La inevitable pisada de los elefantes
Una obra teatral puede aferrarse a varios recursos para hipnotizar a los espectadores, ya sea a través de un juego creativo de luces, un sonido ambiental escalofriante, unas actuaciones poderosas o la fuerza esteetica de la puesta en escena. Pero una obra cobra aún mayor trascendencia cuando días después de verla, todavía la piensas, la cuestionas, la descifras. Esto es precisamente lo que puede ocurrir con La memoria de los elefantes de Kisha Tikina Burgos.
¿Qué significa la pisada de un elefante ante nuestra historia como país? ¿De qué sirve salvar un país de los elefantes si está deshabitado? Estos son cuestionamientos reales, tan reales como que los empuñan los habitantes de un país sin nombre, cuya memoria se ha perdido con el tiempo. Estos personajes cobran vida en La memoria de los elefantes, la cual se presentará durante otros cuatro jueves consecutivos a partir del próximo 3 de mayo, a las 8:30 p.m. en el local Abracadabra en Santurce.
La obra cuenta la historia de un país desconocido que está bajo la amenaza de un ataque de elefantes, por lo que sus habitantes están abandonando la nación. El gobernante Salomón (Carlos Miranda) ha perdido la memoria y la capacidad de discurso, mientras que su esposa Olivia (Kisha Tikina Burgos) le busca las palabras, a la vez que cuestiona su propia inutilidad. Para buscar una solución, invitan a una Traductora (Nancy Millán) que pueda entrar en razón con los elefantes mediante el lenguaje. Esta, que es una cantante frustrada y recta, entra en contacto con el Sepulturero (Ricardo Hinoa), de baile fácil y alegre, y juntos descubren el pasado.
La memoria de los elefantes posee una gran carga simbólica, por lo que requiere espectadores activos, que continuamente estén descifrando las metáforas. En entrevista con 80grados, Kisha Tikina Burgos develó: «Siempre me ha gustado como escritora y como artista que el público participe y que también tenga un espacio para la interpretación. No me gusta ser tan explícita, a veces tengo que soltarme a ser explícita para que el público entienda y pueda atar cabos. Los símbolos y las metáforas están para pensarse». El collage de temas que se acumulan en cada intercambio requiere un pensamiento agudo que vaya traduciendo los significantes fantásticos de la obra a las realidades más cercanas. Es una pieza que invita a la reflexión constante y al cuestionamiento, más aún para quienes no han reflexionado acerca del tema de la memoria rota y la destrucción política de la historia, pues podría ser un llamado al despertar.
La política de la desmemoria
La memoria de los elefantes hace numerosos comentarios referentes a la construcción política e histórica. Salomón ha perdido la memoria, ya no sabe cuántos años lleva gobernando, ha perdido las palabras y la retórica. Hay gente que se va para siempre por miedo de los elefantes, pero Salomón le vira la cara a esta amenazadora realidad, hace caso omiso al sonido de sus trompas, el rey Salomón da la situación por falsa, se olvida de las pisadas de los elefantes. Pero estas no se olvidan de él. Tarde o temprano, es inevitable que lo alcancen. La historia no perdona.
El tema de la memoria rota, o perdida, invade la trama con fuerza, y se cuela también en la voz del Sepulturero, que representa al pueblo del país sin nombre.“No conozco nada sobre la historia de este país. Aquí la gente siempre está aprendiendo algo nuevo”, confiesa el personaje. El hecho de que estas palabras se desprendan de la boca de un personaje de pueblo que esconde cadáveres bajo el suelo. hace pesar un poco de responsabilidad sobre los hombros del pueblo. Si el poder político quiere eliminar la memoria, es deber del pueblo rescatarla y defenderla. A la vez, la frase le hace un guiño a la vida moderna, donde la constante estimulación de experiencias nuevas, deja a un segundo plano la relevancia del pasado.
