La Empresa de Cristóbal Colón, de Hans Koning

Amputación de las manos de indígenas que no entregaron su cuota asignada de oro. Ilustración incluída en el libro de escritos de Bartolomé de las Casas, Crueldades españolas, publicado en 1609.
Parece estar viva en Koning la tradición de su país, Holanda, de repulsión hacia las atrocidades de los españoles en América. Esta repulsión desde luego es grande en casi todos lados y entre los pueblos latinoamericanos, incluso oficial en los gobiernos de México, Cuba, Nicaragua, Bolivia, Ecuador y otros. Todas las naciones europeas cuyas empresas y estados colonizaron América participaron en la increíble violencia contra los pueblos originarios. Pero España se lleva el trofeo.
Aún hoy aproximaciones hispanófilas, sobre todo en España, intentan reducir la crítica de la violencia española en el Caribe a una supuesta actitud antiespañola de los Países Bajos, ya que desde fines del siglo 16 éstos libraron una larga lucha de independencia contra el imperio español e instalaron una república protestante radical —o puritana— enfrentada al catolicismo predominante.
Irónicamente, esta república holandesa realizó lo que la monarquía de España buscaba al auspiciar la empresa de Colón: estimular la economía nacional mediante un comercio encabezado por compañías que compraran barato en Asia especias y otras mercancías, y las vendieran caro en Europa. La república de los Países Bajos se hizo rápidamente la principal fuerza comercial, con enclaves en Indonesia, Brasil, el Caribe, Suráfrica y Manhattan. Dio gran impulso al capitalismo mercantilista. Fundado éste en el comercio, estimuló las finanzas: el primer Stock Market fue en Amsterdam. El mercantilismo extendió el mercado mundial, impulsó el inhumano comercio tricontinental de esclavos africanos, y produjo la acumulación de capital que permitió el capitalismo industrial y fundado en la producción, del que Inglaterra fue potencia económica desde el siglo 18 hasta el 20.
Pero en la pastoril España el estado-iglesia impedía el desarrollo de la empresa privada; dominaba demasiado la vida privada. En cambio, el protestantismo holandés, especialmente el calvinista, alentó las compañías privadas. La iniciativa privada era protagonista del comercio, mientras en España mandaban el militar y el cura.
Como quiera hubiese sido imposible para España crear la red de comercio con Asia, porque el viaje de Colón en 1492 —financiado por banqueros italianos— no llegó a Asia, sino al Caribe. Las sociedades indígenas arauacas caribeñas difícilmente eran comerciales. Eran sociedades más simples, en buena medida preclasistas y pre-estatales. Su nivel tecnológico estaba muy por debajo del de sociedades civilizadas (de civitas, ciudad). Desconocían los metales duros con que se fabricaba el armamento en Europa.
España fue potencia principal del mundo durante el siglo 16, pero de otro modo. Esclavizó las poblaciones aborígenes americanas, que fueron exterminadas en las antillas y brutalmente sometidas en otros sitios, para servir a la minería y agricultura que expandieron el naciente mercado mundial y enriquecieron y transformaron a Europa. La productividad en Europa a su vez aumentó grandemente, para suplir a la creciente demografía repoblada del hemisferio americano, un gigantesco mercado.
A partir de las instrucciones de Colón, en la isla de La Española, que hoy reúne a Haití y República Dominicana, los arauacos fueron puestos a trabajo forzado y diezmados. La destrucción luego alcanzó las demás antillas, y fue el molde que se repitió a lo largo del hemisferio. Cincuenta años después apenas quedaban indígenas en las islas caribeñas. La importación de africanos esclavizados avanzó a todo tren.
Koning destaca el asombroso contraste entre las actitudes opuestas de arauacos y españoles al conocerse por primera vez. Los indígenas ofrecen amistad, risa, cooperación y, según escribe Colón, gran generosidad. Los españoles ofrecen una crueldad y una maldad espeluznantes. Su violencia es inédita porque, si bien reprodujeron en el Caribe las tradiciones de tortura, descuartizamientos, quemas en la hoguera, ahorcamientos, mutilaciones, agresiones sexuales, asesinatos en masa y quema de viviendas que los cristianos practicaban en Europa —especialmente contra judíos, herejes, homosexuales, mujeres independientes y desempleados—, en las antillas las víctimas fueron tomadas por sorpresa; eran ingenuas y absolutamente ignorantes de que alguien fuese capaz de violencia tan metódica y cruel.
