Hulk y la Barbi: por una niñez libre de clósets
Voy a hablar de hulk, de la barbi, y un poco del papa, pero primero quiero tomar como punto de partida algo que establece Lissette Rolón en su libro, ese “anhelo de establecer puentes con todas las personas posibles”, un anhelo que la autora describe como bastante queer y que ubica en el contexto del proyecto planteado por Paco Vidarte, un proyecto de “ética marica” que propone la solidaridad del movimiento queer con todas las otras causas que tienen que ver con atender el discrimen y la opresión. Creo que el reverso de ese planteamiento de Lissette y de Vidarte también es cierto. Es decir, creo que cualquier persona que se identifique con proyectos o movimientos en contra de cualquier forma de discrimen y opresión necesita (y sí, digo “necesita” tanto en el sentido filosófico como práctico de la palabra) solidarizarse con la causa, con el movimiento, que este coloquio encarna, y de hecho darle a esa causa prioridad en la conciencia, en el pensamiento, en la práctica y en el activismo.
Mi primer planteamiento es entonces que este libro que presentamos hoy es lectura obligada no sólo para aquellas personas que enfrenten, en su identidad o en su comportamiento, los muchos desafíos que implica alejarse de la heteronormatividad, sino también para aquellas que, como yo, son heterosexuales. O, como diría la amiga Ángela Figueroa, también citada por Lissette en el libro, las personas que “estamos heterosexuales.”
Dice Rolón en este Borrador de auto-ayuda que la lucha por un mundo libre de discrimen necesita “más referencias, más empatías, más identificaciones.” (23) Mi segundo planteamiento tiene que ver precisamente con que la empatía es un requisito para cualquier reclamo de justicia que sea genuino y sentido, que sea real en el sentido más personal de la palabra. Cada quien puede conectarse y solidarizarse a través de la familiaridad con el otro y la otra, pero es aún mejor si lo hace también a través de la empatía que se hace posible cuando miramos de cerca, con otro lente, nuestra propia vida. De hecho cada quien se solidariza inevitablemente desde quien es, desde su experiencia. La mía es la de una mujer heterosexual, casada en segundas nupcias, con un fracatán de hijos e hijastros. Es desde ahí que les quiero proponer un espacio de lucha, un espacio en el que pensé numerosas veces mientras leía el Borrador de auto-ayuda. Se trata de la niñez.
¿Por qué la niñez? Por varias razones. Primero porque casi todas las personas tienen cierto grado de influencia sobre la crianza de algún niño o niña (de aquí en adelante utilizaré ambos indistintamente para referirme a una personita o adolescente de cualquier sexo). Segundo porque nuestra capacidad para mover hacia adelante la agenda de un mundo más justo depende de nuestra capacidad para cultivar los buenos sentimientos en los seres humanos que lo van a hacer posible. Tercero porque la niñez es uno de esos espacios en donde muchas personas heterosexuales tienen una responsabilidad particular: La mayor parte de los niños que crecen se cría bajo el cuidado de una o más personas heterosexuales. Esto incluye a la mayoría de las niñas que se identifican o identificarán dentro del espectro LBGTTQ o alguna otra categoría fuera de la heteronormatividad. De modo que parte de la agenda de nuestro movimiento tiene que incluir esos puentes con los adultos que crían niñas hoy, tanto para que éstas crezcan libres de prejuicios como para que puedan explorar y aceptar y celebrar su propia sexualidad e identidad, queer o hetero, fluida o establecida, no importa.
Quiero explorar estas dos ideas atando las lecciones del Borrador con la evidencia de mi experiencia personal. El primer cuento es de mi propia infancia. Me da un poco de pachó, pero aquí va. Tendría yo unos doce años, y estaba jugando barbis con una amiguita. Por lo general éramos tres amiguitas–vamos a llamarlas Betty y Lucy, para efectos del cuento y para preservar su anonimato– y cada una traía su barbi. Lucy, que tenía más juguetes, traía también un Ken, que como algunos de ustedes saben, es una especie de barbi macho.
