El caserío no es Fuenteovejuna
“Juez: ¿Quién mató al comendador?
Poblador: Fuenteovejuna lo hizo
Juez: ¿Quién es Fuenteovejuna?
Poblador: Todos a una, Señor.”
-Lope de Vega
El incidente en Fajardo que comenzó como un acto de violencia intrafamiliar y que acabó en la muerte de 5 personas, incluyendo el linchamiento del victimario original a manos de sus vecinos, parece sacado de las páginas de una mala novela. De la misma manera, las respuestas al surreal incidente parecen sacadas de un libro malo de criminología. De inmediato salieron los empresarios morales y mercaderes del miedo, tanto políticos como académicos, pidiendo que a cambio de más seguridad, cedamos más derechos y permitamos más control por parte del Estado. Esto sin contar aquellos que catalogaron el linchamiento del victimario como “justicia poética”.
No bien se conocieron los hechos, de inmediato se escuchó como alternativa para manejar esta violencia la misma receta que, además de llevar décadas fracasando, es parte del origen de la agresividad que hoy experimenta el país. Reestablecer los controles de acceso a los complejos de vivienda pública, que las autoridades sean más eficientes en el castigo, más control de las armas de fuego y hasta revocar el derecho absoluto a la fianza, son algunos ejemplos de las soluciones presentadas.
Todas estas respuestas parten (conscientes o no) de que la violencia es un fenómeno individual que debe ser reprimido con violencia sistémica. Todas llamando al “control” de la violencia mediante el control de la ciudadanía, como si el control hubiera funcionado para resolver la violencia en algún lugar o momento histórico.
Sin embargo, en la discusión de esta tragedia muy pocos hablan de la marginación y la exclusión social que genera un alto grado de frustración y que en muchos casos termina en violencia social. Mientras que, de igual forma, lleva a grandes sectores de la población, sobre todo a los varones jóvenes, a incursionar en el narcotráfico, cosa que en muchas ocasiones termina en violencia criminal.
Con solo mirar los hechos cualquiera se da cuenta de que los mismos son claro ejemplo de la violencia horizontal que desde mediados del siglo pasado nos explicaron los gigantes Fanon y Memi. Es decir, la violencia del excluido social que políticamente termina siendo un ser frustrado y violento que, lejos de dirigir esa violencia, el coraje y la necesidad de agresión a quienes le excluyen y reprimen, termina victimizando a los que construye o define como más débiles o inferiores a él. En palabras del criminólogo británico Mike Presdee, son seres que sabiéndose excluidos, usan la violencia y agresión contra los más débiles como forma de sentirse poderosos y en control de sus vidas.
En este caso, Miguel Asencio Ayala desató su furia contra su compañera y contra el hijo de esta para convencerse a sí mismo de que estaba en control. De igual manera, “la comunidad” hizo lo mismo cuando dieron muerte a Miguel para reafirmar que ellos tienen el control de sus vidas y el poder en su caserío. Sin embargo, lejos de reafirmar su poder, con la muerte de Miguel Asencio Ayala “la comunidad” terminó reproduciendo el discurso oficial. Es decir, la violencia es producto de individuos que se niegan a seguir las reglas, sin importar si son las leyes del Estado o las reglas no escritas de la calle, y que tienen que ser castigados.
Por esta razón, el caserío Pedro Rosario Nieves no es la legendaria Fuenteovejuna que inmortalizó Lope de Vega. A diferencia de Fuenteovejuna, el caserío Pedro Rosario Nieves no se levantó contra el sistema político y económico que le condena a aspirar desde su pobreza tercermundista a los bienes de consumo que el mundo del hombre blanco, propietario, heterosexual y cristiano del norte define como símbolos de la riqueza y el éxito.
No, el caserío Pedro Rosario Nieves no es Fuenteovejuna; pues en vez de levantarse contra el abuso del comendador -representante del poder- como lo hizo Fuenteovejuna, el residencial terminó reafirmando los valores del sistema linchando a un infeliz que al igual que la mayoría de nosotros es producto y víctima del propio sistema.