El cine y el racismo: de Detroit a Charlottesville
Recordarán que Trump regó la idea perniciosa y falsa que Obama no era “americano”. No lo decía así, pero su intención, al decir que había nacido en Kenia, era esa. Era “extranjero”. Después de todo, ¿qué es un negro si no alguien que no es de “América”? Está implícito en el epíteto “African-American”, que no solo me parece un insulto (los separa de los “Americans”) sino que intenta borrar la importancia y las realidades de muchas generaciones de negros que han nacido y se han criado en suelo norteamericano, y son o debieran ser, por definición, simplemente “Americans”. Luego, surgió la falta de respeto en público de parte de funcionarios y la plebe republicana hacia el presidente y los eslóganes “Take the country back” y “Make America great again”, ambos indirectamente, pero obviamente, racistas. Esas reacciones no son muy distintas a las que ocurrieron luego de la guerra civil norteamericana cuando los republicanos del sur se convirtieron en falsos demócratas para oponerse al partido de Abraham Lincoln, que había traído la emancipación y la abolición de la esclavitud.
No solo ocurrió esa transformación hipócrita y tendenciosa, sino terminadas las hostilidades, se formó el primer Klu Klux Klan en 1865 en Tenesí, fundado por exsoldados confederados que se basaron en algunas características de los caballeros de Malta para su “club fraternal”. Uno de sus fundamentos iba dirigido a repudiar la libertad de los negros y a considerar a los norteños como “extranjeros”, dos de las fuertes vertientes que indujeron la marcha en Charlottesville, Virginia hace dos días y que ahora permea la restructuración de los grupos de ultraderecha que se agrupan, entre otras, bajo alt-right y la revista Breitbart, fundada en 2007, durante la campaña del primer negro en postularse exitosamente para la presidencia de los EE.UU. Hay también que entender que uno de los propósitos más urgentes del primer Klan era “tumbar todos los gobiernos estatales sureños para volver a la “gloria” que había sido la esclavitud. Es lo que quisieran los de la derecha: ser los que todo lo dominan.
Por falta de buena organización interna ese primer Klan no tuvo éxito político de modo que los nuevos “demócratas” sureños no le hicieron mucho caso, y murió sin pena ni gloria. Después de todo, esos políticos querían fuerza política que, sin gente que vote, no se puede alcanzar. El Klan continuó sus fechorías matando, linchando, y atemorizando a los negros para que no votaran (lo que quieren hacer hoy los trompistas). Como ejemplo, en las elecciones presidenciales, en un condado de Georgia cuya población había votado completamente republicano por el gobernador en el verano, fue intimidado y en noviembre de 1868 una sola persona votó por Ulysses S. Grant.
Entonces, en 1915, D. W. Griffith, en su película “The Birth of a Nation” exaltó y mitificó al Klan. A pesar de ser una obra maestra, el filme es racista a más no poder. Los negros son todos brutos, vagos y ultrajadores, que es la visión que quieren que tengamos de ellos los extremistas neonazis y todos los de ultraderecha. Del filme se copió el nuevo Klan la vestimenta y la idea de las cruces en llamas. (Si alguien cree que son cosas de un pasado lejano, olvídenlo, pues las vi en Georgia en los tempranos 90 y en Tulsa, Oklahoma, al fin de esa década.) Ayudó a la rápida asimilación que, según el autor del libro en el que se basó la cinta, sus ideas venían de las novelas de Sir. Walter Scott, que valoraban “lo escocés y lo inglés”. Parece totalmente aberrante que gente que descendía de otros que habían huido precisamente de los ingleses, se abrazaran tan rápidamente a sus formas de pensar. Sin embargo, la falta de lógica, la ignorancia, y el sinsentido están en el centro del prejuicio.