Pero ese día Lucy no estaba, así que Betty y yo estábamos jugando sin Ken. Ahora bien: yo no sé si ustedes jugaron alguna vez con barbis, pero a esa edad, parte del juego consiste en que barbi y ken se besuquean, se esnúan y se meten en la cama. Por lo menos así era nuestro juego.
Y ese día no había Ken…¿qué hacer, nos preguntábamos? Había una alternativa, una suerte de macho alternativo: El hermano de Betty tenía un muñeco del Increíble Hulk –monstruoso, enorme y verde– y por unos momentos pensamos que a lo mejor Hulk podía ser el novio de Barbi, pero la verdad es que el asunto nos resultaba bastante grotesco, y además (y esto es importante) no podíamos quitarle los pantalones, porque estaban pintados sobre su cuerpo. Entonces yo tuve una genial idea, que hasta el día de hoy me parece bastante obvia:a falta de ken, nuestras dos barbis podían besuquearse y meterse en la cama. Santo remedio. Así lo hicimos, todo muy sencillo y de hecho bastante inocente, porque de todos modos una vez esnúas y en la cama se nos acababa el repertorio, no sabíamos qué más hacer con ellas, no había en el juego actos sexuales específicos más allá de los besos.
El caso es que Betty se lo contó a su mamá. Y su mamá llamó escandalizada a mi abuela. Y mi abuela se puso como una furia: me jamaqueó, me cuestionó, me gritó, me castigó. La palabra que recuerdo y que hasta el día de hoy me quema un poco es “pocavergüenza”. Dijo que estábamos haciendo pocavergüenzas. Y quedaba claro que no era porque mi barbi se esnuaba–era porque se había esnuado con otra barbi, con la barbi de mi amiguita. Le expliqué el dilema a mi abuela, traté de hablarle sobre los problemas que teníamos con Hulk, pero nada la calmó. Sentía dolor, me dijo, y sentía mucha vergüenza.
Así que mi abuela, que era para todos los efectos mi madre, sentía vergüenza de mí. Ese día empezó mi closet. Porque yo podré ser o estar heterosexual, pero sé que ese día guardé un pedacito de algo “queer” en un armario cerrado por las puertas de la vergüenza y la culpa. Como dice Rolón en el libro, “el closet nos habita”, y yo estoy convencida de que aún las personas heterosexuales tienen un closet y que reconocer y explorar ese closet nos facilita la empatía con la que no es heterosexual. Esas dos adultas crearon un closet para mí y otro para Betty, de paso manchando irreparablemente nuestra amistad (no volvimos a jugar juntas) y coartando nuestra imaginación, nuestra creatividad, nuestra ilusión y francamente nuestro derecho al juego, un derecho que debería ser inalienable para todos los niños, probablemente para todos los adultos también. De los juegos infantiles, de hecho, puede decirse lo que dice Lissette en el libro sobre los ritos cuando estos excluyen a lo queer o a la persona queer: “Los ritos se desfiguran, se degradan, se corrompen y nos quedamos con una fiesta vacía de los mejores sentidos posibles. Despojar a las personas de los ritos [y añado yo, a las niñas del juego] supone exiliarlas de lo social, expulsarlas de su reconocimiento en los otros.” (54) Para poder jugar, teníamos que negar parte de nuestros impulsos, de nuestra imaginación, de nuestras personas. Y qué mensaje jodido, además, el de que el monstruo verde, violento, peligroso y medio bruto, pero del sexo opuesto, musculoso, hipermasculino, es preferible como pareja a la barbi de tu mismo sexo…
El closet impuesto por la opresión heteronormativa, creado por la construcción cultural de lo que es “normal”, es una tragedia para aquellas personas que están fuera de la norma heterosexual. Pero creo que también es una tragedia, aunque tal vez menor o de menor consecuencia, para todas las personas, porque con eventos como el que describí arriba, le creamos un closet que habita y oprime a todos nuestros niños. Y eso tiene implicaciones políticas. Estoy convencida de que de la niñez puede decirse lo que dice en el libro Rolón sobre la vejez: “Es queer en sí misma…maneja otro calendario y por ende otro modo de habitar en el mundo y ocupar las horas…Marca otro paso y se le opone al ritmo voraz y leonino de la productividad.” (45) Si la niñez es queer por definición, nos corresponde a todas proteger a nuestras criaturas queer del embate del discrimen, así como educarlas para que no discriminen a otras. Nos corresponde amarlas como personas raritas y completas, con la “incondicionalidad insobornable” que describe Lissette cuando habla de la maternidad que su madre pudo eventualmente proveerle. No “toleremos” a los niños y sus cosas “queer” o su exploración natural de lo queer; no los querramos a pesar de ello; vamos a amarlos y a celebrarlos así, tal y como son, tal y como se van descubriendo.
