“Eventually everyone’s going to be Puerto Rican”: gratitudes para el artista Adál Maldonado
Gracias a Damaris Quiñones, por habérmelo presentado
En cuerpo presente, tuve la dicha de conocer al artista Adál Maldonado en otro tiempo y otro mundo, en otro planeta que no era este. El encuentro ocurrió durante una visita a la casa de la gran pintora y entrañable amiga Dafne Elvira en el Viejo San Juan, hace poco más de año y medio de la fecha de hoy, y fue un encuentro para mí totalmente inesperado. Cuando llegué a la casa de la pintora me topé con la grata sorpresa de que Maldonado también estaba de visita junto a Damaris Quiñones, hoy otra amiga entrañable a quien conocí gracias también a la pintora. Con la desenvoltura que la caracteriza, Damaris me presentó a Maldonado, y recuerdo como ahora mi nerviosismo al hallarme tan inesperadamente ante un artista cuya obra yo admiraba tanto. Como debe ser con los artistas valiosos, su fama le precedía. Yo conocía el trabajo de Adál Maldonado desde hacía ya muchos años, gracias a la gentileza de otras amistades queridas que me habían hablado del artista con admiración y me habían mostrado algunas de sus piezas y otras cosas desafiantes de género que había hecho y que yo siempre admiraba de inmediato. Recuerdo que hablamos del proyecto que lo ocupaba en aquel momento, y que nos mostró algunas fotos de aquel trabajo en la pantalla de su celular, con un entusiasmo contagioso y de una manera que yo sentí curiosa: el artista parecía buscar con sus ojos claves sobre cómo calaba su trabajo en estos espectadores impromptu en nuestros rostros. Resultaba evidente que su intención no era para nada pretenciosa. No estaba showing off, buscando impresionar. Recuerdo que pensé maravillado: “Este artista está leyendo en nuestros rostros las maneras en que percibimos su trabajo. Nos está estudiando”. Recuerdo que, emocionado con lo que estaba viendo y reaccionando para hacer cierto un dictum personal que afirma que la casualidad no existe, saqué mi celular para mostrarle la foto que acompañaba una noticia que había salido por aquellos días, y que me había impresionado mucho, de manera distinta a como me impresionaba el privilegio de tener este acceso inesperado a la obra del artista que tenía de frente. En la pantalla un poco temblorosa de mi celular por el nerviosismo que me causaba mi atrevimiento, flotaba la foto algo grotesca pero a todas luces fascinante de una momia egipcia que era objeto de unos análisis científicos reveladores de nuevas descubrimientos maravillosos sobre estos cuerpos antiguos preservados para la posteridad. Cuerpos presentes dormidos que han persistido milenios para llegar al presente. Viajeros antiquísimos, tripulantes de máquinas del tiempo piramidales. La momia estaba acostada en la plataforma movible de una enorme máquina de resonancia magnética (MRI), dispuesta para ser escaneada. “Mira que maravilla”, recuerdo que le comenté. “Está lista para posar. La van a fotografiar”. Recuerdo que sonrió satisfecho como para adentro, como uno sonríe cuando uno internaliza y aprueba el resultado de una buena argucia. Recuerdo que aquella sonrisa me hizo sentir una alegría muy grande y muy secreta. Aquella alegría que a uno le causa haber hecho algo que ha sido grato para alguien que uno admira. Como un perrito que menea mucho la cola de contento cuando su acompañante humano le celebra una gracia. ¿Cuál fue la razón para que yo me atreviera a importunar a Maldonado con aquella foto onírica-forense? Las fotos que nos mostró en la pantalla de su celular aquella tarde linda y algo calurosa pertenecían a un proyecto en el que Maldonado estaba trabajando. ¿Cuál era el nombre que le daba Maldonado a aquel proyecto en proceso?Serie de los dormidos.
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Antes de proseguir –y pidiendo disculpas por el trasunto de oralidad que reconozco perceptible en este texto y que tiene sus razones de ser, no siendo la menor la urgencia y la prisa que supone escribir un texto que viene al mundo con fecha de expiración como este– debo aclarar que no llamo por su primer nombre a secas a este hombre porque no tuve el privilegio de alcanzar el grado de familiaridad y confianza que esa forma de tuteo nominal designa. No puedo decir que tuve la dicha de ser amigo de Adál Maldonado. No soy de los que se vuelven amigos de la gente cuando se muere, así como así sin consentimiento mutuo, como suelen hacer otras y otros con los muertos buenos que terminan teniendo más amistades post-mortem que cuando nos acompañaban de cuerpo presente. Hoy Maldonado no está vivo para darme ese consentimiento que –afirmo con honestidad– me hubiera proporcionado muchísima felicidad. No hay nada que me permita ese derecho, y no lo ejerzo. En cuanto a esto, me basta sin bastarme la amistad de tanta gente maravillosa que sí disfrutaron de ese placer. Me llega ese cariño por carambola, entonces. Hoy no pido más no porque no me hubiera gustado tener más, sino porque ese “más” resulta hoy trágicamente imposible.
