Cuba y Puerto Rico, ¿de un pájaro las dos alas? Complicidades históricas y socioculturales en el Caribe (2)
La lucha por la independencia: el Grito de Lares, el Grito de Yara y la Guerra cubano-española-norteamericana
El 23 de septiembre de 1868 se encendió una revuelta armada en el centro de Puerto Rico contra el gobierno colonialista español conocida como el Grito de Lares. Por varias horas se declaró una república independiente. No obstante, el ejército español se recuperó y logró imponerse sobre los revolucionarios que, debido a problemas logísticos, se habían debilitado.[i] Este acontecimiento es considerado como uno de los antecedentes históricos inmediatos de uno de los levantamientos pro independencia y por la abolición de la esclavitud más significativos de Cuba que se dio casi un mes más tarde: el Grito de Yara, el 10 de octubre de 1868. (Cf. Tórrez-Cuevas, E./ Loyola Vega, O.: 2002, pp. 231-232) Con esa revuelta se inició la llamada Guerra de los Diez Años que terminó con el llamado Tratado de Paz del Zanjón, estipulado el 12 de febrero de 1878. Al particular indica Tórrez-Cuevas lo siguiente:“Si bien este intento (el Grito de Lares) fue sofocado con celeridad, la noticia de su inicio y la demora en llegar a Cuba el parte de su terminación, constituyeron un poderoso acicate para los conspiradores anticolonialistas de la zona oriental de la isla, en particular para un abogado bayamés, Carlos M. De Céspedes, quien, haciendo un análisis preciso de los acontecimientos reseñados, llegó a la conclusión de que había llegado el momento histórico conveniente para efectuar el inicio de la revolución nacional-liberadora.” (Tórrez-Cuevas, E./ Loyola Vega, O.: 2002, p. 232)
A finales del siglo XIX –en 1895– el pueblo cubano, luego de intentos fallidos, se volvió a levantar para luchar contra el colonialismo español en pos de su libertad colectiva. El resultado de ese conflicto bélico, que finalizó en el año 1898 con la llamada Guerra Cubano-Hispanoamericana, convirtió a la más grande y a la más pequeña de las llamadas Antillas Mayores en las últimas colonias españolas en Latinoamérica que lograron su independencia con respecto a la metrópolis europea.
La situación de inestabilidad causada por la guerra fue aprovechada por el nuevo poder imperial entonces emergente y su política expansionista. En 1898 los EEUU intervinieron para afianzar su poder en la región no sólo caribeña sino centro- y suramericana. Cuba logró la independencia, mientras que el archipiélago de Puerto Rico fue ocupado por el ejército norteamericano y, hasta la actualidad, mantenido bajo su poder como ‘trofeo de guerra’; punto estratégico militar y de experimentación farmacéutica y agrícola en la región.[ii]
Es necesario señalar que sectores del pueblo puertorriqueño esperaban obtener la autodeterminación por medio de lo que consideraban como una intervención amistosa de los E.E.U.U. en la Guerra Cubano-Hispanoamericana. Es por eso que muchos boricuas concibieron la ocupación militar, que comenzó el 25 de julio del 1898 con la entrada –por Guánica– de las tropas del general norteamericano Nelson Miles, como etapa necesaria para lograr eventualmente obtener la independencia.