La niñez y la adolescencia están repletas de momentos como el de las barbis, momentos en los cuales tenemos opciones, en que podemos ayudar a meter un niño en el closet o permitirle crecer fuera de él. Hace algunos años, tuvimos en casa un momento así cuando se fue acercando la noche del prom. Uno de nuestros hijos tenía deseos de participar en el prom (de nuevo, los ritos pueden ser importantes, y ese rito, en ese momento, resultaba significativo) pero la persona a quien quería invitar no era una nena, sino un nene. La heteronormatividad trasciende lo meramente sexual, exigiendo, por ejemplo, que vayamos al prom en parejas de hombre y mujer, vestido vaporoso y tuxedo riguroso. Pero después de discutirlo entre ellos, decidieron ir al prom juntos, como pareja. Se vistieron igual–traje gris, y un clavel rosado en el bolsillo de la chaqueta. Por fortuna, tenían un grupo grande de amigos absolutamente maravilloso que los quiere y los escudó de los ceños fruncidos de los criticones. [De hecho, ese es otro rol que le toca al heterosexual solidario, el rol de no quedarse callao y pasivo cuando tiene el discrimen al frente, porque con estas cosas no se puede ser “neutral”. Pero ese es otro tema.] El caso es que la niñez es queer, y como las sexualidades queer, viene obligada a “transitar las fronteras, las periferias, los espacios clandestinos”; y, también como ellas, “desarrolla destrezas de resistencia inusitadas.”
Los momentos y espacios con el potencial de aceptar o atacar lo “queer” en un niño que va creciendo empiezan por supuesto mucho antes del prom. Recuerdo un incidente con mi hijo mayor: El año era 1997, el nene tenía tres añitos, y estábamos viendo por televisión la visita del papa a Cuba. Quién es ese, mama? Ese es Fidel, hijo. Quién es ese otro, mama? Ese es el papa, hijo. Fidel estaba vestido no con su uniforme verde acostumbrado sino con un traje severo de chaquetón negro, y fue a recibir al papa, que tenía su batola blanca usual. El papa ya estaba viejito, así que Fidel le dio el brazo,y caminaron agarraditos sobre la alfombra roja que se extendía desde el avión hasta el terminal del aeropuerto. Mirando la escena, mi chiquitín de pronto entiende, o piensa que entiende, vira su carita sonriente hacia mí y me dice, con gran júbilo, “Mira mamá!!! Fidel y el papa se están casando!!!”
Sentado con nosotros estaba mi amigo Robert, quien es un hombre gay. Pueden imaginar nuestra reacción: Primero fue la risa, por lo cómico de la idea. Luego el regocijo, celebrando la expresión inocente de un niño a quien nadie le había dicho todavía que los hombres no se podían casar con otros hombres en 1997. Pero luego fue la duda: ¿qué decirle al muchacho? ¿Nos tocaba acaso romper esa alegre burbuja con la noticia de que el matrimonio legal en esos momentos era solamente entre un hombre y una mujer? Y es que nos toca a las adultas no solamente amar a nuestras niñas en toda su rareza, sino también servir de mediadores entre ellas y un mundo que todavía no está a la altura de nuestras aspiraciones de justicia y amor.
