EL LLAMADO LENGUAJE INCLUSIVO (elles, @, x, *…)

Las luchas sociales se han vuelto cada vez más atrincheradas en los reclamos sectoriales ante una impúdica y rapaz explotación. En este sentido, no es difícil para el marketing político identificar una determinada oportunidad de negocio a base de las políticas de identidad (personal, sexual, racial, nacional), valga la redundancia, cuya parcialidad está a tono con las diversas estrategias de avasallamiento de la lógica del capital. Se ha perdido por completo de vista que la sexualidad o, más precisamente, el erotismo es una experiencia integradora de la condición humana. El erotismo no divide como el dinero sino que une como la música. No es difícil comprobar que la sexualidad ha degenerado en un asunto de interés transaccional. No se trata de amar y ser amado sino de tener éxito cuando se tiene sexo. La sexualidad se ha des-erotizado y el niño dios Eros anda por ahí, huérfano y desalado. Se ignora por completo esta verdad: la insatisfacción habita la potencia infinita del deseo, haciendo de la insaciabilidad el designio de la vida, humana o no humana. ¿Cómo elevar la noble potencia del deseo hasta entender la sed y el ansia de existir? He ahí un asunto fundamental que desde los tiempos más ancestrales rebasa por completo la identidad sexual.
Los reclamos del sexual self-identity surgen del rechazo de la identificación biológica de los géneros femenino/masculino. Sin embargo, al así hacerlo, se recae aún más en el fervor de la identidad. Pienso que dicho fervor se inscribe en un afán patológico de normalidad que responde a la historia moderna de las instituciones en Occidente, como bien demuestran las investigaciones de Michel Foucault. La «sociedad disciplinaria» no ha desaparecido. Más bien se ha actualizado en medio de las «sociedades de control» y de lo que me he permitido llamar las «sociedades de la intimidación.» Persisten, quizá hoy como nunca antes, los «cuerpos dóciles» las «mentes sumisas» al decir de Foucault en Vigilar y castigar.
Afirma la líder política española Bibiana Aído que «El desafío por la igualdad de género merece también un desafío con el lenguaje.» Cabe, sin embargo, preguntarse: ¿se trata realmente de un desafío con el lenguaje o de una resentida e insípida violencia contra la lengua? Un tal «desafío» sería por completo ajeno a la lengua china donde no hay un centro identidades de género ni, por tanto, cabida para un debate en torno al lenguaje inclusivo. Así lo plantea, por ejemplo, la escritora Madeline Thien en una excelente reseña en el New York Review of Books del hermoso libro Awakened Cosmos. The Mind of classical Chinese Poetry, de David Hinton (2019): «Chinese grammar – a genderless and verb-tense-less system in which past, present and future are inferred by context – allows for a complex blurring of subjectivities.» Esas subjetividades e identidades que se disipan en la poesía son paralelas al esplendor del vacío en el que se funden las formas de la pintura paisajística china. Le tocará a Paul Cezanne reinventar el arte de la pintura a partir de una maravillosa apropiación de ese gran legado pictórico asiático, por vía del reconocimiento europeo de los grandes maestros de la pintura y del grabado en China y Japón. Hay mucho que aprender de ese abandono de sí, de esa entrega a la desmedida de lo real.
Para volver a nuestro asunto, se pretende con el llamado lenguaje inclusivo remediar simbólicamente la violencia real contra las mujeres y los sectores marginados por su sexualidad. Se comprende la indignación y la necesidad de valerse de cuanto recurso haga falta para denunciar tanto atropello y vejación. Aún así hay que recordar: si bien quien habla una lengua dispone, crea y recrea los atributos lexicales de una lengua, la lengua es soberana porque conforma la fuerza vital de una cultura. Por encima de quienes hablan, prevalece el prodigio de la lengua que se piensa, escribe y habla. No somos los poseedores de la lengua que hablamos o del lenguaje que nos habla: es por la lengua que nos nombra y el lenguaje que nos habita que podemos realizar lo que somos. El desafío es ontológico, no lingüístico. La máxima aspiración de una genuina formación cultural consiste en hacerse cargo de sí, partiendo de la premisa de que quien domina el lenguaje domina el espíritu, es decir, el hálito vital del pensamiento.
Hablante culto es quien sea capaz de ponderar el oportuno sentido de las palabras y no solamente aquel o aquella que se recrea con las jergas y las habladurías, sin tener ni idea de lo que dice, hace o piensa. Sin lenguaje no hay pensamiento, sin poesía el lenguaje se cosifica, echando a perder el tamiz de la creatividad. Reducidas a los modelos estadísticos y taxonómicos del aparato cibernético, las palabras no pasan de ser una glosa del diseño tecnológico de la cultura. Pienso que esto está afectando hoy gravemente al lenguaje del periodismo y de los llamados medios de comunicación. Se habla y se piensa con la mente y el corazón, pues sólo así es posible mantener a raya la ignorancia, el odio y la mentira. Escribe César Vallejo poco antes de morir estos versos memorables: Consolado en terceras nupcias, / pálido, nacido / voy a cerrar mi pila bautismal, esta vidriera, / este susto con tetas, / este dedo en capilla, / corazónmente unido a mi esqueleto.
Somos todos las criaturas de una entrega y la morada de un don: la entrega del amor y del deseo; el don del lenguaje y de las palabras. Hablar una lengua no da por válido manipular frívolamente su grafía y designaciones, sea en nombre de una causa justa o de alguna supuesta teoría de género. En nuestra lengua la palabra ‘género’ designa primordialmente el fenómeno humano, y no solamente la identidad sexual, como en inglés. Para quienes hablamos la lengua española o castellana, su voz se decanta en femenino, al igual que la vida o la naturaleza. Producto sin duda del milenario y desprestigiado régimen patriarcal, más que una «violencia de género», hay una terrible violencia contra la mujer, contra el erotismo, contra la vida; una violencia contra las entrañas y la superficie misma de la Tierra. Por más que exploremos las galaxias, si no somos capaces de honrar la noble y humilde morada de este planeta, y de dignificar nuestra efímera vida en ella, no pasaremos de ser, como dice Fernando Pessoa, «cadáveres postergados que se procrean.» Para no caer en tan miserable destino, hay que empezar por reconocer que somos todos los creadores de una lengua, no por capricho o por elección, sino por imperativo poético. Este todos es también el todo – no la ‘toda’ – del que nadie está excluido. «No hay nada fuera del todo», como bien dice Nietzsche. Componemos todos y cada una de las voces hablantes de una lengua, la polifonía de una inmensidad que abarca los insondables espacios siderales, y sobrepasa por completo nuestro angustioso género humano, esa «raza que tiembla».