Julio Rosado del Valle en su centenario: Entrevista a David Rosado Núñez
En ocasión del centenario del nacimiento del pintor Julio Rosado del Valle (1922-2008), entrevistamos a su hijo, David Rosado Núñez, quien es músico. A continuación, una selección de la entrevista publicada en el catálogo de la exposición conmemorativa en el Museo de Arte de Bayamón.
NELSON RIVERA: Hay dos cosas de las que me gustaría que habláramos: lo primero, el proceso creativo de Julio, según tú lo viste, y lo segundo es Julio. ¿Cuánto tiempo estuviste cerca de él?
DAVID ROSADO NÚÑEZ: Nací en el 1974 y soy el menor de cuatro hermanos, pero hijo único de su matrimonio con Almah Núñez Igartúa, mi madre. Viví con él gran parte del tiempo antes de los cuatro años; ellos se divorciaron cuando yo tenía tres. Sí, él me cambió los pañales. Desde los cinco hasta los once años viví con ella y luego con él, hasta el 2001. Así que estuve muchos años con él.
NR: Y buena parte de esos años los viviste con él en Barcelona.
DRN: Desde mis once hasta los veintiuno, yendo y viniendo. Así que tengo mis raíces también por allá.
NR: Los hábitos de Julio para hacer arte, pintar y dibujar, ¿cómo era un día regular?
DRN: Era bien disciplinado, podría decir, hasta un punto, obsesivo. Típicamente, se levantaba entre cuatro y cinco de la mañana. Entonces empezaba a pintar, y a martillar, porque clavaba el papel en la pared, fuera en Barcelona o en Cataño. En el Edificio Turabo, cuando vivíamos en Río Piedras, pintaba mucho más con óleo sobre madera o tela. Por eso es que no hay obra en gran formato, puedo estar equivocado, pero entiendo que no hay, desde cierto punto de los ochenta en adelante. La obra suya de gran formato viene siendo más en óleo; en acrílico, es de mediano a pequeño formato sobre papel. Por lo menos, en el Edificio Turabo en Río Piedras, no martillaba el papel en la pared (risas). Ya en Cataño, cuando nos mudamos, hacía sus cosas en óleo, pero al tener que ir cerrando cada vez más la casa, porque se metieron unas cuantas veces a robar, con los gases del óleo empezó a dejarlo. Y más, cuando nos vamos a vivir a Barcelona y estamos prácticamente seis, nueve meses allá, yendo y viniendo, él prefería el papel. Lo enrollaba en un cilindro, un tubo PVC, y se lo llevaba para Barcelona. A lo que entendía que tenía que volver, volvía con él. Esa era la razón por la cual empezó a usar más el papel, para no perder el hilo o el proceso. Entonces, por las mañanas clavaba el papel (risas).
NR: Y la casa de Cataño era de madera, así que lo podía hacer.
DRN: En Barcelona, pues, ya empezó a ser un problema, entonces hizo unos marcos en madera y el papel lo clavaba en el marco.
NR: ¿Cómo llega Julio a Barcelona?
DRN: Inicialmente, viaja a Barcelona por primera vez en el setenta, con mi abuelo, mi tío, mi madre y no recuerdo si alguien más. A mi abuelo Manolo Rosado, el papá de Julio, ya no le quedaba mucho de vida y dijo: “Yo quiero conocer donde tú estudiaste”. La idea era llegar a Florencia. No recuerdo mucho la historia, sé que estuvieron en Toledo, Madrid y después Barcelona. Y de ahí, ya Abuelo no se sentía bien como para llegar a Florencia. Al regresar del viaje, mi padre les cuenta a mis hermanas y a Munita [Muna Muñoz Lee, su ex esposa] de Barcelona. Munita era traductora, la mamá de mis hermanas Carmen y Margarita, y de mi hermano Gabriel. Trabajaba con un escritor, el antropólogo Oscar Lewis, le traducía. Ella quería mudarse. Papi les habla de Barcelona, se enamoran de la idea y se van a vivir a Barcelona, Muna, con Carmen, Margarita y Gabriel. A Gabriel no le gustó, así que regresó. Se quedaron Carmen y Margarita con Muna. Mi primer viaje con él fue en el 1978. En el 1987 nos hicimos residentes, la residencia duraba diez años, había que estar seis meses mínimo allí para ser residente. No me puso en la escuela, hice “homeschooling”, con tutores. Me crié básicamente entre adultos, y tenía amigos y amigas en el barrio.