En el caso de esa interacción con mi nene, el mundo era una abstracción: la ley, el estado de derecho, multitudes homofóbicas lejanas, fuera de nuestro círculo. Nos pudimos dar el lujo de ahorrarle el mal rato. Pero a veces ese mundo hostil está más cerca. Por ejemplo: Nuestra hija suele cambiar frecuentemente los “amigos” que son “familiares” en facebook. Es decir, pone a una amiguita de madre, a otro amigo de padre, a otro en el estatus de “in a relationship”, a otra de hija…Tal vez está un poco ensayando lo de “la familia-otra” que describe Lissette en el Borrador. En cualquier caso, en una ocasión puso a una amiguita como geva, o “in a relationship”. Primero reaccionó un supuesto “amigo”: qué es eso? Nuestra hija le contesta nada, es chavando, pero by the way, eso no es malo. A lo que el tipo le dice yo se que no es malo pero creo que no es para ti, falta que conozcas al que te enamore, te regale flores, te cante una canción…En fin, el viejo argumento de que el lesbianismo ocurre por mala suerte, porque no te has encontrado con el hombre adecuado. Pero la peor reacción no fue esa, sino la de la abuela: Qué que es eso, que cómo va a ser. De nada valió que la muchacha le explicara que se trataba de una broma. De hecho la abuela sabía que la nena solía bromear con eso de los roles familiares. Nuestro hijo mayor incluso intervino para explicarle a la abuela que eso no es ná, abuela, los tiempos han cambiado, pero no había caso: Con eso, dijo públicamente la señora en facebook, no se bromea. No es gracioso. Ni de chiste.
A mí me consta que la abuela ama a la nena. Pero también me consta que trató de meterla en un closet. Actualmente, por cierto, nuestra hija está saliendo con otra nena, y su estatus de “in a relationship” así lo proclama, con nombre y apellido: pero los abuelos/as y algunas otras personas están bloqueadas de ver ese estatus y ese nombre, por si acaso. Los tiempos habrán cambiado, y este closet es relativamente pequeño, pero eso que le pasa en facebook sigue siendo un closet, y no es justo que así sea. Quiero pensar que algún día tal vez será posible darles el libro de Lissette a las abuelas de regalo, a ver si comienzan a escuchar, de ahí a entender, de ahí a sentir empatía, y de ahí a comportarse de manera más justa y amorosa.
Los tiempos cambian, en efecto. Hace poco, cuando la Corte Suprema de los Estados Unidos declaró la constitucionalidad del matrimonio entre dos personas del mismo sexo, mi esposo y yo nos pusimos a bailar y saltar y celebrar. Nuestro hijo menor, que tenía en ese momento nueve años, preguntó qué pasaba. Le explicamos. ¿Su reacción? El muchacho no se había enterado de que no era legal. Es decir, pensaba que una persona podía casarse con la persona que ama, independientemente de su sexo. Tal vez porque es medio espaseao, o tal vez porque estamos viviendo en California, el caso es que hubo que explicarle el asunto como una cosa histórica.
Creo que se me acaba el tiempo. Quiero enfatizar, antes de callarme, que a todos los adultos pero especialmente a las madres y a los padres nos toca, heterosexuales o no, proteger a nuestras niñas y niños del closet que nos habita, preferiblemente antes de que ese closet tenga oportunidad de formarse. Que nos toca protegerlos con esa “incondicionalidad insobornable” que propone Lissette. Y que a todas las personas, heterosexuales o no, les toca aceptar que ha llegado el momento de la definición, como dicen Paco Vidarte y Lissette Rolón: “Es preciso que definamos en qué lado queremos estar: entre los cómplices de la norma o entre los maricones de toda ralea.” En mi familia hay diversidad y nos queremos así, complicaditos, pero en la lucha para combatir el discrimen y la opresión estamos claros: allí nos verán, dentro de la comunidad de los que actúan, firmemente en el lado de los maricones de toda ralea. Muchas gracias.
*Leído en ocasión de la presentación del libro “Borrador de auto-ayuda queer y otros ensayos raritos”, de Lissette Rolón Collazo, en el VI Coloquio ¿Del otro lao?: perspectivas sobre sexualidades queer, 1ro de marzo de 2016