Carmelo Rosario Natal describe cómo esa esperanza de los isleños en obtener la liberación con respecto a España por medio de la intervención del ejército norteamericano fue, sino despertada, seguramente alimentada por el hecho de que estos, “en señal de sus supuestas buenas intenciones para con los nativos”, (Cf. Rosario Natal: 1980, p. 59) portaron banderas pequeñas durante la invasión. Ésta, que en 1895 había sido asumida por exiliados puertorriqueños en Nueva York como símbolo nacional y logrado aceptación por el pueblo puertorriqueño, también fue enarbolada por “partidas guerrilleras que llegaron a organizarse y actuar entonces”. (Cf. Rosario Natal: 1980, p. 59)
Apuntes para una genealogía de la bandera nacional puertorriqueña
La genealogía de la bandera oficial puertorriqueña está marcada por episodios ambiguos, paradójicos. Luego de haber sido instrumentalizada por el ejército norteamericano para ganarse la simpatía de los isleños y así facilitar la invasión, en tres ocasiones fue rechazada por los gobernadores militares al ser propuesta por los nativos como símbolo nacional.[iii] Es el 24 de julio de 1953 la fecha en que la asamblea legislativa logró aprobar una ley que determinó que la bandera que
“tradicionalmente se ha conocido hasta ahora como la bandera puertorriqueña y que es rectangular de cinco franjas horizontales alternadas, tres rojas y dos blancas y junto al asta un triángulo equilátero azul con una estrella blanca de cinco puntas,” (Cf. Rosario Natal: 1980, p. 61)
fuera convertida en la oficial del Estado Libre Asociado de Puerto Rico. Debe notarse que la recomendación a la legislatura había sido oportunistamente hecha por el gobernador Beverly el 8 de marzo de 1932. Éste sólo perseguía calmar reclamos populares. La reglamentación de su uso vino a ser promulgada 28 años más tarde, el 2 de mayo de 1960; fue entonces izada por primera vez en el Castillo San Felipe del Morro.
La bandera oficializada fue rechazada por don Pedro Albizu Campos, líder del entonces vigoroso movimiento nacionalista puertorriqueño. Según él, “tal paso, de parte de un gobierno y unos partidos coloniales, mancillaría el ideal independentista”. (Cf. Rosario Natal: 1980, p. 61) Sin embargo se trata de la misma que, como ya se indicó, había sido diseñada en 1895 por un grupo de exiliados puertorriqueños en Nueva York que luchaban por la independencia. Según Rosario Natal, éstos, que formaban parte de la Sección Puertorriqueña del Partido Revolucionario Cubano fundado y dirigido por José Martí,[iv] sólo le habían invertido los colores al diseño de la bandera cubana –franjas blancas y triángulo azul en vez de rojo, con la misma estrella blanca solitaria en el centro– con la expresa intención de “demostrar más sentimiento fraternal hacia Cuba”, […] (Cf. Rosario Natal: 1980, p. 45) “atraer simpatizantes cubanos a la causa puertorriqueña” […] (Cf. Rosario Natal: 1980, p. 46) y “fundir en un gesto simbólico lo que debía ser el esfuerzo concertado de cubanos y puertorriqueños por liberar a Cuba y Puerto Rico del yugo español”. (Cf. Rosario Natal: 1980, p. 47)
En el artículo “Es nuestra bandera”, publicado en el periódico El Mundo, el 2 de junio de 1974, Rosario Natal, en contienda con Marigloria Palma, refuta cuestionamientos de ésta en relación a la autenticidad de la bandera como símbolo veraz, capaz de representar con legitimidad la identidad colectiva puertorriqueña. Según los argumentos de la señora Palma, la bandera boricua es “inauténtica porque es una copia de la cubana,” ocasionada por “un exceso de afecto” (sic) hacia Cuba. Lo que es interpretado como un “error benévolo” que debe ser reparado. (Cf. Rosario Natal: 1980, pág. 63)
Rosario Natal, contradiciendo esta posición, reitera la suya propia. Según el escritor e historiador boricua, aquel grupo de exiliados puertorriqueños en Nueva York había tenido una razón concreta para la adopción del diseño básico de la bandera cubana. Alega que de lo que se trató fue de un simple “cálculo político” para adelantar la causa de la independencia de Puerto Rico. (Cf. Rosario Natal: 1980, p. 63) Según Rosario Natal:
“Los puertorriqueños que desde el exilio laboraban conjuntamente con los cubanos por la liberación del país a fines de siglo pasado adoptaron la bandera cubana con las modificaciones de todos conocidas porque les convenía halagar diplomáticamente a los cubanos para instarlos a cumplir con la promesa que había hecho Martí de auxiliar y fomentar la revolución en Puerto Rico también. Esto es, se adoptó la bandera cubana, en su esquema básico, con toda premeditación; porque, aunque ello no fuera decisivo no dejaba de ser “un granito de arena” en el arsenal de recursos de que tenía que valerse el exilio puertorriqueño para que se convirtiera en una realidad palpable la promesa martiana.” (Rosario Natal: 1980, pp. 63-64)
O sea, según el historiador puertorriqueño, de lo que se trataba era de sencillamente asegurarse el apoyo cubano en la lucha por la liberación de Puerto Rico. Como ya se ha visto, en el exilio nuevayorquino existía una tradición, practicada por los exiliados de los dos países caribeños, de lucha conjunta contra el yugo colonial español. Sin embargo, ese compromiso político no debía finalizar con la independencia, o sea, con la mera creación de dos naciones independientes. La independencia más bien se consideraba como un paso necesario para juntos, por medio de una Confederación Antillana, poder ofrecer resistencia a la política expansionista norteamericana.[v] Precisamente ese carácter antiimperialista y transnacional del pensamiento y obrar martiano, compartido por De Hostos, Betances y Rodríguez de Tió, no es tomado en consideración en la interpretación aludida criticada.
