Espejos en el cine: ¿quién es quién?
Nos vemos plasmados en personajes a los que nos quisiéramos parecer, o que son semejanzas de lo que imaginamos que somos. Unas veces el humano común; otras, personajes heroicos más grandes que la vida. Podemos ser deambulantes o realeza; el débil o el súper héroe. Podemos vernos como Cary Grant o Liz Taylor aunque estemos más cerca de W. C. Fields y Margaret Hamilton (la bruja mala en “Wizard of Oz”). Mas mientras dura la fantasía Cary o Liz somos en ese espejo que permite ser quien se quiera.
El cine, inspirado en el arte pictórico y la literatura, ha usado el espejo como parte de sus trucos artísticos o como artilugio de su trama. Mucho ha tenido que ver “A través del espejo”, la secuela a “Alicia en el país de las maravillas”, cuya idea, traspasar una barrera para entrar a otro mundo, ha sido usada por Buster Keaton en “Sherlock Jr.” (1924) y Woody Allen en “The Purple Rose of Cairo” (1985). En ambas los personajes cruzan la pantalla para morar en un mundo alterno: entran y salen de la trama de una película.
En la segunda parte del Quijote, el Caballero de los Espejos y su escudero son el reverso de Quijote y Sancho. Es Caballero de los Espejos porque lleva puesta una capa incrustada con pequeños espejos, pero podemos deducir que en ellos está reflejado Quijote (y los otros dos personajes) múltiples veces. He hecho la asociación que esas numerosas imágenes en esos fragmentos son similares a las que vemos en los espejos que sirven, ante el paso lento del quijotesco Charles Foster Kane en “Citizen Kane” (1941), para multiplicar su imagen hasta un infinito únicamente limitado por la capacidad de la cámara para captar hasta dónde se propaga. No vemos las imágenes reflejadas en la capa del Caballero de los Espejos, mas la imaginación, que puede más que la cámara, nos dicta que son al menos tan numerosas como las de Kane en la cinta de Welles. Esa proyección de imágenes infinitas en la página o en la pantalla resulta ser un postulado ontológico: ¿cuántas de esas imágenes son “verdad”? ¿Quién es quién? ¿Qué queda de Kane en el ocaso de su vida? ¿Y qué será de Quijote ahora que también ha de entrar al ocaso de su vida y el Caballero de los Espejos ha de buscar venganza? Además, descubrimos que el caballero y su escudero son falsedades, pues no son quienes dicen ser, tal y como la gente que rodea a Kane son constructos falsos (particularmente su esposa). Me parce también que esas imágenes de Quijote en los espejitos de la capa del caballero, y la que vemos de la persona de Kane en los espejos de su mansión, se han transformado con el tiempo en una predicción de la importancia que han tenido como obras de arte la novela de Cervantes y el filme de Welles, que persisten como pilares de sus respetivos géneros reflejados, hasta ahora, de forma infinita.
Antes de Welles existe una famosa escena del espejo en lo que para mí es la obra maestra de los hermanos Marx, “Duck Soup” (1937) que acentúa el misterio ontológico que puede ser la imagen reflejada. La idea no se origina con los Marx, pero nadie antes la concibió como ellos. Gira alrededor de un espejo que no existe. De un lado, Firefly (Groucho), y del otro Pinky (Harpo) disfrazado de Firefly tienen un pas de deux genial. Pinky imita los movimientos del otro tan precisamente que se convierte en su imagen y obvia el hecho de que no hay espejo. Pero el momento cumbre ocurre cuando Groucho y Harpo cambian de lugar y nos hacen dudar, no solo quién representa a quién, sino quién es quién. En esta maravillosa escena la irrealidad y la verdad están en pugna y el espectador tiene la duda de si está viendo a Groucho o a Harpo tal y como ellos dos dudan de su propia identidad. El cambio de lugar del auténtico con el disfrazado nos hace cuestionar la integridad del espejo pues, si existe, es uno que se puede traspasar para acceder a un mundo alterno. Los Marx retan aún más la situación cuando, ya convencidos (en contra de toda lógica) de que hay espejo, Chico Marx entra a la escena también disfrazado de Firefly y choca con los otros dos. Un personaje que tiene tres versiones que son difíciles de distinguir una de las otras nos pone en territorio psicoanalista y surrealista, mágico.
Welles volvió a usar los espejos para mostrar la duplicidad y explorar la psique de sus personajes en el extraordinario filme noir “The Lady From Shanghai” (1947). El clímax ocurre en el salón de espejos de un parque de diversiones en los que las imágenes de la mujer traicionera (Rita Hayworth), su esposo traicionero (Everett Sloane) y el hombre embaucado por la femme fatale, Michael O’Hara (Welles) se fragmentan según una serie de disparos del revolver de Michael y del marido, los van rompiendo. Las mentiras de los hombres y las que representa la mujer se hacen pedazos como si cada uno se llevara parte de la maldad intrigante que tejió la falsedad. El espejo, que desde la antigüedad se considera reflejo del alma, está aquí como testigo de la negrura del corazón y el alma de los personajes ya que, como es el caso en “Kane”, los personajes no se están mirando con intenciones gratificantes, sino que están inevitablemente reflejados, aunque no quieran.
Hay numerosos ejemplos de ese “otro” en el “espejo” que no es el “yo” que se mira, pero deseo terminar con el escalofriante y parco diálogo de Travis Bickle (Robert de Niro) en “Taxi Driver” (1976) que creo que remite a la primera oración de este escrito. Bickle es un veterano de Vietnam y sufre de depresión e insomnio. Por eso guía un taxi por las calles de Manhattan después de la medianoche. Está atemorizado por lo que vivió en la guerra y por la podredumbre que ve en la ciudad, y poco a poco se convierte en un “vigilante” y toma la justicia en sus manos. En camino a su transformación tiene que practicar, como si fuera un pistolero del oeste americano, a desenfundar su pistola lo más rápido posible, por lo que tiene un arma escondida en la manga. Practica frente al espejo, y le pregunta a la imagen que ve usando la famosa línea “Are you talking to me?”, que repite varias veces de forma petulante. Después de un breve instante nos percatamos que se está dirigiendo a la audiencia que ahora le sirve de interlocutor silente. No solo eso sino que nosotros hemos entrado al espejo al que le habla. Es como si el personaje fuera una imagen reflejada en el espejo y esa imagen estuviera retándonos a un duelo. Esa mente, cuya metamorfosis a la violencia hemos presenciado, emerge de la misma violencia que lo ha convertido en un asesino. En contraste a Quijote, Kane, los Marx y O’Hara, Bickle se está mirando y el espejo que posee su alma. La escena es el epítome del poderío de ese “otro” que se esconde en el espejo más allá.