Chávez y yo
Una vez le pregunté si prefería a los enemigos que lo odiaban porque sabían lo que estaba haciendo, o los que botaban espuma por la boca producto de la ignorancia. Él se echó a reír. Los primeros eran preferibles, explicó, porque le hacían sentir que estaba en el camino correcto. La muerte de Hugo Chávez no vino como una sorpresa, pero eso no la hace más fácil de aceptar. Hemos perdido a uno de los gigantes políticos de la era post-comunista.
Venezuela, sus élites sumidas en una corrupción a gran escala, había sido considerada como un seguro puesto de avanzada de Washington y, en el otro extremo, de la Internacional Socialista. Pocos prestaban atención al país antes de sus victorias. A partir de 1999, cada medio de comunicación importante de Occidente se vio obligado a enviar un corresponsal. Dado que todos dijeron lo mismo (que el país estaba supuestamente al borde de una dictadura comunista) hubiera sido mejor que compartieran sus recursos.
Lo conocí en 2002, poco después del fracasado golpe militar instigado por Washington y Madrid y posteriormente le vi en numerosas ocasiones. Había pedido verme durante el Foro Social Mundial en Porto Alegre, Brasil. Él preguntó: «¿Por qué no has ido a Venezuela?, ven pronto». Lo hice. Lo que me atrajo fue su franqueza y valentía. Lo que a menudo aparecía como pura impulsividad había sido cuidadosamente pensado y entonces, dependiendo de la respuesta, se ampliaba por las erupciones espontáneas de su parte. En momentos en que el mundo se había quedado en silencio, cuando la centro-izquierda y centro-derecha luchaban tenazmente para encontrar algunas diferencias entre sí y sus políticos se habían convertido en máquinas disecadas, hombres obsesionados con hacer dinero, Chávez iluminó el panorama político.
Apareció como un toro indestructible, hablando durante horas a su pueblo en una voz cálida y sonora, una elocuencia ardiente que hacía imposible permanecer indiferente. Sus palabras tuvieron una resonancia impresionante. Sus discursos estaban llenos de homilías, de historia continental y nacional, citas del líder revolucionario del siglo 19 y presidente de Venezuela, Simón Bolívar, pronunciamientos sobre el estado del mundo y canciones. «Nuestra burguesía se avergüenza de que canto en público. ¿Les importa?», le decía a la audiencia. La respuesta fue un rotundo «No». A continuación, les pedía que se unieran en el canto , «Más alto, para que nos oigan en la parte oriental de la ciudad.» Una vez, justo antes de una manifestación, me miró y dijo: «Te ves cansado, ¿crees que aguantas hasta la noche?» Yo le respondí: «Depende de cuánto tiempo vas a hablar». Sería un breve discurso, prometió. Menos de tres horas.
Los bolivarianos, como se conoce a los partidarios de Chávez, ofrecían un programa político que desafiaba el Consenso de Washington: el neoliberalismo en el país y las guerras en el extranjero. Esta fue la razón principal para el vilipendio de Chávez que es seguro que continuará mucho después de su muerte.
Los políticos como él se habían vuelto inaceptables. Lo que más odiaba era la indiferencia desdeñosa de los principales políticos de América del Sur hacia su propio pueblo. La élite venezolana es notoriamente racista. Consideraban al presidente electo de su país como un inculto, incivilizado, un “zambo” de sangre mixta africana e indígena, en quien no se podía confiar. Sus partidarios fueron retratados en las cadenas de televisión privadas como monos. Colin Powell tuvo que reprender públicamente a la embajada de Estados Unidos en Caracas por celebrar una fiesta en la que Chávez fue presentado como un gorila.
¿Estaba sorprendido? «No», me dijo con una expresión sombría en su rostro. «Yo vivo aquí. Los conozco bien. Una de las razones para que muchos de nosotros entráramos al ejército se debe a que todas las demás vías están cerradas.» No más. Tenía pocas ilusiones. Él sabía que los enemigos locales no conspiran y traman en el vacío. Detrás de ellos va el estado más poderoso del mundo. Por un momento pensó que Obama podría ser diferente. El golpe militar en Honduras le desengañó de todas esas nociones.