NR: Siempre he tenido la impresión de que Julio era muy papá, de estar siempre pendiente de sus hijos.
DRN: Sí. Era bien fuerte también (risas).
NR: Pero como hombre nacido en los años veinte, no me da la impresión de que fuera de esos padres que piensan que “los hijos le tocan a la madre”.
DRN: No, para nada, no. Nunca lo consideré una persona machista, a pesar de haber vivido en una época en que esa era la norma. Aunque él se iba fuera de la norma en todo. Mi abuelo, su padre, quería que él fuera contable. Mi tío Marco fue psiquiatra, tío Pedro fue abogado y entonces mi padre tenía que ser contable, porque eran las tres profesiones (risas). Se hizo contable y le entregó el diploma a mi abuelo y dice, “toma Viejo, aquí está tu diploma, ahora yo voy a estudiar lo que yo quiero estudiar” (risas), y se fue a la Universidad de Puerto Rico. Ahí empezó pintura, entonces le dieron la beca. Según él contaba, fue afortunado con sus profesores.
NR: Nos fuimos por otro lado (risas), volvamos a…
DRN: A levantarse a las cinco de la mañana para pintar y clavetear en la pared. Uno durmiendo y de momento los golpes (risas). Empezaba a las cinco de la mañana y terminaba a las nueve, nueve y media. Ya a las diez salía a pasear, o a comprar o hacer diligencias, siempre con su libretita para hacer apuntes. De hecho, llegar a un sitio, de un punto A a un punto B, le tomaba una eternidad, porque él conocía a todo el mundo y con todo el mundo se paraba a hablar. Tomaba mucho tiempo llegar de un sitio al otro (risas).
NR: Alguna vez me has comentado que él estaba pintando y tú le comentabas o le preguntabas sobre lo que hacía.
DRN: Me educó de tal forma que yo no me metía cuando él estaba pintando. Ese era su espacio sagrado. Tenía todos sus materiales en una tablilla, como a un pie del suelo. Me tenía otro pequeño espacio donde yo tenía mis materiales. Entonces, me ponía a hacer mis embarres también (risas), porque al final, eso es lo que él hacía, “embarres”, ¿no?, según decía la gente. Una vez llegó una modelo para posar desnuda. Él trataba de que fuera cuando yo estuviera durmiendo, pero un día me desperté, llego, y él se queda en silencio y la modelo también se queda en silencio. Narrado por él: yo me senté, la miré, entonces saqué mis materiales, hice unos círculos y no sé qué, y dije, “ya está”, y me fui (risas).
NR: Ese cuento está genial (risas).
DRN: Ya como a los dieciséis o diecisiete años, empieza a preguntarme sobre lo que él estaba haciendo y entonces le daba mi opinión. Pero si no me decía nada, yo seguía haciendo mis cosas.
NR: Y cuando le decías, ¿qué pasaba?
DRN: Nada, se quedaba tranquilo. Usualmente lo hacía cuando sentía que tenía algún bloqueo mental, que ya era el momento de dejarlo y darle espacio, ¿no?, entonces me decía: “Mira, ¿que tú piensas?”. Entonces, yo le decía. Una de esas, la que más recuerdo, en Barcelona, con un autorretrato. Era genial, no sé ni cómo describirlo. He visto autorretratos suyos buenísimos, pero éste, no sé… Supongo que lo aprecio por lo que pasó después. Me pidió la opinión y le dije: “Déjalo así, no le hagas nada más, ya está, lo vas a dañar” (risas). Pues, lo siguió, lo dañó, lo borró completamente. A lo mejor no debí de haberle dicho nada, pero bueno, él me preguntó (risas).
NR: ¿Pintaba en interiores, o sacaba el papel a la calle?
DRN: Usualmente, empezaba en sus libretas de apuntes. A veces, cuando no tenía con qué, sacaba un recibo de compra o lo que fuera, lo que encontrara. Empezaba siempre de un apunte, dibujando, a veces con pasteles, o lo que tuviera. Por ejemplo, la serie de los gatos. Empezaba dibujando gatos y lo trabajaba después, a lo mejor en acuarela o témpera o crayón o carboncillo, seguía trabajando con esos apuntes y los iba llevando a formato grande. Pero siempre partía de unos bocetos.
NR: No es que tiene el gato al frente, sino que está trabajando con lo que ya había hecho.
DRN: Sí, como cuando filmas una película, tienes distintos fotogramas y con eso haces una película (risas).