Hoy nos entristece la muerte de Adál Maldonado.
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Otro viaje en el tiempo: la segunda vez que tuve la oportunidad de hablar con Maldonado fue durante un congreso de literatura fantástica, celebrado meses después en la Universidad de Puerto Rico, durante el mes de octubre del año pasado para ser más exacto. Fui de espectador, gracias a la invitación generosa del novelista Luis Otoniel que sí tenía participación en el evento. En aquel congreso Maldonado presentó muestra de varios de sus proyectos, comenzando con su trabajo fílmico “Coconautas in Space”, en el que un encantador Teófilo Torres encarna a un boricua en la luna literalmente. Recuerdo que hubo problemas técnicos que interrumpieron la proyección de aquél trabajo y que yo, payaso irredento que soy, no pude evitar comentar en voz alta la frase inevitable de Houston, we have a problem. Hubo risas entre el público que no me importaban en lo absoluto. La única risa que me importaba era la de Adál Maldonado, y fue otra vez una causa de alegría inmensa cuando rió de buena gana.
Yo, otra vez como un perrito moviendo mi rabo invisible de felicidad.
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Aquellos problemas técnicos, lejos de importunar a Maldonado le dieron el espacio-tiempo para hablar de su trabajo de manera aún más espontánea y virtuosa si se puede que el resto de su participación. Aquel tipo estaba ready pa lo que fuera y no desperdició aquella oportunidad que le proporcionaba el accidente. Siguió hablando sin inmutarse en un espanglish encantador que yo no le recordaba de nuestro encuentro anterior. Superado el escollo que no lo fue, el artista continuó mostrando su trabajo y hablando sobre este –sin exactamente explicarlo como se leerá más abajo– con el mismo entusiasmo que sí le había notado en aquel primer encuentro.
Yo no tenía manera de saber que este encuentro sería nuestro último.
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Embelesado escuchando hablar a Maldonado sobre su trabajo recuerdo que pensé mil cosas. Entre ellas, recuerdo que pensé: “Este hombre es un genio”. Recuerdo que pensé también que aquel hombre no entendía a cabalidad la magnitud de su trabajo, en el sentido en el que un o una artista no tiene que entender su trabajo porque su trabajo lo sobrepasa. O no lo entendía, o lo entendía demasiado como para detenerse a hablar de lo que para él podía resultar obvio y para uno resulta una revelación. Como si, liberado de las trabas y los amarres de la comprensión ya superada, se sintiera en entera libertad de decir sobre su trabajo lo que le diera la gana. Y lo que le daba la gana era describir el contexto en el que sus trabajos se habían gestado en los puntos donde la historia personal y la de la hache mayúscula” se intersecan reconociéndose inseparables, enriqueciendo enormemente el trabajo que se proyectaba allí. De más está decir que escuchar a un artista de este calibre compartir esta información sabrosa fue un privilegio incalculable. Pero confieso que me causó más placer una intuición más personal acaso equivocada y por la que tendría que realizar una operación imposible: pedirle disculpas a un muerto. Porque yo sospeché que aquel artista se divertía un poco con nosotros los espectadores dándonos explicaciones e interpretaciones premeditadamente ingenuas y simplificadoras de una obra que tanto él como nosotros reconocíamos como una de alcance mayor. Confieso que esta intuición que acaso tiene más que ver con mi fantasía que con mi inteligencia me resultaba enormemente grata.
Era la alegría secreta que produce una complicidad.
