Ucrania y una posible III Guerra Mundial provocada por ¿Putin u Occidente?
El 24 de febrero pasado, la Federación Rusa invadió Ucrania sin hacer una declaración de guerra y tras semanas negando que fuera a utilizar las 190,000 tropas que había desplegado en sus fronteras y las de Bielorusia. El mundo se paralizó al ver a través de sus pantallas digitales la mayor acción militar de esta índole desde que Alemania ocupó Polonia el 1 de septiembre de 1939. Las expresiones sobre las similitudes no se hicieron esperar.
Vladimir Putin, ex oficial de la KGB, la policía secreta de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas tiene muchas hachas que amolar contra Occidente, pero sus sueños de grandeza trascienden la revolución que desafió el orden mundial y creó una nueva ideología que cambiaría el curso de la historia.
La URSS que se estableció tras la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia, convirtió el imperio ruso, fundado en 1741, en el primer bastión del socialismo ideado por Karl Marx y Frederick Engels en su Manifiesto Comunista de 1848. El 30 de diciembre de 1922, en el territorio del antiguo imperio, las Repúblicas Socialistas Federadas Soviéticas de Rusia y Transcaucasia, y las Repúblicas Socialistas Soviéticas de Ucrania y Bielorrusia se constituyeron en la U.R.S.S.
Los orígenes arqueológicos de Ucrania se remontan a hace 32,000 años. Durante la Edad Media fue un centro cultural eslavo compuesto por una federación llamada Kievan Rus que fue fragmentada y devastada por los mongoles, la mancomunidad Polonia-Lituania, Austria-Hungría, el Imperio Otomano y el Reino de Rusia. Tras establecer una Federación (Hetmanate) Cosaca en el siglo XVII, el territorio fue ocupado por Polonia y Rusia hasta su declaración de independencia en 1917. El 77.8% de los ciudadanos se consideran ucranianos, mientras que un 17.3% se consideran rusos.
El socialismo soviético, que proponía eliminar la propiedad privada, la religión y establecer una “dictadura del proletariado”, se convirtió en la principal amenaza de los países capitalistas del resto del mundo. Las condiciones de trabajo y vida de gran parte de las clases obreras desde el siglo XIX eran tan degradantes e inhumanas que, en gran parte de occidente, incluyendo Alemania, Inglaterra y los Estados Unidos, surgieron múltiples partidos de los trabajadores.
Pero estas condiciones laborales y políticas también abrieron las puertas a un nuevo tipo de ideología: el fascismo. Iniciado en Italia por Benito Mussolini y adoptado en España por Francisco Franco, el fascismo se convirtió en la contrapartida ultraconservadora de la creciente propagación de las ideas socialistas. En una engañosa movida para obtener el mayor respaldo posible, el 24 de febrero de 1920, Adolf Hitler fundó el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán conocido como el Partido Nazi. El nacionalismo de Hitler era de claro corte fascista, pero la inclusión de los términos “socialista” y “obrero” tenía el propósito cooptar a los trabajadores simpatizantes con el socialismo.
La II Guerra Mundial enfrentó el capitalismo euro-estadounidense y el fascismo italo-germano. El 22 de junio de 1941, Hitler traicionó a Josef Stalin, Secretario General del Partido Comunista y Comisario de Defensa de la URSS, y provocó su Waterloo. Fueron tropas rusas las que finalmente tomaron la capital de Berlín en 1945.
Ferviente anticomunista, Winston Churchill Primer Ministro de Gran Bretaña convenció, primero a los presidentes Franklin D. Roosevelt y luego a Harry S. Truman, de aislar a la URSS para impedir la propagación del socialismo en Occidente. Stalin se sintió traicionado. La URSS, que había perdido 24,000,000 ciudadanos en la guerra, en comparación con 450,700 británicos, 418,500 estadounidenses y 567,600 franceses, resintió el aislamiento a que fue sometida. Putin, en particular, recuerda con pesar que su padre sobrevivió la invasión nazi al sumergirse durante horas en un mangle y respirar con una caña, mientras que su madre, desmayada por el hambre, gimió y fue rescatada entre cadáveres a punto de ser enterrados en Leningrado.
El final de la II Guerra Mundial fue el comienzo de la Guerra Fría entre Occidente y la URSS, que negoció con los Aliados la anexión de las naciones que la circundan en el este de Europa, convirtiéndolas en repúblicas socialistas, a manera de dique en contra de otra invasión desde Europa como hizo Napoleón en 1812 y Hitler en 1941.