NR: Pregunto porque me dices que, por ejemplo, contrató una modelo, y entonces tengo curiosidad por saber si trabajaba siempre a partir de lo que tenía al frente…
DRN: Sí, usualmente tenía que haber algo al frente para él estudiarlo y llevarlo al lenguaje de la línea. Pero, a veces también veía muchos documentales de viajes, de Jacques Cousteau, le encantaba el área de lo que es Oceanía, Australia, Nueva Guinea y las islas del Pacífico. Se pasaba viendo esos vídeos de viaje y de ahí sacaba apuntes. Claro, si no podía costearse el viaje al Pacífico, pues tenía que hacerlo de alguna otra forma, ¿no? (risas).
NR: ¿Qué series recuerdas haberlo visto trabajar, además de los autorretratos?
DRN: Eso era lo más duro.
NR: ¿Por qué lo más duro?
DRN: Porque era cuando él se estaba viendo a sí mismo, ¿no?
NR: ¿Frente a un espejo?
DRN: Sí. Notaba cuando había algo bien en el fondo, que le ocurría algo, alguna inquietud, alguna molestia, usualmente consigo, porque la idea del autorretrato es esa. Se ponía de momento de mal humor, era bastante explosivo y en alguno de esos casos empezaba a hacerse unos autorretratos, imagino que diciendo, “OK, me tengo que analizar” (risas).
NR: ¿Qué otras series recuerdas?
DRN: Los gatos. Sobre todo, en Barcelona, porque mis hermanas siempre tuvieron gato. Las sillas, también en Barcelona. En Cataño, Los impedidos, que fue por una carrera que hicieron, de impedidos. Bueno, hay un subtexto, dentro de lo que es “impedido”, no son las figuras en las sillas de ruedas, sino también algo político y social. Perros, porque en un momento tuve un perro. En Barcelona íbamos al zoológico, entonces se ponía a dibujar mandriles, las jirafas. Las chancletas. Él mismo dibujarse el pie. Desnudos. En los setenta o principios de los ochenta hubo muchos, luego en los noventa.
NR: Esto es en Cataño. ¿Hasta que año viven en Cataño?
DRN: Como hasta marzo del 2001, creo que fue.
NR: ¿Y siempre trabajaba en esa casa en Cataño?
DRN: Exacto, hasta que se muda a Guaynabo. En el 98 o 99 fue que regresamos de Barcelona. Entre Barcelona y Cataño eran sus dos estudios.
NR: Después que se muda a Guaynabo, ¿no vuelve a Barcelona?
DRN: Sí, volvió dos veces más, con la esposa. Antes de casarse fue que ocurrió el incendio en Carolina. El golpe emocional fue bien fuerte y me dijo: “Me voy para Barcelona, ocúpate tú”. En Barcelona estaba Margarita viviendo con el que era su pareja; Carmen, murió en el noventa. Me quedé yo bregando con las obras, llevándolas al Museo de Ponce para rescatarlas.
NR: ¿Cuánto tiempo después del fuego se quedó Julio por allá?
DRN: ¿Un mes?, no sé, eso está medio borroso para mí (risas).
NR: Me llama la atención eso que me dices de Julio visitando el zoológico, porque si algo tiene Julio es este interés por los animales, desde los microscópicos, hasta él (risas). Y cuando me dices “mandril”, por ejemplo, en varios de sus autorretratos hay una cosa animal, casi como si él fuera, literalmente, un simio. Algunos me parecen fósiles, parecen un hueso, toda esa gama de cosas en ese rostro. Percibo mucho en ese trabajo la presencia de lo animal, la vida. ¿Alguna vez Julio te comentó ese interés sobre los animales o hizo algún comentario sobre cuando se dibujaba a sí mismo?
DRN: No, no. A modo de broma, cuando tocaba el tema entre amigos, y a veces no entre amigos, porque él no tenía pelos en la lengua, decía que cuando se hacía autorretratos lo que veía era un monstruo. Sí, son monstruosos (risas).
NR: Usualmente se piensa en el autorretrato como una imagen hecha a semejanza del artista. En el caso de Julio, esos autorretratos en cambio son como una pelea, una lucha, y si bien se parecen a él, al mismo tiempo no tienen que ver con él.
DRN: Sí, supongo, todos tenemos un cierto monstruo dentro, y de alguna forma hay que sacarlo, sacarlo a pasear (risas).
NR: Sí, y él lo sacó abiertamente, no ves eso tan comúnmente.
DRN: Es crudo, es desnudarse, sí. Y crudo, crudo consigo mismo.
