“La incertidumbre y falencia de los correos”: sobre 85 cartas perdidas y halladas
La lectura del nuevo libro de José G. Rigau Pérez, Puerto Rico en la conmoción de Hispanoamérica: Historia y cartas íntimas, 1820-1823 (San Juan, Editorial Revés, 2013) me hizo pensar en esas cápsulas de tiempo porque, en el fondo, lo que Rigau halló puede verse como tal. Es que este libro tiene como origen y centro 85 cartas que fueron enviadas en 1823 desde Puerto Rico – algunas fueron escritas fuera de la Isla – a destinatarios en España. Por alguna razón o por diversas razones, éstas nunca llegaron a sus destinatarios y, por razones que tampoco sabemos, se conservaron en el Archivo Histórico Nacional de Madrid, donde Rigau las halló. Leerlas hoy es como abrir una cápsula de tiempo; es leer un conjunto de documentos que nos pueden servir para entender el momento en que fueron escritas esas misivas perdidas entonces y halladas hoy.
El libro de Rigau, aunque está dividido en siete partes, para mí tiene dos. En la primera el autor crea un amplio marco histórico que nos sirve para entender las cartas. Aquí se nos explica la situación política, económica y social de Puerto Rico de comienzo del siglo XIX, especialmente los años del llamado trienio liberal (1820-23), cuando España y las colonias americanas que aun seguían bajo su poder volvieron a regirse por la constitución de 1812, La Pepa. La segunda parte del libro, en mi división del mismo, nos ofrece las 85 cartas rescatadas, con breves introducciones para cada una. El hallazgo de Rigau es un verdadero tesoro para los interesados en la historia puertorriqueña ya que nos brinda una visión de esos años, especialmente del 1823, desde la perspectiva de individuos que no eran personalidades de importancia, sino miembros de una parte algo privilegiada de la población de la Isla, porque quienes escribieron estas cartas fueron españoles o criollos. No hay cartas escritas por miembros de las clases sociales más bajas, ni por esclavos. Pero la publicación de estas misivas es de importancia porque pocas veces tenemos la oportunidad de ver la historia a través de los ojos de personajes como éstos.
Lo que llamo la primera parte del libro nos ofrece un amplio marco histórico en el cual podemos colocar las 85 cartas. Rigau, como historiador concienzudo y meticuloso, nos ofrece en estos capítulos muchísimos detalles que nos sirven para entender las cartas. Por ejemplo, nos explica cómo funcionaba el sistema de correos español y nos hace ver que éste era complicado, pero muy inseguro. Por ello, en la carta número 5, dirigida al licenciado Domingo Álvarez Rondil de Ponferrada, el autor, su hermano, habla de “la incertidumbre y falencia de los correos” (p. 215), idea que se repite en muchas otras. Es que el remitente de una de estas cartas nunca tenía la certeza de que ésta llegaría a su destinatario. Por ello muchas veces se enviaban varias copias de la misma por distintas rutas. Hasta las vías de distribución interna del correo en la Isla eran precarias y hablan todavía del predominio de la población en las costas, no en el interior. Sorprenden también las direcciones empleadas; son muy vagas y podrían justificar que algunas cartas no llegaran a su destino.
Pero la mayoría de las páginas de esta primera parte está dedicada a las circunstancias políticas de Puerto Rico en esos años. Todavía no había terminado la guerra de independencia en Hispanoamérica y, por ello, en la Isla se sentían fuertemente sus efectos, sobre todo en cuanto a la emigración de españoles y criollos de Venezuela. Muchas de las cartas hacen evidentes los grandes contactos que se tenían con Cuba, Santo Domingo y, sobre todo, Venezuela. La llegada de refugiados de la guerra, muchos de ellos de ideología conservadora, marcó nuestra historia en ese momento. Rigau estudia el impacto de esa emigración y el que tuvo la Real Cédula de Gracia de 1815, que también cambió la demografía insular en la primera mitad del siglo XIX.
En general lo que considero la primera parte de este libro ofrece un amplio cuadro de la sociedad puertorriqueña del momento. Es ejemplar la capacidad de síntesis de Rigau quien resume aquí la investigación de muchos otros estudiosos para ofrecer ese detallado marco en el cual coloca las 85 cartas que aparecen en lo que llamo la segunda parte del libro.
