Dos dibujos de Lito-grafía: sensorio
En el cuento El libro de arena de Jorge Luis Borges, un vendedor de Biblias comenta: “No puede ser, pero es. El número de páginas de este libro es exactamente infinito. Ninguna es la primera; ninguna es la última. No sé por qué están numeradas de ese modo arbitrario. Acaso para dar a entender que los términos de una serie infinita admite cualquier número”. Con este parlamento y otros similares, Borges glosa una metáfora excepcional: el acto de la lectura como un ejercicio de significación inagotable y mutable ad infinitum. Una metáfora potencial y gozosamente lúdica para unos, o cargante y frustrante para otros, habituados a los razonamientos binarios y las causalidades estrictas. Tan arbitrario como la numeración del libro del cuento, la lectura, la interpretación que se haga del libro de arena no escapará de los caprichos del ojo de quien lee.
Textos y superficies muy diferentes nos presenta la exhibición Lito-grafía: sensorio de Elizabeth Magaly Robles, pero tanto el asombro como el acto de significación que producen en el espectador son similares a los que provoca el libro de arena borgeano. En efecto, estamos ante un despliegue de instalaciones, ensamblajes, esculturas, vídeo, dibujos y medios mixtos cuya densidad —a veces pétrea, a veces líquida— parece “admitir cualquier número” de lecturas posibles. Ante tal prolijidad, como la infinita paginación del libro de arena, opto por centrar mi lectura en los únicos dos dibujos de gran formato de la exhibición.
Los dos dibujos pertenecen a instalaciones separadas (Intemperie y Modificación terrestre, respectivamente), las cuales, a su vez, están unidas, estructural y conceptualmente, por la exposición en su totalidad, concebida por Robles como una “instalación in-situ”. El espacio de la Sala 2 del Museo de las Américas, más que un contenedor o mero espacio exhibidor de la muestra, deviene así parte integral de una metainstalación. Ese equívoco, esa doble posibilidad de significar el espacio en Lito-grafía: sensorio —como exhibición de varias instalaciones y como una sola instalación— validan la advertencia de la curadora Rebeca Noriega Costas de que “hay que estar atentos”. En efecto: un cambio de ángulo en el recorrido, un mínimo detalle advertido a última hora, puede ampliar y hacer mutar nuestra “arenosa” percepción. Yo añadiría que esta continua mutación de signos constituye también una invitación al desenfado: a crear, entre tantos recorridos posibles, nuestro particular viaje interpretativo.
Mi viaje, si nos remitimos a la disposición de ambos dibujos en la sala, traza una modesta e imaginaria línea diagonal. Además de ser dibujos en gran formato, compuestos con técnicas similares de grafitos, tintes, carboncillos y aguadas, ambas piezas se atraen por su aparente monocromía invertida.
En el dibujo de Intemperie se plasma una gama de grises, que va desde el gris metálico, un poco más oscuro que el de la plancha de aluminio usada en la instalación, hasta matices blancuzcos, neblinosos, hacia el centro de la composición, que sugieren un claro en medio de un paisaje boscoso. Puede asimismo sugerir el efecto del viento abriéndose paso entre un tupido follaje. O un asomo de superficie clara entre oscuridades subacuáticas. Y por qué no, también puede verse como un paisaje estelar: una lechosa galaxia en expansión o, en clave irónica, un “hoyo blanco”. En todo caso, se trata de una fisura luminosa.
El dibujo de Modificación terrestre, en cambio, se decanta por una gama oscura de grises que, vista a media distancia, sugiere un cúmulo de sombras, cual si fuera una tela negra con zonas percudidas, agrisadas por la exposición a la intemperie. El predominio de la gama oscura se hace más notoria si se observa a mayor distancia, como en la foto que sigue, al fondo y franqueando la instalación “Tramo (en transmisión)” –compuesta por nueve canastas de acero inoxidable con piedras–:
Desde esta perspectiva, según me comentara una amiga visitante de la exposición, el dibujo de “Modificación terrestre” sugiere el cierre de ese tramo de piedras colgantes cual si fuera la pared oscura de una caverna. A mis ojos, en cambio, me pareció más bien sugerir el umbral oscuro de una compuerta hacia otra dimensión. Otros espectadores, otras lecturas, habrán relacionado espacialmente el dibujo de otras formas.