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De todas las cosas que pensé mientras escuchaba a este artista hablar sobre su obra durante aquella charla maravillosa solo mencionaré la última que encuentro pertinente para este texto, que es de índole personal y acaso resultará algo pueril. Pensé que si yo hubiera nacido antes de la fecha en que nací y hubiera tenido la suerte de amigarme con este artista y los artistas con los que colaboró en el pasado yo no hubiera sido escritor. No me hubiera llamado con ese nombre. Yo hubiera querido estar haciendo las cosas maravillosas y desbordadas de género que esta gente increíble estaba haciendo. Esta fantasía vino acompañada de lo que ha de ser una segunda confesión, que no será la última en este texto: yo sentí una enorme y admirada envidia de aquellos artistas pasados y presentes con los que este hombre había trabajado. Cuando finalizó su participación aquel día, recuerdo que salimos al pasillo frente al anfiteatro donde se celebraba el congreso y como suele ocurrir en estos eventos, las personas que fuimos de espectadores y los participantes nos reunimos en grupos pequeños a comentar lo visto/escuchado durante el día. Yo me acerqué a Maldonado, que estaba conversando con otras personas conocidas por mí y otras no. Entre ellas se hallaba el escritor Rafael Acevedo que fue uno de los organizadores del evento (y a quién le agradezco la referencia a la cita de Maldonado que titula este te texto) y, cómo tengo algo más de familiaridad con Rafa me sentí en la confianza de comentar alguna cosa que no recuerdo y que seguramente fue pueril e inconsecuente. Traté de recordarle aquel encuentro meses atrás en casa de Dafne. Le mencioné a Damaris –a quien sé que sentía cercana– y buscando algún efecto cómico, le mencioné aquella momia-modelo que le había mostrado en la pantalla de mi celular. Reaccionó de aquella manera afable con la que reaccionan las personas que conocen a mucha gente y que no quieren hacer sentir mal a sus interlocutores cuando no se acuerdan de ellas o de ellos. Le hice algunas preguntas y comentarios sobre la charla, y esto lo animó mucho más y de inmediato. Comprendí perfectamente que no se acordara de mí. No tendría porqué acordarse. Como escribí arriba, no éramos amigos cercanos. Pero, ¿cómo era posible que no se acordara de la momia? ¿Quién olvida una anécdota de momia?
Como esos otros muertos majestuosos, eso para mi será un misterio para siempre.
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Es un hecho indiscutible que para el lente de Adál Maldonado han posado las y los artistas más importantes y reconocidos de este país. Singularmente hizo el catálogo más hermoso y exhaustivo de imágenes de escritoras y escritores vivos y hoy muertos de nuestra isla, un trabajo continuado en el tiempo y de magnitud monumental que difícilmente sea repetible en el futuro. No debe sorprender a nadie que no exista un retrato mío hecho por él, ya que no tendría porqué existir. A pesar de que teníamos un gran número de amistades y personas muy queridas en común, seguramente no sabía nada sobre mi, ni sobre mi trabajo. Otra vez, no tendría porque haberme conocido ni haberlo conocido, a mi trabajo. Ahora voy a hacer una última confesión, que solo puedo apalabrar hoy que Maldonado ha muerto. Esta confesión requerirá una breve digresión que ruego me sea disculpada por quienes lean.
Este texto ha devenido confesionario.
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Yo me imagino que cada artista, cada escritora y escritor tiene sus propias metas –ciertas o inciertas– , sus propias marcas personales visibles o invisibles que cuando se alcanzan uno piensa “Puñeta, por fin. Soy un artista, un escritor consumado”. Aunque es cierto que muchas y muchos artistas dirán con honestidad que nunca alcanzan este momento climático, yo sospecho que al menos siempre hay reconocimientos que a todo artista le causan ese tipo de felicidad. Daré ejemplos del arte que practico. Para algunas de las personas que escribimos como arte, algunas de estas marcas se manifiestan a la manera de premios literarios. Para otras en Muerto Rico (por citar la camiseta que lleva puesta una de sus ahogadas en la serie de Los ahogados) –maldita sea nuestra situación colonial tan extraña y maravillosamente trabajada, problematizada, denunciada y superada simbólicamente de maneras tanto estéticas como políticas en la obra de Maldonado– esto ocurre cuando le publican un libro en el exterior. O cuando sus libros son traducidos a otros idiomas. Meros ejemplos que manifiestan estos alcances a la manera de lo público y visible. Quienes me conocen saben que yo nunca he sido modesto en cuanto a mi escritura. Conozco mi calibre y el de ella. Estoy tan satisfecho con mi trabajo como puede estarlo un artista neurótico para el o la cual la