Obviamente el interés del lector está en las cartas, en esa cápsula de tiempo hallada por Rigau. Pero, por suerte, tenemos el amplio contexto de la primera parte y las breves introducciones a cada misiva que ofrece el autor porque muchas de éstas, sin esos contextos explicativos, no tendrían sentido para el lector. Es que hay algunas que poco interés. Hay, por ejemplo, meras notificaciones de envío de fondos. Otras sólo se pueden entender a partir de información que no se incluye en la carta. Pero hay algunas que pueden verse como narraciones de gran interés humano y se pueden leer como cuentos. Otras parecen ser fragmentos de amplias novelas. Pero, la mayoría, no son textos que se puedan entender sin el contexto que ofrece Rigau; por ello la contextualización, tanto de la primera parte del libro como las notas que las introducen, se hacen completamente necesarias. En este aspecto, el trabajo editorial de Rigau es ejemplar.
Lo primero que hay que notar de las cartas es que fueron escritas por personas comunes y corrientes, no por dignatarios ni figuras de trascendencia histórica. Muchos de los autores de éstas fueron personas sin mucha educación formal. Hasta las hay dictadas por analfabetos. Por ello casi todas están construidas a partir de fórmulas, especialmente al principio y al final de la misma. Hoy en día ya casi no se escriben cartas (gran pérdida para todos) y por eso se han olvidado estas técnicas epistolares tan comunes hasta hace poco: “Quiera Dios que al recibir ésta te encuentres bien. Yo bien, ADG” rezaban muchas cartas de las que se escribían en mi niñez. Y esta misma fórmula, con variantes, se repite en muchas de las 85 de este texto. También se repite la fórmula del final que consiste en la enumeración de personas a las que el destinatario debe saludar de parte de quien escribe. Además aparecen expresiones de exagerada cortesía que ofrecen besos de manos o de pies como señal de aprecio, aunque el cuerpo de la carta misma expresara ideas contrarias. La carta 66 es un buen ejemplo de esta práctica. En fin, en las 85 cartas la retórica epistolar se hace evidentísima.
Como ya apuntaba, la mayoría de éstas no tendrían interés sin el detallado marco histórico de la primera parte y de las breves introducciones a cada una que se nos ofrecen. Me hubiera gustado que las introducciones a algunas hubiesen sido más extensas y detalladas, aunque se hiciera a expensa de recortes en la primera parte del libro. Mi pedido hubiera hecho la lectura de las cartas más interesante aun, aunque reconozco que en algunos casos es muy difícil, hasta imposible, ampliar el contexto y que Rigau hace un excelente trabajo al presentar cada documento por separado. Es que, como ya señalaba, pocas en sí tienen un elemento narrativo que las haga de interés fuera del amplio contexto histórico del libro.
Indiscutiblemente las hay que dejan al lector con deseos por saber más sobre quien las redacta. Éste es el caso de las escritas por los hermanos Domenech a sus padres. Éstos se acusan mutuamente de lo que para ellos son graves fallas. Francisco, el menor, acusa a Esteban de haberse casado con “una mulata o a lo menos, aunque de color blanco, por línea recta originaria de África” (carta 9, p. 225), mientras que Esteban imputa a Francisco de ser un vago, un vividor que gastó el dinero que él había acumulado con gran trabajo y mucho sacrificio (carta 10).
Pero para mí la carta que narra la historia más conmovedora es la 29, escrita el 28 de mayo de 1823 por Antonio Mateo a su madre en Cataluña. Esta brevísima misiva, donde Mateo la ruega a su madre que le pida a su novia que lo espere, comienza con un dato contundente: “Mi estimada madre sabrá cómo estoy desertado e ido a parar en la isla de Puerto Rico al pueblo llamado Aguadilla.” (p. 269) ¿Tendría entonces “aguadilla” el significado que tiene hoy en el español peninsular? “Zambullida que se da a alguien, en broma, manteniendo sumergida su cabeza durante unos instantes”: así define aguadilla o ahogadilla el diccionario de la RAE. Ya el nombre del lugar desde donde se escribe podría haber sonado raro o cómico a la madre. Pero la noticia de la deserción del hijo en plena guerra hubiera sido desgarradora para ésta. (¿Llegaría a enterarse alguna vez?) Pero parece ser que no fue por coincidencia que Mateo se quedó en Aguadilla, pues ya Fray Íñigo Abbad apuntaba que este pueblo atraía a muchos “a quedarse en este primer puerto, juntamente con muchos marinos y soldados que se ocultan al abrigo de los naturales” (capítulo XXIII) No sorprende, pues, la decisión de Mateo de quedarse en Aguadilla. Pero, ¿qué le habrá pasado a este curioso personaje que nos dejó como único rastro de su vida esta breve carta? ¿Regresó a España? ¿Se llegó a casar con su novia, María de Calaleg?
