Democratizar el pensar teórico
No ocurre así sin embargo. En Puerto Rico la sociedad se debilita progresivamente empobrecida; la Isla es usada como una cosa por bancos, real estate y mercados financieros. El acelerado declive de su vitalidad tiene que ver con la precariedad intelectual. Pues es íntima la unidad entre vigor e intelecto.
Me refiero también a la inteligencia colectiva. En Puerto Rico hay muchos individuos con grados académicos, pero escasa relación orgánica entre intelecto y país, pueblo, y clase trabajadora. Cada generación aprende poco de las anteriores; hay dificultades serias en transmitir la cultura acumulada y las destrezas logradas.
El poder del capital aumenta tanto, que un momento de rebeldía se aparece como una gran hazaña histórica. A veces generaciones jóvenes se inspiran con narraciones sobre momentos pasados en que las clases populares avanzaron en el escenario público. Pero difícilmente forman una visión realista de conjunto.
El deterioro de la mente y del cuerpo se hace rentable para negocios capitalistas, de forma análoga a como el ambiente natural y social —cuyo deterioro la persona envejeciente atestigua, respecto a cuando era joven— está en las garras de la banca hipotecaria. Las gentes del pueblo son forzadas a vivir en postración, y no solamente por trabajar de forma alienada y explotada —conseguir trabajo es en sí una conquista—, sino por pagar deudas y servicios médicos a grandes pulpos financieros.
Hace falta un sistema educativo alternativo riguroso, e información —teórica, crítica— sobre el proceso histórico. Junto a la lucha larga para reformar la educación oficial, también deben crearse lugares educativos alternativos al estado. Una función de éste ha sido reproducir el estancamiento de la Isla; otro efecto suyo ha sido generar fuerzas intelectuales que planteen la posibilidad del cambio, incluso un lento cambio del régimen social y político existente.
Se hace ya ineludible familiarizarse con teorías sobre la formación de la especie y la sociedad humanas; ecologistas y ambientalistas —incluyendo la agricultura y el suelo—; de Freud y otras sobre la sexualidad; y sobre la cultura —el lenguaje, la identidad, la nación, los géneros, la etnicidad—. El continente multipolar que generalmente se denomina marxismo emerge hoy como una herramienta clave para comprender el mundo. Son también esenciales la literatura narrativa y la historia de la modernidad, de las Américas, etc. Si hubiera un sistema educativo así sus participantes podrían crecer con él a través del tiempo, apreciando los problemas cruciales.
Pero la cultura dominante pone trabas al interés en el pensar teórico. La teoría —una contemplación en la mente, decía Platón— requiere lectura en un ambiente íntimo autodeterminado por el sujeto que lee, reflexiona y polemiza con otros, en un tiempo y espacio organizados por sí mismo, durante el tiempo libre que permita su trabajo asalariado. Hay que racionalizar y contabilizar este tiempo para dedicar parte de él a la autonomía intelectual. Este esfuerzo cobra mayor sentido si existe un proyecto colectivo para una nueva sociedad.
Es un mito viejo, falso y degradante que el desarrollo teórico es ajeno y opuesto al trabajador, y que la actividad intelectual debe ser privilegio de pequeños grupos selectos. El anti-intectualismo es común al capitalismo liberal, al estalinismo y otros sistemas jerárquicos. En efecto, luce que la sociedad empezó a dividirse en clases en ciertos lugares a partir de la separación entre el trabajo intelectual y el manual.
Un sistema de educación política y teórica debe incluir diferentes espacios y formas según los intereses y grados de voluntad para el estudio. Quienes opten por la autodisciplina de la teoría accederán al proceso personal y placentero de una expansión del criterio propio. La teoría significará autoformación, crecimiento imaginativo, disfrute de la lectura. Lo opuesto a un twit.
El pensar teórico pregunta por qué. Entrena el pensar abstracto y analítico, y sirve para el estudio y la ‘lectura’ de uno mismo, de la vida propia, de las vidas concretas, de las relaciones entre ser humano y naturaleza. Brinda a la mente estructura y estética. Supone que la realidad es compleja y aborda las relaciones entre las distintas determinaciones que la conforman. El vigor intelectual contribuye a la salud mental y del tejido social en su conjunto.
