El centenario de Miguel Hernández
“Yo publiqué sus versos en mi revista Caballo Verde y me entusiasmaba el destello y el brío de su abundante poesía…En mis años de poeta, y de poeta errante, puedo afirmar que la vida no me ha dado a contemplar un fenómeno igual de vocación y de eléctrica sabiduría verbal”.
-Pablo Neruda, recordando a Miguel Hernández
Los 100 se celebran desde la Comunidad Valenciana hasta el fondo de América. El año hernandiano ha convocado relecturas, ponencias, canciones y estudios en torno al oriolano y a su obra – o a los dos conjuntamente, para los que no separan la pluma del camino andado-. Un año también, pues, para quien le compuso tantos temas a Serrat antes que el catalán osara imaginarlo.
Pero, ¿qué tiene el poeta/pastor que llegó tarde a la Generación del 27 española? ¿Qué celebramos del hombre que muere encarcelado a sus 31 años? Mercedes López-Baralt, catedrática de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto en Río Piedras, afirma que para festejar a Miguel Hernández, como dice Joaquín Sabina, “nos sobran los motivos”.
“(Miguel Hernández) es un poeta que tiene mucho en uno, sencillo-que no es lo mismo que simple- y profundo… Es un poeta plural: militante, antibélico, pastor, barroco”, opina la profesora.
Nace en Orihuela, España, de familia humilde. Fue pastor, poeta (desde gongorino hasta esencializarse casi a totalidad), fue soldado republicano, va y viene de su pueblo a Madrid, se amiga con los del 27 (en especial con el Nobel, Vicente Aleixandre, a quien dedica Viento de pueblo y El hombre acecha), se desamiga de éstos también, se enamora, escribe, publica, se vuelve a enamorar, es esposo, es padre, es periodista, prisionero, es siempre joven.
“Nos hechiza por su pasión que no puede contener… es poeta protagonista y canta la tragedia que narra”, manifiesta la profesora.
La obra poética del levantino, posiblemente lejanísimo de saberlo, auguraba su desenlace desgraciado – ver el “Sino sangriento”, por ejemplo – pero él es sobre todo un autor que emana esperanza, que la busca, que la trabaja, que recita: “ para la libertad, sangro, lucho, pervivo», «lo importante…es dar una solución hermosa a la vida». Esa representación del poeta tierno y militante lo ha convertido en un mito de la Guerra Civil Española y una figura importante para la recuperación de la memoria histórica; del propio franquismo que, según Lopez-Baralt, entre muchas cosas, “se cargó a dos de los más grandes poetas del siglo XX: Federico Garcia Lorca y Miguel Hernández”.
El oriolano está en las páginas de muchos rotativos –cumplió 100 el 30 de octubre-, en la boca de otros tantos, el mismo Joan Manuel Serrat entona un nuevo disco (“Hijo de la luz y de la sombra”) por el centenario, además de los coloquios que casi a diario se dan en su nombre. El tiempo no parece ponerse amarillo sobre su fotografía.
El año hernandiano también ha tenido repique en Puerto Rico, donde se conformó un comité, se musicalizaron poemas y se han realizado conferencias y publicaciones. En la isla ya se había homenajeado el trabajo del escritor, especialmente con la generación Guajana en los sesentas. Quizás el acercamiento más profundo se ha dado a pulmón y en la misma UPR, donde López-Baralt, en honor al “esposo soldado”, enseña el curso graduado “Poesía de Miguel Hernández” de agosto a diciembre. La aula estudia la vida del autor, sus estancias en Madrid, los movimientos artísticos que lo circundaron, sus coetáneos, la historia de España, la musicalización de su obra, sus amores, sus amistades, a quienes leía y, por supuesto, su poesía.
“Nos conmueve…Uno lo siente no sólo como poeta, pero lo sentimos como hombre”, confiesa la catedrática.
Después de la cárcel, de la posguerra, de la muerte, su poesía es la huella de metal, la evidencia del triunfo.