Rosario Natal inclusive alega que Martí no cumplió su promesa. Según éste “(la promesa martiana de ayudar a P.R. en su lucha por la independencia), por cierto, nunca se materializó” (Cf. Rosario Natal: 1980, p. 64) Esta aseveración de Rosario Natal resulta no del todo justa. Pues Martí murió luchando en 1895, a comienzos de la revolución que condujo a la independencia cubana. Por lo que, obviamente, no se le puede atribuir responsabilidad alguna por los desarrollos ulteriores de las relaciones entre los movimientos revolucionarios de los dos países.
El analista boricua termina su artículo defendiendo la capacidad simbólico-representativa de la bandera puertorriqueña con respecto a la identidad nacional. Esto lo hace por medio de una estrategia, compartida por discursos identitarios modernistas, en la que la identidad colectiva y los dispositivos que la construyen y fundamentan son concebidos en forma esencialista-trascendental. De ahí que su posición en ciertos aspectos coincida con la estrategia discursiva que acuña los planteamientos de la señora Palma, a quien critica.
Por medio de su texto nos enteramos, por ejemplo, que Palma considera que la bandera boricua no tiene “pedigree”, por no haber nacido de “un acontecimiento trascendental” o “de un acuerdo mutuo” que represente a la mayoría de los miembros del país.[vi] (citado por Rosario Natal en: Ibid: 1980, p. 64) Sin embargo, para Rosario Natal el propósito de los que la enarbolaron resulta suficientemente trascendente para legitimarla como símbolo nacional. Pues, según él, el hecho de que ésta haya surgido “de la conveniencia diplomática”, de que “a su nacimiento no siguió una gran conflagración libertaria” y de que ésta no haya sido la bandera de todos los puertorriqueños, sino más bien la de “aquellos pocos exiliados (en Nueva York) que soñaban la república con ejércitos invasores que no existían”; no le resta méritos que fundamenten la trascendencia originaria considerada por este tipo de discurso como necesaria para la legitimación de un tal símbolo identitario colectivo. (Cf. Rosario Natal: 1980, p. 64) La descripción recién realizada del surgimiento de la bandera puertorriqueña como símbolo nacional es relevante para el análisis aquí realizado en tanto que revela el carácter antiteleológico de su historia.
Breve esbozo genealógico de la bandera nacional cubana
La trama genealógica de la bandera cubana, que sirvió de modelo a la puertorriqueña, está igualmente compuesta por episodios discordantes, como la de la boricua. Esto añade otra complicidad cultural más al repertorio ya tematizado; esta vez a nivel de las representaciones simbólico nacionales visuales. Los orígenes de la bandera cubana son tan enigmáticos y, se podría decir intranscendentes – en tanto se sitúan más acá de cualquier relato metafísico –, como los de la insignia de la otra ala antillana. La historia de su conversión en símbolo identitario nacional oficial no equivale, de ninguna forma, a la narración del desarrollo armónico, homogéneo y lineal de un fenómeno. Ésta está más bien marcada por la discontinuidad, la reapropiación y la resignificación simbólica.
