Fury
La fascinación con la Segunda Guerra Mundial no termina. Después de todo, ¿qué iguala a esa conflagración que mató sesenta millones de seres? Esta fenómena película de acción nos lleva junto a un grupo de tanques Sherman durante la ofensiva nazi de las Ardenas (“Battle of the Bulge”). Uno de los tanques está capitaneado por el severo sargento Don «Wardaddy» Collier (Brad Pitt) quien odia a los alemanes, particularmente a los miembros de la SS. Su tanque se desempeña a las maravillas porque Wardaddy, es literalmente papá de la guerra. Aunque profesa tenerlo no muestra su miedo y es un líder táctico que mantiene a su grupo atento a las maniobras necesarias para sobrepasar las limitaciones físicas de su tanque (y los otros tres que lo acompañan) en comparación con los enormes tanques Tigres alemanes.
Con Wardaddy están otros veteranos de la campaña del Norte de África, en la que se midieron contra las fuerzas de Rommel: Boyd «Bible» Swan (Shia la Beouf), el cañonero; Grady «Coon-Ass» Travis (John Bernthal), cargador del cañón; el conductor Trini «Gordo» Garcia (Michael Peña) y, al perder el operador de la ametralladora lateral, el súpernovato Norman (Logan Lerman), un joven imberbe que es un taquígrafo atrapado en un lugar que no esperaba.
La película es muy dura y no escatima en que pasemos por el lodazal del caos que es la guerra. David Ayer, quien escribió el guión y dirigió, no nos protege de las atrocidades que de seguro ocurrieron en las avanzadas de los aliados, particularmente durante este periodo en que la guerra estaba perdida pero los alemanes querían seguir peleando hasta el último hombre, mujer y niño. El fanatismo de los nazis impulsado por la locura ya manifiesta de Hitler causó la pérdida de vidas más allá de lo debido y eso desata en los soldados que vamos conociendo una furia que raya también en lo descontrolado. La furia interna y manifiesta de la tripulación va escrita en el cañón del tanque.
Las escenas de batallas tienen una inmediatez que sobrepasa otras que hemos visto y que, a pesar de que no hay en pantalla un gran número de extras, comparan en tensión con los primeros 10-15 minutos de “Saving Private Ryan”. Curiosamente las composiciones escénicas son muy bellas. Tanto así que pienso que Uccello las habría pintado.
El suspenso que generan muchas tomas y secuencias depende de la cinematografía de Roman Vasyanov y la edición magistral de Jay Cassidy y Dody Dorn. La acción pasa con gran rapidez de lo que está sucediendo en el campo de batalla, a lo que sucede alrededor y dentro del tanque que le sirve de fortaleza móvil a nuestros protagonistas. Los intercambios de órdenes, la astucia del líder y las rápidas reacciones de los responsables del ataque y la defensa se entremezclan con el sonido y la música de Steven Price para mantenernos fijos en la pantalla y hacernos ver cómo debe de haber sido estar dentro de una unidad temible (el tanque) que era (es), a su vez, una trampa, un ataúd de acero.
En una de las secuencias más destacadas de la cinta, luego de ocupar un pueblo, y matar a un miembro de la SS, Wardaddy y Norman, suben a una casa y se amigan con dos mujeres. Una de ellas, una adolescente bella, atrae a Norman. Pero nada de lo que uno espera, y que serían clichés, sucede. Poco más tarde, los otros miembros del grupo entran a la casa y la tensión va subiendo poco a poco, con una lentitud desesperante ante lo que está por suceder. La escena incrementa su suspenso en forma no muy disímil a la de la taberna mortal en “Inglourious Basterds” y nos agarra por la garganta y no nos suelta hasta su desenlace.
La actuación de Brad Pitt es sensacional. Va desde los extremos más violentos a los más tiernos en el marco de una situación que es desesperante. El miedo que dice no tener, a veces lo demuestra en momentos privados que compartimos con él en primer plano, alejados de los otros personajes. Nos convence de que su disciplina como soldado es algo que camina con él pero es externo a su cuerpo. Está rondándolo y dándole órdenes, es un espectro que la guerra le ha ayudado a crear para darle la fortaleza necesaria para adaptarse a un infierno creado por el fanatismo y la exageración de sueños de poder.
Todos los demás se alzan al nivel de Pitt y se hace difícil resaltar a uno, aunque, como era de esperarse, la parte de Shia LeBoeuf es más importante que la de los otros. Me pareció especial y compleja la interpretación de John Bernthal como Grady «Coon-Ass» Travis. Lleno de soberbia y optimismo, de él depende el funcionamiento del tanque, y su arrojo es más conforme a las características de su personalidad y menos en su deseo de sobresalir como militar. Bernthal está comenzando su carrera, pero hay que acordarse de él.
Las interacciones de la tripulación de aviones, submarinos y barcos de guerra ha sido representada en muchas ocasiones. Aunque el tema de los tanques había sido motivo de atención superficial en otras películas, ninguna había explorado tan de cerca las interacciones de la tripulación, dentro y fuera del aparato blindado. Aparte de dos o tres instantes de sentimentalismo, esta es una película que hay que ver y que se añadirá a la lista de grandes películas de la segunda guerra. Es excitante y tiene actuaciones excelentes.