La unidad (im)posible
La semana pasada asistí a la conferencia de prensa celebrada en el Colegio de Abogados en la que se anunciaban los proyectos de la Coalición para la liberación de Oscar López Rivera. A ella asistieron múltiples personalidades entre las que se destacó la presencia de los seis candidatos a la gobernación. Su presencia es a agradecer, pero esta «unidad» puede ser un espejismo. Era una ocasión perfecta para que tomaran la palabra como grupo y declararan a viva voz lo que su presencia indicaba: su apoyo incuestionable por la liberación del prisionero político con más años en la cárcel en la historia de América Latina y quién sabe si en Estados Unidos. Sin embargo, nadie habló, no hubo un «nosotros». No se pasó de la etapa de buenas intenciones.
No pude asistir a la Asamblea contra la Junta por estar todavía enfermo con zika, pero quise saber cómo había acontecido. Vi fotos de gradas vacías en el Coliseo Roberto Clemente. Leí comentarios adversos, relatos de si se dejaba o no hablar a la gente, hombres y mujeres con cartelones cuestionando los procedimientos, historias de gente que partía antes del final para ir a darse unas cervezas. Supe también por textos y fotos de una cantidad grande de asistentes que acudieron allí con la mente abierta, la disposición de trabajar y una apuesta a la esperanza. Me pregunto qué habrán pensado y sentido según se iba manifestando nuestro cainismo. El tribalismo del país no se circunscribe a los partidos políticos, sino que se da en todos los frentes, desde las familias y los grupúsculos a las organizaciones, los sindicatos y los movimientos. Esta fragmentación es primero que nada interna y constituye una suerte de visión de mundo, que se transporta luego a cualquier relación que se sostenga con los demás.
No obstante, aun así, nos empeñamos en invocar constantemente la unidad y nos descorazonamos ante su fracaso. Me pregunto si estamos conscientes de lo que verdaderamente implica la unión a la que aludimos sin tregua. A veces me parece que se piensa que la unidad se da espontáneamente, que es un estado de gracia producido por la manifestación de un sentimiento de justicia o de rebelión universal. El que no ocurra es entonces síntoma de un defecto moral intrínseco de los puertorriqueños. Pensar así es, en realidad, una forma de no hacerlo.
No hay nada más fácil de lograr que la desunión, porque para conseguirla no hace falta hacer nada. Basta con ser tal como uno es, con sus creencias, sus ideas, sus tendencias. Esta desunión es la homeostasis de cualquier grupo humano. De ahí que la unidad sea un estado de excepción que sólo es posible mediante un esfuerzo continuo de desprendimiento. Desprenderse significa abandonar voluntariamente cosas que tenemos: nuestras ideas y creencias, nuestras concepciones del ser y del estar. Este proceso, que es siempre arduo e incluso doloroso, se hace porque se descubre una causa mayor que es la que exige la unidad. La construcción de ésta implica una desposesión: actos continuos de generosidad y flexibilidad de parte de todas las partes, la capacidad de convertirse en compañeros de empeño de aquellos con los que nunca se ha tenido relación ni comercio. Estos son siempre los diferentes, los que poseen en relación a uno grados de separación política, religiosa, sexual, etc. Por ello, la unidad es una perenne puesta en duda de nuestras certezas, deseos y voluntades, una negociación sin término tanto con los demás como con uno mismo.
Una nacionalidad no es un uniforme. No existe nada más plural que un gran grupo humano y cualquier tipo de imposición desde arriba o desde abajo de una voluntad exclusiva, y por tanto excluyente, tiene mucho de nacionalismo silvestre y muy poco de nacionalidad activa. No es lo mismo el nacionalismo que la nacionalidad; no es lo mismo los mínimos exigidos para la pertenencia que los máximos permitidos para la inclusión; no es lo mismo el imaginario de un lugar que la pertenencia de unos cuerpos a un lugar. Puerto Rico no es de nadie porque es el lugar de todos. Sin esta consciencia no hay unidad posible.
Ante nosotros tenemos una causa que es una serpiente con dos cabezas: la oposición a PROMESA y la descolonización del país. Divididos nos harán más pobres, más indefensos, más débiles. La unidad no es algo que está ante nosotros; es algo que se tiene que construir con la disposición de marchar hombro con hombro con quien no es como nosotros. Esto significa poner el cuerpo para defender al que no piensa o cree como nosotros, a los que pertenecen a otras generaciones, clases, ideologías, sexualidades. Nos une pertenecer a un espacio, tener el mismo hogar en el mundo. Esto es la nacionalidad; esto es el nosotros.
En la unidad cabe todo. En la unidad nadie es todo. Unirse es descubrir otra familia, otro partido, otra cultura, otra religión, otra economía, otra sexualidad, otra música, otro color de piel, otra clase. En la unidad todos somos otros. Esta generosidad es el único camino a la victoria.