Tenía un sentido del deber muy puntilloso con su pueblo. Él era uno de ellos. A diferencia de los socialdemócratas europeos, nunca creyó que el progreso de la humanidad vendría de parte de las corporaciones y los banqueros y así lo dijo muchas veces antes de la caída de Wall Street de 2008. Si tuviera que fijar una etiqueta en él, yo diría que era un demócrata socialista, lejos de cualquier impulso sectario y rechazando el comportamiento auto-obsesionado de varias sectas de extrema izquierda y la ceguera de sus rutinas. Él lo dijo cuando nos conocimos.
Al año siguiente en Caracas le pregunté sobre el proyecto bolivariano. ¿Qué podría hacerse? Fue muy claro, mucho más que algunos de sus partidarios más entusiastas:’ ‘No creo en los postulados dogmáticos de la revolución marxista. No acepto que estamos viviendo en un período de revoluciones proletarias. Todo eso debe ser revisado. La realidad nos lo dice todos los días. ¿En Venezuela estamos dirigidos hoy en día hacia la abolición de la propiedad privada o una sociedad sin clases? No lo creo. Pero si me dicen que debido a esa realidad no se puede hacer nada para ayudar a los pobres, a las personas que han hecho a este país rico con su trabajo -y nunca hay que olvidar que buena parte fue con el trabajo de los esclavos- entonces yo digo: ‘Sé parte del esfuerzo. “Nunca aceptaré que no pueda haber una redistribución justa de la riqueza en la sociedad. A nuestras clases altas ni siquiera le gusta pagar impuestos. Esa es una razón por la que me odian…
Nos dijo: “Creo que es mejor morir en la batalla, en lugar de mantener en alto un estandarte muy revolucionario, creerse muy puro, y no hacer nada … Esa posición a menudo me parece muy conveniente, una buena excusa … Trate de hacer su revolución, ir al combate, avanzar un poco, incluso si es sólo un milímetro, en la dirección correcta, en vez de soñar con utopías».
Recuerdo que en uno de sus mítines públicos estaba sentado al lado de una mujer mayor, vestida modestamente. Ella me preguntó acerca de él. ¿Qué es lo que pienso? ¿Estaba bien? ¿No habla demasiado? ¿No era demasiado temerario a veces? Yo lo defendía. Se sintió aliviada. Era su madre, preocupada de que tal vez ella no lo había criado tan bien como debería haber hecho: «Siempre se aseguraba de que, de niño, leyera libros «. Esa pasión por la lectura se quedó con él. La historia, la ficción y la poesía fueron los amores de su vida: «Como yo, Fidel es un insomne, a veces estamos leyendo la misma novela y llama a las 3 am y pregunta: ‘Bueno, he terminado ¿Qué te parece? Y conversamos una hora más.»
El hechizo de la literatura lo llevó en el 2005 a celebrar el 400 aniversario de la gran novela de Cervantes de una manera única. El ministerio de cultura publicó un millón de ejemplares de Don Quijote y los distribuyó gratis a los hogares de un millón de gente pobre, que ahora sabe leer y escribir. ¿Un gesto quijotesco? No. La magia del arte no puede transformar el universo, pero puede abrir una ventana. Chávez confió en que el libro sería leído ahora o más tarde.
La cercanía a Castro ha sido descrita como una relación padre-hijo. Esto es sólo parcialmente cierto. El año pasado, una gran multitud se había congregado a las afueras del hospital en Caracas, donde Chávez estaba recuperándose del tratamiento de cáncer, y sus consignas se hicieron cada vez más fuerte. Chávez ordenó que se instalara un sistema de altavoces en la azotea. A continuación, se dirigió a la multitud. Viendo esta escena en Telesur en La Habana, Castro estaba en shock. Llamó al director del hospital: «Este es Fidel Castro y usted debería ser despedido. Llévenlo de vuelta a la cama y díganle que lo dije yo».
