Desnudos
Había conocido a la fotógrafa una tarde en Le Matin Parfait, una cafetería poco concurrida en el Viejo San Juan. Ambos compartían gustos similares por el café, la fotografía y en las artes en general. Cristina le contó sobre la influencia que ha tenido el trabajo de Agnès Varda en su trabajo artístico, su fascinación por las fotos nocturnas en espacios urbanos y de sus exposiciones en pequeñas galerías en Nueva York. Él la miraba y sonreía. Por su parte, él le contó sobre cómo fue vivir un año en París, de la novela que empezó hace tres años y no había terminado, y de su temor al fuego después de ver como se quemaba el “deux-pièce” donde vivía. En cuestión de horas ambos habían intimado tanto que parecía que se habían conocido de toda la vida. Después de eso quedaron en seguir viéndose en el mismo lugar todos los sábados en las tardes. Un sábado, ella le habló sobre su próximo proyecto el cual había titulado “Desnudos”. Aquello implicaba lo físico y lo espiritual en una conversación que debía reflejar la pureza del ser humano. El hombre abrió los ojos grandes y le dio un sorbo largo al café.
– ¿Quieres qué me desnude frente a ti?
-¿Te da miedo? Los dos ya nos hemos desnudado lo suficiente todas estas tardes, ¿no crees?
-Sí, pero no físicamente.
-¿Hay diferencia entre ambas?
De repente todo se quedó en silencio.
-Lo lamento, voy muy rápido. Si no quieres ahora lo entiendo.
El hombre la miró fijo y le tomó la mano.
-Quiero hacerlo, solo que hace tiempo no me he abierto de tal forma, pero confío en tu trabajo y sobre todo en ti.
Ambos se abrazaron y quedaron en el día y en la hora.
Después de pasar los diez segundos más largos de su vida, las puertas del elevador se abrieron. Dio un brinco y salió de inmediato. Suspiró fuerte. Caminó en busca del apartamento quinientos veintiuno. Siguió el orden de los números hasta llegar a su destino. Frente a la puerta, hizo el gesto de tocarla, pero se detuvo. Pensó en todas las conversaciones, en la confianza que ambos habían forjado en aquellas tardes y en lo importante que sería lo que iba a pasar en aquel apartamento para los dos. Cerró los ojos y tocó la puerta decidido. Cristina tardó unos segundos en abrir. Cuando abrió, ambos se saludaron con un beso en la mejilla a un movimiento de ser en la boca. Tenía una cámara colgándole del cuello. Lo invitó a pasar y a sentarse en el sofá de bambú que ella misma ayudó a diseñar. Se sentaron y rápidamente Cristina tiró una foto.
-Hay que romper el hielo – sonrió.
Tomaron café y hablaron un rato. A pesar de no ser la primera vez que hablaban de los temas, aquello seguía siendo un deleite. Por la ventana se veía como no paraba de llover y como el sol se empezaba a esconder detrás de los edificios.
-Mira como el sol lentamente arropa al edificio de allá. ¿Qué no es hermoso? – dijo él mirando fijo a la ventana.
Cristina se levantó del sofá y en cuclillas tomó otra foto. Él se levantó también y caminó hacia una pared blanca que daba a la cocina. Movió unos tiestos de bonsáis y orquídeas, unas fotografías de Imogen Cunningham y Robert Mapplethorpe del suelo, y se recostó sobre la pared. Ella se le quedó mirando y tomó otra foto. El hombre lentamente y sin mediar una sola palabra, se desabotonó la camisa dejando al descubierto su parte derecha del pecho y el brazo lleno de cicatrices por quemaduras, seguido por las otras prendas que vestía. Cristina siguió tomando fotos del proceso de desprendimiento. Cuando el hombre terminó y quedó completamente desnudo, Cristina tomó dos fotos más y se detuvo. Lo miró de arriba abajo. El hombre con la respiración agitada, se tocó las partes quemadas intentando ocultarlas. Cristina se colocó la cámara en el rostro, lista para captar aquel cuerpo mutilado, pero desistió. Se quitó la cámara del cuello y la colocó sobre el suelo. Se le quedó mirando fijo a los ojos, una mirada penetrante, la misma de todos los sábados en el café, mientras a pasos cortos se le acercaba. Cuando se le paró al frente, pasó con delicadeza su mano por las cicatrices del pecho y del brazo. Con los dedos jugaba con los trazos imperfectos.
-Parecen caminos de un mapa hermoso, de una historia hermosa – sonrió.
El hombre también sonrió. Cristina le pasó la mano por el rostro, secando las primeras lágrimas que caían por las mejillas y lo abrazó.