NR: Implacable. Ninguna piedad.
DRN: No quiero usar la palabra “autodestruirse”, no en ese sentido de destruirse, de no quererse, sino de “de-construirse”, ¿no?
NR: Es un trabajo de construcción, tener el monstruo y tratar de construir algo a partir de lo que, sin remedio, hay. Hay “el monstruo”, ¿qué hacemos con él?
DRN: Exacto. O, necesito verlo. Qué es lo que hay aquí, qué es lo que hay. Alguien dijo que él te hacía sentir como una alcachofa a la que le iba sacando todas las capas, todas las hojitas, como si fuera un psicoanalista que le va sacando las hojitas hasta llegar al corazón ¿no? Creo que eso era lo que hacía en los autorretratos, consigo mismo, sacando, sacando capas. Y lo hacía con la gente también, con todo. Iba sacando, sacando, hasta que llegaba a la llaga, al corazón, al núcleo.
NR: ¿Leía de psicología o esto era intuitivo?
DRN: Me imagino que había algo intuitivo. Mi tío, que era psiquiatra, le decía: “Tú eres mejor psicoanalista que yo” (risas).
NR: ¿Cómo era la vida en Barcelona?
DRN: Íbamos sobre todo a exhibiciones. El Museo Picasso lo visitamos unas cuantas veces. A Papi no le gustaba Joan Miró, pero bueno, siempre igual iba a la Fundación Miró.
NR: ¿Qué le gustaba, qué artistas contemporáneos le interesaban?
DRN: Obviamente, le gustaba mucho Picasso. Le gustaba Matisse. Van Gogh. Rodin. De los italianos, de Chirico. Le gustaba mucho el arte japonés pues él, en su momento, hizo caligrafía, eso se nota en su línea. Vimos en La Caixa Barcelona varias exhibiciones, una sobre los Moai de la Isla de Pascua. Llevaron una réplica de un Moai, bien impresionante.
NR: Esa conexión con el arte del Pacífico me parece bien interesante.
DRN: Sí, él veía de todo, sobre todo lo que es del Oriente. También me encanta, tengo una atracción hacia la cultura asiática. El arte africano le gustaba, obviamente, pues también tenemos eso en la sangre. Gaudí, estando en Barcelona…
NR: Julio exhibió en Barcelona en varias ocasiones.
DRN: Sí, sobre todo, una bien grande, curada por mi hermana Carmen, en la Caja de Madrid en la Plaza Cataluña, en el centro de la ciudad. La Caja la anunció e hizo su catálogo, fue mucha gente a ver la exhibición.
NR: Te pregunto porque ha sido siempre tan difícil para los artistas puertorriqueños tener alguna presencia fuera de Puerto Rico. Hasta en Puerto Rico (risas). Por eso hago la pregunta, qué relación si alguna tuvo Julio con los demás, con el gremio de artistas de allá.
DRN: Pues, no la recuerdo.
NR: Veo que Julio era realmente bien disciplinado en términos de su vida cotidiana, de levantarse siempre temprano y pintar todos los días. ¿Pintaba solamente por la mañana o retomaba por la tarde o la noche?
DRN: A veces, por la tarde los retomaba. Casi todos los días.
NR: ¿Cuántas horas al día dedicaba Julio a la pintura?
DRN: Yo diría que, mínimo, seis.
NR: ¿Qué leía Julio, leía a sus colegas literatos puertorriqueños? ¿Tenía amistades entre los escritores?
DRN: Posiblemente, no sé. Sé que tenía una muy buena relación con Jack Délano e Irene. Casi todo lo que leía era de viajes y pintura. Cuando empecé a escribir mucho, él me decía: “Léete a Neruda, léete a Lorca, a Borges”. Son los que recuerdo. Decía que todo artista, para poder nutrirse y ampliar su visión, o tener algo que decir, debe apreciar otras ramas del arte. Ahí venimos a lo que es la otredad, uno se encuentra en otros, pero mientras más “otros” tenga, pues mejor, porque más te enriqueces y te encuentras a ti mismo, tienes muchas referencias.
NR: El trabajo de Julio se siente tan diferente al de los demás, y pienso que tiene que ver con su estadía en Barcelona. Eso le permitió mirar el mundo de otras maneras, menos…
DRN: Insular.
NR: El trabajo de Julio no tiene eso. Pasa mucho con el arte puertorriqueño que tú de alguna manera tienes que probar que estás comprometido con lo de aquí, esas cosas que Julio no tiene, está liberado de eso. Y, sin embargo, Cataño siempre está ahí, es la cosa más extraña (risas). Ha sido uno de los pueblos más pobres y marginados, y para mí es maravilloso ver cómo sale una mente así de ese lugar.
