Criminalizar la protesta y la capucha invisible de los represores anónimos
Puedo entender que gran parte de nuestro pueblo esté malintencionadamente desinformado por la prensa y los intereses de sus empresas aliadas a los bonistas y el gobierno. Puedo comprender que los portavoces de los mismos intereses dominan los programas radiales fungiendo de analistas y mintiendo descaradamente a los radioescuchas, no se documentan, disparan de la baqueta sus prejuicios y desaciertos con altanería y prepotencia habitual. Los titulares de la prensa escrita mienten, las imágenes y las fotos seleccionadas son un claro discurso sesgado contra los que defienden los intereses del pueblo. Al reportarse una conferencia de prensa, se recurre al voiceover, es decir, una voz de ultratumba que asume un discurso que nada tiene que ver con el mensaje de los que convocaron a la prensa y así evitan que oigamos sus reclamos. Se tergiversan noticias durante meses y la opinión pública se controla perfectamente, se le guía a repetir los ataques de los poderosos a los que luchan contra sus intereses y el pueblo insulta en las redes sociales a sus defensores
Desgraciadamente, la prensa en Puerto Rico no está cumpliendo su deber de informar al pueblo y de denunciar, lo que daría un carácter un poco más democrático a este coloniaje dictatorial. Pocos periodistas logran vencer la censura de sus medios de manera que no domine la ideología de la clase rica que despoja a los asalariados de sus derechos laborales, de sus bienes y de su futuro. En esta guerra de clases (ricos contra el pueblo trabajador) la prensa no es libre sino en su imaginario, por eso se percibe la desconfianza de parte de los ciudadanos que luchan. Ahora se une a este cuadro de cosas la creación de leyes Anti UPR que criminalizan las formas de protestar de un pueblo que lucha contra un enemigo poderoso es una forma más de represión de ese Estado que vigila y castiga, como planteaba Michel Foucault. El pueblo aplaude la ley de mordaza que criminaliza la protesta de los pelús, de los socialistas, de los mismos de siempre y añada usted los epítetos que faltan. El plan para el despojo se ha cumplido cabalmente. A esta hora brindan los injustos por creer haber vencido al pueblo.
Vivimos bajo una Dictadura Financiera Anónima que controla todo, que lo quiere todo, que saqueará todo lo que pueda y reprimirá a todos los que la enfrenten. Son estos mismos personajes anónimos que criminalizan a los que ocultan sus rostros con camisetas, los que no nunca se fijan o denuncian el anonimato cuando la policía oculta su placa y apellido como manda la ley, que es otra forma de encapucharse. Esta corruptela financiera se esconde en hoteles cinco estrellas, protegida por trescientos miembros de la Unidad de Operaciones Tácticas que pagamos los contribuyentes. Policías, cámaras, agentes de Inteligencia y de Unidades Especiales, agentes encubiertos, todos carpetean a los que ejercen su derecho a la expresión, de quienes ejercen su legítimo y democrático derecho a la protesta en un país donde la mafia corporativa y financiera se hermana con los tramposos en el Gobierno para hacerse más ricos y poderosos. Reprimen y criminalizan a los ciudadanos para ellos hacer lo que sus maquiavélicas mentes han planeado para ampliar sus riquezas torciendo leyes protectoras y lo hacen a escondidas porque saben que sus acciones llevan aceleradamente a la miseria de un pueblo que está idiotizado con las novelas turcas hasta que les roben también su televisor.
No es de extrañar entonces que la gente común no entienda cómo llegamos a la crisis, que llegue a creer religiosamente que la Junta de Control Fiscal representa sus intereses y que tampoco comprenda que esa Junta la lideran personas con evidentes conflictos de intereses porque estuvieron en empresas y agencias del gobierno que nos endeudaron ilegalmente, anticonstitucionalmente, y que ahora se encargan de cobrarnos mientras les pagamos sus salarios extra planetarios y sus lujos. Nos dejan empedrado de obstáculos el camino a la salud, la educación, al retiro digno y a la calidad de vida. De hecho, el costo de vida se disparará con la privatización de agencias y los nuevos impuestos que anuncian ser alrededor de 70, más las nuevas tarifas que se impongan en la Autoridad de Energía Eléctrica, Acueductos y las retasaciones del CRIM.