Por encima de la amistad, Chávez vio a Castro y a Che Guevara en un marco histórico. Eran los herederos del siglo 20 de Bolívar y su amigo Antonio José de Sucre. Ellos trataron de unir al continente, pero era como arar en el mar. Chávez se acercó más a ese ideal que el cuarteto que admiraba tanto. Sus éxitos en Venezuela provocaron una reacción continental: victorias en Bolivia y Ecuador. Brasil, bajo Lula y Dilma, no siguió el modelo social, pero se negó a permitir que el Oeste los enfrentara unos contra otros. Fue un tema favorito de los periodistas occidentales: Lula es mejor que Chávez. Pero el año pasado Lula declaró públicamente su apoyo a Chávez, “cuya importancia para nuestro continente nunca debe ser subestimada”.
La imagen más popular de Chávez en Occidente era la de un caudillo opresor. Si esto hubiera sido cierto desearía que existieran más de estos. La Constitución Bolivariana, rechazada por la oposición venezolana, por sus periódicos y canales de televisión locales y la CNN, fue aprobada por una amplia mayoría de la población. Es la única constitución del mundo que ofrece la posibilidad de sacar a un presidente electo de su oficina a través de un referéndum convocado luego de recoger las firmas suficientes. Consistente sólo en su odio a Chávez, la oposición intentó utilizar este mecanismo en 2004 para removerlo. Independientemente del hecho de que muchas de las firmas eran de personas fallecidas, el gobierno venezolano decidió aceptar el reto.
Yo estaba en Caracas una semana antes de la votación. Cuando conocí a Chávez en el palacio de Miraflores estaba estudiando detenidamente las encuestas de opinión con gran detalle. Podía estar parejo. «Y si pierdes?», le pregunté. «Entonces voy a renunciar», respondió sin vacilar. Él ganó.
¿Nunca se cansa, se deprime, pierde la confianza? «Sí», respondió. Pero no fue en el intento de Golpe de Estado o el referéndum. Fue la huelga organizada por los sindicatos petroleros corruptos y respaldado por las clases medias lo que le preocupaba, ya que afectaría a toda la población, especialmente a los pobres: «Hay dos factores que ayudaron a mantener mi moral, la primera fue el apoyo que mantuvo todo el país. Me harté de estar sentado en mi oficina, así que con un guardia de seguridad y dos camaradas fui a escuchar a la gente y respirar un mejor aire. La respuesta me conmovió mucho, una mujer se me acercó y me dijo: ‘Chávez yo quiero mostrarte algo´. La seguí hasta su morada pequeña.
Adentro, su esposo y sus hijos estaban esperando la sopa para cocinar. «Mira lo que estoy usando como combustible… la parte de atrás de nuestra cama! Mañana voy a quemar las patas, y el día después la tabla, a continuación, las sillas y puertas. Vamos a sobrevivir, pero no te rindas ahora. Al salir, uno de los los muchachos de las gangas se me acercó y estrechó mi mano. ´Podemos vivir sin cerveza. Usted asegúrese de joder a esos hijos de puta¨.
¿Cuál era la realidad íntima de su vida? Para cualquier persona con un cierto nivel de inteligencia, carácter y cultura, sus inclinaciones naturales, emocionales e intelectuales, constituían un todo, no siempre visible para el público. Era divorciado, pero el afecto por sus hijos y nietos nunca se puso en duda. La mayoría de las mujeres que amó, y fueron varias, lo describen como un amante generoso, esto dicho mucho después de separarse.
Entonces, ¿qué pasa con el país que deja tras de sí? ¿Un paraíso? Por supuesto que no. ¿Cómo sería posible, dada la magnitud de los problemas? Pero deja tras de sí una sociedad muy cambiada en la que los pobres sienten que tienen una participación importante en el gobierno. No hay otra explicación para su popularidad. Venezuela está dividida entre sus partidarios y detractores. Murió invicto, pero permanecen grandes pruebas por delante. El sistema creado por él, una democracia social basada en la movilización de masas, tiene que seguir desarrollándose. ¿Estarán sus sucesores a la altura de los retos? En cierto sentido, esa es la prueba final del experimento bolivariano.
De una cosa podemos estar seguros. Sus enemigos no lo dejarán descansar en paz. ¿Y sus partidarios? Sus partidarios, los pobres en todo el continente y en otros lugares, lo verán como un líder político que prometió y entregó derechos sociales contra todos los pronósticos, como alguien que luchó por ellos y ganó.
*Publicado originalmente en The Guardian, traducido del inglés por 80grados.