Impulsados por una agenda coherente (el odio y el prejuicio) y la ayuda de publicistas, el Klan prosperó y llegó a tener en los años veinte del siglo pasado ¡cuatro millones (4,000,000) de miembros! Esto entonces representaba casi el 15% de la población de EE.UU. Durante esos años el influjo de personas de los campos a la ciudad fue grande y no solo está el hecho de la gran membresía nacional del Klan, sino que en la ciudad de Detroit el Klan llegó a tener 40,000 miembros. Doy el dato para que se entienda que en él y en los abusos del siglo XIX presentados en “12 Years a Slave” (2013) y en la versión de Nate Parker de “The Birth of a Nation” (2016), yace la semilla de lo que sucedió en “Detroit” y lo que aconteció en Charlottesville.
El anonimato que proveía la capucha blanca ayudaba a que la gente se uniera a la “sociedad” y muchas veces participara en actividades clandestinas criminales. Más tarde hubo otras sectas engendradas por el Klan que se disfrazaban de negro para ocultar su identidad. Un grupo prominente era la Legión Negra, también basada en Michigan y con un tercio de su membresía basada en Detroit. En un momento llegó a tener 135,000 miembros y se sospechaba que políticos y el jefe de la policía de Detroit pertenecían al grupo. Su fin llegó en 1937 cuando secuestraron y asesinaron a un oficial de Progreso en el Trabajo (WPA, en inglés), una de las agencias del Nuevo Trato de Roosevelt y las autoridades lograron identificar los doce criminales, que fueron condenados a cadena perpetua. Todo el episodio, sus raíces en el prejuicio contra los emigrantes y los católicos (siempre ha habido un prejuicio religioso en estos grupos que profesan supremacía blanca) están a la vista en la película que encausó a Humphrey Bogart hacia el estrellato, “The Black Legion” (1937). El filme, dirigido por Archie Mayo y Michael Curtiz (“Casablanca”) comenzó una serie de cintas hollywoodense que denunciaron el prejuicio racial y los extremos del nazismo y el fascismo.
No cupo duda en las marchas con hachas en Charlottesville que los neonazis y los ultraderechistas se sienten estimulados por la presencia de Trump para dar rienda suelta a sus odios y prejuicios. No solo marcharon por tratar de preservar la estatua del general Robert E. Lee, ícono del esclavismo y de la secesión, sino para cantar eslóganes nazis y antisemitas. «Blood and soil«, la variante en inglés de la muy alemana «Blut und Boden” es un canto nazi que remite a la idea que solo el que tiene sangre aria y ha trabajado su tierra tienen derechos. Es un eslogan de odio y racismo que no tiene lugar en una nación que se vanagloria de ser democrática. Fueron más directos y cantaron: “You will not replace us” pero dándole a la primera palabra la entonación de “Jew” o judío. Por si acaso a alguien se le escapaba el obvio antisemitismo y neonazismo, enarbolaron banderas con suásticas. Al ver algunos de los que marchaban no puede dejar de pensar en Edward Norton como el personaje principal de “American History X” (1998), ni en Ryan Gossling en “The Believer”. Esta última tiene la inmediatez de hacer a uno pensar en el patético Stephen Miller, el judío que parece odiarse por serlo, y asesora a Trump en Casa Blanca.
Hemos llegado a una parte de la historia del mundo en la que Estados Unidos se tambalea. Ha perdido sus coordenadas y tiene un presidente que está rodeado de personas que son cómplices y/o estimuladores de sus miedos, sus odios y sus prejuicios. Como en el caso de los “demócratas” del sur después de la guerra civil, lo que desean es tener una base de votantes que cancelan a los que piensan, creen en la libertad y en el bien común. El cine casi siempre toma el lado de esos, un grupo al que debemos pertenecer. Pero persiste para mí el temor de la primera vez. Los filmes nazis de propaganda fueron efectivos como tal y como arte. Si se da que vemos uno promulgando las ideas de la ultra derecha pretendiendo ser arte, sabremos que llegó el momento para poner pies en polvorosa.