Insistencia problemática en los valores

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Mientras coordiné los trabajos del Departamento de Educación de Puerto Rico no favorecí ningún proyecto de enseñanza de valores. Nosotros optamos por otro camino. Por ejemplo, el proyecto que tituláramos Convivencia Pacífica nació específicamente de la preocupación por la violencia que en ciertas ocasiones se da en nuestras escuelas. Al igual que con el Voluntariado que impulsamos y que continúa vigente, queríamos asegurarnos de que Convivencia Pacífica no se viera como otro recurso burocrático más y mucho menos como una estrategia demagógica dirigida a los medios de comunicación para consumo de los electores de las próximas elecciones, el mejor de los ejemplos de cómo se politiza el sistema educativo. No surgió tampoco de la histeria que suele caracterizar el análisis superficial de la situación por la que atraviesa Puerto Rico en estas últimas décadas y que nos lleva a hablar, aunque en realidad a gritarnos más que a conversar, de la supuesta crisis de valores que afecta, también supuestamente, sobre todo a nuestros jóvenes. Tampoco se pretendía importar al sistema educativo boricua alguna solución extranjerizante que pretendiera resolver los problemas que confrontamos en el ámbito de la convivencia.
Es imprescindible señalar que en el cuatrienio anterior, con el Dr. César Rey de Secretario, se había trabajado un proyecto dirigido a insertar la deliberación sobre valores éticos y cívicos en el currículo, llamado Programa de Educación Cívica y Ética. En este no se improvisaba con eslóganes frívolos ni con la contratación de personas de afuera que apenas sabían de lo que se trataba el proyecto, como fue el caso de Tus valores cuentan que se quiere reinstalar. Como pude ver y escuchar al participar en foros, en Aguadilla y San Germán, con adiestradores que casi se excusaban por el embeleco para el cual estaban trabajando, se trataba más de mercadear ideas simplonas sobre valores morales que de reflexiones críticas que profundizaran en la complicada realidad social del país que habitamos.
A diferencia de Tus valores cuentan que apareció de la nada sin un aparato conceptual sólido, lo que elaboraron puertorriqueños estudiosos del tema moral en el proyecto de Educación y Ética pasaría a convertirse en uno de los temas transversales e integradores que articulaban el currículo del DE. A la discusión de ellos se le tenía que ser fiel en todas las materias de manera que en distintos momentos de cada curso, que es como debe hacerse, se atendían la identidad cultural, la educación cívica y ética, la educación para la paz, la educación ambiental, la relación entre tecnología y educación, y la educación para el trabajo. Mientras fui Secretario fue así. Luego en la revisión de los estándares del 2014, cuando el DEPR era dirigido por el profesor Rafael Román, estos temas fueron integrados a otros, pero continúan vigentes.
Cuando desarrollamos, dentro del DE y sin traer a nadie de afuera, Convivencia Pacífica, lo que nos motivó fue el interés en convertir a los estudiantes en protagonistas de las discusiones que los afectan sobre todo a ellos. Lo que deseábamos era convocar a los jóvenes para que dialogaran sobre las distintas dinámicas que experimentaban sus escuelas. No se trataba, bajo ninguna circunstancia de darles sermones, de predicarles, o de que se convirtieran a alguna religión, secta o partido. Siempre me pareció que su fortaleza residía en el llamado a sostener un diálogo socrático en el cual los estudiantes tomaran conciencia de que era a ellos principalmente a quienes les competía, con su liderato, atender la violencia que se le atribuye a la escuela puertorriqueña.
El término valores no ocupa un lugar de privilegio en las descripciones, memorandos y evaluaciones de Convivencia Pacífica adrede. En primer lugar porque la insistente referencia al mismo lo ha ido vaciando de contenido, sobre todo tras la corrupción que ya trajimos a colación. En segundo lugar porque se identifica inevitablemente con un acercamiento institucional al tema y por lo tanto puede proyectarse como autoritario. Y en tercer lugar porque cuando se insiste en partir de valores, se tiende a pensar poco académica o escolarmente. Se supone entonces que están identificados y que de lo que se trata es que, especialmente los jóvenes, los asuman. Pero el ámbito de la moral o de la ética, que significan lo mismo y no son dos asuntos distintos como frecuentemente se cree, debe caracterizarse por una invitación a la deliberación crítica y al cuestionamiento franco de uno mismo y de los otros. Al conversar sobre estos asuntos debe prevalecer la apertura y la tolerancia. Se debe trascender el fanatismo, tanto el religioso como el del incrédulo. Es dialogando de este modo como los jóvenes deben prepararse para asumir las responsabilidades de la adultez. Desde luego, si lo que observan constantemente en la vida pública del país es la irresponsabilidad y la poca paciencia con la que se difiere, ya nos podemos imaginar cuál será el camino que seguirán.
A través de Convivencia Pacífica deseábamos invitar a los jóvenes a pensar críticamente sobre las circunstancias en las que habitamos. Aspirábamos a que ellos mismos llegaran a la conclusión de que les debía caracterizar una actitud de convivencia pacífica ante los retos que nos plantea la sociedad puertorriqueña actual. Pero no se trataba solo de los jóvenes que le dan vida a los pasillos de nuestras escuelas. Era preciso que se viera que no podemos hablar con sentido de las dinámicas violentas que observamos a nuestro alrededor si no tomamos en consideración múltiples factores. No basta con hacer preguntas en el momento en que se habla de los problemas que se confrontan; hay que hacerlas también en otros lugares y en todo momento. El acercamiento tiene que ser necesariamente holístico. Se tiene que trabajar con toda la cultura. Por lo mismo Convivencia Pacífica tenía que integrar, según se escribió, “iniciativas académicas implantadas por los diversos programas académicos y vocacionales del DE”. También buscaba “alianzas colaborativas interprogramáticas, interagenciales y con organizaciones de base comunitaria”. Además contaba con una fase de documentación que permitiría una evaluación y la consiguiente divulgación de lo que fuera más efectivo. Los enlaces entre escuelas del proyecto podían ser seleccionados entre el trabajador social, el consejero escolar o el maestro bibliotecario, personas que ya trabajaban en el DE.
No se buscaba atraer expertos que nos dieran conferencias sobre los valores que los niños debían adoptar, sino que se dialogara sobre aquellas dinámicas diarias que nos afectan a todos. Contrario a lo que suelen pensar los mayores cuando se conversa sobre estos asuntos, los más jóvenes saben mucho más sobre los problemas que confrontan nuestras distintas comunidades, empezando por la escolar. Ellos no ignoran cuáles de sus amistades necesitan ayuda. Saben quiénes podrían estar pasando por situaciones complicadas y conocen la naturaleza de estas. Tienen, además, la ventaja de proyectar inmediatamente solidaridad para los que tienen su misma edad y por lo tanto inspiran una confianza que los adultos, por más amigable que se sea, no les ofrecen. Convivencia pacífica era un programa que se caracterizaba por el sentido común, tan ausente en muchas de las deliberaciones que se llevan a cabo en el país. Cuando fue eliminado por la administración siguiente, mereció un párrafo elogioso en un editorial del periódico El Nuevo Día ((Ver periódico El Nuevo Día del 21 de febrero de 2009, p. 66.)).