El mapa deportivo simplifica las complejidades políticas
El planteamiento hecho por Galeano en su texto Mapamundi coincide con las perspectivas que dentro de la geografía crítica cuestionan las agendas políticas e imperialistas que históricamente han guiado la gestión cartográfica. Basta recordar el mapa de la proyección Mercator que a partir del siglo XVI se convirtió en la guía estándar para la navegación. Su representación distorsionaba los tamaños y presentaba los territorios del Hemisferio Norte superando de manera hiperbólica y desproporcional las medidas correspondientes a las superficies terrestres del Hemisferio Sur. Si bien el mapa es un modelo y nunca será una visualización perfecta del planeta, la forma en que se representan los países y regiones tiene un impacto en la narrativa política. No hay inocencia ideológica en la producción cartográfica. En la narrativa de ese “Norte” más grande que el “Sur”, el mapa mentía mientras se cobijaba detrás de intereses geopolíticos.
Abordar críticamente a los mapas es también un ejercicio de indagación sobre la geografía cultural de lugares y regiones. Este tipo de análisis invita a estudiar aquellos procesos que aporten a entender qué lugares y poblaciones se representan, y cuáles, por el contrario, se excluyen de los mapas oficiales. Este ejercicio crítico puede hacerse por medio de la investigación de diferentes instituciones culturales y políticas. El deporte puede ser una de esas instituciones. Así como en el caso de las connotaciones políticas asociadas a la proyección Mercator, la delimitación del mapa deportivo de una ciudad o país también tiene su carga ideológica. Al igual que en otras instituciones culturales, el deporte también desarrolla una narrativa de “ellos” frente a “nosotros”. Se promueve la construcción identidades y límites geográficos como parte del imaginario de los equipos y entidades vinculadas al deporte.
Uno de los ejemplos más notorios en el cual un mapa deportivo hizo invisible los conflictos entre diferentes poblaciones de una misma región ocurrió en el baloncesto internacional de hombres durante la década de los noventa. En la región de los Balcanes habían comenzado las denominadas guerras yugoslavas a partir de 1991. La República Federal Socialista de Yugoslavia se disolvió un año después. Se independizaron algunos países y surgieron potencias de baloncesto como el equipo de Croacia. Sin embargo, todavía en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996 y en el Mundial de 1998 en Grecia, competía un equipo con el nombre de Yugoslavia. Una lectura tradicional al deporte sugeriría la existencia de una armonía nacional y territorial representada a través de ese uniforme yugoslavo de colores azul y blanco. Sin embargo, ese no necesariamente era el caso. El conjunto que participaba bajo el nombre de Yugoslavia (luego oficialmente conocida como la República Federal de Yugoslavia) era un equipo representativo de los dos integrantes políticos que se mantenían como vestigios de la antigua federación: Serbia y Montenegro. Posteriormente, ambas instituciones políticas se separarían en 2006, convirtiéndose en dos estados soberanos distintos. No obstante, por casi una década el mapa deportivo sugirió una unidad yugoslava que no reconocía el hecho de que Serbia y Montenegro operaban con sus propias instituciones autónomas y solo tenían unidad política en unos pocos renglones como era el caso del deporte.
Otro caso del deporte internacional que llama la atención en términos de la simplificación geopolítica detrás de la representación del mapa deportivo ocurre con la participación del equipo nacional de Países Bajos en el béisbol. La sede política del Reino de los Países Bajos ubica en Europa. La prensa deportiva en español mayormente se refiere a este país como Holanda, a pesar de que esta localidad es solo una de las varias regiones y territorios que pertenecen a este estado soberano. Si bien la mayoría de la población de este país está en Europa, el Reino de los Países Bajos también cuenta con otros componentes políticos en la región del Caribe. Estos territorios caribeños son Aruba, Curazao, San Martín, así como los municipios especiales de Bonaire, Saba y San Eustaquio. En las pasadas ediciones del Clásico Mundial de Béisbol ha quedado demostrado que muchos de los integrantes del equipo nacional del Reino de los Países Bajos son de procedencia caribeña. Sin embargo, la insistencia de reseñar mediáticamente a este equipo como Holanda o como una representación exclusivamente de Europa, simplifica su mapa deportivo, eliminando así la posibilidad de problematizar el carácter transcontinental y desigual de este país.
A una escala de ciudad, el fútbol estadounidense representado a través de la National Football League (NFL) también se nutre de la promoción de mapas deportivos y geografías culturales de la exclusión. Como en todo deporte, el público que asiste a los estadios aplaudirá a aquellos atletas que pertenezcan a su equipo de predilección. No obstante, este apoyo está condicionado a que el jugador sea capaz de circunscribirse a las ‘reglas de juego’, las cuales no necesariamente se refieren a las normas técnicas de la disciplina deportiva practicada, sino más bien a los códigos que definen tanto al deporte institucional, como a la cultura dominante de la ciudad que el atleta representa al pertenecer a un equipo profesional. Para varias franquicias de la NFL y sus seguidores, estos códigos fueron violados en 2016, cuando el jugador Colin Kaepernick y posteriormente otros se arrodillaban durante la entonación del himno nacional de los Estados Unidos como protesta por la violencia racial y asesinatos a hombres negros perpetrados por la policía. El acto fue recibido con abucheos de fanáticos y pronunciamientos de rechazo por parte de representantes de la NFL, administradores de equipos y figuras de la política estadounidense. En el año que comenzaron las protestas, Kaepernick era miembro del equipo de San Francisco 49ers. En las próximas temporadas, este atleta negro no volvió a ser contratado en la NFL. Sus posturas políticas en favor de la equidad racial no tenían espacio en el mapa deportivo profesional de San Francisco y el resto de los Estados Unidos. Al cuestionar las instituciones de poder, Kaepernick no podía representar la geografía cultural de ninguna ciudad. Era visto como un ente disociador que chocaba con el discurso hegemónico del deporte como institución unificadora y apolítica.
De no abordarse críticamente, el mapa deportivo igualmente puede simplificar la comprensión de las relaciones coloniales contemporáneas, como es el caso del dominio de los Estados Unidos sobre Puerto Rico. Desde 1948, el deporte puertorriqueño, sus atletas e instituciones son reconocidos como representantes de una nación por el Comité Olímpico Internacional. Esto a pesar de que el territorio no está constituido como un país soberano y ha estado bajo el dominio colonial estadounidense desde 1898. En el mapa deportivo actual, Puerto Rico es una de las 206 naciones con un comité olímpico reconocido internacionalmente. En el terreno de competencia deportiva, este territorio caribeño es visto como un integrante en igualdad de condiciones cada vez que se enfrenta a la representación nacional de otro país. Sin embargo, el hecho de que el resto del planeta reconozca a Puerto Rico como una nación en el deporte, no necesariamente implica que los demás países conozcan todas las complejidades asociadas a la condición política puertorriqueña. Encontrar a Puerto Rico en un mapa deportivo o en una lista de naciones olímpicas participantes no debe tratarse como un mero dato genérico, sino como un punto de partida para entender mejor el rol del deporte a través de la historia política puertorriqueña. Mientras algunos líderes políticos y activistas usan la participación deportiva internacional de Puerto Rico como un elemento de complacencia e inmovilismo político ante la relación colonial con los Estados Unidos, para otros, la presencia puertorriqueña en el olimpismo ha representado un instrumento de resistencia que preserva la esperanza de futuros proyectos de país basados en la soberanía y descolonización. Un caso como el de Puerto Rico nos presenta un mapa deportivo lleno de complejidades y luchas. Nos invita a estudiar los mapas como productos políticos dinámicos y marcados por el conflicto.