La saga de Messi, el Gato
Cuando viví con mi ex nunca tuve un gato; no le gustaban y cedí a su gusto artístico y marital. Luego tuvo un cachendoso himalaya pero cuando se dio cuenta de que, además de una obra de arte, era un ser vivo con todas las idiosincrasias de los vivos, el animal fue a tener a casa de mi madre, con quien compartió hasta su muerte. Pero han pasado los años y el ahora padre adoptivo de Messi está más sabio. Así que al llegar Messi, quien creo que fue el que decidió quedarse, el anteriormente dueño absoluto de la casa lo aceptó. El uno aprendió a entender el lenguaje del gato y el otro aprendió a comprender la lengua castellana. Ambos aprendieron a quererse aceptando los gustos similares y también sus diferencias y respetando sus necesarias libertades. ¿Habrá alguna otra manera de vivir con otro ser vivo, humano o de la especie que sea?
También el Messi tuvo que aprender a ceder ante las exigencias de la vida cotidiana de su amo. Los horarios, los lugares permitidos y los que no, los viajes al veterinario con los consabidos puyazos y traqueteos médicos. Hubo una prohibición que no aceptó: no jugar con los bonsais. El resultado fue duro. Un buen día brincoteando por los bonsais se cayó de la terraza del segundo piso al patio del primero, sobre una palma. Eso le costó otro viaje al veterinario y unos días adolorido. Pero, de nuevo haciendo honor a su nombre, pronto se las apañó para estar brincando y corriendo como si nada.
Pasaron los meses y Messi, muy simpático él, se hizo amigo de los demás gatos y gatas del vecindario y de alguno que otro de los dueños. Brincaba de patio en patio y a menudo traía a sus amigos a compartir su mesa y patio como él probablemente también hacía en la vecindad. Los gatos bien comportados saben de eso de la buena vecindad. Poco les importa la alcurnia de felinos ni dueños, comprenden que los humanos son necesarios –y además usualmente cariñosos– y los felinos; compañeros de juegos e infortunios no importa su color o sexo, su “raza” o falta de ella. Messi es buen puertorriqueño.
Un día el Messi, por aventurero, se perdió. Ese día su dueño no estaba en la casa; el gato salió a pasear y se quedó noctambulando. Al otro día el padre adoptivo se fue de vacaciones algo preocupado con el paradero de su ya muy querido gato y dejó a mi hija (suya también) a cargo de buscarlo. Por esa (a veces) buena manía que tenemos los humanos con la identidad, Messi tenía una chapa colgada de su collar con el teléfono de su dueño. A la larga pudimos reconstruir su aventura. Resultó que en su juego nocturno se cansó y encontró un auto estacionado, se metió dentro y se durmió. El Messi entiende que todos los humanos son buenos amigos, –optimista el tipo– y esa medianoche fue a tener a otra urbanización. El joven que lo encontró también salía de vacaciones pero dejó en el teléfono apuntado en la chapa el mensaje de que había dejado al gato en su casa y dejó la dirección.
Mi hija, que no es muy allá en eso de la cuestión espacial y geográfica, se fue con mi marido (yo andaba en la obligación profesoral de corregir asignaciones) por calles, barrios y urbanizaciones a buscar a Messi. Tenía que encontrarlo para su propia satisfacción ya que como su madre, su padrastro y ahora su padre es amante de los felinos; también para la de su padre, que espera encontrar a su Messi en casa a su regreso. El gato no se dio por enterado y no apareció pese a los llamados de mi hija. Por fin, el joven del auto-dormitorio de Messi regresó de sus vacaciones y lo encontró todavía en su patio. Llamó a mi hija, que le había dejado cuchucientos mensajes en su celular, y se lo llevó. Como decidimos que al muy callejero y sinvergüenza de Messi no podíamos dejarlo solo en su casa, fue a tener a Guaynabo City donde vive mi hija.
He ahí una segunda complicación. Mi hija comparte su vivienda con una gata, rubia, también puertorriqueña y muy títera, dulce y dueña de sí misma y su entorno que se llama Sulei. Hay que recordar como parte de esta saga que los felinos son animales, como los humanos, muy territoriales. Sulei le permite a mi hija compartir su espacio porque ha aprendido que le conviene. La humana le da comida, agua, cajita de arena, le compra juguetes y le provee de una mullida cama para dormir aunque Sulei tenga que compartirla con ella. Ambas se apapachan y dan mucho cariño mutuo. Pero eso de que llegue un gato extraño a compartir con ellas pues había que pensarlo mucho. (Sí, como bien decía Unamuno, y sabe cualquiera que tenga gatos, estos felinos razonan.) Para que ese macho intruso comprendiera bien el asunto primero había que escupirlo muy certeramente. Luego ponerle cara de aquí mando yo y siempre estar muy pendiente de lo que la querida dueña hablaba con el intruso. Daño, lo que se llama daño, no se hicieron nunca. El Messi comprendió –se hablaban en gato– que esa casa era de Sulei y que, si él se comportaba, ella le prestaría sus juguetes, lo dejaría comer de sus más exquisitos manjares y, después de pasados unos días, lo dejaría usar su caja de arena. Al fin comparten la de Messi pues para los gatos, como para los humanos, los baños son super importantes y para Sulei un instrumento para afirmar su superioridad territorial. Creo que al fin ella se compadeció del llanto quejumbroso del recién llegado. Uno o dos días más y terminaron amigos, jugando juntos todo el día y durmiendo en la misma cama con mi hija.
¿Qué pasará cuando mi ex regrese? Tanto para Sulei como para mi hija va a ser difícil devolver a Messi. Él lo está pensando a ver qué decide porque con Sulei lo está pasando de maravilla. También habrá que ver qué dice su padre adoptivo. Observando la saga a mí se me ocurrió pensar, algo que me ha sucedido a menudo con esto de compartir mi mundo con gatos, ¿por qué los humanos no podemos aprender con ellos un poco de humanidad?