Betances en Santo Domingo y Santo Domingo en Betances
En conmemoración de los 120 años
de la muerte del “padre de la Patria”
A Elizardo Martínez García;
amigo, solidario, caribeño y latinoamericanista:
in memoriam
Hoy escribo para no permitir el olvido. En palabras de Eduardo Galeano “para devolver a la historia el aliento, la libertad y la palabra” y así reavivar en la memoria, ese hilo fino con el que se va tejiendo nuestra identidad como nación.
El pasado 8 de abril se cumplieron 191 años del nacimiento en Cabo Rojo del “padre de la Patria puertorriqueña”, “el Antillano”, Dr. Ramón Emeterio Betances. 120 años después de su muerte, el 16 de septiembre de 1898, muchos de los problemas que confrontó aún no han sido resueltos. Su preocupación por la posible anexión de Puerto Rico a Estados Unidos, el dominio ideológico, político y económico que la Nación norteamericana ejerce en toda la zona del Caribe, al igual que la posibilidad de una resistencia antillana a esas pretensiones siguen siendo temas que deben considerarse como fundamentales en nuestro desarrollo. Lamentablemente, aunque varios especialistas han estudiado y comentado extensamente los proyectos betancinos que durante la segunda mitad del siglo xix dibujaron los conceptos que habrían de definir nuestra nacionalidad, no han llegado a ser de conocimiento popular.
Desde Betances hasta Don Pedro habrá varias generaciones de pensadores políticos caribeños que mantuvieron viva la idea de una independencia conjunta de una posible nación antillana. Quisiera esbozar algunas de las relaciones que lo unen a la trayectoria histórica de la República Dominicana.
Dominicano fue su padre, don Felipe Betances, por lo que no fuese casual que usara la bandera de la república hermana como modelo para la revolucionaria de Lares. También era símbolo de la amistad y unidad de propósitos con el general Gregorio Luperón, actor principalísimo de la Guerra de Restauración.
Según la biografía de Ada Suárez Díaz, fue precisamente hacia 1863, al comenzar la guerra en Santo Domingo, que Betances retomaría sus ideas libertarias que había puesto en pausa desde el 22 de abril de 1859 con la muerte por tifoidea de su novia María del Carmen Henri Betances. Según Salvador Brau:
…ajeno a la política hallábase el joven médico al sobrevenir la guerra de Santo Domingo que tan poderosamente reclamara la atención general en nuestra Isla. Hijo de dominicano, relacionado con dominicanos prominentes y atraído por sus principios genuinamente democráticos a simpatizar con la justísima causa que el pueblo dominicano sostenía, presto fue la casa del doctor Betances señalada como cenáculo donde se congregaban los apóstoles de una doctrina anti-española…[1]
De hecho, el viaje para repatriar el cadáver de Lita, también se transformó en lazo de unión entre Betances y la República Dominicana. De no poder desembarcar en Puerto Rico, seguiría hacia Santo Domingo en donde ya habían aprobado su segundo entierro.
Hacia 1871, bajo el gobierno de Buenaventura Báez, la independencia de la República vuelve a ser amenazada. Con el levantamiento del 25 de noviembre de 1873, acción con la que el pueblo dominicano se declaraba en favor de su independencia y soberanía, volvería a evidenciarse el lazo revolucionario que unía a Betances con Luperón. Consciente Luperón de las negociaciones del presidente Báez con los Estados Unidos, en 1869 había desembarcado en Saint Marc, Haití con el vapor expedicionario Telégrafo, donado por nuestro Betances después del fracaso del intento revolucionario de Lares, y que rebautizaría con el nombre de Restauración.