China, que adoptó el modelo socialista en 1949, estableció el Tratado Sino-Soviético de Amistad, Alianza y Asistencia Mutua con la URSS el 14 de agosto de 1945, ocho días después de que los EEUU lanzaran bombas nucleares sobre Japón y 32 días antes de finalizada la II Guerra Mundial. Ambos países se convirtieron en una amenaza para los intereses capitalistas a nivel mundial.
El 4 de octubre de 1949, los EEUU y nueve países europeos (Bélgica, Canadá, Dinamarca, Francia, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, Países Bajos, Portugal y Reino Unido) establecieron la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), un acuerdo cuyo propósito es “garantizar la libertad y la seguridad de sus miembros a través de medios políticos y militares”. El Artículo 5 del Tratado establece que “Las partes convienen en que un ataque armado contra una o contra varias de ellas, acaecido en Europa o en América del Norte, se considerará como un ataque dirigido contra todas ellas”.
El liderato de los EEUU, único país miembro que no fue devastado por la II Guerra Mundial, y sus propósitos económicos y militares anteceden el Tratado desde antes de la Doctrina Monroe de 1823. Los EEUU, que se ha involucrado militarmente en 191 de los 193 países reconocidos por la Naciones Unidas desde 1798 ha invadido o combatido en 84 de esos países. Según Rémy Herrera y Joëlle Cicchini en el Journal of Innovation Economics & Management de febrero del 2013, las
“primeras operaciones militares [afectaron] principalmente a países del Caribe (República Dominicana en 1798-1800 y 1814; Cuba en 1814-21 y 1822-25; Puerto Rico en 1814 y 1824; Haití en 1888), América [del Norte] y Central (México más de un una docena de veces entre 1806 y 1876, especialmente durante la guerra de 1846-1848; Nicaragua en 1850, 1853-58, 1867 y 1869; Panamá en 1856, 1860-61…) y América del Sur (Argentina en 1831-34 y 1852 -53; Perú en 1835-36; Uruguay en 1855, 1858 y 1868; Paraguay en 1859; Colombia en 1860-61, 1868, 1873…). Sin embargo, a partir de este momento, las operaciones militares también afectaron a otros continentes: Asia (Japón en 1853, China en 1859…) y África (Angola en 1860, por ejemplo) … El motivo alegado era casi siempre el mismo: ‘para proteger las vidas y los intereses de los estadounidenses’”.
A partir del establecimiento de la OTAN, los EEUU se dieron a la tarea de establecer bases militares por todo el mundo con el doble propósito de apoyar gobiernos en los países con significativas inversiones estadounidenses, y para frenar cualquier iniciativa socialista, favorecida por la URSS o China.
Hace aproximadamente 30 años, cuando la URSS comenzaba a dar los primeros indicios de su implosión hubo extensas negociaciones entre Rusia, Estados Unidos y Alemania sobre la unificación alemana que había dividido en dos países, uno vinculado a la URSS y el otro al resto de Europa. Se presentaron dos visiones sobre la protección de la URSS de cualquier amenaza de parte de Occidente. Según Noam Chomsky en el artículo titulado “Chomsky: US Approach to Ukraine and Russia Has “Left the Domain of Rational Discourse”, Mikhail Gorbachev, jefe de estado de la Unión Soviética propuso
“un sistema de seguridad euroasiático desde Lisboa hasta Vladivostok sin bloques militares. Estados Unidos lo rechazó: la OTAN se queda, el Pacto de Varsovia de Rusia desaparece.
Por razones obvias, la reunificación alemana dentro de una alianza militar hostil no es un asunto menor para Rusia. Sin embargo, Gorbachov estuvo de acuerdo, con un quid pro quo: No expansión hacia el Este. El presidente George H. W. Bush y el secretario de Estado James Baker estuvieron de acuerdo. En sus palabras a Gorbachov: ‘No solo para la Unión Soviética sino también para otros países europeos, es importante tener garantías de que si Estados Unidos mantiene su presencia en Alemania en el marco de la OTAN, ni una pulgada de las fuerzas armadas actuales de la OTAN la jurisdicción se extenderá en dirección este’.