Los estados ibéricos seguramente tendrían como referencia la tradición, desde la antigüedad, de trabajo esclavo en el Mediterráneo, Europa, África y los mundos cristiano e islámico. A mediados del siglo 15 se vendían africanos en España y Portugal. Los portugueses tenían permiso del Papa para esclavizar los no cristianos, y plantaciones de azúcar en las Islas Madeira que trabajaban africanos esclavizados. Los portugueses también contaban con puestos comerciales en las costas de África, donde obtenían —de diversas sociedades y ciudades africanas— esclavos, marfil, metales preciosos, tejidos y productos manufacturados.
Menos productivista, España conquistó las Islas Canarias ese mismo siglo y sencillamente exterminó la población. Con superioridad militar, la erradicó sin contemplaciones usando incluso perros de presa y otros animales. Lo repitió en La Española y otras antillas.
Koning se remite a los escritos de Colón, a la historiografía moderna sobre el tema y a los textos del padre Bartolomé De las Casas, el primero en denunciar y documentar las atrocidades españolas contra la población en el Caribe, América Central y México.

Los españoles repetidamente ahorcaron indígenas y quemaron sus casas. Grabado incluido en los documentos de Bartolomé de las Casas.
Amputar brazos y otras mutilaciones era el castigo para los indígenas, todos los mayores de 14 años, que no trajesen su cuota de oro. Quemar en la hoguera; matar hombres, mujeres y niños; incendiar bohíos; despedazar cuerpos; aterrorizar: todo ello fue parte de la «pacificación» de La Española. El volumen de Koning contiene grabados incluidos en el libro de De las Casas, Crueldades españolas (1609), que documentan gráficamente las acciones de los españoles contra los arauacos del Caribe, quienes desaparecieron como nación.
Surgen interrogantes: por qué la esclavización y destrucción prevalecieron; por qué el descubrimiento no produjo otra relación; por qué España destaca en crueldad. Es tema complejo que compete a la antropología y al psicoanálisis. Quizá el fanatismo cristiano que encarnó la iglesia-estado, y tanto sirvió para cimentar la identidad nacional española en la lucha contra los musulmanes, hizo que la violencia en América fluyera fácilmente. La cultura de egoísmo, militarismo, patriarcado, propiedad privada y mercado también contribuiría.
Aquella primera violencia indescriptible inició el colonialismo global, la división de la humanidad en una jerarquía de «razas» y países en la división internacional del trabajo, y el imperialismo moderno, con sus refinadas formas posteriores de dominio financiero, tecnológico, mediático y simbólico.
Véase el episodio en 1503 de Anacaona, una cacica de La Española quien, a pesar de las previas barbaridades de Colón y sus hombres, propone a los caciques de la isla —quedaban 84— una reunión amistosa de bienvenida al nuevo gobernador español, Nicolás de Ovando. Los hermanos Colón ya estaban bajo arresto en España. El cambio de administración podía traer paz y mejor entendimiento. No fue así. Una vez reunidos todos, los españoles sorpresivamente se lanzan sobre los caciques indígenas, asesinándolos a todos. Ahorcan a Anacaona. Se ignora el número de arauacos muertos en la matanza y quema de bohíos que siguieron.
Tomar por sorpresa y asesinar sanguinariamente a traición víctimas engañadas, creídas de que había amistad o acuerdo, era práctica entre gentes poderosas en Europa. Se narra en El príncipe de Maquiavelo (1513) y otros textos. Poco después de Ovando aplicarla, Francisco Pizarro —quien había estado entre los asesinos en La Española— la repitió en Perú contra el Inca, desatando una matanza criminal mucho más multitudinaria. Los hombres de Hernán Cortés la estrenaron en México. (La infame práctica también se recrea en la serie cinematográfica Game of Thrones, en la escena de la «Boda roja», 2013.)