La bandera cubana fue enarbolada por primera vez en Cárdenas, Cuba, el 19 de mayo de 1850. En esa fecha llegó a Cuba la expedición del barco Creole que había partido de Nueva Orleans el 13 de mayo de 1850 con un grupo de 610 hombres, entre ellos húngaros y norteamericanos, liderados por el cubano Narciso López. Este grupo, luego de enfrentarse exitosamente a una pequeña guarnición española de 17 hombres, ocupó la ciudad. Sin embargo, esta revuelta prácticamente no obtuvo apoyo de la población, salvo pocos casos, como el de un puertorriqueño de nombre Teodoro o Felipe Gotay, que en ese tiempo vivía en la ciudad cubana.[vii] (Cf. Tórrez-Cuevas, E./ Loyola Vega, O.: 2002, p. 199) K. Lynn Stoner menciona en «Militant Heroines and the Consecration of the Patriarchal State: The Glorification of Loyalty, Combat and National Suicide in the Making of Cuban National Identity» (Cf. Stubbs: 2003) el caso de Marina Manresa que fue arrestada junto a su compañero y ejecutada por conspirar en favor de las tropas de López. Luego de permanecer allí un día el Creole tuvo que reembarcar hacia los E.E.U.U. (Cf. Tórrez-Cuevas, E./ Loyola Vega, O.: 2002, p. 199)
Lo que en este contexto resulta interesante es que la intención del intento de sublevación de López, diseñador de la bandera que se convirtió en la nacional cubana, era constituir un Estado que se proclamaría “republicano, democrático y libre” para luego, imitando el caso de Texas, solicitar la anexión a los E.E.U.U. Este señor inclusive mantenía contactos con el gobernador de Mississippi, John A. Quitman, a quien le había ofrecido el cargo de “general en jefe de Cuba”, reservando para sí el cargo de segundo mando. (Cf. Tórrez-Cuevas, E./ Loyola Vega, O.: 2002, p. 199)
Aquí, a nivel de la historia del símbolo de aglutinamiento identitario, o bien, de asujetación colectiva por antonomasia utilizado, tanto por los aparatos de Estado cubanos como puertorriqueños para afirmar la nacionalidad, también son notables las intrincaciones sociopolíticas y culturales de estos dos pueblos caribeños. Como veremos a continuación, esta serie de complicidades se extiende hasta el presente.
Instrumentalización de Cuba y Puerto Rico durante la Guerra Fría por las superpotencias
A partir de la segunda mitad del siglo XX Cuba y Puerto Rico padecieron de forma directa y cruda, en muchos sentidos de manera similar o comparable, las consecuencias de la Guerra Fría entre las dos superpotencias en aquel momento existentes. Desde principios de 1960 hasta finales de 1980 Cuba sirvió como una especie de satélite del bloque soviético en América Latina. Puerto Rico, como colonia norteamericana, continúa siendo una nación sin Estado. Paradójicamente, esta situación dio lugar a una nueva serie de paralelismos históricos y culturales entre las islas.
Tanto la Unión Soviética como los E.E.U.U querían presentarles al mundo –especialmente al entonces llamado Tercer Mundo– las pretendidas “ventajas” de sus relaciones “amistosas”, o más bien, de apadrinaje con respecto a Cuba y Puerto Rico respectivamente. Es así como estos dos países fueron implícita o explícitamente representados en los discursos oficialistas de sus respectivos “padrinos” como la “vitrina” del Caribe. Sin embargo, en realidad el apadrinaje les costó mucho a ambas islas. Pues éstas fueron instrumentalizadas para escenificar políticas de pseudodesarrollo que, a pesar de ser de signo económico-político aparentemente contrario –por un lado, socialista, por el otro capitalista–, coinciden en su carácter artificial, es decir, dependiente; tanto a nivel político o ideológico como económico. Las consecuencias negativas de las políticas de “desarrollo” entonces implementadas actualmente se reflejan, por ejemplo, en Cuba, en los problemas causados por el decaimiento o práctica desaparición de gran parte del mercado absorbente del monocultivo anteriormente subvencionado por la Unión Soviética.
