induce lo que está ocurriendo a pesar de lo que son engaños visuales. En el filme de 1959 el inmortal “Stunt man” por excelencia, Yakima Canutt, dobló a Charlton Heston (Ben-Hur) y, en un momento en que Ben-Hur cae de la carroza, siguió arrastrado por los caballos durante lo que pareció una eternidad (se hizo un tajito en la barbilla). La escena aquí se repite de otra forma pero sabemos que es un truco.
Lo mejor de la película es la cinematografía de Oliver Wood y las actuaciones, que son uniformemente buenas. Se destaca Jack Huston, miembro de la legendaria familia de Walter, John, Angelica y Danny, cuya mezcla de fuerza y vulnerabilidad le da al personaje las características que luego lo convierten en un seguidor de Cristo. Como siempre, Morgan Freeman como Sheik Iderim, el hombre que rescata a Ben Hur del mar y reta a Poncio Pilato (Pilou Asbaek), es convincente, y su presencia regia nos recuerda el papel crítico que en ese momento histórico África jugaba en el mundo conocido. Si hay en el elenco lo que me parece lo más débil de esta versión. El Messala de Toby Kebble no tiene la ferocidad del de Stephen Boyd en la versión del 59, ni logra desarrollar la fricción sexual, sin duda dada a aquel guión por Gore Vidal, a quien no se le dio crédito, que sugería un motivo para mucha de la tensión entre él y Judah Ben-Hur.
Lo peor de la película es haberla convertido en una historia de reconciliación minimizando el tono de venganza que tenía el original. No porque la venganza sea buena o moralmente aceptable, sino porque las injusticias a veces la requieren. Finales felices donde no caben porque la historia los niega no ayudan a comprender las injusticias y los horrores cometidos por los imperios y los conquistadores.