Desjunte de un desbarajuste arcano

Joe Magee
Después una más, y seguía como un trompo el perro, no yo. Es que, además, el engorroso calor que nos arropó en esos días de 105 grados no pedía nada más refrescante. Fui y me busqué un paquete de seis porque el dichoso podenco no terminaba de alcanzárselo. Total, casi llego a la borrachera y ni el can ni el calor disiparon los esfuerzos de desengañarme de esa desventurada ambigüedad.
Luego, de cansarme de esperar el desenlace, aunque el calor no cedió, el can sí se dio por vencido. Vi cómo se lo miraba, mientras el rabo intentaba espantarse las moscas de encima de sus pelos. Pero los ojos del perro tenían al rabo en perspectiva. La impresión que me dio fue que quería volver intentar agárraselo, pero no lo hizo.
¿Por qué desistió?
¡No lo sé!
Al parecer se dio cuenta que yo lo observaba fingidamente y me miró, sin disimulo, con ojos tristes. Pensé que quería llorar. Creo. Mas, hizo una mueca con la lengua fuera de la boca, bajó la cabeza, cerró los ojos y se quedó soñando.
Soñaba que lo había agarrado y que lo hizo su prisionero. Lo aprisionó. Ahora era dueño de su destino y no de lo que se le antojaba hacer a gusto el rabo. Entonces los dos, el perro y el rabo, daban vueltas y jugaban matarile: “Ambos a dos, matarile, rile, rile…”. Es un juego de infancia que se jugaba mucho en los patios de las escuelas cuando eran públicas en Puerto Rico. Dos grupos de niños agarrados de las manos cantaban “A quién quiere usted…matarile, rile ron”. Y el otro grupo le contestaba “Yo quiero a (nombre de un niño)…matarile, rile ron…”. Pero el perro es un perro y no cantaba ni pensaba ni analizaba. Sólo soñaba, soñaba que había acolmillado a su carámbano rabo.
Al final de la tarde, arribando la noche aún con la luz radiante del sol (eran las nueve), llegaron también las noticias y el desjunte de los desbarajustes de los politiqueros, y la política nociva que al igual que el perro hace que los electores se confundan en un juego fantástico de la realidad. Busqué dos más, para la sentada, porque la situación televisiva se volvió tan o más interesante que el entretenimiento que me obsequió el perro. Aunque de verdad hubiera preferido al último, o sea, al perro. Y me da con pensar escuchando las charlatanerías de la tele que los perros, los políticos, y la gente se me parecen.
Pero el pensamiento se me revolcó tanto que no logré descifrar qué haría la gente si tuviesen un rabo. Pero las gentes siguen a los políticos como si tuvieran rabos. Es curioso porque no todos los perros se persiguen su propio rabo. Aunque la gran mayoría sí buscan otro arcano lugar en otros perros que no necesariamente es el rabo.
Sin embargo, los animales, deduje, actúan por instinto; en cambio los seres humanos son racionales. Piensan. Pensé. Si esa tesis tuviese legitimidad científica entonces la gente no debía perseguirle el rabo a los políticos, sino buscarse su propio destino. Pensé que pensar no requiere mucho esfuerzo. Pero no todos pensamos igual ni actuamos conforme con la realidad. Pero sólo hay una realidad. Pensé otra vez sin buscarle las cuatro patas al gato.
Existe solamente una realidad.
Los políticos no son perfectos. Muchos cometen errores. Otros son corruptos. Otros, lamentable los menos, son decentes sin considerar sus ideales, filosofías ni estatus social. Y hace más de 2,000 años un filósofo llamado Platón, no obstante decía que, “la ciudad ideal de la República, la cordura de los gobernantes… y la armonía de los productores construirán, tarde o temprano, la Justicia social”. Esa era su creencia. Pero también escribió, en la República, que la existencia de divisiones económicas dividiría a las sociedades, y que una minoría acapararía el gobierno de la ciudad (la polis). Por debajo de ellos quedaría el resto de la ciudadanía. Leyéndolo aquí me inhibí pensar con exagerado donaire en el rabo.
Al poco rato, el gozque se levantó y estiró bien su cuerpo. Me vio que yo le miraba el rabo, con la sola intención de ver si volvía a perseguírselo y, creo que pensó, “por qué demonios mirará este mi rabo”.
Salió. No sé para a dónde se fue, sin regreso.
La charlatanería a la que aludí antes es que en unas entrevistas de las noticias de la tele un alto porciento estaba de acuerdo con las políticas del gobierno de un país. Indiscutiblemente de todas las desgracias por la que ha pasado en los últimos diez meses la población. Aún quedan muchos sin luz, sin agua, sin nada. El rabo está cerca al lugar arcano. Prensé. Volví a pensar. Y retequetepensé.
Fue entonces, sólo entonces, cuando pude pensar que una buena parte de los electores son como los perros que intentan agarrarse el rabo. Ojala, volví a pensar consolado, que sea el rabo y no otro lugar arcano.