La Empresa de Cristóbal Colón cuestiona por qué el Almirante sigue siendo engrandecido en libros y estatuas, y se omiten sus atrocidades contra los indígenas. En su mito participan unos pocos gobiernos de América, el estado español y consorcios editoriales, cinematográficos, etc. Su identificación con la hispanidad —y el llamado «Día de la Raza»— ha servido por siglos como emblema de la España reaccionaria, pero además de hispanoamericanismo y, notablemente en Estados Unidos, identidad americana. En Puerto Rico sus estatuas continúan en varias plazas, incluyendo una enorme en Arecibo. La principal avenida de San Juan mantiene el nombre de otro genocida, Juan Ponce de León. Construir la identidad propia sobre un exterminio sugiere indiferencia hacia las opresiones del presente.
No debe menospreciarse la originalidad de Colón. Consistió en navegar hacia el oeste por el Atlántico. Nadie lo había hecho antes, excepto expediciones nórdicas desde Islandia en el siglo 11, que llegaron al Canadá.
La costumbre suele hacerse inercia y se reproduce en parte por miedo, incluido el miedo a ir contra la costumbre misma. Colón desafió la cautela predominante, quizá por una fijación irracional que venía cultivando con navegar hacia el oeste. La opinión científica común tenía sentido: si sólo había mar entre el oeste de Europa y el este de Asia, cualquier expedición perecería por falta de suministros suficientes para tan larga travesía. Una vez se conocieron las tierras nuevas, los viajes por el Atlántico se hicieron frecuentes en pocos años.
Mientras tanto, los portugueses en efecto llegaron a India en 1498 y 1500, y después a China y Japón. Región de civilizaciones y culturas milenarias, Asia ha sido desde el siglo 19 parcialmente deprimida por el sistema imperialista global. Pero desde el siglo 20 viene resurgiendo como zona de nuevas formas de desarrollo social y técnico-científico.
El imperialismo europeo eventualmente colonizó grandes áreas de África, cuyas sociedades, demografías y economías fueron debilitadas por el comercio de esclavos. Vender seres humanos fue uno de los modos en que diversos grupos africanos se integraron al añorado comercio con Europa. Entre doce y quince millones de africanos fueron trasladados encadenados a las Américas entre los siglos 16 y 19, otra de las mayores violencias de la historia humana.
La contribución de Colón —navegar hacia el oeste—, dice Koning, se produjo por su suposición, basada en cálculos incorrectos, de que China y Japón estaban más cerca de Europa de lo que los científicos creían. Colón también supo aprovechar los vientos del Atlántico que empujaron las naves hacia América y luego de regreso.
No fue Colón formado en sistemas educativos de tecnología y geografía como los que existían en Portugal, donde el estado había creado una escuela de navegación. Los portugueses llegaron primero a Asia, la gran meta comercial europea, porque contaban con instituciones que producían y reproducían intelectuales y conocimiento.
Colón era autodidacta y poseía labia de vendedor, experiencia comercial marítima, y voluntad. Su descubrimiento de América estuvo impregnado de fantasía, incoherencia, mezquindad e invocaciones religiosas. Su ansia de prestigio y poder se acompañó de una obsesión con el oro, el metal que servía como divisa y material monetario en una Europa donde el comercio crecía aceleradamente. Apenas había oro en las antillas, y Colón —quien se había comprometido con los Reyes Católicos a llevar mucho— esclavizó los indígenas para que lo consiguieran; los mató forzándolos a un trabajo imposible.
Los cristianísimos Reyes Católicos estaban ansiosos por hacer crecer la rudimentaria y pobre economía de sus reinos, y de abrirse paso entre los poderes europeos. Su ánimo era competitivo, pero carecían de escuelas de navegación o un sistema progresista que articulara conocimiento, tecnología marítima y comercio. Tenían sólo la propuesta del obcecado y nervioso Colón, que acogieron después de derrotar a los árabes en Granada. Propulsaron un mundo de competencia y agresividad, en lugar de la cooperación y el altruísmo de la organización social de los arauacos caribeños y tantas otras sociedades alrededor del planeta.
Así, las extraordinarias belleza visual y hazaña cultural de atravesar el vasto Atlántico y conocer nuevas sociedades, floras y faunas, fue a la vez una globalización de dominación, guerra y dinero que ahora conocemos mejor, y estaba en germen en la empresa de Colón. Los dos pilares de esta empresa fueron el viraje hacia el oeste y el régimen de terror en La Española.