La pesadilla americana
Por un lado, la obra del mítico artista y muralista mexicano Diego Rivera, quien a petición del empresario automotriz Edsel Ford elaboró durante meses una pieza en 26 paneles que tituló “Industria Detroit”. Este trabajo, considerado por el propio artista como uno de sus mejores murales, fue un homenaje al entonces despunte de la industrialización manufacturera de esa ciudad.
Corrían los primeros años de la década de 1930 y Rivera zurció con su arte el retrato del enclave industrial más importante que se desarrollaba en Estados Unidos y sobre el que se construyó el imaginario de una nación productiva que seducía con su poder a ciudadanos de todas partes del mundo. La obra trazó rasgos del viejo sueño americano.
Esa efigie citadina y urbana de coloso industrial, fundamentalmente automotriz y armamentista, fue contrarrestada décadas más tarde por las fotografías de los franceses Yves Marchand y Romain Meffre publicadas en el libro “Las ruinas de Detroit”.
Fueron las imágenes de una ciudad –y sociedad– que caía en un estado silente de descomposición, proyectando tristeza y decadencia. Una ciudad golpeada por las artimañas del modelo capitalista industrial sobre el que erigió su dominio.
Detroit, la gran metrópolis que vanaglorió su éxito en el tránsito de las primeras décadas del pasado siglo, y que fortaleció su poderío después de la Segunda Guerra Mundial, arribó al año 2000 figurando una historia fantasmagórica, con edificios abandonados, parajes solitarios e historias perturbadoras de hombres y mujeres lanzados al vacío.
Para armar su relato iconográfico, los fotógrafos visitaron Detroit en incontables ocasiones durante 2005 y 2009, presenciando el dramático declive de la ciudad. Los artistas vieron cómo los residentes comenzaban a abandonar sus hogares para explorar suerte en otros rincones del país mientras el vandalismo y la delincuencia se apoderaba de las inhóspitas calles que un día fueron tránsito del éxito y la vanidad.
La urbe proyectada en las fotos era distinta a la que hace décadas sirvió, entre otras cosas, de plataforma cultural para el baile y la industria del cine, así como para la evolución del rock en su tendencia de “garage rock” y el surgimiento de la subcultura punk con la creación de la banda Los Stooges que comandó el legendario Iggy Pop.
Detroit, que fue elegida por Duke Ellington para instaurar su residencia y aprovechar el despunte industrial de la ciudad para posicionar y despuntar su carrera musical, era al arribo del nuevo milenio una cuna de pesadumbres.
A la crisis de Detroit, que llegó a ser la cuarta ciudad más influyente en su país, se le identifican varios responsables. Expertos han señalado al sector financiero y las casas de corretaje como factores determinantes en su debacle por la obstinada proeza de especulación en la inversión de capital a costa del erario público.
También se menciona la existencia de una clase política que no avanzó en transformar la cultura de dependencia y proteccionismo económico industrial que se eligió para sostener los primeros atisbos de la actual crisis, justo cuando los fabricantes de autos japoneses comenzaban a copar el mercado estadounidense.
El quebranto de Detroit es, a su vez, el espejo de un capitalismo dependiente que solo alimenta los bolsillos de un puñado de poderosos ricachones a expensas de ensanchar las diferencias distributivas que llevan a la sociedad a hundirse en la miseria.
La experiencia de esta ciudad debería, al menos, servir de motivo para reflexionar sobre los riesgos que se derivan de una estructura socioeconómica sostenida en la carrera bursátil del atroz capitalismo.
*Publicado en Metro, lunes 22 de julio de 2013.