La boda de Ellas
Tenía que ser la mejor y debía ser transmitida, porque el periodismo además de una profesión es un vicio y mientras más íntimo y personal es el momento, más ganas de divulgarlo provoca.
Wilda y Graciela, las Rodríguez, se casaron en Nueva York dándole un majestuoso giro renovatorio a su relación de 21 años de pareja. Como en los tiempos del aborto ilegal, tuvieron que abandonar el país donde viven, sufren y se aman porque en Puerto Rico el matrimonio entre parejas del mismo sexo aún no es autorizado por ley.
Así que se fueron a la ciudad con más puertorriqueños en el mundo, a certificar con un clerk anglo lo que en Ponce se han ganado sin hacer mucho aspaviento: el respeto, la admiración y, por supuesto, la envidia –de la buena y de la mala– por su amor.
Contrario a otras bodas de personalidades de los medios, el evento no fue anunciado en los noticieros ni las revistas de farándula, tampoco contrataron una coordinadora de bodas, esas incordias expertas en asegurar detalles y flores, que impusiera orden en la sala.
Un mensaje semiclandestino al Inbox de Facebook compartía lo que hasta entonces era un tierno secreto: “nos casamos hoy en Nueva York, no lo divulgues aún, lo celebramos allá cuando regresemos”, fue el texto de la más curiosa y hermosa tarjeta de bodas que haya recibido.
De inmediato, con la disciplina y el fervor alucinado de una guerrilla maoísta, las damas y damos cibernéticos nos pusimos a filtrar la alegría que nos regalaban las novias. Con temor a cometer una grosera indiscreción y con la más inusual moderación comentarista, comenzaron a gotear los recados de júbilo y bienandanzas a la pareja que sin dudas nos hizo el día.
Los mensajes del evento se sucedían a medida se acercaba la hora del YES I DO! Nos montamos en el taxi, olimos el ramo de flores de las novias, subimos las escaleras del tribunal, apretamos con nerviosidad el papelito que asignaba el turno de la boda y miramos con ansiedad la pizarra electrónica que anunciaba los turnos. Cuando la tensión ya era insoportable llegó el mensaje más inoportuno: #wedingbreak!!
Graciela informaba que el juez se cogía el lunch break y nos invitaba a compartir vía Facebook una copita de champagne en un bar aledaño, cortesía de un mozo gay que se tuvo que casar en Toronto cuando aún no reconocían ese derecho en Nueva York.
Desde el ciberespacio alguien comentó: “Se vale si la novia se emborracha?” y Graciela contestó, “si esto sigue retrasándose, no respondo!”
Así las cosas y aprovechando el hambre del juez, la concurrencia también cogió un descansito y se hizo el silencio de las teclas.
Graciela volvió a interrumpir nuestro ansioso aburrimiento:
“Somos el #724. ¡Abran el champagne!”… leía el mensaje con la foto de la martirizante pizarra anunciando que estábamos a dos turnos del número más esperado de la jornada.
¡Regresaron los nervios y la temblequera nupcial y se reanudaron los comentarios en la red social. La felicidad en la catedral de Facebook se desbordó con mensajes más abiertos y directos, el pacto de discreción al comienzo de la transmisión se flexibilizó y salieron del clóset las exclamaciones contenidas de ¡ARRIBA LAS NOVIAS!
Hasta que por fin llegó el mensaje anhelado:
19/Mayo/2014/NewYork
¡Ahora es que es!
Y por fin le vimos la cara al señor magistrado, quien no tiene idea de la cantidad de followers que le apurábamos desde nuestros ordenadores.
Ahora había que sufrir momentos de grandísima expectación, no por dudar de un arrepentimiento novelero, sino porque nuestra comunicadora estaba evidentemente ocupada y no podía enviar la foto.
¡Hasta que llegó! La pareja frente al juez, el intercambio de anillos y ¡el beso!
Se desató el alborozo, ¡millones de bits y bytes de arroz virtual llovieron sobre nuestras amigas! Y las y los seguidores de este evento, ahora con la paz y el regocijo de ser testigos de la primera boda trasmitida paso a paso por Facebook, regresamos a trabajar… ¡suspirando por su amor!