El presidente H. W. Bush estuvo a la altura de estos compromisos. Lo mismo hizo el presidente Bill Clinton al principio, hasta 1999, el 50 aniversario de la OTAN; con la vista puesta en el voto polaco en las próximas elecciones, han especulado algunos. Admitió a Polonia, Hungría y la República Checa en la OTAN. El presidente George W. Bush, el adorable abuelo tonto que fue celebrado por la prensa en el vigésimo aniversario de su invasión de Afganistán, bajó todos los barrotes. Trajo a los estados bálticos y otros. En 2008, invitó a Ucrania a unirse a la OTAN, picando al oso en el ojo. Ucrania es el corazón geoestratégico de Rusia, aparte de las relaciones históricas íntimas y una gran población orientada a Rusia. Alemania y Francia vetaron la imprudente invitación de Bush, pero aún está sobre la mesa. Ningún líder ruso aceptaría eso, seguramente no Gorbachov, como dejó claro.
[…]Estados Unidos rechazó rotundamente este resultado, proclamando con arrogancia su apasionada dedicación a la soberanía de las naciones, que no se puede infringir: se debe respetar el derecho de Ucrania a unirse a la OTAN. Esta posición de principios puede ser elogiada en los EEUU, pero seguramente está provocando fuertes carcajadas en gran parte del mundo, incluido el Kremlin. El mundo difícilmente ignora nuestra inspiradora dedicación a la soberanía, especialmente en los tres casos que enfurecieron particularmente a Rusia: Irak, Libia y Kosovo-Serbia.”
Al presente los EEUU tienen aproximadamente 750 bases en 80 países y unas 173,000 tropas en 159 países y territorios. Específicamente en derredor de la URSS y China, hay 119 bases. En Alemania cuenta con 13 bases con 33,948 tropas, Turquía, 73 bases con 1,685 tropas, Corea del Sur, 15 bases con 26,414 tropas y Japón, 120 bases con 53,713 tropas. En el Medio Oriente, hay 12 bases estadounidenses en Bahrain, 10 en Kuwait, 10 en la Arabia Saudí, 6 en Oman, 4 en Siria, 3 en los Emiratos Árabes Unidos, 2 en Jordania, y 1 en Egipto.
Además, sus fuerzas armadas navales cuentan con tres destructores de la clase Arleigh Burke en el Mar Negro. Cada uno puede transportar 56 misiles Tomahawk, con un alcance de mil millas. La Tercera Flota Naval de los EEUU cubre cincuenta millones de millas cuadradas en el Océano Pacífico oriental y septentrional, incluyendo el Mar de Bering, Alaska, las Islas Aleutianas y un sector del Ártico. La Sexta Flota, con base en Nápoles, cubre el Mar Mediterráneo y el Mar Negro al sur y este de Europa. La Séptima Flota, con base en Yokosuka, Japón, cubre Pacífico Occidental.
En pocas palabras, el antiguo imperio ruso, y la desmembrada URSS tras 1991, se encuentra rodeado de bases militares estadounidenses. Más aún, al igual que la hostilidad de los aún ingleses durante la Guerra de Independencia de los EEUU hacia a los españoles que igualaron a los franceses en su apoyo a la Revolución, los estadounidenses han adoptado una actitud antisoviética previo a la caída de la URSS en el 1991, y antirrusa desde entonces.
Es una necedad (folly lo llamaba Barbara Tuchman) ignorar el ego de los líderes, sobre todo de naciones poderosas. Ni Napoleón ni Hitler debieron invadir a Rusia, Wilhem II a Francia en 1914, ni Hirohito debió bombardear Pearl Harbor, o Kennedy aprobar la invasión a Bahía de Cochinos y Vietnam, ni Bush las de Iraq y Afganistán. Los egos de los hombres poderosos, que han sido amenazados y acorralados, los llevan a tomar decisiones, a sus ojos, objetivas y justificadas, a los ojos de los invadidos y temerosos de sufrir la misma suerte, inhumanas y atroces.
La visión de mundo de un Occidente “protegido” por la fuerza militar más poderosa del mundo dista mucho de la de ese mundo ruso y postsoviético que lleva 77 años siendo demonizado, aislado, convertido en “el imperio del mal” como lo llamó Ronald Reagan. Las atrocidades realizadas contra sus conciudadanos cometidas por Stalin, la KGB y el mismo Putin en contra de sus adversarios políticos resultan innegables. Los asesinatos de Denis Voronenkov, Boris Nemtsov, Boris Berezovsky, Stanislav Markelov y Anastasia Baburova, Sergei Magnitsky, Natalia Estemirova, Anna Politkovskaya, Alexander Litvinenko, Sergei Yushenkov, Yuri Shchekochikhin, y los recientes atentados contra Alexey Navalny, difícilmente exoneran a Putin en la corte de la opinión pública mundial.