Vuelvo a mi modesta diagonal original. Vuelvo a los grises claros del dibujo de “Intemperie” y me fijo en un detalle singular que desestabiliza mi percepción original de la pieza. Un ardid lúdico de la artista. Se trata de un monóculo que cuelga a un pie más o menos del lado izquierdo del dibujo. A su valor composicional (en balance y contraposición con la canasta vacía que cuelga en la misma instalación) se le añade un valor funcional: el de explorar la obra acercándonos microscópicamente a detalles imperceptibles a simple vista. Este cambio de óptica redimensiona el dibujo, regalándonos una interioridad insospechable a distancia. Al mismo tiempo, nos recorta la percepción. Quien se acerque, seccionará el dibujo, romperá su unidad, para ver trazos multicolores que se subsumen en la gama de grises dominantes, algunos de ellos iridiscentes. Las imágenes se superponen: caudales de ríos, veladuras de cielo, el interior veteado de una roca, la topografía de un mapa etnográfico, hasta figuraciones de rostros de aparecidos y bocetos de bestias evanescentes desfilan ante mis ojos. Y todo esto de solo mirar con el lente un fragmento mínimo de la pieza.
Según me vuelvo a desplazar, fiel a mi diagonal, los matices de colores, el inabarcable universo microscópico del dibujo de “Intemperie” se desvanece y se recubre del bosque gris de mi primera interpretación. De nuevo ante el dibujo de “Modificación terrestre”, aun cuando no está acompañado de un monóculo, me acerco cuanto puedo para atisbar la otra dimensión que le imaginé a distancia. Igual que el dibujo de “Intemperie”, este se pliega y repliega en una interioridad de veladuras e iridiscencias, pero contrario a aquel, está más dominado por la línea que por la mancha. Son líneas de varios colores subsumidos en la gama de grises oscuros; líneas que eluden la recta, que se rizan, se ovillan, se cruzan y entrecruzan en cascadas rizomáticas. Si el dibujo de “Intemperie” se condensa dramáticamente en una fisura luminosa hacia el centro, el de “Modificación terrestre” se dilata a lo largo y ancho de la pieza en una suerte de suspensión “plasmática” de oscuridad fertilizante. Subsuelo u oscuridad sideral; reino mínimo de protozoarios u hoyo negro. Hay abismos para escoger.
Hacia el final de mi modesto recorrido, luego de varias idas y venidas, me detengo a mitad del tramo entre ambos dibujos. Miro hacia el dibujo de “Intemperie”, miro hacia el de “Modificación terrestre” y los relaciono, en el contexto de la instalación “in situ”, como dos matrices energéticas opuestas y complementarias: un yin-yang de grisura prismática. Deslindo el dinamismo de ambos: el dibujo de grises claros es de fuerza y movimientos centrífugos; el de grises oscuros, de fuerza y movimientos centrípetos. El primero hace eclosionar la luz, el segundo la absorbe y repliega. Ambos irrigan simbólicamente el resto de la instalación de Lito-grafía: sensorio, al decir de la curadora Noriega Costas, “derramando una materialidad orgánica” de permutaciones continuas. Como ocurre con el libro de arena de Borges, mi síntesis de la lectura de ambos dibujos, aunque plausible, se sabe provisional. Basta cambiar la perspectiva (alejarnos, acercarnos, integrar otras piezas contiguas) para resignificarlo todo. Tómese, por ejemplo, la tercera foto de este escrito, donde se aprecian todas las piezas de la instalación “Intemperie”. ¿Cómo interpretaríamos el dibujo en ese contexto?
Precisamente, por la cualidad inasible de ambos dibujos y, por extensión, de toda la instalación Lito-grafía: sensorio, celebramos y agradecemos a Elizabeth Magaly Robles la doble modestia que nos recuerda. La de re-conocer que toda obra memorable se sabe inacabada porque inacabada ha de ser siempre nuestra percepción e interpretación de esta. Otros ojos, otras lecturas convocará. El convite a su goce no cesa.