Ésta, como muchas otras cartas, nos deja con el deseo de saber más sobre las personas que las escriben, sobre sus destinatarios y sobre los que se mencionan en ellas. La imaginación se desboca y abandona el más seguro camino de la historia, de los datos concretos y fidedignos. Confieso que cuando leí esta carta pensé que, como la misma nunca llegó a la madre de Mateo, su novia catalana no lo esperó y se casó con otro y que Mateo se quedó a vivir en Aguadilla, en el Huigüey, con una hermosa mulata que se llamaba Eufemia y con quien tuvo una extensa familia. Es que estas cartas, con sus historias incompletas, no dejan de azuzar la imaginación del lector que no se conforma con los fragmentos que se le ofrecen. Las leemos y, como nos quedamos con las ganas de saber más, la imaginación se desboca. Al menos, eso me pasó con varias de éstas.
Pero el interés de Rigau en las cartas es histórico, no narrativo. A pesar de ello, pienso que éstas también se podrían ver desde la perspectiva formal y como reflejo de cierto temas que, aunque colindan con lo histórico, son patrones o estructuras narrativas. Por ejemplo, se nota en muchas de las cartas la importancia que se le da a la ropa como índice de bienestar y expresión de cariño. Así para Esteban Domenech la que le compró a su hermano, aun después de su ruptura, es el principal indicio de su generosidad y la mejor prueba de su sinceridad en el recuento de los hechos: “A pesar de los disgustos que me causó, después de bien vestido a mi costa antes de su salida, como lo verá cuando llegue…” (p. 228), escribe Esteban a sus padres sobre su hermano. En muchas otras cartas se presenta la ropa como índice de bienestar y generosidad.
También, aunque de manera menos frecuente, aparece el mestizaje y la belleza de las mujeres mulatas como rasgos que distingue a la población boricua. (Por eso mismo me imaginé a Eufemia, la esposa que le asigné a Antonio Mateo, como tal.) Al respecto, hay que recordar que estas cartas fueron escritas por españoles y criollos para lectores peninsulares y, por ello, la fascinación por lo racial hay que entenderla como un rasgos del exotismo que todavía prevalecía en la mirada metropolitana de la colonia. No extraña, pues, que se subraye en algunas cartas la belleza de las mujeres boricuas y su diversidad racial: “Por cuanto de mujeres [es] lo que sobra [es decir, hay muchísimas] y bonitas y al campo más todavía, de todo color que quieras.” (carta 70, p. 349)
Apunto sólo estos dos elementos temáticos en las cartas, ropa y raza, pero una lectura más detenida de las mismas, desde esta perspectiva formal sería productiva. Recalco que no es este acercamiento el que domina en la lectura de Rigau, pero que ésta podría complementar la suya. Esto, recalco, no quiere decir, de ninguna manera, que el autor no nos dé una riquísima lectura de estos textos. Al contrario, sorprenden los detalles que logra descubrir en las cartas. Lo que ocurre es que él es historiador y yo estudioso de la literatura. Por ello nos fijamos en aspectos distintos de los mismos documentos.
No puedo concluir el comentario de este libro sin apuntar su elegancia. El diseño de Alberto Rigau es impecable e ingenioso, lo que aumenta el placer de la lectura. Por su forma y por su contenido, este libro demuestra el rigor y el profesionalismo del historiador que lo escribe y del artista que lo diseña. Estas 85 cartas nunca llegaron a las manos de sus destinatarios originales, pero hoy llegan a las nuestras y llegan en un hermoso y erudito tomo. A pesar de “la incertidumbre y falencia de los correos” de 1823 esas cartas, por fin, pasan de las manos de sus autores a las de Rigau a las nuestras. Al leerlas en este tomo tenemos la impresión que desde el principio hubieran sido escritas para nosotros. Eso se lo debemos al excelente trabajo del editor y, por ello, debemos agradecer a sus autores, quienes las escribieron para nosotros sin saberlo, y a José Rigau, quien las rescata y las edita tan concienzudamente.