Esta situación es significativamente agravada por la política de aislamiento económico, político y –lo que no es menos importante– cultural, implantada por el poder imperial norteamericano, hoy en día ejercida por los países más ricos de Occidente, por medio de un intransigente bloqueo económico al pueblo cubano. No obstante, uno de los efectos políticos del bloqueo es el fortalecimiento –indirecto– del régimen que pretende combatir. Pues, éste justifica muchas de sus medidas represivo-militaristas aludiendo al supuesto carácter imperativo de su política, dada la existencia del bloqueo y de la amenaza exterior al país.
En Puerto Rico los resultados negativos del pseudodesarrollismo, impuesto por la metrópolis, entre otras cosas, se notan en las enormes cifras de desempleo y la consecuente pobreza y criminalidad que esta situación acarrea; en la enorme dependencia del pueblo con respecto a un Estado de Beneficencia en vías de desaparición y en la existencia predominante de una economía informal y de subsistencia.[viii] Esto en gran parte causado por la falta o inexistencia de una industria nacional sólida cuyo surgimiento fue impedido por la llegada a la isla de capital ausentista norteamericano, en gran parte subvencionado por el Estado isleño, y la competencia desigual a la que, debido a esta situación, se vieron sometidas las empresas nacionales.
La lista de puntos de contacto históricos y socioculturales entre Cuba y Puerto Rico, al igual que la comunidad de valores ético-religiosos y estético-musicales existente entre ellos, es demasiado extensa como para poder ser trabajada detalladamente en este ensayo.[ix] Nos hemos limitado a realizar un breve recuento histórico, tematizando varios aspectos pertinentes al tema.[x]
Fuentes
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Babín, María T. / Steiner, Stan (ed.), Borinquen An anthology of Puerto Rican Literature,
Alfred A. Knopf, Nueva York, 1974.
Covass, Oquendo, A., “Bajo los niveles de pobreza el 58.9 % de los puertorriqueños” en: El
Nuevo Día, 12 de febrero de 1993, San Juan, Puerto Rico, p. 18.
Del Rosario, Rubén, “La lengua de Puerto Rico, Evolución de la lengua española”, en
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Figueroa, Loida, “María Dolores Rodríguez y Ponce de León”, Claridad, noviembre de 1994, pp.16-24.
Moore, Robin, Nationalizing Blackness: Afrocubanismo and Artistic Revolution in Havana,
1920-1940. University of Pittsburgh Press, Pittsburgh, USA, 1997.
Pérez, Louis: Cuba: Between Reform and Revolution, Oxford University Press, Nueva York,
1988.
Quintero Rivera, Ángel G., Salsa sabor y control Sociología de la música tropical, siglo XXI
editores, s.a., México, 1998.
Rodríguez de Tió, Lola, Obras Completas, tomo I Poesías, San Juan, Puerto Rico, Instituto de
Cultura Puertorriqueña, [1893], 1968.
Rosario Natal, Carmelo (ed.), “El Himno de Puerto Rico: Estudio crítico de La Borinqueña”
en: Escudo, Himno y Bandera Origen e Historia de los Símbolos de Puerto Rico, Producciones Históricas Inc., San Juan, Puerto Rico, pp. 19-43, (extractos de la obra con el mismo nombre originalmente publicada en el 1952 por Monserrate Deliz en Madrid por Ediciones G.I.S.A.), 1980.
Santiesteban, Argelio, El habla popular cubana de hoy, Editorial de Ciencias Sociales,
La Habana, Cuba, 1997.
Sarracino, Rodolfo, José Martí en el club crepúsculo de Nueva York: En búsqueda de nuevos
equilibrios, Universidad de Guadalajara, México, 2010.