Los EEUU y la Europa occidental, tanto la afectada por las dos guerras mundiales, como las exrepúblicas soviéticas, ven la invasión de Putin a Ucrania como un acto criminal, por invasor, por imperialista, por caprichoso, por injustificado. El presidente ruso, astutamente, consiguió que residentes rusos en Donbas y Luhanz declararan su independencia de Ucrania, brindándole la oportunidad de invadir sin invadir al enviar tropas “pacificadoras” rusas para evitar que los ucranianos masacren a los ucra-rusos, movida que Donald Trump ha llamado “genial”. Sin embargo, el resto del mundo no ha creído sus justificaciones.
En rechazo a la invasión de dichas tropas “pacificadoras” rusas en las regiones de Luhansk y Donbas, el embajador de Kenia a las Naciones Unidas, Martin Kimani, desde la perspectiva de una nación creada artificialmente por imperios europeos, se expresó de la siguiente forma:
“Kenia y casi todos los países africanos nacieron con el final del imperio. Nuestras fronteras no fueron trazadas por nosotros mismos. Fueron trazadas en las lejanas metrópolis coloniales de Londres, París y Lisboa, sin tener en cuenta las antiguas naciones que dividieron.
Hoy, al otro lado de la frontera de todos los países africanos, viven nuestros compatriotas con quienes compartimos profundos lazos históricos, culturales y lingüísticos.
En el momento de la independencia, si hubiéramos optado por buscar estados sobre la base de la homogeneidad étnica, racial o religiosa, todavía estaríamos librando guerras sangrientas muchas décadas después.
En lugar de eso, acordamos que nos conformaríamos con las fronteras que heredamos, pero seguiríamos buscando la integración política, económica y legal continental. En lugar de formar naciones que miraban hacia atrás en la historia con una peligrosa nostalgia, elegimos mirar hacia adelante a una grandeza que ninguna de nuestras muchas naciones y pueblos había conocido jamás.
(…)
Creemos que todos los estados formados a partir de imperios que se han derrumbado o se han retirado tienen muchos pueblos que anhelan la integración con los pueblos de los estados vecinos. Esto es normal y comprensible. Después de todo, ¿quién no quiere estar unido a sus hermanos y hacer un propósito común con ellos?
Sin embargo, Kenia rechaza tal anhelo de ser perseguido por la fuerza. Debemos completar nuestra recuperación de las brasas de los imperios muertos de una manera que no nos sumerja nuevamente en nuevas formas de dominación y opresión.
Rechazamos el irredentismo y el expansionismo por cualquier motivo, incluidos los factores raciales, étnicos, religiosos o culturales. Lo rechazamos de nuevo hoy”.*
El ataque que comenzó el jueves 24 de febrero (curiosamente el día en que Adolf Hitler fundó el Partido Nazi en 1920) no ha tenido el resultado esperado por Vladimir Putin. Al igual que Wilhem II en 1914 y Hitler en 1939, Putin apostó a que aplastaría la oposición en menos de cuatro meses. La ofensiva ha enfrentado una inesperada defensa de parte de las numérica y tecnológicamente inferiores fuerzas armadas ucranianas que, para todos los efectos, han detenido el avance las columnas mecanizadas y las tropas rusas en los alrededores de las principales ciudades ucranianas.
Joe Biden se encuentra en la antesala de una guerra que podría involucrar a los EEUU si sufrieran bajas algunas de las 6,000 tropas adicionales que ha enviado a Alemania, Polonia y Rumanía, amén de las destacadas en las bases militares en Europa, incluyendo a Estonia, Latvia y Lituania, en la frontera con Rusia y del apoyo militar que le están brindando a Ucrania.
Como resultado, la mayor parte de las naciones occidentales se han distanciado de Putin y su régimen, aprobando sanciones económicas, suspendiendo vuelos de aviones rusos sobre sus territorios y enviando dinero y armas a Ucrania para fortalecer la defensa de su integridad nacional. En alguna medida reconociendo que la incursión no está siendo exitosa, Putin ha accedido a un encuentro entre delegaciones de ambos países en la ciudad bielorrusa de Gómel, cerca de la frontera ucraniana, para conversar sobre un cese al fuego, a la vez que ha puesto en alerta su sistema de defensa y ofensa nuclear. Las conversaciones al jueves 3 de marzo no habían progresado a la vez que un convoy de sobre 25 millas de tanques y carros blindados se acercaban a la capital de Kyiv.