DRN: ¿Sí, verdad?
NR: Varios de sus acrílicos sobre papel dan la impresión de ser imágenes hechas rápidamente. ¿Es correcto decir eso?
DRN: Sí, él pintaba así. Sus líneas son usualmente un trazo largo que no para. A veces son trazos que tienen una continuidad, sin interrupciones y hasta “descuidados”, grotescos, ¿no?
NR: La pregunta aquí sería cuán previamente pensado está eso, cuánto control tienes para hacer eso.
DRN: Evidentemente, hay mucha práctica ahí, ¿no?, muchas horas de trabajo y una vida de hacer buenos embarres (risas). Después del incendio, él se quemó las pestañas trabajando, pues supongo que pensó: “Lo perdí todo, tengo que empezar de cero”. Él hacía mucha alusión al ave fénix. Fue, por lo menos, la segunda vez que empezó de nuevo. Su primera ruptura fue cuando tuvo su delirium tremens en New York, que falleció y, pues, lo revivieron. No me he puesto a estudiar esto, pero de seguro se ve el cambio de esa etapa anterior. Unos cuantos renacimientos, ¿no? Tuvo una vida bien dura. Hay un refrán de alguien que decía: “Soy fiel creyente en la suerte, mientras más me esfuerzo, más suerte tengo” (risas). Era un salmón, nadando siempre contra la corriente. Supongo que el haberse encontrado con tantas piedras en el camino lo hacía ser una persona difícil, no en lo personal, porque él era bien amigable, sino en lo profesional, en lo que viene siendo su vida, su templo, ¿no?, que es la pintura. Cuando veía venir alguien a transgredir, ahí se ponía la cosa fea (risas).
NR: No sé si cuando Julio pintaba sobre la tela usaba primero el carboncillo.
DRN: Empezaba a trabajar en carboncillo o en felpa o directamente con el tubo del óleo o del acrílico, a veces le pasaba la espátula o le pasaba una brocha o un pincel o no le pasaba nada, simplemente con el tubo hacía una línea. Decía que cuando estaba pintando había una especie de conversación con la obra y la misma obra le iba pidiendo. Un diálogo, ¿no? Cualquiera que lo escuche, “ese está loco”, pero no, no. Ahora entiendo perfectamente lo que él decía, a mí, como músico, me pasa con una canción, sobre todo cuando la estás editando y trabajando, “me está pidiendo esto”.
NR: Siempre he pensado que ese autorretrato de mayo de 2001 es un autorretrato de la iluminación, esta persona que ha llegado a un estado de iluminación.
DRN: Era una jirafa primero, después acabó siendo un autorretrato.
NR: No me sorprende, porque todos esos trabajos son realmente autorretratos. Una persona tratando de reconstituirse. Pero éste en particular, lo miré y me dije, “Julio lo logró”. Le costó y quedó en el hueso, pero lo hizo.
DRN: Es un resumen de su vida.
NR: ¿Cuál ha sido la mayor enseñanza de Julio, para ti?
DRN: La honestidad. Era bien honesto. Me decía: “La verdad, aunque severa, es amiga verdadera”. Recuerdo, cuando tenía como cuatro o cinco años, que después de pintar íbamos a Plaza las Américas, él tenía amistades en todos sitios, hasta en estas tiendas por departamento. Al regresar a casa, me puse a jugar con un carrito que me había robado y él me dice: “Tú no tenías ese carrito, ese carrito está muy nuevo, te lo llevaste de la tienda, ahora vamos a volver”. Todo esto en transporte público, o sea, una hora de ida y otra de vuelta. Volvimos a la tienda y me dice: “Lo vas a devolver y te vas a disculpar”. Y así lo hice, la vergüenza de la vida. Ahí aprendí de la integridad.
NR: ¿Qué es lo que más extrañas de él?
DRN: Imagínate, lo extraño al punto de que sueño con él todo el tiempo. Hasta cuando no sueño con él, se cuela en mis sueños. Pero lo más que extraño es su amistad. Puedo decir que era mi mejor amigo.
La exposición JULIO ROSADO DEL VALLE: AUTORRETRATOS, continúa en el Museo de Arte de Bayamón, en los predios del Parque de las Ciencias. Entrada libre de costo, martes a sábado, 8:30 AM a 5:00 PM.