Burgos empezó a escribir la historia dentro de su programa de maestría en dramaturgia y guiones en Nueva York. «[La historia] tiene mucho que ver con mi experiencia como estudiante y puertorriqueña, pues veía desde afuera un espectro acartonado, casi en marioneta, de lo que es la política puertorriqueña para mí. Cuando uno se va fuera de Puerto Rico, puede ver todo de una manera diferente. Lo puedes hasta dibujar. Estos personajes casi clown de Olivia y Salomón surgieron desde la distancia, tan grande como eso. Desde adentro uno ve los detalles y se confunde, hay una nube que cubre los eventos, desde la prensa y desde uno, pero afuera lo ves de otra forma. Aniñado. La desmemoria del País», explicó.
La construcción del sujeto político, en este caso, el líder de una nación, se hace más que evidente. La inercia de la violencia gubernamental, las promesas vacías e imposibles, la preparación mediática de un líder, la ceguera ante la realidad de un país, y la falta de comunicación, van formando al dirigente del país sin nombre. «La gente te tiene que ver más grande de lo que realmente eres», dice Olivia. «Te crees más fuerte que los elefantes, pero la gente ya no confía en ti», añade. «La gente no tiene que saber tus verdaderas intenciones», repite.
Entre otros temas, se destaca el debate entre el enjuiciamiento artístico y la creación sin hacer uso de la razón, los deseos frustrados y los sueños, el amor como ente transformador, la inutilidad, la pertenencia a la tierra, entre otros acertijos que se van descifrando a través de la obra. Sin embargo, a veces parece que la obra es un collage de momentos cumbres. La inmensa variedad de temas que se tocan parecerían a veces escaparse de las manos. El hilo conductor de la historia, que de principio a fin mantiene la red simbólica de la memoria, se desvía en diversas ocasiones a nuevos mundos de significantes, lo que puede ser una estrategia muy acertada. Pero los nuevos callejones que toma, aunque muy interesantes, a veces parecían interferir con el ritmo de la obra, lo que se podrá ir trabajando a medida que la obra vaya madurando.
La estética de los elefantes
No cabe duda de la habilidad que tiene Kisha Tikina Burgos como escritora. Muchas sentencias de su obra invitan con solo unas pocas palabras al cuestionamiento propio. Su obra hace observaciones agudas y críticas que se ajustan a la perfección con la realidad puertorriqueña, aún siendo un teatro expresionista, fantástico, con algunas ramificaciones en el absurdo. Maneja con maestría diferentes géneros teatrales, y su red simbólica brinda una riqueza estética que debe ser un manjar para cualquier director. Y más cuando el director es Arí Maniel Cruz, que ya posee una gran complicidad con la dramaturga, e incluso trabajaron juntos en el galardonado largometraje Under my nails. Burgos escribe con la imagen estética muy presente: «Es un teatro bien imaginado, con imágenes claras, pero hay cosas que surgen del proceso, sobre todo, el montaje. Creo en el proceso del actor y del teatro».
El sonido fue clave, pues denotaba la presencia omnisciente de la amenazadora manada de elefantes. El equipo logró este efecto con el sonido ambiental de las trompas de elefantes combinadas con un fuerte viento. El sonido irrumpía en numerosas instancias de la obra, hasta que se hizo casi ensordecedor en el momento cumbre. Esta presencia constante del batir de las trompas se mantiene fiel al hilo conductor de la historia: ese pasado escondido. Además de la mezcla insólita del merengue en el terreno baldío de tumbas y elefantes provocaba, y nos hacía aliados de ese país sin nombre, que aunque remoto, parecía existir a veces en las calles aledañas.
La creación de imágenes se destacó entre todos los elementos técnicos de la obra. Hubo un lenguaje que creó el cuerpo de Olivia, que expresaba las puñaladas de la inutilidad y la falta de palabra propia. Los vestuarios de los personajes femeninos jugaban con sus varias capas abultadas de colores, que resaltaban y creaban un efecto hipnótico en su uso de material común, sin grandes pretensiones, pero con visión. Algunas imágenes trabajadas, entre la sombra, las luces diminutas, las sombrillas de colores, abrían las puertas a un mundo fantástico. Un mundo fantástico que una vez nos sumergía dentro de él, se hacía cada vez más estremecedoramente real.