La colaboración de ambos patriotas se había hecho más estrecha durante este período. Hacia septiembre de 1869 el Ministro de Relaciones Exteriores de Santo Domingo le informó al General José Laureano Sanz en Puerto Rico un plan que, según él, auspicia Betances en acuerdo con los generales José María Cabral, Gregorio Luperón y Pedro Antonio Pimentel para “provocar una emigración de hombres que saliendo de Mayagüez y otros pueblos de Puerto Rico afluya a Puerto Plata para esperar la llegada de Luperón para apoyar el movimiento que se operaría”. [2]
Añade el ministro dominicano que:
“Un hermano del mismo Dr. Betances se encuentra ya en Puerto Plata con un número sospechoso de puertorriqueños, y el Vapor del 4 debía conducir más de cien auxiliares de la misma procedencia”.[3]
No podemos. sin embargo, certificar documentalmente la presencia de Betances en Puerto Plata hasta abril de 1875 fecha en la que coincide con la primera visita a la Isla hermana de Eugenio María de Hostos quien se convertiría en el principal redactor del periódico Las Dos Antillas. En carta de don Federico Henríquez y Carvajal al Dr. Manuel Guzmán Rodríguez se mencionan las frecuentes reuniones en casa del general Luperón:
“En su alcoba nos reuníamos a menudo sus amigos. Éralo Betances como pocos y entonces lo asistía como médico. Allí, en el hogar del épico restaurador, un domingo presentóse el Antillano con el autor de Bayoán y crítico de Hamlet”.[4]
Como fue el caso en tantas ocasiones, el compromiso de Betances, en esta ocasión, trascendió sus actividades libertarias. En el periódico El Porvenir, de Puerto Plata se informa sobre la serenata ofrecida al Dr. Betances en casa del general Segundo Imbert.:
“El 14 en la noche, un grupo de dominicanos, cubanos y puertorriqueños, precedidos de una buena orquesta, obsequiaron en la morada del amigo Imbert, con una lucida serenata, al Dr. Betances, dándole así una prueba espléndida de las generales simpatías que goza entre todos los antillanos, este digno obrero de la libertad.” [5]
Este cariño era también el resultado del conocimiento que se había esparcido de que había establecido un consultorio médico en el que día a día ofrecía gratuitamente sus servicios como médico a los miembros de las comunidades económicamente más desventajadas.
“[…]desde que se corrió la voz de que daba consultas gratis, desde los campos más lejanos acudían mancos, cojos, ciegos y tullidos en busca de un consuelo, cerca de ese hombre, eminentemente filantrópico, que con una paciencia inaudita los ha atendido a todos recetándoles y hasta operándolos gratuitamente”.[6]
Su despedida de la República fue también recogida en El Porvenir:
“…con un adiós lleno de gratitud. La confianza que ellos me han concedido me impone la obligación de merecerla. No renuncio pues a la grata idea de una segunda visita menos corta que la primera; y esto con tanta más razón que, a falta de mi desgraciada patria, la patria borinqueña, en la unión de dominicanos, cubanos y puertorriqueños, he hallado aquí el principio de la Gran Patria Antillana”. [7]
El regreso de Betances a Francia no sería el final de estas relaciones. Hacia 1879 el general Luperón, que se encuentra en París, es presentado por Betances en varias sociedades culturales y de cooperación internacional con el propósito de que la República Dominicana lograra establecer relaciones diplomáticas con las naciones europeas. De este período, llega a concluir el historiador dominicano Emilio Rodríguez Demorizi en su Luperón y Hostos que:
“Luperón necesitó de ambos, de Betances y Hostos, para hacer más perfecta su transmutación de soldado en estadista, de hombre de armas en hombre de pensamiento. Eran hombres diferentes, pero eran hombres que se completaban”. [8]
La verdad es, como puede verificarse en la biografía de Suárez Díaz, que durante estas fechas los asuntos de Santo Domingo ocupaban casi completamente la atención del puertorriqueño. Al punto de que el 29 de julio de 1882 el general Luperón escribe a Santo Domingo comunicando que piensa salir de Europa para Puerto Plata y que:
“[…] el patriota y buen amigo Dr. Betances como Primer Secretario de La Legación Dominicana, quedará encargado de mi misión hasta que otra cosa determine el gobierno”. [9]
Varios son los proyectos que Betances organiza desde su nueva encomienda. Entre ellos la creación del controversial Banco de la República y el de declarar la Bahía de Samaná como puerto franco ante la posibilidad de convertirlo en puerto intermedio al momento en que ya se pensaba construir el Canal de Panamá. Dirá Betances sobre Samaná:
“Aquí me siento dominicano puro, sin flaquezas y sin corrupciones de codicia, y capaz de defender la patria heroicamente contra todas las fuerzas que contra ella se coaligaran. Me siento ennoblecido por Samaná; y con todo el entusiasmo de la juventud, clamaría a voces contra la Europa y el Norte América a la vez: ¡Viva la República!, ¡Viva la Independencia!”. [10]
Según lo informa el Dr. Félix Ojeda Reyes, durante el Congreso celebrado en París con motivo del centenario de la muerte de “el Antillano”, entre las 169 cartas que forman el libro copiador que la viuda de Betances, Simplicia Jiménez Carlo, regaló a la familia Giusti como agradecimiento por su ayuda para transportar las cenizas de Betances a Puerto Rico, hacia 1878, se había convertido en “ciudadano dominicano por elección”, reconociendo a la República Dominicana como cuna y pieza fundamental de la Confederación Antillana.[11] Demuestra Ojeda Reyes que el proyecto conjunto de Betances y Luperón incluía el desarrollo político del país para alcanzar la independencia política y financiera, la necesidad de mercadear los productos en Europa, el establecimiento de un cable submarino para facilitar las comunicaciones, la fundación del Banco Nacional y la creación de un puerto franco.[12]
Cónsonas con estas relaciones varios fueron los intercambios migratorios entre ambas naciones. Según Ada Suárez Díaz, ya en 1863 encontramos a 35 directores del movimiento revolucionario dominicano que habían sido expatriados por el Capitán General de Santo Domingo y que el general Messina envía a la Isla de Vieques. Varios años después, consciente Betances de la emigración forzada de muchos puertorriqueños hacia la vecina Isla, por razones políticas y económicas, pide en La Voz del Cibao la compresión de los dominicanos para los puertorriqueños recién llegados. Sus palabras deben permanecer hoy en los corazones de los puertorriqueños:
“Reclamo […] que en cualquier parte de las costas dominicanas donde vengan a abordar mis desgraciados compatriotas, los habitantes dominicanos se dignarán darles acogida digna de la proverbial hospitalidad de nuestros países, en la firme convicción de que los que vengan a asentarse en el hogar dominicano son y serán siempre verdaderos hermanos […][13]
Durante las primeras décadas de nuestro siglo con la política del “gran garrote” del presidente Theodore Roosevelt se justificó la invasión estadounidense a la República Dominicana entre 1916 y 1924 período durante el cual se haría posible el advenimiento de la dictadura de Trujillo. Durante esos años vuelven a entrelazarse los lazos entre puertorriqueños y dominicanos. Según nos informa Marisa Rosado, en su hermosa y detallada biografía de don Pedro Albizu Campos, el 21 de junio de 1927 desembarca en Santo Domingo y fue recibido por una comisión del Partido Nacionalista Dominicano. Nos dice Rosado que el viaje era el producto de la relación entre Albizu y Federico Henríquez y Carvajal y su hijo Enriquillo Henríquez García. Continúa diciendo que después de un homenaje a los revolucionarios dominicanos en la Capilla de los Inmortales, a donde desde agosto de 1926 se habían trasladado los restos del general Gregorio Luperón, se fundaría la Junta Dominicana Pro Independencia de Puerto Rico presidida por Henríquez y Carvajal.[14]
Terminemos señalando que fue a Santo Domingo a donde acudió José de Diego en 1915 para fundar La Unión Antillana que en el título primero de sus Bases Constituyentes sugiere que tendría el propósito de defender la soberanía y la libertad bajo el ideal de una confederación política.