ultima palabra, el ultimo trazo del pincel, el último fogonazo del flash nunca son suficientes. Tengo el aprecio y la admiración de escritoras y escritores que admiro, cuya opinión tengo en la estima más suma. Además he recibido lo mismo de artistas que practican otras artes. Yo creo que eso es lo máximo a lo que uno debería aspirar. Pero en mi caso, algo que me completa como escritor por su índole performativa es el haber trabajado con algunas y algunos de los artistas más imprescindibles de mi país en la mayor cantidad de géneros y modalidades posibles. Hasta ahora, he tenido el fucking honor de haber bailado con las más lindas y con los más maravillosamente feos. Pero una de las cosas que yo nunca le he dicho a nadie hasta ahora es que, en mi intimidad más profunda y secreta, yo no me iba sentir como un escritor cabal hasta que Maldonado me hiciera una foto si es que esto pasaba. No tanto porque su lente me consagrara (si algo me consagra o me hunde serán mis libros y cuidado, ya algunas páginas han sido olvidadas hasta por mi mismo), sino porque desde que conozco el trabajo de Adál Maldonado he querido tener el honor de contarme entre tanto artista de enormidad que admiro y que amo en ese enorme álbum que sí recoge en imagen a la vasta mayoría de las y los artistas de este país no como mero catálogo, sino elevándolas y elevándolos a la categoría de lo que ellas y ellos hacían y hacen: obras de arte. Mas si esto hubiera ocurrido, tenía que haber ocurrido de la única manera en que pueden ocurrir estas elevaciones: a la manera del misterio. Como una momia que posa ante el lente magnético de una caja de resonancia después de los milenios. Así de maravilloso y de inesperado tiene que ser ese evento liminal. Un honor que hay que ganarse y que aún mereciéndoselo nada garantiza que ocurra. Puede caer en la categoría del evento liminal. Si yo lo hubiera merecido o no es algo que desconozco porque me sobrepasa. El evento es lo que viene radicalmente de afuera, de fuera de las propias manos y de afuera de la propia voluntad. Es la estrella. El fogonazo del flash de la cámara fotográfica. Incandescente e inesperado. Pero que no haya ocurrido me causa una rabia dulce que debió permanecer secreta, como debía ser secreta la envidia que me causan las y los artistas tanto amo y admiro y que sí tuvieron esa dicha. Yo no lloro por casi nada. Sí esto hubiera ocurrido, yo sé que yo hubiera llorado de alegría. Así valoro la obra de este artista mayor.
Otra vez, envidia amorosa de las y los artistas que si tuvieron este bien merecido privilegio.
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Aunque no tuve la dicha de ese llanto, Maldonado me ha hecho otro regalo que hallo tan y tan bello que casi podría saltarme las lágrimas, y quisiera preguntarle a algunas y algunos de los que leen este texto si la obra de Maldonado les hace este mismo regalo que voy a describir. Cuando veo su obra, y veo a tanta y tanto artista que admiro y que amo en ella, gente que he tenido en cercanía suma y gente con la que he bebido y charlado y trabajado y sí, gente con la que he diferido y con la que he discutido pero siempre desde la admiración máxima allí, hechos constelaciones de estrellas, me siento chiquitito y digo ¡coño!, yo conozco a esas y a esos artistas, son mis amigas, mis amigos y mis dignos enemigos. ¡¡Yo tengo la dicha de conocer a tanto artista inconmensurable de mi país puñeta!!! Y ese regalo de sentir esa fucking alegría no tiene nombre mano. Siento un orgullo cabrón por las y los artistas de mi país. No siento la alegría de pertenecer a ese grupo porque como escribí esa foto nunca ocurrió y porque, como escribí antes, eso está fuera de las manos de uno. Es la alegría humilde y embelesada de conocer personalmente diosas y dioses del panteón del país que uno ama y al que uno sí se siente enamoradamente pertenecido. Y quizás esa sea una de las cosas que ha logrado Adál Maldonado en su obra mejor que nadie, o acaso ha logrado lo que ningún artista puertorriqueño ha logrado hasta ahora: dar cuenta gloriosa y artística para el futuro sideral de los miembros de una comunidad de hombres y mujeres singulares y maravillosos. Haber trasmutado a imagen duradera y fantástica a las y los puertorriqueños que han hecho arte de un calibre insuperable a nivel mundial. Esto es un trabajo monumental. Y es un trabajo de un artista que ama a su país y de quién ama a su gente y a los artistas de su país de un modo radical. ¡Hasta nos inventó un pasaporte! Quizás toda su obra es eso: un inmenso pasaporte bello, cómico, irónico y rabioso que nos permite a los puertorriqueños y a las puertorriqueñas teletransportarnos por el universo con orgullo y con derecho de ciudad. Ese gesto inmenso se agradece. Es redentor. Es emancipador. Ese hermoso. Es radical.
Es sin duda un gesto revolucionario.