Unas teorías son más elaboradas que otras, claro está, pero en general todos operamos con alguna teoría, aunque no estemos conscientes de ello y apliquemos pocos controles de calidad a nuestro pensamiento por haberlo heredado de la familia, escuela, iglesia, tradiciones, medios de comunicación, etc. Un anexionista, digamos, ha hecho suya una teoría de por qué la ‘estadidad’ es lo mejor para Puerto Rico, aunque no la haya estudiado explícitamente y mucho menos pueda elaborarla ante una audiencia. Mucha gente aplica a diario teorías aprendidas de la Biblia y del mundo religioso. Los grandes medios de comunicación, en su vulgaridad cotidiana, nos informan con puntos de vista que a fin de cuentas se afincan en teorías, las que ocasionalmente voceros del gobierno y de la clase dominante explican al público.
He usado la palabra teoría en sentido flexible y amplio. Aún en este sentido luce que, en general, en el presente se debilita el estímulo del pensar teórico. Este hecho se relaciona en parte con la disminución del concepto de la universidad, que es el lugar que el estado asigna al entrenamiento teórico.
Pero también en círculos que quisieran crear un espacio de izquierda hay renuencia a difundir la formación teórica. Lo común viene siendo que los estudiosos de teoría se formen como tales en la universidad, en vez de un lugar educativo independiente del estado. De manera que se repite la separación entre los que ‘saben’ pues tienen grados de la universidad, y los que supuestamente no saben. Estos últimos en los partidos se reducen por lo general a hacer las labores más simples y ‘prácticas’. Los líderes sindicales se resisten u oponen a que la unión asigne recursos a un sistema de educación política de los trabajadores o siquiera un periódico que sirva de espacio de información, educación y libre discusión entre los trabajadores.
En las relaciones culturales, pues, se cuajan relaciones de poder. Grupos y organizaciones tienden a hacerse ‘familias’, figurativamente: un ‘padre’ instruye, explica y ordena mientras los otros son orientados, obedecen y se someten complacidos. Se genera un sistema de autoridad y cariño fundado en la separación entre el intelecto y los ‘simples’. Yo no sé de eso, el que sabe es el licenciado o el profesor, expresaría una obrera o un jíbaro. Es tradición delegar la teoría y el poder en pequeños grupos tecnocráticos, carismáticos, leguleyos, académicos.
En un contexto de luchas obreristas y socialistas —en Alemania a fines del siglo 19—, Nietzsche advirtió que los socialistas, según él los veía, estaban guiados por el rencor y el resentimiento, pues querían ser como el rico; el obrero meramente quería el dinero y la riqueza del rico. Podría alegarse que a Nietzsche le era fácil decir eso pues no era pobre ni tenía que trabajar como un obrero, pero no hay que evadir la sugerencia valiosa que encierra su idea.
Reducir la lucha obrera a una reacción airada al gobierno y los capitalistas, sin que la conciencia de los trabajadores trascienda la cultura heredada y se enriquezca con una reflexión teórica sobre la complejidad y la historia de la sociedad, bien puede fundar la lucha en el resentimiento de no poder ser como los ricos. Sin un desarrollo teórico —individual y colectivo— es imposible formular relaciones intelectual y moralmente superiores a las de la sociedad actual. Sería una lucha meramente por los chavos. La gente estaría reducida al dinero, algo típico de la sociedad capitalista. Fue Lenin quien insistió en el desarrollo de la conciencia de los trabajadores y en unir las luchas socioeconómicas y democráticas a la elevación de la calidad de las ideas.
El mundo teórico se remite al mundo político, y este último se remite al mundo público. Pero el mundo público anda disminuido. Luce que las comunicaciones digitales han expandido tanto el mundo privado que éste ha marginado al público. Para establecer relaciones entre sí y con lo ‘social’, la gente —sobre todo en las clases más ‘modernizadas’— debe comprar un aparato electrónico y navegar en busca de lo que le interese personalmente.