Hoy afirmo que algún tipo de unidad antillana parece sernos más necesaria que hace 100 años. El ideal aparece por primera vez en pensadores europeos como el Abate de Pradt, Alejandro Humboldt y Víctor Schoelcher. En nuestra América sería inicialmente formalizado por el cubano José Álvarez Toledo, por José Caballero en la República Dominicana y en Puerto Rico por José Valero Bernabe. Serían seguidos por Betances, Hostos, Martí, De Diego y Albizu. Ante las amenazas del pensamiento neoliberal promulgadas por los procedimientos de globalización que definen el curso económico de nuestro siglo, parece ser cada vez más urgente.
Referencias
[1]Citado en: Ada Suárez Díaz. El Antillano. Biografía del Dr. Ramón Emeterio Betances 1827-1898. San Juan: Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, 1988. (p. 49)
[2] Ada Suárez Díaz. (p. 165)
[3] Ada Suárez Díaz (P. 165)
[4] Se trata de una carta de Federico Henríquez y Carvajal. Citada por Ada Suárez Díaz: (p.193)
[5] El Porvenir, 18 de abril de 1875. Citado en: Ada Suárez Díaz. (p. 193)
[6] Ada Suárez Díaz (p. 194) El Porvenir. 25 de abril de 1875.
[7] Ada Suárez Díaz (p. 194) El porvenir. 2 de mayo de 1875.
[8] Emilio Rodríguez Demorizi. Luperón y Hostos. Santo Domingo: Editora Taller, 1975. (p. 15)
[9] Ada Suárez Díaz. (p. 213). Carta de Luperón al Secretario de Relaciones Exteriores de la República Dominicana. 29 de julio de 1882.
[10] Ada Suárez Díaz. (p. 215) Aparece en la recopilación de Luis Bonafoux: Betances, editado por el Instituto de Cultura Puertorriqueña en 1970.
[11] Me refiero al ensayo titulado: “Ramón Emeterio Betances. Patriarca de la Antillanía”. Aparece en: Félix Ojeda Reyes y Paul Estrade. Pasión por la libertad editado por la Editorial de la Universidad de Puerto Rico y el Instituto de Estudios del Caribe en el 2000. Son las actas del congreso celebrado en París en 1998. (p. 34)
[12] Félix Ojeda Reyes. “Ramón Emeterio Betances. Patriarca de la Antillanía”. (p. 34) No me cabe la menor duda de que Paul Estrade y Félix Ojeda Reyes son los estudiosos e investigadores que en la actualidad más han aportado y siguen contribuyendo al esclarecimiento del pensamiento de Betances y a la recopilación completa de su obra. Recientemente (2017) Estrade ha publicado, con un prefacio de Ojeda Reyes el volumen titulado: En torno a Betances: hechos e ideas. El texto fue cobijado por Ediciones Callejón de Elizardo Martínez a quien he dedicado este ensayo. Para los que hemos tenido el privilegio de conocerle a él y a Maritza Pérez, su compañera de vida, no está de más decir que el diseño de la portada estuvo a cargo de Ita Venegas Pérez. En el volumen se incluyen además de las anotaciones del prefacio de Félix Ojeda, dos conferencias ensayos sobre las relaciones de “el Antillano” con la República Dominicana: Dominicano (“Pasión dominicana del Doctor Betances por la soberanía de la nación y la libertad de los ciudadanos”) y Dominicanísimo (“El puerto franco de San Lorenzo en la Bahía de Samaná, República Dominicana: el plan ambicioso de Betances”) p. 69 y 89.
[13] Ada Suárez Díaz (p. 103) Tomado del Boletín Histórico de Coll y Toste.
[14] En: Marisa Rosado. Pedro Albizu Campos. Las llamas de la aurora. Un acercamiento a su biografía. San Juan, 1998. (p. 121, 122 y 123)