Stubbs, Jean, «Militant Heroines and the Consecration of the Patriarchal State: The
Glorification of Loyalty, Combat and National Suicide in the Making of Cuban
National Identity.» Cuban Studies. 34, pp. 71-96, 2003.
Suárez Díaz, Ada, El doctor Ramón Emeterio Betances y la abolición de la esclavitud,
Instituto de Cultura Puertorriqueña, San Juan, Puerto Rico,1984.
Tórrez-Cuevas, E./ Loyola Vega, O., Historia de Cuba 1492 –1898 tomo I, Formación
y liberación de la nación, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, Cuba, 2002.
Vélez Peña, Juan, José, Zeitgenössische epistemologische Strategien der
Subjektivitätsbildung in der Karibik: als Folge von Festlegunsversuchen von Alterität und Selbstbestimmung, Concordia, Reihe Monographien, Band 59, Wissenschaftsverlag Mainz, Aachen, Alemania, 2012.
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[i] Por un lado, hubo que adelantar el comienzo de este intento armado por la independencia, ya que el gobierno español había sido informado. Por el otro, un barco cargado con armas y revolucionarios puertorriqueños exilados, liderado por el Dr. Ramón Emeterio Betances, no llegó a tiempo.
[ii] Es preciso señalar que, aunque Cuba logró la independencia, a partir de 1898 se vio sometida a un régimen neocolonial. Los Estados Unidos no sólo se inmiscuyeron en la elección de prácticamente todos los presidentes cubanos –con excepción del candidato liberal Grau San Martín y de Fidel Castro–, sino mantuvieron la isla ocupada hasta 1902. Luego abandonaron el país bajo condiciones estipuladas por el llamado Platt Amendment. Éste les permitía no sólo intervenir en la política nacional, sino invadir la isla cuando fuera considerado por ellos necesario, disque para proteger sus intereses. (Cf. Pérez: 1988 p. 186) Tras rebeliones lideradas por Calixto Gómez, general negro del Ejército Libertador, en 1906, contra la exclusión de los negros en la participación activa en la política por parte del gobierno liderado por Estrada Palma, los EEUU volvieron a invadir a Cuba. Permanecieron en el país hasta 1909. En 1912 volvieron a ocupar violentamente la isla. En esa fecha el ejército masacró aproximadamente 4,000 negros en la provincia de Oriente. De 1917 a 1923 los Estados Unidos también mantuvieron el país ocupado. El carácter neocolonial de la joven república también puede ser apreciado en los siguientes datos económicos. De 1899 a 1905 el 60% de las propiedades rurales estaba en manos de norteamericanos. A su vez compañías del país vecino controlaban la gran mayoría de las industrias, incluyendo la banca, las facilidades públicas y los derechos petroleros. (Cf. Moore: 1997, p. 119 y 260, nota 5) Las refinadoras en manos gringas producían más del 80% del azúcar, además dominaban sectores tales como la transportación ferroviaria, compañías de construcción y otras áreas de importancia económica. (Cf. Moore: 1997, p. 119) En marzo de 1917 se les impuso a los boricuas, por decreto del Congreso norteamericano –la llamada ‘acta Jones’–, la nacionalidad norteamericana. Esto, que de ninguna forma les permite participar activamente en la política norteamericana, sucedió –no por casualidad– un mes antes de que el país norteño le declarara la guerra a Alemania y así ingresara en la Primera Guerra Mundial. En la misma participaron miles de puertorriqueños. Las relaciones económico-políticas actuales entre Puerto Rico y USA fueron reglamentadas en 1952 con la creación del llamado Estado Libre Asociado de Puerto Rico. Esta fórmula política, por medio de la cual los residentes de la isla pueden cada cuatro años elegir un gobierno local y un representante en el congreso estadounidense –el llamado comisionado residente, sin derecho a voz ni a voto en esa institución–, limita en forma considerable los poderes del mismo. Tanto las relaciones exteriores como las comunicaciones, el aparato militar, la moneda, etc. son controlados por el gobierno norteamericano.