Podríamos decir que el mundo público es uno en que los hechos, las representaciones, los textos y las imágenes son impuestos sobre todos, y todos son forzados a interactuar con lo que experimentan en común, interpretándolo, contestándolo, mirándolo, admitiéndolo. No es tanto virtual como material. No exige mediación electrónica entre sus participantes. Supone espacios y tiempos comunes. En él no se accede al otro sólo por iniciativa privada mediante un aparato conectado. Predominan la visión, la mirada, el sonido de la voz, el tacto, la unidad de sentidos y gestos, las cadencias, la interacción de los cuerpos. Esta materialidad afirma la sociedad y la política y, también, el deseo teórico y educativo con vistas a algún futuro colectivo. La gente trabaja y vive en cuerpos, tiempos y espacios materiales y en relaciones sociales y afectivas materiales, aun cuando las represente, enriquezca o empobrezca con medios electrónicos u otros.
Desde luego, internet puede ser un enorme espacio unificador. Depende de cuáles fuerzas sociales impartan dirección al medio virtual y cómo éste se articule a los reclamos —económicos y culturales— del mundo público y material. El mercado ha producido tecnologías maravillosas; lo que falta a menudo son ideas, sobre todo teóricas y orgánicamente relacionadas con esfuerzos sociales y políticos.
Circulan mitos bastante simplones; por ejemplo que los medios digitales de por sí producen revoluciones (como la ‘primavera árabe’ en 2011). En realidad las redes sociales pueden agilizar la movilización (‘nos reunimos en la plaza a las 12’). Pero la producción de ideas políticas que anime un movimiento social —que no sea efímero— es un proceso complejo, ‘lento’ y generalmente articulado a un sistema teórico; éste puede ser radical y en favor de la sublevación popular, o imperialista y neoliberal, etc. El grupo militar musulmán suni que en este momento avanza en la toma de regiones de Irak y Siria hace uso avanzado de Facebook, Twitter, You Tube, etc., pero las teorías que lo animan son resultado de procesos largos e institucionalizados en su contexto.
También se sugiere que las tecnologías en torno a internet de por sí han conllevado mayor democracia, ya que como mucha gente se activa en la red, presuntamente se ‘empodera’. (Este neologismo proviene de empowerment, cuyo significado generalmente queda oscuro.) Un problema aquí es el fetiche de la democracia como una panacea irrespectiva de la calidad de las ideas que informen las decisiones. Innumerables decisiones trágicamente torpes han sido democráticas y mayoritarias. Con el discurso de la democracia la burguesía americana y su sistema mediático repiten un carnaval en el que no se debería creer demasiado. La gente vota, los bancos mandan.
La identificación de democracia con numerosidad evade la cuestión de la calidad del intelecto. Se dice que por ser visitado muchas veces un medio digital representa o produce más democracia, aunque el ambiente social y ético permanezca como siempre. No es la cantidad de visitas la cuestión, pues, sino las relaciones sociales en que se inserte el medio y la calidad de las relaciones que produzca o estimule.
Parece que la disminución del mundo público —a manos de la privatización de las relaciones sociales— ha propiciado una atomización, por así decir, una explosión de individualismo. El contexto es de creciente centralización y recomposición global del capital, debilidad de las luchas y conquistas democrático-populares y reducción del valor de la fuerza de trabajo, que se refleja en la parcial destrucción de la educación —crisis de la destreza de lectura, etc.— y en la marginación de la formación teórica.
Parece incontestado el poder; éste administra una crisis social perpetua. La gran cantidad de gente sujeta al control del capital —en sus diversas formas: crédito, seguros, salarios inestables y bajos, deudas del gobierno, migración, vigilancia sobre la población, cultura de resignación—, lejos de conllevar más poder popular y democrático, conlleva menos.
La cuestión —o una de ellas— es, en fin, cuánto puede la gente ser dueña de su pensamiento, y si éste puede contribuir a una subjetividad colectiva; cómo se podría desarrollar individual y colectivamente el pensar, especialmente el pensar teórico, y éste ayudar a una recuperación de lo social.