Es verdad que hay un pueblo que escucha, lee y trata de comprender el absurdo, hay otro pueblo que ni entiende, ni lee, ni escucha y no le importa un rábano lo que pasa en el país hasta que una protesta les detiene el camino o lo dejan sin empleo, sin acceso a playas, sin poder pagar las cuentas. Ese pueblo no lucha, porque le enseñaron a ser sumiso, opta entones por la salida individual: el silencio, la complicidad, la economía subterránea o el exilio para buscar un futuro que en el país se le niega. El cuadro ya está bastante claro pues la crisis general tiene efectos en la crisis personal y familiar de los ciudadanos: el malabarismo quincenal del pago de cuentas nos deja sin crédito adecuado para poder siquiera alquilar una vivienda decente, quizás muy pronto no se pueda sufragar la educación universitaria suya o la de sus hijos y sin estudios es casi imposible salir del ciclo de pobreza. Los acostumbrados a la pobreza, reciben apoyos de fondos federales insuficientes, trabajan algunos y otros han sobrevivido desempleados por generaciones, pero hasta eso está en riesgo con las medidas republicanas que siempre recortan tales paliativos al desempleo y la pobreza para que no se vean sus caras políticamente incorrectas. Son tiempos nebulosos de Trump, un payaso maléfico que ha logrado dividir hasta su propio partido a la hora de tomar decisiones en el Congreso de Estados Unidos.
Vivimos la incertidumbre y nada de lo que creíamos asegurado antes como la vivienda, nuestros ingresos, los derechos laborales, los trabajos, el retiro y el acceso a la educación, lo está en este momento, a menos que dejemos de criminalizar a los que protestan estos planes de saqueo, y salgamos a la calle a unirnos en las exigencias que redunden en negociaciones, presiones al partido en el poder, a los legisladores, a los congresistas, para que se eliminen los apocalípticos procónsules de PROMESA y su ley de odio.
La protesta del pueblo, encapuchada o no, debe centrarse primeramente en una exigencia de auditoría ciudadana ahora, tome el tiempo que requiera. Mientras tanto, no se paga la deuda a ciegas, no se paga la deuda de los buitres, enjuiciamos a los culpables y les condenamos a la devolución de cada centavo robado con sus intereses incluidos. No debe existir impunidad para los culpables, y porque precisamente ellos saben que los son y que crece el clamor de saber cómo llegamos a esta crisis, quienes decidieron y nos endeudaron a sabiendas, ahora crean leyes que criminalizan la protesta, pagan a la prensa para invisibilizar las causas y los reclamos, las propuestas viables, la información que llevaría a este pueblo variopinto a una movilización mayor que exija saber, conocer, enjuiciar, presar, denunciar, recobrar. Sus nuevas leyes pretenden impedir protestas frente al poder avasallador de los ricos, de los partidos corruptos y de las empresas en contubernio con los anteriores. Son leyes que buscan acallar un pueblo que se levanta contra los banqueros y desarrolladores que persiguen privatizar nuestras playas aceleradamente, levantar construcciones ilegales, despojar a comunidades de su patrimonio natural, que promueven desahucios como si no existiera el derecho humano a la vivienda, los que contaminan el ambiente y nos enferman, los que nos arrebatan la educación accesible y de calidad, el derecho a la salud y a proteger el patrimonio cultural, tangible o intangible.
No pagar esa deuda odiosa permitiría fortalecer las áreas de la salud para ser más productivos, la educación pública para que tengamos una población bien educada e informada que sea productiva, dejamos de sufragar la existencia de periódicos aliados a intereses contrarios al pueblo que los mantiene, protegemos nuestro patrimonio, nuestra cultura y el arte, mercadeamos nuestra inventiva, nuestros productos e incentivamos la agricultura sostenible…
El Estado y sus aliados tienen miedo, mucho miedo a nuestro despertar y que los derrotados y los indiferentes comprendan esta realidad de guerra de clases. Por eso elaboran mordazas que son capuchas invisibles para acallar al pueblo en sus luchas. Les molestan las capuchas de tela porque los desposeídos, los ninguneados, como llamaba Eduardo Galeano a los pobres, se protegen de la represión, del fichaje o carpeteo del Estado y de las empresas que nos arrollan con su saqueo de guerra medieval.
Somos muchos pueblos en uno: los conscientes, los que no entendemos y tratamos de saber más, los que nada les importa y piensan que la crisis no cambiará sus vidas, y los derrotados que piensan que no podemos cambiar esta realidad. En cambio, apuesto a que sí podemos, porque ya estamos en la calle protestando y los culpables demuestran estar aterrados.