Benedetti, sexo y llanto
En 2009, cuando murió el escritor uruguayo, mi amigo Chemi González me pidió que leyera para la actividad que organizaba en su honor titulada “Defensa de la alegría”. Para entonces Benedetti era un autor al cual había dejado de leer hacía años. Saqué mis libros de cuentos del homenajeado para hacer brainstorming. Les quité el polvo y los abrí azarosamente. El primer cuento que encontré se llamaba La noche de los feos. En ese cuento un hombre y una mujer se conocen a la salida de un cine. Ella tiene el cachete hundido por una operación. Él tiene una quemadura debajo de su boca. Ambos son feos o eso piensan ellos. La pareja conversa por horas en una confitería. Se entienden, coquetean, se desean y terminan en un cuarto donde el hombre cumple la promesa de apagar las luces y correr las cortinas. En la oscuridad ellos se lanzan a investigar el cuerpo del otro, se tocan ciegamente, hasta que llegan a las respectivas deformidades faciales. El morbo y la pena los vencen y comienzan a llorar descontroladamente.
El otro cuento que le siguió en mi búsqueda se llama El hotelito de la rue Blomet. En este relato una ex pareja de uruguayos torturados en la dictadura se reencuentra a escondidas de sus actuales parejas en un hotel de París. Luego de ignorarse en el tren, salen a un colmadito donde compran queso, vino y cigarrillos. Ellos comen apaciblemente y resumen sus tristes vivencias en aquel período. Ambos se amaban pero los separó la violencia y la crueldad. Nuevamente los dos personajes se desnudan para hacer el amor. En cierta forma ellos están saldando una vieja cuenta del deseo que necesita ser cobrada:
“Quedaron frente a frente, desnudos. Él la atrajo. Entonces ella se aflojó sin remedio. Abrazada al hombre, empezó a sollozar, sin poderse contener, sin tratar de contenerse. Él sentía cómo las lágrimas de ella le mojaban el pescuezo, los vellos del pecho. Una lágrima más gorda que las otras se deslizó hasta su ombligo y allí se detuvo. Él le acariciaba el cabello. A veces se lo echaba hacia atrás para besarle las orejas. Ella seguía llorando, no se sabía bien si feliz o desconsoladamente. Él bajó sus manos y acentuó su caricia. Casi insensiblemente se fueron reclinando sobre la cama. De pronto él sintió que las lágrimas que resbalaban por su cara también podían ser suyas. Estaba conmovido y deseoso.”
En aquella actividad en la Librería Isla de Río Piedras se celebraba la alegría de la vida que defendía Benedetti. Me tuve que disculpar por la nota sombría y traer a colación esos dos cuentos. No era muy adecuado hablar de sexo y llanto. Sin embargo, no pude dejar de sorprenderme, al revisar al autor, al notar que lo primero que encontré fue una erótica del desaliento. Pensando en eso, de repente, otras cosas me hicieron sentido y lancé mi discurso a otro camino.
¿Por qué quería hablar de este tema? Me puse a recordar con los allí presentes mi experiencia con Mario Benedetti, un autor que me acompañó mucho cuando jovencito. En la tardía adolescencia tuve un romance platónico, electrónico y literario. Esta muchacha y yo nos escribíamos emails casi a diario en donde flirteábamos con citas de Julio Cortázar. Azolotl, Una flor amarilla, algunos poemas de Salvo el crepúsculo conformaban nuestro cortejo irreal, (interesante que obviábamos la intensa escena sexual de El libro de Manuel o la dulce y hermosa escena de la metáfora del cíclope en Rayuela). Cuando nos veíamos nos tratábamos sin pasión, incluso indiferentemente. En los pasillos hablábamos de otras cosas, jamás de literatura o sentimientos. Confirmábamos con alguna sonrisa boba de último momento o una mirada extraña el poder de nuestra comunicación secreta. Había tensión sí, pero hasta ahí llegaba. Todo iba a las mil maravillas en el mundo de las ideas amorosas cortazarianas hasta que un día, angustiado por la falta de realidad de nuestro amorío, se me ocurre meter en la ecuación a Benedetti. No recuerdo que poema le mandé pero quizás fue algo como esto:
Hay días en que siento una desgana
de mí, de ti, de todo lo que insiste en creerse
y me hallo solidariamente cretino
apto para que en mí vacilen los rencores
y nada me parezca un aceptable augurio.
“Balada del mal genio”, Poemas del Hoyporhoy
De más esta decir que la frustración del uruguayo destruyó nuestro bienaventurado romance electrónico. Ella se enfureció. La cita le pareció una ofensa terrible. Su reacción no llego a la escritura. Esta vez me gritó en vivo y en cuerpo presente. Entonces todo se volvió real. Comenzaron los lamentos y las fallas de estrategia. Su cuerpo se alejó de mí. Su mente con el verbo cortazariano también. Benedetti me traicionó o al menos eso me pareció en un principio. El uruguayo me llevó a ese nido del erotismo frustrado en donde lo que toca es llorar a lágrima viva aunque en este caso sin cuerpo al cual adherirse.
Pero la esperanza es una combatiente poderosa que regresa a pesar de las derrotas. En el cuento de los feos, al final, un nuevo día refulge y ellos se permiten correr la cortina y admirar la belleza de sus rostros. En el del hotelito, la mujer y el hombre se saben destrozados por la historia aunque increíblemente fuertes. Así ocurrió conmigo. A esa edad, gracias a mi desliz con Benedetti, reflexioné que en los terrenos de Eros debía aspirar a la unión carnal en vez de a la palabrería. Que era importante vivir en el cuerpo, y no en el cuento, aunque tocará llorar de vez en cuando. Benedetti sin quererlo me ha llevado a transitar por relaciones reales donde la palabra y la literatura son en todo caso un estímulo y no toda una estructura amorosa. Hay que asegurarse de llegar a la cama.
Recién recibí por correo en Brooklyn una parte de mi biblioteca con libros del viejo Mario. La referencia temporal de esos objetos apalabrados no es neutral. Con los libros, el orden de las lecturas, también se construye memoria. Verlos me trae de nuevo muchos recuerdos, a este relato que le leí a los amigos y a la alegría que desde entonces me hace sentir Benedetti.