Death on the Nile
Una de las grandes virtudes de Poirot como detective es que está en el lugar que es en el momento preciso. Como es tan famoso, siempre está al centro y adelante, y en esta, ese lugar es un exitoso club de jazz en el Londres de 1937, frecuentado por la alta burguesía y la aristocracia. Por el lugar en el que su mesa está ubicada, es testigo del encuentro entre la riquísima Linnet Ridgeway-Doyle (Gal Gadot), su gran amiga Jackie de Bellefort (Emma Mackey) y el novio de ésta, Simon Doyle (Armie Hammer). También escucha a Jackie pedirle a Linnet que le de trabajo a su amante, lo que esta hace si pensarlo mucho. Además, observa con gran interés que, para celebrar, Jackie, permite que su novio salga a bailar con su amiga. El encuentro en pista de baile no deja dudas de que la reacción –llamémosla fisicoquímica– es explosiva, tanto así que terminan casándose.
Jackie se convierte en acosadora de la pareja al presentarse en la boda y más tarde en la recepción, en la que se comporta a la altura de un anklet de perlas. Para tratar de deshacerse de ella la pareja se va de luna de miel a Egipto y se lleva a sus invitados más cercanos en un viaje por el Nilo en el barco S.S. Karnak. En una visita a los famosos templos tallados de las rocas de Abu Simbel, una piedra enorme falla por poco de matar a Linnet y a Simon. ¿Se desprendió o la empujó alguien? Todos los pasajeros estaban en el templo y cada uno tuvo la oportunidad de cometer la fechoría. Pero lo más asombroso está por suceder: un pequeño barco trae a Jackie a bordo. Esta se une a los otros invitados y vamos descubriendo que Linnet no confía de ninguno: todos tienen un hacha que amolar o algo que ganar si le pasa algo a ella. Porque no se siente segura, ella contrata a Poirot para que la proteja.
Con un buen elenco y con unos técnicos de efectos especiales y reproducciones digitales maravillosas, la película es un deleite para los ojos. La cinematografía de Haris Zambarloukos, quien también hizo la de … Orient Express y Bel fast para Branagh, es espectacular. La ambientación de la cinta trasmite a la perfección el hedonismo de los tardíos años treinta del pasado siglo, a lo que ayuda el diseño de la producción (Jim Clay), la decoración de los platós (Abi Groves) y la música de Patrick Doyle, un frecuente colaborador de Brangh.
La trama de la historia es complicada, como muchas de las novelas de Christie y las pistas se nos van dando, como debe de ser, sin llamar la atención a ellas. Hay que estar bien pendiente si quieren llegar a las conclusiones junto con Poirot. Sin embargo, pienso que el guion de Michael Green deja bastante que desear, porque, contrario a la versión de Anthony Shaffer de 1978, algunos de los personajes son tan blandos, que se pueden eliminar de la lista de sospechosos con bastante rapidez. Los que están familiarizados con los libros de Agatha Christie tal vez, como yo, rechacen el impulso de modernizar a Poirot. Hercule, ¿sin tomar su frappe de crema de menta?, ¿con pistola?, ¿enamorado? Mon dieu!, sacrilegio… Pero si no, tal vez les guste el final cuasi Romeo y