El presidente de Ucrania, Volodomir Zelenskyy ha declarado que las conversaciones sobre un cese al fuego es una victoria para su país. Los EEUU han publicado declaraciones al efecto de que el estado de alerta nuclear ruso es “inaceptable”. Putin se halla aislado y acorralado. Su trasfondo como agente de la KGB cuando el resquebrajamiento de la URSS en 1991, su absoluto dominio del gobierno ruso durante 21 años, y su personalidad de “hombre fuerte” crean una peligrosa combinación de arrogancia, desdén y testosterona que le podría impulsar a usar ojivas nucleares en contra de sus dos históricos enemigos, los EEUU y Alemania, los principales dos países que más ayuda militar le están brindando a Ucrania. De esto suceder, comenzaría no una tercera guerra mundial, sino una guerra de aniquilación por parte de estos tres países y las otras dos naciones de la OTAN que también cuentan con armas nucleares: Inglaterra y Francia.
La amenaza de Putin y su ministro de relaciones exteriores, Sergei Lavrov, de que Occidente podría provocar una tercera guerra mundial nuclear, tiene al mundo en vilo, en espera porque Putin no ejerza la opción que hubiera utilizado Hitler en 1945 de haber tenido un arsenal nuclear.
Putin no es suicida en lo individual. Ojalá no provoque un “suicidio con ojivas nucleares”.
Segmento del discurso Martin Kimani, embajador de Kenia ante las Naciones Unidas el pasado 21 de febrero, con motivo de la invasión de Rusia a las regiones de Donbas y Luhansk en Ucrania.
«Esta situación se hace eco de nuestra historia. Kenia y casi todos los países africanos nacieron con el final del imperio. Nuestras fronteras no fueron trazadas por nosotros mismos. Fueron trazadas en las lejanas metrópolis coloniales de Londres, París y Lisboa, sin tener en cuenta las antiguas naciones que dividieron.
Hoy, al otro lado de la frontera de todos los países africanos, viven nuestros compatriotas con quienes compartimos profundos lazos históricos, culturales y lingüísticos.
En el momento de la independencia, si hubiéramos optado por buscar estados sobre la base de la homogeneidad étnica, racial o religiosa, todavía estaríamos librando guerras sangrientas muchas décadas después.
En lugar de eso, acordamos que nos conformaríamos con las fronteras que heredamos, pero seguiríamos buscando la integración política, económica y legal continental. En lugar de formar naciones que miraban hacia atrás en la historia con una peligrosa nostalgia, elegimos mirar hacia adelante a una grandeza que ninguna de nuestras muchas naciones y pueblos había conocido jamás.
Elegimos seguir las reglas de la Organización para la Unidad Africana y la carta de las Naciones Unidas, no porque nuestras fronteras nos satisficieran, sino porque queríamos algo más grande, forjado en paz.
Creemos que todos los estados formados a partir de imperios que se han derrumbado o se han retirado tienen muchos pueblos que anhelan la integración con los pueblos de los estados vecinos. Esto es normal y comprensible. Después de todo, ¿quién no quiere estar unido a sus hermanos y hacer un propósito común con ellos?
Sin embargo, Kenia rechaza tal anhelo de ser perseguido por la fuerza. Debemos completar nuestra recuperación de las brasas de los imperios muertos de una manera que no nos sumerja nuevamente en nuevas formas de dominación y opresión.
Rechazamos el irredentismo y el expansionismo por cualquier motivo, incluidos los factores raciales, étnicos, religiosos o culturales. Lo rechazamos de nuevo hoy.
Kenia registra su fuerte preocupación y oposición al reconocimiento de Donetsk y Luhansk como estados independientes. Además, condenamos enérgicamente la tendencia en las últimas décadas de estados poderosos, incluidos los miembros de este Consejo de Seguridad, que violan el derecho internacional con poca consideración.
El multilateralismo yace en su lecho de muerte esta noche. Ha sido asaltado hoy como lo ha sido por otros estados poderosos en el pasado reciente.
Hacemos un llamado a todos los miembros para que apoyen al Secretario General y le pidan que nos una a todos a la norma que defiende el multilateralismo. También le pedimos que haga uso de sus buenos oficios para ayudar a las partes interesadas a resolver esta situación por medios pacíficos.
Permítame concluir, señor presidente, reafirmando el respeto de Kenia por la integridad territorial de Ucrania dentro de sus fronteras internacionalmente reconocidas”.
* El texto completo aparece al final del presente artículo.