Big Eyes
Tal parece que la imaginación de los guionistas hollywoodienses se ha atrofiado. Puede ser que están pensando en qué nueva película de MARVEL o DC Comics van a adaptar y eso requiere sumergirse en los efectos especiales, ya tan casones y repetitivos. Mientras esperan que les vuelva la musa, se están dedicando a las vidas de otros. El “bio-pic” ha proliferado tanto recientemente que tengo pesadillas en las que me encuentro reseñando uno sobre la vida de algún exalcalde o exsenador nuestro.
Tal vez, la vida de nuestros timadores sería apropiada porque el tema de «Big Eyes» es el engaño y la fraudulencia. El público es engañado por un hombre que se atribuye pinturas que no ha hecho. El hombre, Walter Keane (Christopher Waltz) firma los cuadros que pinta su esposa Margaret (Amy Adams) en los que niñas (principalmente) y niños parecen tener platillos voladores por ojos. Los que vivimos de pre y adolescentes en los años 50 del pasado siglo vimos los ubicuos cuadros, diría yo, demasiado. Aunque algunos gozaban de cierto patetismo kitsch, en general eran monótonos y, a veces, vulgares (en el sentido de corrientes o comunes).
Que Tim Burton se hubiera acercado a este proyecto sugería que sería interesante, y lo es por un intervalo que el filme explora cómo Walter somete a Margaret con los trucos que eran comunes en esa época: él era el hombre y nadie estaba interesado en mujeres artistas. Curiosamente, cuando, ante ese planteamiento, Margaret menciona la existencia de Georgia O’Keefe, pensé en Lee Krasner, Frida Kahlo, Dora Carrington, Remedios Varo y muchas otras, pero tuve que volver a concentrar para no perderme el diálogo.
Cómo Walter mantuvo la mentira de que era él el autor de las pinturas se va materializando poco a poco según vemos sus movidas publicitarias y manipulaciones de personajes públicos que le creían sus mentiras. Esa veta fraudulenta es más profunda de lo que nos imaginamos y, según progresa el filme, se nos revelan más secretos de la vida de Walter que nos ha ocultado. Es curioso cómo la fama le va concediendo altura a algo mediocre y conduce a sobredimensionar el valor de un producto artístico. Eso está muy bien traído sin que se nos dé una lección de «high» y «low brow» en las artes. Mejor sufrir de ambas y discriminar bien.
El filme explora también cómo el aislamiento puede atrapar a las personas sin que puedan liberarse. Margaret fue eso, una mujer presa de un marido inescrupulosos que era un timador y un vividor. Ella era la del talento para poder pintar los niños de ojos de platillo y no tuvo la posibilidad temprana de sobreponerse a la opresión de su marido. La pregunta es si hoy día, a pesar de algún progreso, las cosas son muy distintas. Como ejemplo, a cada rato vemos que la discriminación continúa reflejada en los sueldos más bajos para mujeres, a pesar de tarea similares a la de los hombres. Baste también la violencia de género (lo de Margaret es un tipo de violencia) que continúa de forma incontrolada y muchas veces fatal. En otras palabras los triunfos de la verdadera Margaret no han sido suficientes para suprimir el desdén que aún sienten muchos hombres por la mujer.
Amy Adams ha tenido una racha estupenda con sus actuaciones desde «The Master», pasando por «American Hustle» y «Her». Aquí no nos defrauda. Con su estilo de maquillaje y vestimenta Marilyn Monroe, cónsono con la época, y esa inocencia que puede a veces transmitir (que a Marilyn le venía natural) aunque esté enseñando su pechera, Adams es el contrapunto inocente de su fabuloso (en el sentido de embustero, ¿ok?) marido. Es una interpretación clara y precisa de alguien sumiso que despierta del engaño en que vive.
Despertar para encararse a Christopher Waltz no es cáscara de coco. Waltz, sin embargo, me pareció el actor erróneo para el papel de Walter. A pesar de que su actuación es buena, su temperamento y su energía actoral hacen que uno simpatice con él. Es el secreto de sus dos interpretaciones maravillosas e impresionantes en «Inglorious Bastards» y «Django Unchained». En cambio, aunque Walter es abominable, uno no puede dejar de llevarse por su encanto como actor… un poco. Se podría argumentar que eso es probablemente lo que le pasó a Margaret en la vida real, pero es evidente que había algo más en el dominio que sobre ella ejercía Walter que no se puede captar del guión, ni transmite la película.
Las escenas en la corte me parecieron absurdas, y aunque Waltz trata intensamente para que aceptemos lo que está sucediendo, el ritmo de la película se altera y parece que estamos presenciando una película de Jim Carey o de Cantinflas. Aunque eso sea lo que escribieron los guionistas, ahí falló Burton. Malamente.