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En algún lugar arriba escribí que la obra de Adál Maldonado es imposible de catalogar en términos genéricos. Es una obra jubilosamente transgenérica. Pero creo que es válido afirmar que entre los varios géneros artísticos de los participa su trabajo se encuentra el de la ciencia ficción. Quizás toda su obra pueda ser vista desde esta óptica, si por ciencia ficción se entiende la postulación de proyectos fantásticos y científicos de futuro desde el presente. Viajes en el tiempo. La exploración sistemática y caótica de distopías y utopías posibles e imposibles. Futuridades. Telepatías. Exploraciones siderales de Twilight Zones. Si esto es cierto, la frase que da título a este texto –una de las frases más hermosas y arriesgadas de las que tengo noticia reciente y lejana– además de ser la expresión profética de una voluntad radical es un gesto de resistencia a la atrocidad y la violencia del estado de cosas político en el que vivimos y hemos vivido y muerto las puertorriqueñas y los puertorriqueños por mucho más de un siglo a manos de una potencia impotente que nos oprime desde hace más de un siglo. Ante el imperialismo de la muerte que impone aquella nación cuyo pueblo no tiene la culpa de las agendas asesinas de sus gobernantes, esta frase de Adál Maldonado propone un imperialismo hermoso, porque propone un futuro donde todas y todos tendrían pasaporte a la vida digna. Un futuro imposible demasiado real y necesario cuando imperará el bien. Un futuro digno de las mejores historias de ciencia ficción. No menos que esto propone, proyecta e intenta el arte de Adál Maldonado. Estos futuros tienen un nombre muy hermoso en su negatividad etimológica.
Utopía.
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Esta frase escandalosa, atrevida, bella, profética y cargada de un optimismo redentor ante lo injusto y lo villano es respuesta valiente y apabullante desde el pasado a otra frase repugnante, vil, asquerosa, ignominiosa que saldría de los dedos podridos de un monstruoso genocida simbólico de todas y de todos los puertorriqueños: “He visto el futuro y es brillante. Es un futuro sin puertorriqueños”. ¿La recuerdan? Yo no voy a olvidarla nunca. El cabrón que la marcó en su teclado en contubernio de otros bestiales en un congreso virtual que quedará en la historia de nuestro país bajo el signo de la infamia y que detonó la manifestación más radical de lo político en nuestra historia, no merece que yo escriba su nombre aquí. En lo personal, yo pienso que no merece el don de la respiración. Estoy siendo extremadamente eufemístico. Me estoy mordiendo el labio inferior. A ese vómito de palabras escupidas virtualmente en el mierdero más real que virtual que será recordado con rabia como el chat de Roselló, Adál Maldonado ya había dado una respuesta contundente, fulminante, apabullante y jubilosa, una respuesta, que como el arte de Adál Maldonado, sobrepasa aquellas otras palabras inmundas con la victoria humillante y prodigiosa de que fueron formuladas antes que aquellas, a las que responde apabullándolas. Palabras que viajan en el tiempo en la forma de alegres ondas electromagnéticas atravesándolo para alcanzar y devastar monstruos. Ciencia ficción. Como aquel animal de galaxias que iba matando canallas con su cañón de futuro. No solo las puertorriqueñas y los puertorriqueños sobreviviremos a toda catástrofe natural y de violencia humana demasiado inhumana. No solo sobreviviremos a lo que puede argumentarse como un genocidio a fuego lento que ya sobrepasa un siglo, sino que prevaleceremos triunfantes y el porvenir será nuestro. Ese es el mensaje radical que leo en las comunicaciones radiotelescópicas de Adál Maldonado. Y su frase se hará realidad. Ya es la realidad. Todas y todos los puertorriqueños y las puertorriqueñas somos y seremos sujetos libres y gozosos y posaremos ante el lente maravilloso de Adál Maldonado. Entonces se me dará la oportunidad maravillosa, el evento. La estrella. Entonces posaré para aquel retrato añorado que nunca ocurrió, después de todo. Entonces no es imposible que yo llegue a ser un escritor, un artista consumado. Pero esta utopía no fue, no será suficiente para la ambición del artista inconmensurable que no fue sino que es y será Adál Maldonado. Difícil aquilatar las dimensiones cósmicas de la frase de Maldonado. Imposible medir el alcance de su obra. Everyone mano. Eventualmente todo el mundo, todo cuerpo presente y ausente de este mundo y de los otros será puertorriqueña y puertorriqueño.
Gracias demasiado tardías son propias para el artista Adál Maldonado por esta felicidad.