[iii] El primer intento en marzo de 1916, el segundo en marzo de 1921 y el tercero a finales de marzo de 1927. (Cf. Rosario Natal: 1980, pp. 59-60)
[iv] José Julián Martí Pérez nació en La Habana el 28 de enero de 1853. Luego de haber estado preso por cargos políticos fue desterrado. Vivió entonces en España, donde estudió Derecho y Filosofía, pero también en París, México, Venezuela y Nueva York. Allí vivió la mayor parte del tiempo entre 1880 y 1895. Martí murió el 19 de marzo de 1895, en Dos Ríos, luchando contra el ejército español. (Cf. Tórrez-Cuevas, E./ Loyola Vega, O.: 2002, págs.335-400 y Fornet-Betancourt: 1998)
[v] Tanto Eugenio María de Hostos como el Dr. Ramón Emeterio Betances y más tarde José Martí –26 años más joven que Betances– abogaban por crear un equilibrio internacional para desafiar al expansionismo norteamericano. De ahí la idea de formar una alianza de todas las Antillas. La misma, más tarde, debería asegurarse el apoyo de algunas potencias europeas. De Hostos prefería a Francia o Inglaterra como países europeos de apoyo. Con esta medida se buscaba frenar la imposición de los intereses económicos y políticos de los Estados Unidos y su expansionismo territorial en el Caribe. Según se expresara De Hostos en su artículo “El testamento de Martí”, antes que éste, fueron los revolucionarios puertorriqueños los primeros en abogar por la formación de la Confederación de las Antillas. Allí indica que los boricuas «en cien discursos y mil escritos e innumerables actos de abnegación han predicado, razonado y apostolado a favor de la Confederación de las Antillas”. (citado por: Sarracino: 2010)
[vi] Carmelo Natal menciona la revolución francesa y la revolución de las trece colonias inglesas como los acontecimientos trascendentales que justifican el uso de las insignias nacionales francesa y estadounidense. (Cf. Rosario Natal: 1980, p. 64) Estos acontecimientos asumen la función de mito originario o fundador de las banderas mencionadas.
[vii] En el portal de Internet del municipio de Cárdenas se niega la existencia de Gotay. Allí se indica lo siguiente al respecto: “(En los documentos de la Biblioteca anexa al Museo «Oscar de Rojas», en Cárdenas, no aparece mención de que se incorporara a los invasores un puertorriqueño de nombre Felipe o Teodoro Gotay, que mencionan algunas historias como el único que en Cárdenas se uniera a las fuerzas de López.)” (http://www.guije.com/pueblo/municipios/mcardenas/lucha/1850.htm [24.12.2022])
[viii] Según un artículo publicado el 12 de febrero de 1993, por A. Covass Oquendo en uno de los periódicos en aquel entonces más o menos serios del país, el 58.9 % de los puertorriqueños vivía en ese tiempo bajo los niveles de pobreza. (Cf. Covass Oquendo: 12.02.1993) La situación actual no ha cambiado significativamente. La tasa de emigración, una de las más altas del mundo, es un efecto directo de la llamada “política de desarrollo” aludida.
[ix] En la segunda parte de la investigación realizada en la tesis doctoral, matriz de este ensayo, se analizó el surgimiento y desarrollo de la música popular afrocaribeña contemporánea. Su desarrollo fue concebido como resultado del aludido continuo intercambio no solo entre Cuba y Puerto Rico, sino de otros países de la región. En ese proceso la ciudad de Nueva York asumió un papel de mediador, o bien, crisol sociocultural sumamente importante.
[x] En las secciones restantes del capítulo 4 de la tesis doctoral se presentan varios ejemplos concretos de algunos de los fenómenos culturales comunes compartidos por las sociedades cubana y puertorriqueña. Allí la atención se concentra en la tematización de aspectos de la contribución africana a la cultura de ambos países. Una traducción de la tesis al español está siendo redactada y será publicada en la página de la biblioteca virtual de la Escuela Internacional de Filosofía Intercultural en Barcelona, España (http://www.eifi.one/la_escuela.html).